La apropiación del maoísmo en México: los años germinales de la Organización Revolucionaria Compañero (1972-1974)

J. Rodrigo Moreno Elizondo*

 

Sabemos que la Revolución china tuvo un impacto profundo en América Latina durante la segunda mitad del siglo XX. Esto no sólo se debió a su papel en el cambio de la relación de fuerzas en el mundo bipolar posterior a 1945, el impulso y apoyo a los procesos revolucionarios asiáticos o su ulterior distanciamiento de la Unión Soviética durante la Guerra fría. Gran parte de su influencia provino de que el triunfo del proceso revolucionario demostró que existía un modelo de revolución exitosa alternativo al soviético. Elementos como la estrategia y la táctica de la fase insurreccional, los métodos de dirección y de trabajo político, las perspectivas epistemológica y ético-política, la concepción del sujeto transformador —el pueblo— y de la democracia, el antiburocratismo y la movilización de masas, todos ellos presentes en el pensamiento de su dirigente más reconocido —Mao Tse Tung— se transformaron parcial o articuladamente en un paradigma sociopolítico y una entidad propia dentro de la izquierda: el maoísmo.

 

Dicho modelo, que concedía gran importancia al mundo rural y el campesinado, parecía ajustarse mejor a las condiciones de numerosos países de América Latina. Ciertos segmentos de la izquierda en esta región vieron en tal paradigma, o al menos en algunas de sus partes, una alternativa de transformación revolucionaria al proceso de cuestionamiento y recomposición de las fuerzas políticas locales, con críticas agudas a las prácticas autoritarias de los partidos comunistas. Ello, pese al triunfo de la Revolución cubana en 1959, debido a que las primeras interpretaciones difundidas se centraron en la tesis del foco guerrillero y a su acercamiento a la Unión Soviética, ocultando la complejidad del proceso. Aunque desde el triunfo de la Revolución china en 1949 numerosos intelectuales y dirigentes políticos latinoamericanos marcharon a conocer la experiencia oriental, fue hasta la década de los sesenta cuando proliferaron los viajes a las escuelas de cuadros chinas para formarse y luego aplicar en Latinoamérica lo aprendido. Para Mathew Rothwell, éste es el origen del “maoísmo latinoamericano”, aunque concediendo agencia a los actores locales.[1] Cabe cuestionar esta tesis, pues las distintas interpretaciones del pensamiento de Mao generaron una pluralidad de “maoísmos” que, influidos por lo que ocurría en cada país de América Latina, se apropiaron del paradigma y lo reconfiguraron.[2] De hecho, la pluralidad se ve reflejada en la gran cantidad de procesos que impulsaron organizaciones maoístas después de 1968.[3]

 

Esa pluralidad caracteriza la apropiación del pensamiento de Mao en México.[4] Aunque Vicente Lombardo Toledano viajó a China poco después del triunfo de la Revolución en 1949, ésta influyó en la crítica interna al Partido Comunista Mexicano (PCM) y el movimiento estudiantil-popular hasta la década de los sesenta. En 1962, algunos militantes de la célula Stalin del PCM que practicaban esa crítica, como Camilo Chávez Melgoza, Edelmiro Maldonado y Tereso González, fueron expulsados del partido, pese a que Chávez formaba parte del Comité Central.[5] Al calor del movimiento estudiantil-popular de 1968 y la represión que siguió, surgieron diversas organizaciones que afirmaron su compromiso con una matriz maoísta. Afectada por ambos procesos, la Liga Comunista Espartaco (LCE) dio lugar a varios organismos, por lo cual incluso se ha sostenido que se convirtió en organizaciones maoístas de tipo único.[6]

 

Lo cierto es que los maoísmos que se desarrollaron fueron numerosos. Algunos afirmaron su adherencia a esta doctrina vinculándose con el pueblo y poniéndose a su servicio, o bien, mediante métodos de trabajo político y dirección; otros, bajo la perspectiva de una guerra popular que partiese de una zona liberada; y también hubo quienes concibieron un cerco desde el campo a la ciudad con poderes societales por medio de organizaciones de masas, y quienes articularon múltiples vertientes. Algunas expresiones de esta abundancia fueron Política Popular y sus divisiones —Acción Popular Marxista-Leninista (AP-LM), Línea Proletaria y Línea de Masas—, el Partido Revolucionario del Proletariado Mexicano (PRPM), el Partido Popular Unificado de América (PPUA), la Unión del Pueblo, Línea Popular, la Seccional Ho Chi Minh, la Cooperativa de Cine Marginal, Servir al Pueblo, y los equipos editores de Hoja Popular y Causa del Pueblo.[7] Muchas de esas historias están por escribirse, pero aquí me interesa una en particular: Compañero, formalmente denominada Organización Revolucionaria Compañero (ORC).

 

Ese organismo ha sido escasamente tratado por la historiografía. Ello se debe a su carácter clandestino frente a la represión del Estado autoritario, lo que le permitió eludir el aparato de inteligencia de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales (DIPS), aunque algunas de sus acciones sí fueron detectadas, vigiladas y perseguidas. A causa de esto, los documentos que produjo circularon de manera restringida, y sólo se sabía de los cuerpos en los que participó abiertamente, como el Frente Popular Independiente del Valle de México (FPI) entre 1973 y 1977, la Unión por la Organización del Movimiento Estudiantil (UPOME) en 1977, la Unión de Colonias Populares (UCP) en 1979, y el Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP), de 1981 a 1987. A recuperar una parte de su historia se aboca este artículo.

 

La ORC concebía la necesidad del enfrentamiento armado contra las clases dominantes en el momento decisivo, pero se inclinó hacia el desarrollo sociopolítico uniéndose a las demandas sociales en múltiples sectores, táctica que compartía con otras organizaciones maoístas del periodo. Sin embargo, se distinguía por ligar la articulación social con la construcción de un organismo político partidario en aras de constituir un poder alternativo al capitalista. Así, Compañero constituyó un caso singular de actividad sociopolítica que respondió a los retos políticos de 1968.[8] Aquí me ocupo de los años fundacionales, de 1972 a 1974, utilizando el acervo documental del Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista (CEMOS).

 

Desarrollo la exposición de mi argumento en tres partes. En la primera, presento un breve balance historiográfico sobre la ORC; en la segunda, me ocupo de su nacimiento a partir de la crisis de la LCE, para lo cual me remito a la apropiación del maoísmo y la repercusión del movimiento estudiantil-popular de 1968 sobre este último grupo; la tercera parte brinda un panorama general del desarrollo sociopolítico de Compañero en sus primeros años, analizando su articulación, construcción sociopolítica y teorización conforme a sus objetivos y estrategias, con especial énfasis en el organismo político y dejando para otro artículo el estudio profundo de cada proceso de vinculación social. Aunque se aborda someramente la participación de Compañero en el FPI, su trato con otras organizaciones y su concepción de la participación electoral, estos aspectos no se desarrollan.

 

Tras las huellas de una organización política clandestina

 

La ORC hizo su primera aparición en 1981, luego de haber adoptado ese nombre de manera oficial en su primer congreso.[9] En ese año, Tribuna Roja, publicación del Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (MOIR) de Colombia, dio cuenta del discurso de Antonio Martínez Torres durante el Encuentro de Partidos Revolucionarios realizado del 12 al 14 de septiembre en Bogotá, en el que participaron el propio MOIR, el Partido Comunista del Perú “Patria Roja”, la Liga Socialista de Venezuela y la ORC. Se planteaba construir un frente opuesto al imperialismo, no sólo estadounidense, sino también soviético, que se consideraba inaugurado con la invasión de Checoslovaquia en 1968 y reafirmado con la invasión de Afganistán en 1979. En dicho encuentro, la ORC refrendó su convicción de luchar contra el PCM y el imperialismo mediante la unificación del marxismo-leninismo y el maoísmo. Ello conllevó una serie de visitas de reconocimiento y la posterior vinculación con la recién creada Coordinadora Nacional del Movimiento Urbano Popular (CONAMUP).[10] Es a partir de su relación con este movimiento que Compañero se dio a conocer en la literatura reciente. Su aparición data de entre 1988 y 1993, en trabajos pioneros que estudiaban las organizaciones políticas clandestinas en relación con los movimientos sociales urbanos.[11] Posteriormente, ambas fueron tratadas como referentes de organización civil durante la segunda mitad del siglo XX, ya que compartían una ideología de independencia y oposición al Estado, y fueron la base de las Redes de Organizaciones Civiles del siglo XXI.[12] Compañero también ha sido identificado en las elecciones de 1988 como una corriente proclive a la participación electoral para ganar posiciones y simpatía, opuesta a las organizaciones de la línea de masas, que rechazaban las elecciones dentro del proceso revolucionario.[13]

 

En los últimos años han salido a la luz mayores pistas gracias a las publicaciones de actores y testigos de aquellos hechos. En 2010 Luis Hernández Navarro compartió valiosa información sobre la ORC en una nota conmemorativa en La Jornada a propósito del deceso de Antonio Martínez Torres, uno de sus fundadores, y, más recientemente, acerca de Edelmiro Maldonado, que estaba entre sus cuadros más reconocidos.[14] De manera similar, para recuperar la memoria histórica de la ORC, su exmilitante Roberto Rico publicó en 2011 El retorno, como parte de un acuerdo con la Comisión Política de la Unión de Colonias Populares del Distrito Federal (UCP-DF), que intentaba revivir la línea de masas después del fraude electoral de 2006 mediante el impulso de nuevos cuadros en la Coordinadora Nacional de Movimientos Populares-Línea de Masas (CONMOP-LM).[15] También son notables las contribuciones de Gaspar Morquecho Escamilla en América Latina en movimiento y Chiapas paralelo es otra versión, así como algunas tesis y artículos que identifican a Compañero como antecedente de dos agrupaciones disímiles: el Partido de la Revolución Democrática y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional.[16]

 

Lo primero que llama la atención en los trabajos señalados son las muchas maneras como se identifica a la ORC: organización social o civil, corriente ideológica y organización política clandestina. Es problemático considerarla sólo como organización civil, pues entonces se anula toda dimensión política, al tiempo que se desdibuja la militancia ligada a un proyecto de este ámbito. Tampoco es acertado considerarla contraria a las agrupaciones revolucionarias debido a su carácter proelectoral, pues formaba parte de aquéllas y poseía una misma forma de coordinación política. Para profundizar en el conocimiento de dicha organización precisamos superar la escisión entre lo social y lo político que impregna las ciencias sociales históricas. Además, partir de su carácter clandestino restringiría el estudio a su participación encubierta en muchas actividades. En las siguientes líneas aportamos elementos para una mayor claridad al respecto.

 

La crisis de la LCE y el núcleo fundador

 

Compañero surgió con la disolución de la LCE tras la crisis orgánica e ideológica que significó para la izquierda el movimiento estudiantil-popular de 1968. En la segunda mitad de la década de 1960, la LCE se convirtió en un importante polo de organización frente al PCM, disputándole la condición de organismo de conducción política. Los conflictos internos de la LCE, incluida la discusión sobre la adopción del maoísmo, la resquebrajaron de manera irremediable.[17]

 

La vinculación con el pueblo fue el principio más controversial al adoptar el maoísmo; sin embargo, las divisiones dentro de la LCE o el fin del espartaquismo no se pueden atribuir a la doctrina en sí misma, sino a su interpretación local y su mezcla con posiciones políticas. Desde su fundación, la LCE suscribió las tesis internacionalistas planteadas a fines de 1962 y principios de 1963 por el comité del Distrito Federal del PCM, en las que se apoyaba la Revolución china.[18] Así, el maoísmo no representó el fin del espartaquismo, como se planteó en algún momento,[19] pues formaba parte consustancial de sus tesis políticas orientadas a la cristalización de la revolución en México.

 

En ese sentido, las tensiones originarias se desarrollaron y se expresaron bajo el prisma de interpretaciones divergentes del maoísmo, entre las cuales se encontraban la ponderación de la formación teórica de los cuadros provenientes de la Liga Comunista por la Construcción del Partido Revolucionario del Proletariado (LCCPRP) y la Liga Leninista Espartaco (LLE) vinculados a estudiantes y maestros; los cuadros de la Unión Reivindicadora Obrero-Campesina (UROC), con experiencia en inserción social pero con poca construcción partidaria, lo que acentuó una relación distante; y la iniciativa terrorista, expresada en el bombardeo con que los cuadros estudiantiles protestaron por la muerte del Che en 1967. En suma, las disputas expresaban tensiones y limitaciones para la formación y homogenización política, el funcionamiento de espacios orgánicos internos y la aplicación de una perspectiva estratégica y táctica.[20] En ese último terreno no había mayores desavenencias, ya que incluso se había adoptado la estrategia de guerra popular prolongada para derrotar al Estado capitalista, pues se consideraba un planteamiento capaz de ser desarrollado con buenos resultados en México.[21]

 

Aun con la adopción de dicha táctica insurreccional, había un hueco en el proceso de construcción política. Del movimiento estudiantil-popular de 1968 surgieron no sólo cuestionamientos a la dirección de la LCE, sino también intentos de alcanzar la articulación sociopolítica a partir de la vinculación con el pueblo. La actividad política posterior a 1968 y hasta fines de 1971, en medio de una fuerte represión, ahondó los debates en torno a estos objetivos, y la línea de masas desarrollada por el maoísmo aportó elementos para pensar la cuestión cuando era más necesario, en una discusión polarizada.

 

La lucha interna hasta la fragmentación tuvo cuatro vertientes: una reivindicaba la construcción de un partido revolucionario con cuadros dispersos, la formulación de una perspectiva estratégica y táctica, y la construcción de un programa, pero sin una relación social orgánica. Otra privilegiaba el desarrollo orgánico y técnico político-militar para la lucha armada. Una más proponía vincularse con el pueblo y sus demandas, aportando dirigentes para la revolución y para el futuro partido revolucionario. Finalmente, la cuarta planteaba articular la construcción teórica y programática con la inserción social y la lucha de masas. Es decir, cohabitaban cuatro tendencias: la teórica y sin práctica, la militarista, la societal y la sociopolítica. En este proceso se fortaleció la posición de la sociedad en el preludio a la Primera Asamblea Nacional de la LCE en 1969, que aspiraba a realizar un balance de la lucha de clases en México en el periodo que anunciaba la insurgencia sindical de la primera mitad de la década de 1970.[22] La tensión no resuelta entre las tendencias fue determinante en la ruptura.

 

Durante la desintegración, numerosas células de la LCE quedaron desarticuladas y algunas dieron lugar a nuevas agrupaciones que se desarrollaron al calor de la lucha política de la década. En medio de las divisiones y las posiciones, ciertas células de las que formaban parte los fundadores de Compañero decidieron fundar su propia organización. Así, a principios de 1972 había surgido una célula en la que confluían Carmelo Enríquez y Antonio Martínez, antiguos miembros de la LCE. Lo mismo sucedió con Amador Velasco Tobón, el grupo magisterial que él coordinaba, y los cuadros del Comité de Lucha de Arquitectura, donde se encontraba Guillermo Zataraín Luna.[23]

 

Amador Velasco Tobón se formó como profesor en la Escuela Nacional de Maestros (ENM) e inició sus actividades políticas en las manifestaciones contra la intervención estadounidense en Guatemala en 1954. Fue uno de los dirigentes del movimiento estudiantil en la ENM que implementó un paro de labores indefinido en junio de 1960, repudiando el decreto que los obligaba a pagar el monto de las becas al iniciar su ejercicio docente. Debido a la poca participación de los profesores el paro fue derrotado y hubo numerosos despidos, aunque los trabajadores del magisterio lograron recuperar sus puestos. Algunos de los militantes que participaron en el movimiento se integrarían más tarde a la Liga Comunista por la Construcción del Partido Revolucionario del Proletariado (LCCPRP), que junto con la Unión Reivindicadora Obrero-Campesina (UROC) y la Liga Leninista Espartaco (LLE), originó la LCE en 1966.[24] Ése fue el vínculo para la incorporación de Tobón a la LCE por medio de círculos de estudio, donde llegó a la misma célula que Carlos Monsiváis, Armando Bartra y Martín Reyes. Vivió la crisis de la LCE a partir de 1968 y durante su proceso de disolución.[25]

 

Antonio Martínez Torres estudió en la ENM e inició su labor docente en una primaria en 1964, para luego militar en la LCE bajo el seudónimo de “Tomás”. Estudió en la Preparatoria 1 y en la Escuela Nacional de Economía (ENE) de la UNAM, donde participó en el movimiento de 1968. De modo paralelo, participó en su sección del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), en el que promovió su democratización. Por su actividad fue cesado en septiembre de 1968 junto con Jesús Martín del Campo y Pedro Estrada. Entonces se volvió militante de tiempo completo y junto con Martín del Campo viajó a Chihuahua para solidarizarse con los profesores de la Sección 8 del SNTE y las normales rurales opuestos a la orden del presidente Gustavo Díaz Ordaz de cerrar catorce de los veintinueve planteles.[26]

 

Por su parte, Guillermo Zataraín Luna ingresó al poco tiempo de crearse la LCE. Participó en el movimiento de 1968 y luego, como parte del Comité de Lucha de Arquitectura, mantuvo articulado el proceso impulsado por los militantes espartaquistas del grupo “Miguel Hernández” en la Preparatoria Popular de Tacuba. Dicho comité encabezaba desde 1971 un taller que realizaba proyectos de vivienda en Chiapas, en los que participaban brigadas estudiantiles de la preparatoria durante un mes de servicio social como requisito para ingresar a la UNAM.[27]

 

Carmelo Enríquez Rosado ingresó como militante durante la clandestinidad posterior a 1968 y la crisis del espartaquismo. Antes había participado en las movilizaciones del 26 de julio que iniciaron el movimiento de 1968, y fue aprehendido luego de la toma de San Idelfonso por parte del ejército el 29 de julio. Al acabarse el movimiento, ingresó a la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Como antropólogo en ciernes comenzó su vinculación con los trabajadores y el sindicato de la fábrica de hilos Cadena, dirigido por la anarcosindicalista Guadalupe Juárez, donde la LCE tenía presencia por medio de Francisco Pérez Arce. Luego de vivir la represión del 10 de junio de 1971 fue reclutado por la LCE y se incorporó a la célula creada en su escuela, dirigida por Paco Ignacio Taibo II, a la cual también pertenecían Pérez Arce y Silvia Terán. Enríquez amplió entonces sus relaciones: se incorporó a las reuniones de los transportistas de las líneas Cozumel-Peralvillo y Roma-Chapultepec; impulsó la prensa clandestina con los ferrocarrileros de las instalaciones de Pantaco en Azcapotzalco; y contactó a los trabajadores industriales de Naucalpan. En ese proceso lo acompañó Plutarco Emilio García, quien, inclinado a la vinculación social, rechazaba la teoría y le conminaba a dejar el autocultivo intelectual. Para Enríquez, no era posible concebir que la formación teórica estuviese reservada a los dirigentes y que la consigna de dejar de “autocultivarse” se promoviera entre el resto con el fin de privilegiar el trabajo práctico de vinculación popular. Abandonar la formación para estar con los campesinos le parecía una contradicción, pues él provenía del mundo rural y estaba ávido de formarse en política.[28] Así experimentó directamente las contradicciones que atravesaba la LCE.

 

En ese tenso proceso emergió el núcleo fundador de Compañero, cuyos cuadros se habían formado en el seno de la LCE, algunos desde su fundación. La ORC fue creada en marzo de 1972 luego de una primera reunión de cuadros en San Gregorio, Distrito Federal, con solamente nueve militantes: Antonio Martínez Torres, Carmelo Enríquez, Guillermo Zataraín Luna y Amador Velasco Tobón con su grupo magisterial. Después se incorporaron otros grupos en diversas regiones del país hasta alcanzar la cifra de 1 520 miembros antes de 1978.[29]

 

La primera apropiación del maoísmo: práctica política, síntesis de matrices, sistematización y teorización

 

El grupo Compañero surgió de las cenizas del espartaquismo, recuperó sus planteamientos más relevantes, fundiéndolos con nuevas matrices ideológicas y relanzando una política de izquierda anticapitalista, alternativa, de raigambre popular. Los objetivos iniciales de la organización mostraban ya la complejidad de sus tareas: construir el partido, vincularse con las masas y sentar las bases para un nuevo Estado socialista, una democracia popular en poder de los trabajadores.

 

No está claro en qué momento la organización lo adoptó, pero ciertamente Compañero se convirtió en su nombre distintivo hasta el primer congreso en 1981. De acuerdo con algunos documentos, durante su trato con otras organizaciones en el FPI y hasta 1975, se le conoció como el grupo Estrella Roja.[30] Sin embargo, el periódico que le dio nombre —Compañero— surgió a fines de 1973, siendo distribuido en la zona industrial de Naucalpan, de donde podemos concluir que su nombre surgió entre 1973 y 1975. Éste tenía un significado: derivaba de una fuerte pulsión comunitaria, no sólo por la construcción de relaciones sociales nuevas, sino de toda una comunidad política alternativa y con pretensiones de transformar la militancia y el orden sociopolítico.

 

La ORC planteaba una lectura especial de la movilización popular, las organizaciones políticas de izquierda y el papel del Estado desde 1968; reconocía el carácter inusitado de las movilizaciones multisectoriales de ese año, el impulso independiente de la lucha sindical, campesina y urbana popular por la vivienda; y denunciaba la estrategia de represión y apertura desarrollada por el gobierno de Luis Echeverría para controlar el descontento popular. Al mismo tiempo, criticaba la incapacidad ideológica, política y organizativa de sectas y vanguardias al calor del 68. De ahí que considerara urgente adquirir experiencia en la lucha popular y

 

poner en pie a este Partido en el desarrollo de la lucha obrera, campesina, estudiantil y popular en vinculación con otros grupos y cuadros revolucionarios. Poner en pie a este partido, no basta la sola participación activa en el movimiento, ni tampoco la sola lectura de los clásicos; es necesario conocer las leyes de este movimiento, actuar sobre ellas y su desarrollo para tener una guía en nuestra acción política, tanto táctica como estratégica.[31]

 

Así, Compañero se estructuró para participar en la lucha política, con intención de extenderse a frentes sociales diversos, vincularlos y transformarse dialécticamente en dirección política. Partía de la crítica a la incapacidad de otras organizaciones para dirigir, pero continuaba las tesis de la LCE sobre la inexistencia histórica del partido dirigente —recuperada de José Revueltas— y la necesidad de producir teoría conforme a la realidad nacional.

 

El desenlace de la coyuntura de 1968 mostraba la necesidad de una organización social independiente del Estado en términos ideológicos y políticos, que no legitimara la apertura democrática ni se aliara con los segmentos de la burguesía nacional dependiente del imperialismo.[32] Se requería una línea de masas para lograr la articulación con las clases dominadas y explotadas. Para ello, Compañero abrevó de una matriz sociopolítica que brindaba el pensamiento de Mao Tse Tung, no de la guerra popular prolongada sino de la línea de masas desarrollada durante la Revolución Cultural china para movilizar al pueblo contra el burocratismo. Dicha apropiación tenía como objetivo resolver las tensiones del proceso revolucionario: “ser primero alumnos de las masas para luego ser sus maestros”, movilizarlas impulsando un proceso educativo.[33] Así se configuró la apropiación de las masas a partir de sus principios ético-políticos como mecanismo de articulación y métodos de trabajo, en una relación dialéctica con el partido.

 

Así, Compañero comenzó a construir una política propia en los espacios donde tenían presencia sus militantes. Se constituyeron las células estudiantil, magisterial y sindical, con una dirección colectiva y un secretariado provisional a cargo de Tobón, Martínez y Zataraín. Además de sus labores organizativas, debían encargarse del Boletín Interno donde se resumían la experiencia, teoría, directrices y planteamientos políticos del grupo. Compañero continuó el trabajo en el autogobierno y el sector magisterial, comenzó a penetrar en la zona industrial de Naucalpan y en el sindicalismo universitario en ciernes. Eso último, en tanto Martínez se iniciaba como profesor en el área histórico-social del plantel Oriente del Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM.[34]

 

El vínculo con los obreros de Naucalpan, la tesis del carácter dependiente de la economía mexicana y el ascenso de la lucha sindical independiente llevaron a plantear una concepción enriquecida del partido y la línea de masas. Se criticaba el carácter clandestino del movimiento obrero que terminaba atrapado en la legalidad, la desvinculación entre algunas organizaciones políticas y los movimientos sociales que pretendían construir el partido aisladamente, así como lo espontáneo de la línea de masas, estrategia que requería fortalecer los sectores sociales para la lucha política. Así:

 

[...] El desarrollo de una política de masas en el seno del movimiento no puede quedarse en el entendimiento esquemático y simple, de que hay que partir de las necesidades inmediatas de las masas, entendiendo éstas como agitar y levantar las demandas de las masas; las masas, el movimiento obrero saben bien cuáles son sus demandas y ningún compañero que venga desde afuera, se las va a enseñar, lo que necesita el movimiento obrero es cómo dar su lucha, cómo resumir sus experiencias, cómo organizarse, cómo elevar su conciencia de lucha, qué relación hay en sus movimientos y los que dan los demás sectores oprimidos del pueblo.[35]

 

En este sentido, la organización política podía aportar valiosas experiencias de movilización, síntesis, formación y articulación por sectores. Aunque la polarización política y el contexto de la insurgencia sindical señalaban la centralidad de los obreros, la ORC buscaba incorporar a otros sectores mediante la organización independiente de masas, la creación de estructuras partidarias y la posibilidad de establecer frentes amplios, mediante la lucha legal e ilegal en un enfrentamiento continuo al Estado. Por ello:

 

En la medida en que las masas enfrentan al Estado en su lucha, ya sea por el reconocimiento de su sindicato, por imponer presidentes municipales electos por el pueblo, por contestar direcciones democráticas en sus escuelas, etc., y que el gobierno de la burguesía la reprime, la tendencia de las masas es la de organizar poderes paralelos a los controlados por el Estado.[36]

 

En dichas organizaciones se veía el germen de un nuevo poder de masas reproducido en cada lucha política, pues debían consolidarse difundiendo el potencial de su propia estructura, siempre con la premisa de construir un nuevo Estado, pues

 

consolidar estas organizaciones como un poder de las masas, que se establezcan en su seno nueva relaciones sociales que permitan avanzar en la lucha por la conquista del poder político, que en esta etapa transitoria, permita utilizar las leyes cuando convenga al proletariado y a las fuerzas populares para dar pasos utilizando la fuerza cuando las situación así convenga a la lucha popular.[37]

 

En suma, se desarrolló una perspectiva de poder que aunaba organización sociopolítica y el partido articulado a las clases y sectores sociales. Ante el proceso de recomposición de la hegemonía burguesa, se necesitaba una línea de masas para liberar las bases políticas del control estatal, estrechamente arraigado en la sociedad civil con la mediación del corporativismo. Era necesario también constituirlas como todo un poder paralelo y popular, si bien dichas formas consistían en comunidades políticas consensuales base sin un proceso de diferenciación mayor.

 

En el mismo año de su fundación, la ORC comenzó a crecer gracias a los contactos con militantes de otras organizaciones o que habían confluido en el movimiento estudiantil. A manera de ejemplo, observemos la incorporación de Jesús Rojas y Gaspar Morquecho: se conocieron en las celdas de la jefatura de policía y estuvieron juntos en la cárcel de Lecumberri tras haber sido detenidos entre el 2 y el 3 de octubre de 1968. Rojas era activista de la Preparatoria Popular de Tacuba y Morquecho pasó de la preparatoria a estudiar en la Escuela Nacional de Arquitectura de la UNAM. Morquecho participaba en un taller que organizaba proyectos de vivienda en Chiapas, a donde viajó en 1972 para trabajar en Huixtán. Allí coincidió de nuevo con Rojas, quien participaba en una brigada de cien estudiantes, organizada por el Comité de Lucha de Arquitectura, que consistía en un mes de servicio social como requisito para ingresar a la UNAM. En Huixtán, Morquecho fue reclutado.[38] De forma clandestina se desplegó el reclutamiento de cuadros para desarrollar iniciativas políticas, de donde se explica cómo creció la organización en ciertas regiones.

 

Estrategias semejantes sostuvieron la lucha del autogobierno en Arquitectura, que buscaba la vinculación con el pueblo,[39] y se obtuvieron enseñanzas fundamentales sobre participación social, con los vínculos que se extendían a la LCE y los Comités de Lucha por medio de Gaspar Morquecho, que se unió a la célula estudiantil en 1973,[40] tras participar en los proyectos de vinculación comunitaria en Chiapas. Para ello había sido fundamental la comprensión totalizante de la realidad, el análisis del panorama nacional con orientación transformadora, la verificación del conocimiento en la práctica y la autogestión política, o sea, conducir de manera autónoma las tareas a desempeñar en la sociedad.[41] Este trabajo articuló diversas luchas cuando se creó el FPI, como veremos más adelante.

 

Siguieron el mismo camino el autogobierno de la ENAH, el cogobierno de Medicina, y otros centros universitarios con la línea de masas que disputaba el poder político y académico. De hecho, desde principios de 1973 este proceso se sistematizó en el sector. Se consideraba que había cambiado el panorama tras el repunte del movimiento estudiantil, la deposición de Pablo González Casanova y la llegada de Guillermo Soberón. Los autogobiernos y cogobiernos parecían entonces la perspectiva táctica del movimiento, instaurando nuevas relaciones pedagógicas no opresivas, promotoras de una conciencia crítica, vinculando la teoría con la práctica y a las instituciones educativas con el pueblo. Estas experiencias se consideraban la expresión de una política distinta en el seno del movimiento estudiantil que partía de sus necesidades y no de copiar la “política del proletariado”. Había que sentar las bases de la nueva educación, la democratización de la universidad, el vínculo con los sectores populares y la crítica al Estado capitalista y el imperialismo.[42]

 

De modo paralelo, Compañero creció en el sector sindical al abrigo de la insurgencia de principios de los setenta.[43] Además de la reivindicación económica de los trabajadores, se luchaba por democracia e independencia sindical.[44] El mayor desarrollo ocurrió entre los obreros en la zona industrial de la Ciudad de México, que incluía Tlalnepantla y Ecatepec, con una zona conurbada en Naucalpan, Magdalena Contreras, Tlalpan y Xochimilco, producida por la construcción del anillo periférico.[45] Carmelo Enríquez, ya con experiencia sindical, intensificó su trabajo político en la zona fabril de Naucalpan, vinculándose con los trabajadores de la pequeña y mediana industria, intentando aprender y ponerse al servicio de los movimientos sindicales, conociendo sus formas de lucha y las leyes usadas en su contra. Ante la derrota de procesos aislados promovió la unidad mediante una política para todas las empresas de la zona.[46]

 

Si bien se instrumentaron políticas de línea de masas, lo cierto es que el primer bienio no parece haber arrojado mayores resultados. Puesto que el sector magisterial resaltaba porque —pese a su especificidad— incidía en otros ámbitos, Compañero emprendió la organización de línea de masas en diversos niveles desde células de activistas a estructuras partidarias, respaldando la vinculación popular unitaria y de frente que planteaba el Programa del Frente Magisterial Independiente Nacional (FMIN).[47] En 1974 se decía que éste no había sido capaz de organizar las luchas del sector debido a la acción desarticulada de las fuerzas que lo constituían y la carencia de orientación práctica. Para entonces se sopesaba la posibilidad de unirse con el Movimiento Revolucionario Magisterial.[48] Aunque también hubo cuadros entre ferrocarrileros,[49] no hay evidencia mayor de desarrollo en ese sector.

 

A partir de 1973 incrementó la articulación sociopolítica, por lo cual Compañero se planteó la creación de una estructura partidaria en los sectores de mayor desarrollo, la Juventud Revolucionaria (JR) en el sector estudiantil y los Comités Revolucionarios (CR) para los obreros en la zona industrial de Naucalpan. Además, en marzo de 1974 propuso intensificar la formación política y la labor teórica desde la perspectiva maoísta para generar iniciativas en los sectores con mayor influencia.[50] A pesar de la articulación con los colonos de las zonas marginadas de la urbe y una incipiente política en el campo que tardarían en dar resultados,[51] ninguna iniciativa prosperó lo suficiente en ese par de años como para crear una estructura sectorial equiparable a la magisterial. De hecho, en las colonias populares sólo se desarrolló hasta 1975.[52]

 

La JR surgió en 1973 del trabajo de Compañero dentro del movimiento estudiantil y el autogobierno. Primero se pensó en una estructura de simpatizantes para movilizarse y unirse a las luchas populares, aunque luego se concibió no como un partido, sino como programa de reclutamiento y formación de cuadros: del simpatizante al militante.[53]

 

Respecto del trabajo sindical en la concepción del partido y la línea de masas, se propuso instaurar comités revolucionarios formados desde la base, ligados al partido, que enriquecieran su perspectiva estratégica y táctica mediante la producción y promoción de impresos que consideraran la lucha del trabajador.[54] Ésta fue sintetizada y politizada por Enríquez en el periódico clandestino Compañero, que comenzó a circular en octubre de 1973, en formato de bolsillo y con un lenguaje asequible, como instrumento de unificación para superar las derrotas aisladas, como señalaría más tarde un informe del Secretariado,[55] y “contribuir en la orientación de la lucha obrera y crear los gérmenes del partido en una zona industrial”, según declaraba el propio periódico en su segunda época.[56] El periódico se concentraba en la precarización laboral, el abuso de los patrones y líderes charros, y las luchas particulares en las empresas, con especial referencia a los procesos de Tlalnepantla y Naucalpan en Duramil,[57] un mitin en Osram,[58] las huelgas en la fábrica textil Belinda y en Manufacturas Eléctricas, Eléctrica Garrad y Accesorios Electrónicos.[59]

 

De la vinculación con los trabajadores y de la perspectiva política trazada para Naucalpan surgió el primer Comité Revolucionario (CR). Como dirección política extrasindical tenía la responsabilidad de consolidar organizaciones independientes dentro o fuera de las fábricas, informar de las luchas en todo el país y movilizarse en su apoyo, estudiar la zona industrial y la organización de capitalistas y charros, reunir a los trabajadores más conscientes en círculos obreros para incorporarlos al partido y editar el periódico que fomentara la crítica al Estado.[60]

 

Con esa estructura se articuló a las diversas industrias a partir de sus luchas comunes y se promovieron huelgas de facto, inauguradas con la de Lido Texturizado en junio de 1974, que estalló por el reconocimiento de su sindicato independiente, opuesto al controlado por el corporativismo del Estado. A dicha huelga se sumaron las de General Electric, Fervi y Up-John, todas con el apoyo del FPI y el Sindicato de Industria Liga de Soldadores, y su alianza culminó con una movilización al Zócalo el 6 de agosto de 1974, con un pliego de demandas que incorporaba los procesos del FPI.[61] El crecimiento en el curso de ese año impulsó una estructura partidaria más compleja: grupos de lucha sindical, círculos revolucionarios, células, equipos de distribución y comités locales de dirección intermedia.[62] Respecto a la perspectiva maoísta de los grupos de lucha sindical se planteaba:

 

En estos grupos juega especial importancia nuestro estilo de trabajo; procurar la participación de todos, lograr sus puntos de vista, emitir el nuestro, orientar la lucha, explicar científicamente el fenómeno, ganar su confianza, vincularnos con otros luchadores sindicales. Hablar de las organizaciones de masas y de la necesidad del partido, inculcar el espíritu maoísta de servir al pueblo, desarrollar un correcto estilo de dirección política, ejercer la crítica y la autocrítica, impulsar el espíritu de consultar a las masas, iniciar el estudio del marxismo leninismo pensamiento Mao Tse-tung [sic].[63]

 

En esa época inició la entrada en las zonas populares; comenzaba una fuerte movilización con la toma de terrenos, la aparición de nuevas colonias y la demanda de servicios, pero Compañero aún no se articulaba con los colonos. De ahí que en 1973 se propusiera incidir en las colonias populares. Ésa fue la responsabilidad de Gaspar Morquecho, que regresaba a la capital del trabajo en Chiapas con el autogobierno de Arquitectura. Luego de ser profesor de la Preparatoria Popular, la célula estudiantil a la que pertenecía le encomendó crear una célula popular, a lo que se abocó junto con Jesús Rojas hasta su traslado a Monterrey un año después.[64]

 

Los gobiernos universitarios organizaron brigadas con la idea de ponerse al servicio de los obreros y los colonos a fin de conformar un frente común. Así, respaldaron huelgas en Naucalpan y luchas de colonos en la periferia. En este último caso aportaron sus conocimientos y herramientas para resolver problemas de tenencia de la tierra y servicios públicos. Otra vertiente surgió a partir del vínculo de Carmelo Enríquez con los obreros de Naucalpan, y de sus relaciones con maristas y jesuitas, algunos de los cuales, como el cura Rafael Reygadas Robles-Gil, se incorporaron a la militancia y desempeñaron un papel fundamental en los barrios. En este sector surgió la idea de articularse en un organismo para resolver sus demandas y enfrentar la represión, lo cual llevó a la fundación del FPI a fines de 1973.[65]

 

Ello no constituía el primer esfuerzo de este tipo, pues para entonces había experiencias similares en Durango, Chihuahua, Monterrey y Yucatán. A partir de la publicación del periódico Frente Popular, en septiembre de 1973, comenzaron a aglutinarse diversos movimientos en el centro del país: la colonia proletaria Rubén Jaramillo, los colonos de Ciudad Nezahualcóyotl e Iztacalco y los trabajadores de Textil Lanera.[66] Todos ellos se unieron al autogobierno de Arquitectura y en noviembre lanzaron la convocatoria para constituir un Frente Popular del Distrito Federal. Pretendían agrupar las causas regionales en un gran frente para combatir a los capitalistas e instaurar un nuevo gobierno, bajo un programa de independencia política, democracia en las organizaciones sociales y en la enseñanza, vinculación popular y libertades políticas.[67] A partir de entonces, Compañero incorporó grupos como el FMIN, el MSF, la Liga de Soldadores, huelgas en Tula, Fervi, Up-John y Cactus, General Electric, Lido Texturizado y Medalla de Oro, las colonias de Santo Domingo de los Reyes, Ampliación Héroes de Padierna, Romero de Terreros (Tecualiapan), Cuadrante de San Francisco, Colonos de Iztacalco, Campestre Guadalupana, Colonos de Ciudad Nezahualcóyotl y Cerro del Judío, así como a campesinos de Amacuzac Morelos y del campamento Tierra y Libertad de San Luis Potosí, pequeños comerciantes y estudiantes, que fueron formalmente unificados en el pliego petitorio del Zócalo.[68] En el FPI también confluyeron organizaciones políticas de distinto tamaño, algunas de las cuales tenían contacto con los grupos de arriba: Lucha Obrera Popular, Voz Proletaria, Círculo Marxista Leninista, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria de México, Notas Proletarias, el Frente Popular Revolucionario y la Liga Socialista.[69]

 

La primera reflexión teórica acerca de las colonias populares fue posterior a la formación del propio FPI. Se reconocía el fenómeno migratorio del campo a la ciudad, así como la constitución de cinturones de miseria o “centros populares” en la periferia de la ciudad, en conflicto con los fraccionadores y especuladores de la tierra, mientras las políticas del Estado favorecían el monopolio del mercado inmobiliario. Tras las luchas de colonos en Chihuahua y Monterrey, y la colonia Rubén Jaramillo, Compañero sintetizó esa experiencia y reconoció a los colonos como un actor más de la lucha de clases. De ahí que fuese fundamental unírseles para transformarlos en una fuerza revolucionaria, superando la influencia de la ideología dominante, gestando organizaciones de masas donde no las hubiese y fortaleciendo las existentes, y relacionándolos con otros sectores mediante la solidaridad.[70]

 

En ese sentido, se reconocía la relevancia de los frentes populares en la lucha multisectorial, que parecían la mejor alternativa organizativa popular ante la ausencia de un partido revolucionario, no sólo en la capital sino en el resto del país: Chihuahua, Durango, Monterrey, Oaxaca y Puebla. Había que transformarlos en polos de atracción para todos los sectores en lucha contra la burguesía, con los obreros como columna vertebral, a fin de que, además de acelerar el cumplimiento de las demandas concretas del pueblo, los frentes se transformaran a la vez en instrumentos para la construcción del partido abocados a la lucha por la revolución. Debían vincularse con las masas y garantizar su carácter representativo:

 

Los frentes populares no son los ‘dirigentes’ que se reúnen para discutir. Los frentes populares son y deben serlo, las masas que representan esos dirigentes. De tal manera que cuando se pretende fortalecer a los frentes populares no debe hacerse ‘desde arriba’ sino indudablemente desde abajo, desde sus cimientos. ‘Menores tropas pero mejores’ y contra los ‘aparatos políticos de membrete’ debe ser nuestra política en el seno de los frentes populares para transformarlos realmente en verdaderas representaciones políticas de las masas.[71]

 

Además, debían superar sus problemas de indisciplina y cumplimiento de acuerdos, y abandonar la idea de que el frente resolvería la lucha específica de alguno de los sectores, pues:

 

[…] lo que nosotros debemos entender y persistentemente transmitir, es que la victoria o la derrota de una lucha, la determinan fundamentalmente las fuerzas internas que participan en ella, la situación política concreta en que se encuentran cada una de ellas, el estado de ánimo y disposición de las masas que participan directamente en ella y en gran medida, en la táctica y estrategia aplicadas para esa lucha en particular.[72]

 

Estos factores imponían una serie de tareas prácticas: ganar la confianza del pueblo, combatir el aislamiento y desorganización entre frentes locales y regionales, así como la influencia de la burguesía en las colonias, precisar científicamente una línea política para el trabajo popular y desarrollar los Frentes Amplios del Pueblo. Surgirían organizaciones de masas en colonias, fábricas y escuelas, que transformarían las acciones de colonos en movimientos del pueblo en general.[73]

 

Así, el momento culminante para la articulación popular de Compañero llegó con el FPI entre 1973 y 1974, y se extendió hasta su disolución. Se reflexionaba sobre las relaciones entre la organización política y los organismos de masas según su amplitud, composición y objetivos. La actitud de dichos organismos se consideraba amplia y democrática, fundada en las necesidades materiales para elevar la conciencia política, compuesta por clases, fracciones de clase y sectores sociales múltiples. A la organización política se le atribuía un carácter más estricto y cerrado, al partir de la estrategia que adoptaba según la etapa del proceso, con una composición más homogénea, disciplinada y clandestina.

 

Para unificar estos dos poderes, surgieron los Núcleos de Dirección Política, nivel intermedio entre el movimiento de masas y el partido revolucionario.[74] Dichos elementos fueron incorporados en la teorización sobre el FPI. El frente surgía para resolver demandas inmediatas y por la apremiante urgencia de unidad y solidaridad, ante la falta de un partido que guiara a clases y sectores sociales. A fin de que las distintas organizaciones políticas pudieran conducirlo, necesitaba de los núcleos. El frente no era un fin en sí mismo, sino un medio para garantizar el desarrollo político e ideológico de las clases y sectores en lucha, para lo cual

 

las organizaciones revolucionarias que se mueven en su seno deben partir en todo momento de las necesidades de las masas para organizarlas, politizarlas y movilizarlas; deben luchar por resolver sus problemas inmediatos, deben contar con cuadros revolucionarios pacientes, dispuestos al sacrificio, disciplinados y firmes que garanticen la aplicación de una política de masas; cuadros armados de una visión táctica y estratégica correcta, que logren a cada paso hacer avanzar al pueblo a través de la lucha tortuosa y larga.[75]

 

De tal modo, su existencia dependía del cumplimiento de sus objetivos, así como del cambio de las necesidades estratégicas del proceso revolucionario. Hasta 1976, Compañero participó en el FPI desarrollando su planteamiento político, impulsando la organización, movilización y educación política popular desde su perspectiva maoísta, y la unidad con el resto de las organizaciones políticas del Frente. Pero analizar con detalle el desarrollo práctico y teórico de la participación de Compañero en el FPI (1973-1976), así como la disolución de éste y su transformación en organizaciones sectoriales, supera las intenciones de este texto.

 

A modo de conclusión

 

Los primeros años de Compañero están estrechamente relacionados con la apropiación del maoísmo en México. Entre las variadas interpretaciones de esta doctrina en México, Compañero priorizó la articulación sociopolítica, los métodos de trabajo y de dirección, y la movilización de clases y sectores bajo un fuerte influjo de la Revolución Cultural. Dicha interpretación era consistente con los procesos endógenos a los que la organización estaba ligada indisolublemente: la reconfiguración de la izquierda local en la década de 1960, la estrategia de guerra popular prolongada adoptada por la LCE, los retos políticos surgidos del movimiento estudiantil-popular de 1968, la lucha armada de las organizaciones guerrilleras, la represión estatal y la clandestinidad obligatoria.

 

Compañero combinó la influencia política global del maoísmo con la realidad local. Su consigna fue vincularse con el pueblo para construir el partido revolucionario. En sus primeros años, se inclinó por la primera tarea sin desatender la segunda, tendiendo nexos entre estudiantes, obreros, maestros y colonos. Así, logró promover un espacio de articulación sectorial por medio del FPI para la lucha reivindicativa y política. Queda pendiente reconstruir con mayor detalle este proceso de articulación no meramente formal, sino material. En términos más generales, el estudio de las organizaciones maoístas mexicanas es aún incipiente y hacen falta mayores indagaciones que permitan reconstruir un periodo de intensa actividad sociopolítica en el que la apropiación del maoísmo desempeñó un papel principal en el cambio social y político.

 


* Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales, UNAM.

[1] Mathew Rothwell, Transpacific Revolutionaries: The Chinese Revolution in Latin America, Nueva York, Routledge, 2012; Mathew Rothwell, “Transpacific revolutionaries: The creation of Latin American Maoism”, en Karen Dubinsky et al. (coords.), New World Coming: The Sixties and the Shaping of Global Consciousness, Toronto, Between the Lines, 2009, pp. 106-114.


[2] Un ejemplo en Colombia lo muestra el Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario, fundado en 1969; véase José Abelardo Díaz Jaramillo, “Del liberalismo al maoísmo: encuentros y desencuentros políticos en Francisco Mosquera Sánchez, 1958-1969”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, vol. XXXVIII, núm. 1 (enero-junio), Bogotá, 2011, pp. 141-176.

[3] Immanuel Wallerstein, “1968: revolución en el sistema-mundo. Tesis e interrogantes”, Estudios Sociológicos, vol. VII, núm. 20 (mayo-agosto), México, 1989, pp. 229-249.

[4] El concepto de apropiación resulta fundamental para esta indagación en términos de la relación existente entre práctica y objetos-significados circulantes. Nos remite a la manera en que los contenidos semánticos son resignificados, configurando horizontes de sentido, en este caso colectivos, y el papel que tienen en estructurar la agencia para reafirmar o disputar el orden de representaciones vigentes, la hegemonía del bloque dominante. Se trata aquí de un fenómeno político-cultural no reducido al nivel de las representaciones, sino que tiene una dimensión práctica, en este caso política: la acción política estratégica o táctica. Recupero las nociones y sus relaciones de diversos escritos desarrollados en el análisis cultural de Roger Chartier y Bolívar Echeverría con el concepto de hegemonía de Gramsci. Recordemos que la hegemonía tiene un componente coercitivo y uno consensual en la aceptación y reproducción política del orden vigente. Este último aspecto tiene una dimensión simbólica como concepción de mundo (ideología) que abarca múltiples ámbitos, desde la ciencia y la filosofía hasta un aparato de hegemonía estatal. Pero la construcción de hegemonía no es privativa de las clases dominantes, sino también de las dominadas, construyendo consenso y coerción respecto de su adversario, disputando la hegemonía del bloque en el poder. En ese proceso el partido político que representa el interés de las clases explotadas y dominadas en la organización de la hegemonía y el consenso, tanto como los cuadros y dirigentes políticos que se vinculan y recogen con las representaciones populares, desarrollarlas políticamente y producir dirigentes. En ese sentido, los maoístas tuvieron un gran éxito al fundirse con las clases explotadas y dominadas, recuperando sus saberes, produciendo dirigentes y desarrollando una conciencia crítica del mundo. Véase Bolívar Echeverría, Definición de la cultura, México, FCE / Ítaca, 2001; Roger Chartier, La historia o la lectura del tiempo, Barcelona, Gedisa, 2007, y Sociedad y escritura en la edad moderna. La cultura como apropiación, México, Instituto Mora, 1995. Sobre los temas señalados abordados por Gramsci véase Antonio Gramsci, Antología, sel., trad. y notas de Manuel Sacristán, México, Siglo XXI, 1970; La política y el Estado moderno, Barcelona, Diario Público, 1971; El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, México, Juan Pablos, 1975; La formación de los intelectuales, México, Grijalbo, 1967; Jean-Marc Piotte, La pensée politique de Gramsci, París, Anthropos, 1977, especialmente los capítulos IV, V, VII y VIII; Christine Buci-Glucksmann, Gramsci y el Estado. Hacia una teoría materialista de la filosofía, México, Siglo XXI, 1975; Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia, España, Siglo XXI, 1985. Sobre las transformaciones del concepto de hegemonía véase Perry Anderson, Las antinomias de Antonio Gramsci. Estado y Revolución en Occidente, México, Fontamara, 1978, pp. 19-80.

[5] Luis Hernández Navarro, “Camilo Chávez, el metalúrgico rojo”, La Jornada, México, 4 de enero de 2011; Luis Hernández Navarro, “Antonio Martínez, el camarada Tomás”, La Jornada, México, 13 de julio de 2010; Luis Hernández Navarro, “Edelmiro Maldonado, historia debida”, La Jornada, México, 28 de julio de 2020.

[6] Octavio Rodríguez Araujo, La izquierda en México, México, Orfila, 2015, pp. 31-40.

[7] Fabio Barbosa, “Las Utopías cambiantes”, Nexos, 1 de agosto de 1983; “La izquierda radical en México”, Revista Mexicana de Sociología, vol. XLVI, núm. 2, México, 1984, pp. 111-138. Sobre la Cooperativa de Cine Marginal se puede consultar Alonso Gettino Lima, “Expectativas y experiencias de un cine marginal (1971-1976)”, Secuencia, núm. 101, México, 2018, pp. 232-255. De todas las anteriores se conoce más acerca de Política Popular por ser uno de los mejor documentados, para lo cual remito a Jorge Iván Puma Crespo, “Los maoístas del norte de México: breve historia de Política Popular-Línea Proletaria”, Revista Izquierdas, núm. 27, México, 2016, pp. 200-229; Adolfo Orive, “Entrevista realizada por José Luis Torres el 14 de julio de 2008”, en Adolfo Orive y José Luis Torres, Poder Popular. Construcción de ciudadanía y comunidad, México, Juan Pablos / Fundación México Social Siglo XXI, 2010, pp. 299-302; Armando Mier Merello, Sujetos, luchas, procesos y movimientos sociales en el Morelos contemporáneo. Una interpretación, México, Sindicato de Trabajadores-UAEMéx / Unidad Central de Estudios para el Desarrollo Social, 2003, pp. 337-339; Arturo Anguiano, Entre el pasado y el futuro. La izquierda en México, 1969-1995, México, UAM-X, 1997, p. 34; Julio Bracho, “La izquierda integrada al pueblo y la solidaridad: revisiones de Política Popular”, Revista Mexicana de Sociología, vol. LV, núm. 3, 1993, pp. 69-87; Neil Harvey, “La Unión de Uniones de Chiapas y los retos políticos del desarrollo de base”, en Julio Moguel, Carlota Botey y Luis Hernández (coords.), Autonomía y nuevos sujetos sociales en el desarrollo rural, México, Siglo XXI, 1992, pp. 219-232; Vivienne Bennet, “Orígenes del Movimiento Urbano Popular Mexicano: pensamiento político y organizaciones políticas clandestinas, 1960-1980”, Revista Mexicana de Sociología, vol. LV, núm. 3, México, 1993, pp. 89-102; Línea de Masas, Algunos elementos sobre la construcción de la organización partidaria, Monterrey, Spi, 1980. Sobre la colonia Rubén Jaramillo impulsada por Felipe Medrano del PPUA, véase Uriel Velázquez, “El maoísmo en México. El caso del Partido Revolucionario del Proletariado Mexicano, 1969-1970”, Encartes Antropológicos, vol. I, núm. 1, México, 2018, pp. 101-120; y Azucena Citlalli Jaso Galván, “La colonia proletaria Rubén Jaramillo: la lucha por la tenencia de la tierra y la guerra popular prolongada (31 de marzo de 1973-enero de 1974)”, tesis de licenciatura, UNAM, México, 2011.

[8] Remito a las reflexiones plasmadas en J. Rodrigo Moreno Elizondo, “El movimiento estudiantil-popular de 1968 y la recomposición de las organizaciones políticas de izquierda”, Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, nueva época, vol. XLIII, núm. 234, México, 2018, pp. 239-264; Arturo Anguiano, op. cit., pp. 23-255, y Barry Carr, La izquierda en México, México, Era, 1991, caps. VII-VIII.

[9] Resoluciones del 1er Congreso de la Organización Revolucionaria Compañero, México [s. e.], agosto, 1981.

[10] “Vínculos de amistad con partidos hermanos”, Tribuna Roja, núm. 35, Bogotá, enero de 1980; “Diálogo de partidos revolucionarios en Bogotá”, Tribuna Roja, núm. 40, Bogotá, noviembre de 1981; “Antonio Martínez, de la Organización Revolucionaria ‘Compañero’ de México: ‘La lucha contra el revisionismo va a ser prolongada’”, Tribuna Roja, núm. 40, Bogotá, noviembre de 1981; “La lucha por la vivienda en México”, Tribuna Roja, núm. 41, Bogotá, enero de 1982.

[11] Entre ellos el relevante e inédito trabajo de Josiane Cecile Olga Bouchier Tretiack, “La Coordinadora Nacional del Movimiento Urbano Popular (CONAMUP): una historia de odios y amores, encuentros y desencuentros entre organizaciones políticas”, tesis de licenciatura, FCPyC-UNAM, México, 1988; y por otro lado, Vivienne Bennet, op. cit.

[12] Jorge Cadena Roa, “¿Qué hay de nuevo con las redes mexicanas de organizaciones civiles?”, en Jorge Cadena Roa (coord.), Las organizaciones civiles mexicanas hoy, México, CEIICH-UNAM, 2004, pp. 155-214.

[13] Miguel Armando López Leyva, La encrucijada: entre la protesta social y la participación electoral (1988), México, Flacso / Plaza y Valdés, 2007, p. 26.

[14] Luis Hernández Navarro, "Antonio Martínez, el camarada Tomás", op. cit., 2010; Luis Hernández Navarro, "Edelmiro Maldonado, historia debida", op. cit., 2020.

[15] Roberto Rico Ramírez, El Retorno. La Unión de Colonias Populares del Valle de México (UCP-VM): sus orígenes, sus organizaciones, México, Universidad de Ciencias Penales y Sociales / Partido de la Revolución Democrática / Brigada para Leer en Libertad, 2011 (la segunda edición de 2016 agrega el subtítulo: Una historia de encuentros y desencuentros en la izquierda social mexicana); Roberto Rico Ramírez, “La muerte de Chava Canchola”, La Jornada, México, 18 de noviembre de 2012; “La Unión de Colonias Populares del Valle de México”, La Jornada, México, 19 de julio de 2013.

[16] Yahali Rosa Lombero Laguna, “La formación política en el Partido de la Revolución Democrática”, tesis de doctorado, Universidad Pedagógica Nacional, México, 2008, p. 158; Xochitl Leyva y Christopher Gunderson, “The Tapestry of Neo-Zapatismo. Origins and Development”, en Jai Sen y Peter Waterman (eds.), The Movements of Movements: Struggles for Other Worlds, Nueva Deli, OpenWorld, 2011; Christopher Gunderson, “The Provocative Cocktail: Intelectual Origins of the Zapatista Uprising, 1960-1994”, tesis doctoral, The City University of New York, Nueva York, 2013, pp. 289 y 315.

[17] Un tratamiento amplio de este tema y la disolución de la LCE se puede ver en José Rodrigo Moreno Elizondo, "El movimiento estudiantil popular de 1968”, op. cit., pp. 239-264; “La Liga Comunista Espartaco: 1966-1972. Notas de investigación, indicios, tesis e interrogantes”, Izquierdas, núm. 49, Santiago, julio de 2020, pp. 1112-1133.

[18] “Discrepancias en el movimiento comunista internacional”, El Militante, año 1, núm. 3, México, diciembre de 1966.

[19] Paulina Fernández Christlieb, El espartaquismo en México, México, El Caballito, 1978, p. 229.

[20] Véase J. Rodrigo Moreno Elizondo, " El movimiento estudiantil popular de 1968", op. cit., 2018.

[21] Paulina Fernández Christlieb, op. cit., pp. 143-145 y 188.

[22] José Rodrigo Moreno Elizondo, "El movimiento estudiantil popular e 1968", op. cit., 2018.

[23] Idem.

[24] No está de más recordar que la LCE fue producto de la fusión de la LCCPRP —dirigida por Carlos Pereyra— y la UROC —dirigida por Rubelio Fernández Dorado—, a las que finalmente se unió en 1966 la LLE ya sin su fundador, José Revueltas. Sobre la historia de esos organismos véase Paulina Fernández Christlieb, op. cit.; José Revueltas, Obras completas, t. 14, México, Era, 1984.

[25] Entrevista a Amador Velasco Tobón realizada por J. Rodrigo Moreno Elizondo, Ciudad de México, 20 de julio de 2017.

[26] Luis Hernández Navarro, "Antonio Martínez, el camarada Tomás", op. cit., 2010.

[27] Rafael Reygadas Robles-Gil, Universidad, autogestión y modernidad (estudio comparado de la formación de arquitectos. 1968-1983), México, UNAM, 1988, pp. 60-61.

[28] Entrevista a Carmelo Enríquez Rosado realizada por J. Rodrigo Moreno Elizondo, Cuernavaca, Morelos, 10 de agosto de 2017.

[29] Secretariado Provisional, Informe para la Segunda Reunión de Cuadros, México, enero de 1977, p. 1; Resoluciones del 1er Congreso... op. cit., p. 2b; la cifra de militantes se obtuvo de “Acta de la reunión”, Boletín Interno, núm. 29, México, 1986, p. 14; entrevista a Carmelo Enríquez Rosado, op. cit.; Roberto Rico Ramírez, "El retorno, la Unión de Colonias Populares del Valle de México", op. cit., 2011, pp. 21-22.

[30] “Sobre las elecciones”, Circular, núm. 3, México, diciembre de 1975.

[31] “Nuestros objetivos”, Boletín Interno, núm. 1, México, diciembre de 1972, p. 2.

[32] “¿El aperturismo: política consecuente, revolucionaria?”, Boletín Interno, núm. 1, México, diciembre de 1972, pp. 3-5.

[33] Esas ideas están contenidas en “Confiar en las masas, apoyarse en las masas”, Hongqi, núm. 9, México, 1966, y “De las masas a las masas”, Diario del Pueblo, México, 21 de julio de 1966.

[34] Entrevista a Carmelo Enríquez, op. cit.; Luis Hernández Navarro, op. cit., 2010.

[35] “El partido y la línea de masas”, Boletín Interno, núm. 3, México, septiembre de 1973, pp. 1-6.

[36] Ibidem, pp. 13-14.

[37] Ibidem, p. 14.

[38] Gaspar Morquecho, “Así es la muerte... de ojeta”, Ciudad Real Hoy. La Voz de los Altos de Chiapas, núm. 26, San Cristóbal de Las Casas, 22 de enero de 2013; Gaspar Morquecho, “A 6,570 días del levantamiento armado del EZLN (VII)”, América Latina en Movimiento [en línea], 26 de enero de 2012, recuperado de https://www.alainet.org/es/active/52390.

[39] Secretariado Provisional, op. cit., p. 2.

[40] Gaspar Morquecho, "Así es la muerte... de ojeta", op. cit., 2013.

[41] Rafael Reygadas Robles-Gil, op. cit.

[42] “Hacia una línea política de masas en el Movimiento Estudiantil”, Boletín Interno, núm. 2, México, abril de 1973, pp. 5-9; Secretariado Provisional, op. cit., pp. 5-6.

[43] Véase Enrique de la Garza Toledo, “Independent Trade Unionism in Mexico: Past Developments and Future perspectives”, en Kevin J. Middlebrook (ed.), Unions, Workers and the State in México, San Diego, University of California, 1991, pp. 153-184.

[44] “Observaciones al documento « sobre la línea política sindical proletaria»”, Boletín Interno, núm. 4, México, marzo de 1974, pp. 15-18.

[45] Javier Delgado, “De los anillos de segregación. La ciudad de México. 1950-1987”, Estudios Demográficos y Urbanos, México, El Colegio de México, vol. V, núm. 2 (mayo-agosto), 1990, p. 242.

[46] Secretariado Provisional, op. cit., p. 2; entrevista a Carmelo Enríquez, op. cit.

[47] “Situación y perspectivas de la lucha magisterial en la etapa actual”, Boletín Interno, núm. 2, México, abril de 1973, pp. 10-13.

[48] “Análisis autocrítico del Frente Sindical Independiente y de la política de Frente Único”, 24 de marzo de 1974.

[49] “El Movimiento Sindical Ferrocarrilero. Historia y situación actual. Nuestras experiencias”, Boletín Interno, núm. 4, México, marzo de 1974, pp. 1-7.

[50] “Hacia la preparación teórica. Hacia la profundización de nuestra línea política”, Boletín Interno, núm. 4, México, marzo de 1974, pp. 32-34.

[51] “Carta a unos camaradas sobre la alianza obrero-campesino-estudiantil popular en una región del país”, Boletín Interno, núm. 2, México, abril de 1973, 1-4; Secretariado Provisional, op. cit., p. 8.

[52] “Construir el partido en los barrios obreros y populares es una necesidad del pueblo”, Boletín Interno, núm. 6, México, julio de 1975, pp. 31-38.

[53]“Hacia una línea política...”, op. cit.; “Sobre la JR en la actualidad”, Boletín Interno, núm. 5, México, noviembre de 1974, pp. 9-11.

[54] “El partido y la línea de masas”, op. cit., pp. 8-9.

[55] Secretariado Provisional, op. cit., p. 2.

[56] “Impulsar la conciencia revolucionaria de los trabajadores y su organización de clase: cometido de Compañero”, Compañero, segunda época, año 1, núm. 1, México, junio de 1977, p. 2.

[57] “Duramil: no desmayar y los fracasos se convertirán en triunfos”, Compañero, año 1, núm. 2, México, noviembre de 1973, pp. 3-4.

[58] “Mitin en Osram”, Compañero, año 1, núm. 2, México, noviembre de 1973, p. 5.

[59] “Cerca de 700 compañeros ¡En huelga!” y “Belinda. U-na experiencia más”, Compañero, año 1, núm. 2, México, noviembre de 1973, pp. 6-8.

[60] “Proyecto de declaración de principios del Comité Revolucionario por la creación del Partido Revolucionario de los Trabajadores”, Boletín Interno, núm. 3, México, septiembre de 1973

[61] “Lido: un triunfo de la unidad obrero popular”, Frente Popular, núm. 3, México, agosto de 1974, pp. 4-5; “La unidad, la lucha y la conciencia de las masas: el único camino”, Frente Popular, núm. 3, México, agosto de 1974, pp. 6-8.

[62] “Nuestros organismos partidarios y la prensa en la clase obrera”, Boletín Interno, núm. 5, México, noviembre de 1974, pp. 1-8.

[63] Ibidem, p. 2.

[64] Gaspar Morquecho, op. cit, 2013; Rafael Reygadas Robles-Gil, op. cit.

[65] Secretariado Provisional, op. cit., pp. 2 y 6; entrevista a Carmelo Enríquez, op. cit.

[66] Frente Popular, México, septiembre-noviembre de 1973.

[67] “Primera asamblea popular. Un paso más para la unidad del pueblo”, Frente Popular, núm. 2, México, enero de 1974, p. 10.

[68] “La unidad, la lucha...”, op. cit., pp. 6-8.

[69] Roberto Rico Ramírez, "El retorno. La Unión de Colonias Populares en el Valle de México", op. cit., 2016, p. 29.

[70] “Por una línea de masas en el movimiento popular”, Boletín Interno, núm. 4, México, marzo de 1974, pp. 19-31.

[71] Ibidem, p. 26.

[72] Ibidem, p. 27.

[73] Ibidem, pp. 28-30.

[74] “La organización de masas y la organización de revolucionarios”, Boletín Interno, México, 24 de marzo de 1974; “Los Núcleos de Dirección Política (NDP)”, Boletín Interno, México, 3 de mayo de 1974.

[75] “Algunas consideraciones sobre la caracterización del Frente Popular”, Boletín Interno, núm. 5, México, noviembre de 1974, pp. 12-14.