¿Cómo relatar al siglo XX en nuestros días? En torno a “La historia como campo de batalla”. Interpretar las violencias del siglo XX”
ENVIADO POR EL EDITOR EL Miércoles, 05/02/2025 - 11:24:00 AMCarlos San Juan Victoria*
Resumen
Este trabajo reflexiona sobre la propuesta de Enzo Traverso en torno al cambio de paradigmas interpretativos en la era global. Se contrasta el predominio de nociones homogéneas y de repetición de un presente perpetuo, con la pluralidad de actores y de historias que reactiva la globalización y que irrumpen en ella. Ahí se generan las condiciones actuales para los “combates por la historia”, una lucha por el sentido de historiar al siglo XX y a sus eventos, el tenso encuentro entre olas memoriosas y ejercicio de la historia, la creciente profesionalización de Clío y sus déficits de temple crítico.
Palabras clave: crítica historiográfica, globalización e historia, semántica e historia, memoria e historia.
Abstract
This paper reflects on the proposed Enzo Traverso around the turn of interpretive paradigms in the global era, and contrasts the dominance of homogeneous notions and repetition of a perpetual present, with the plurality of actors and stories reactive globalization and breaking into her. Here are generated present conditions for "fighting for history," a struggle for the meaning of the twentieth century and chronicle events, the tense encounter between memories and exercise history, the growing professionalization of Clio and deficits critics.
Key words: historiographical criticism, globalization and history, semantics and history, memory and history.
¿Y si los lentes semánticos para interpretar al siglo XX hubiesen cambiado? ¿Y si las corrientes turbulentas como la globalización rampante revelan un mundo multicéntrico y descentrado, un tiempo heterogéneo según imagina Chatterjee[1] que carcome a los centrismos de cualquier especie? ¿Y si por esos y otros motivos se reinaugura la vieja condición de la historia como campo de batalla interpretativo? Enzo Traverso,[2] historiador italiano, ofrece en La historia como campo de batalla[3] una sugerente propuesta sobre las condiciones actuales para interpretar al siglo XX desde el mirador del siglo XXI.[4] Indica que entre 1971 y 2001 ocurrieron transformaciones culturales y materiales que modificaron las condiciones para describir e interpretar las dos almas del quehacer histórico.
Su propuesta se mueve entre dos polos: a) por un lado advierte la mutación cultural ocurrida de 1973 al inicio del siglo XXI, donde nuevos y viejos conceptos (revolución, democracia, totalitarismo, individualismo, etc.) adquieren otros sentidos; b) por el otro registra la acentuación de una casa común e instantánea para el mundo, la globalización en tiempo real, no homogénea ni estable, que descentraliza a sus protagonistas, abierta a la irrupción de fuente de cambios no previstos ni planeados y recorrida por olas memoriosas que hacen visible zonas negadas de la experiencia humana.
Todo ello trae a cuento esta modificación de las condiciones actuales para revisar al siglo XX, un cambio de los lentes semánticos que le interpretan. Me detengo en esos aspectos mencionados, que recorren sus ensayos y pueden ser pertinentes para la reflexión historiográfica latinoamericana, y de manera especial para México.
Un cambio de época
Traverso dibuja un mapa de transformaciones materiales y simbólicas en el último cuarto del siglo XX. Arrancan con la crisis económica de los años setenta y las salidas neoliberales de los gobiernos de Reagan y Tatcher, los dos motores anglosajones del cambio económico; irrumpen en los gobiernos de centro o de izquierda en la Francia de Mitterrand y en la Italia entonces próxima a la cohabitación con el comunismo, hasta impactar a China y su giro modernizador bajo la conducción de Den Xiao Ping; la transformación sigue y carcome al bloque soviético, reorganiza políticas y gobiernos en América Latina y Asia y se afianza, paradójicamente, con el derrumbe de las torres gemelas en 2001 y la geopolítica conservadora de seguridad de Bush.
En esta reorganización hay una mutación cultural donde, por dar ejemplos, conceptos como revolución se vuelve sinónimo de totalitarismo, y ya no de emancipación. Cristaliza un ambiente cultural homogéneo y dominante, donde el humanismo se moldea según el consenso de un occidente dominado por los anglos, y se naturaliza el orden actual. El futuro es la proyección obligada de un “presente perpetuo”, es decir, de la repetición del ahora.[5] Siguiendo a Koselleck, que ubicó entre 1750 y 1850 una mutación material y cultural de la cual nació la modernidad, ahora, según Traverso, también coincide la transformación vigorosa del capitalismo en todos los continentes con la resignificación de los mapas conceptuales.
Puede advertirse la importancia de este planteamiento si se recuerda la pequeña paradoja de los bicentenarios y los centenarios, que más que reparar en las revoluciones de origen en los lugares que, como México, jugaron papeles complejos, se concentraron en las grandes continuidades forjadas por las elites económicas, políticas o culturales. La mutación cultural introduce la experiencia de vivir un “presente perpetuo”, que reorganiza al pasado y atrapa el futuro. Hay una batalla cultural que reinterpreta y otorga otros sentidos al pasado distante y cercano. La revisión historiográfica italiana actual, por citar un caso, recoloca sus eventos finales de la Segunda Guerra Mundial: la república fascista de Saló es reconsiderada como defensora de la unidad nacional, mientras que la resistencia se reconfigura como la promotora de la “muerte de la patria”.[6]
Otras condiciones para historiar
A la vez que la mirada del siglo XXI se encuentra bajo el influjo de la mutación cultural (repetir al infinito el presente perpetuo), también se alimenta de una globalización cada vez más intensa y de la revaloración del acontecimiento, en ocasiones reducido a “espuma” de las tendencias estructurales, pero que aparece decisiva en los diversos cambios vividos del siglo XX a la fecha. La historia global, ahora ineludible, requiere de un cambio de perspectiva: se relativizan los antiguos y actuales “centros del mundo” sea Europa o las potencias anglosajonas, y se reconsidera el papel de las otras tres cuartas partes del mundo: Asia, América Latina y África. Ya no más “pueblos sin historia” o continentes perdidos en la barbarie. En lugar de esos “centros” motores del rumbo mundial que todo el resto imita, los “13 siglos de intercambios” que propone Jack Goody, donde la atención se orienta hacia las transferencias complejas de espacios continentales y civilizaciones plurales: creencias sagradas, ciencias, migraciones, tecnologías, lenguajes.[7] “Escribir una historia global del siglo XX no significa solamente otorgar una mayor importancia al mundo extra europeo en relación con la historiografía tradicional, sino sobre todo cambiar de perspectiva, multiplicar y cruzar los puntos de observación”.[8]
Y con ello se abre otro campo de batalla y de rescrituras semánticas de lo vivido en el tejido globalizador que inauguraron las expediciones colonizadoras europeas hace siglos. Signo de los nuevos tiempos: la Asamblea Nacional Francesa aprobó el 23 de febrero de 2005 una enmienda en la que se exigía que figurase en los futuros manuales escolares el “papel positivo de la presencia francesa en ultramar, sobre todo en el norte de África. En el momento de su ratificación parlamentaria, los socialistas, advertidos por los historiadores, pidieron la abrogación de la ley, y varias asociaciones de hijos de inmigrantes o descendientes de esclavos protestaron también contra esa imagen idílica de la colonización”. El presidente Chirac tuvo que pedirle a la Asamblea que reconsiderara.[9]
Con respecto al acontecimiento, su importancia se la otorga el contexto actual donde predomina la continuidad, la estabilidad, el “presente perpetuo” que redujo el futuro a repetir el hoy. Con ese concepto se sugiere la importancia de recuperar las inflexiones de la historia que sorprenden por inesperadas, donde la repetición de un presente imaginado como perpetuo deriva hacia otros horizontes de experiencia colectiva:
El siglo XX apareció como la edad de las rupturas repentinas, fulminantes e imprevistas. Los grandes puntos de inflexión histórica nunca se escriben con antelación. [...] La agitación de Europa en 1914, la Revolución rusa, la llegada de Hitler al poder, el desmoronamiento de Francia en 1940, el derrumbe del ‘socialismo real’ en el otoño de 1989 representan crisis y rupturas que cambiaron el curso del mundo, pero cuyo surgimiento no era para nada ineluctable.[10]
La otra dimensión sustantiva del acontecimiento es que al irrumpir saca a flote temporalidades históricas que las continuidades ocultan, por ejemplo, los estratos en ebullición de las religiones, las etnias, las comunidades regionales, las memorias negadas. Se requiere entonces de un pensamiento que, alerta a la irrupción de los acontecimientos, trate de articular las temporalidades diversas que le circundan y que hacen compleja la historia que nos espera en el siglo XXI. Traverso se aboca a ello al comentar los debates actuales sobre la Shoah, el holocausto judío de la Segunda Guerra Mundial. Advierte la convivencia de una violencia “fría”, burocrática y técnica, junto a una violencia “caliente” tributaria de una cultura de masacres en pogromos realizados en muchos puntos de Europa en diversas fases de su historia.[11]
Historia ¿igual a memoria?
El fin del siglo XX tomó la forma de una condensación de memorias; sus heridas se volvieron a abrir en ese momento [...] La memoria, antes sólo tratada por algunos adeptos de la historia oral, adquirió de repente el estatus tanto de fuente como de objeto de investigación histórica, hasta convertirse en una suerte de etiqueta de moda, una palabra degradada, a menudo usada como sinónimo de “historia".[12]
Traverso reconoce el “trabajo de la sociedad”, previo a las investigaciones y a la at ención pública e institucional, donde personas y asociaciones civiles se dan a la tarea de recuperar testimonio, cuerpos, lugares, familiares perdidos. Una ola memoriosa que recorre localidades y naciones. Los historiadores reparan en esa ola y desde los años ochenta desplegaron sus investigaciones en torno a esas heridas vivas que se fueron convirtiendo en un fenómeno de opinión pública. Los gobiernos en ocasiones admitieron la fuerza del recuerdo y crearon lugares, museos, hasta leyes que reconocen, protegen y en ocasiones castigan a los responsables.
Pero también advierte zonas ambiguas en este resurgir memorioso. Por ejemplo, que acciones de gobiernos y de organizaciones intenten “patrimonializar” las memorias emergentes a fin de reforzar algunos intereses. El caso de Alemania es avanzado y ambivalente a la vez. Reconoce y se suma a esa “religión secular” que es la Shoah, el holocausto, y reafirma una ciudadanía constitucional que reniega del mito de la sangre y el suelo, pero a la vez se procede a demoler toda memoria de lo que fue la República Democrática Alemana reconvertida en bloque en “experiencia totalitaria”. “Alemania ha desplegado tanta energía para reapropiarse de la memoria del nazismo y de la Shoah como para borrar la de la RDA (y, con ella, la del antifascismo)”.[13]
En ocasiones la ola memoriosa se disuelve en recuerdos individuales que se desgajan de sus contextos y de sus sentidos simbólicos del momento. Tal es el caso de algunos lugares en España, donde incluso un gobierno avanzado como el de Cataluña procede a buscar cuerpos y a identificarlos para lograr restaurar su identidad personal, a la vez que se hace impreciso y borroso el sentido colectivo que los hizo arriesgarse a morir, la defensa de una República que pocas veces se menciona. En el debate historiográfico español, en ocasiones pesa más una reescritura de la historia donde se transforma el conflicto histórico entre repúblicas y fascismo, en una sol a de sus dimensiones, las erupciones de violencia, los crímenes contra la humanidad, donde todas las partes contribuyeron de igual manera. Con ello se termina “adoptando un humanismo compasivo, corolario indispensable del antitotalitarismo liberal”.[14] La memoria no restituye la historia del momento, sino una reescritura que abona a la mutación cultural, el siglo XX queda como un equívoco, un siglo de sangre, donde el centro de la escena lo ocupan sus víctimas. “Masivas, anónimas, silenciosas, las víctimas han invadido la escena y ahora dominan nuestra visión de la historia”.
A propósito de las celebraciones y de las memorias resurgidas en torno a la victoria contra la Alemania n azi, para Occidente el 8 de mayo de 1945 y para los rusos el 9 de mayo del mismo año, la ola memoriosa se convierte en una competencia nacionalista o de bloques ideológicos que poco repara en los sentidos que tuvo para regiones que sufrieron la guerra pero que estaban en la periferia europea y bajo dominio colonial. El 8 de mayo de 1945, el mismo día en que se celebra la “liberación” de naciones enteras europeas, entre otras Francia, ocurrió en Sétif y Guelma una matanza colonial cuando los argelinos nacionalistas se negaron a arriar su propia bandera y los sobrevivientes de una matanza de 20 mil a 40 mil personas, según se citen las fuentes francesas o argelinas, fueron obligados a inclinarse ante la bandera francesa.[15] La historia se convierte en un campo de batalla no sólo de intereses concretos sino de aspiraciones éticas hacia la verdad y el conocimiento íntegro. Como diría Paul Ricoeur, se impone en estas circunstancias el logro de una política de la “justa memoria”.[16]
Traverso insiste en diferenciar memoria e historia para abrir el debate sobre las interpretaciones en curso, que de manera cómoda contribuyen a consolidar la imagen de un siglo sangriento y su superación humanista postotalitaria:
La memoria es un conjunto de recuerdos individuales y de representaciones colectivas del pasado. La historia, por su parte, es un discurso crítico del pasado; una reconstrucción de los hechos y acontecimientos pasados tendiente a su examen contextual y a su interpretación [...] Las relaciones entre la memoria y la historia se han vuelto más complejas, a veces difíciles, pero su distinción nunca ha sido cuestion ada y sigue siendo un logro metodológico esencial en el seno de las ciencias sociales.[17]
El temple crítico
Sin duda la historia académica vive una época intensa y fructífera. Fuentes, métodos, saberes expertos y temas múltiples florecieron y se abre paso una calidad creciente en los trabajos. En los ensayos del libro de Traverso se reconoce de manera implícita esta situación, aunque no deja de señalar que se encuentra cada vez más subordinada
a sistemas de competencia y de valores empresariales, así como de conocimientos expertos desgajados en ocasiones de sus contextos y de un temple crítico. Tal vez por esa “condición en la producción de la historia” vigente a la fecha, a su libro lo recorren presencias, conceptos e imaginarios de intelectuales e historiadores del siglo XX que afianzaron una cultura crítica de su circunstancia, y con ello, reflexionaron sobre las posibilidades de otro orden de los hombres y las cosas.
Trae a cuento, por ejemplo, a los Hibakusha, los sobrevivientes irradiados en Hiroshima y Nagasaki que fueron aislados e ignorados, pues eran parte de un pasado funesto destinado al olvido. Sólo unos pocos se atrevieron a cruzar el silencio impuesto y convertirlos en objeto de reflexión e información a la sociedad.[18] Igual ocurrió cuando se tuvieron las primeras informaciones sobre los gulags soviéticos y cuando se reveló el horror de lo s campos de exterminio nazi. David Rousset, Víctor Serge, Hannah Arendt, Gunter Anders, Adorno y Horkeimer exploraron esos cortes en el continuo de la historia y trataron de radiografiar a las modernidades que las producían. Todos exiliados y la lista es grande: Celán, Amery, Koestler, Gaetano Salvemini, por mencionar algunos. “Los exiliados actuaron como un sismógrafo particularmente sensible y precoz”[19] que fue marginado en su momento, o bien, según la frase de Walter Benjamin, como “alarmas de incendios” que no encontraron oídos receptivos.
Para Traverso el exilio les creó una condición de extraterritorialidad, fuente de carencias y dolor, que les permitió conocer de otro modo, ver a la historia desde el punto de vista de los vencidos. Cuando los ganadores de la Segunda Guerra Mundial restablecían el culto del progreso, forjaron una cultura de descreimiento y crítica que mostraba sus excesos y sus vínculos perversos con la destrucción de culturas y naturaleza. Cuando promovieron escenarios de paz y civilidad, mostraron la querencia moderna hacia la guerra, el exterminio y la dominación. Walter Benjamin es en esta cultura crítica una de las figuras que acompañan a Traverso en sus ensayos. De manera especial en dos orientaciones que planteó ese hombre, que no se consideró especialista en nada: no quedar atrapados por el fulgor de las continuidades, la repetición y el progreso, y más bien atreverse a reparar en el pasado como discontinuidad y catástrofe. Y además intuir los pasados aún vivos que los “presentes perpetuos” quisiera cancelar, sobre todo cuando ese pasado tiene que ver con la memoria de los vencidos y sus súbitas irrupciones en lo actual. “El otrora (Gewesene) encuentra el Ahora (Jetz) en un relámpago para formar una constelación.”[20]
Su otro ancestro es Reinhart Koselleck (1923-2006), fundador de la “historia conceptual” e “historiador pensante” según le decía su maestro Hans-George Gadamer. Su presencia es obvia en el modo de establecer un periodo de mutación cultural que resignifica a los conceptos, y en la resultante que convierte al siglo XX en un “espacio de experiencias” de exceso y sangre, a la vez que promueve otro “horizonte de expectativas divorciado de cualquier síntoma emancipador y de utopía para aceptar la fría regularidad de las sociedades postotalitarias.
Está presente en la tensión entre memoria e historia, pues Koselleck distingue tres niveles del experimentar y conocer el flujo del acontecer. En un primer momento estaría el modo inmediato de experimentar la sucesión de los acontecimientos, singular y sorpresiva, el territorio del recuerdo individual o de grupo, es el ámbito de la “historia que se registra”. Luego, la experiencia generacional que descubre patrones y recurrencias entre fenómen os diversos, donde los acontecimientos vividos se ligan a secuencias evolutivas de más largo alcance, “la historia que se desarrolla”. Al final, las formas intergeneracionales donde se reconoce la adquisición y la pérdida de conocimientos, y que permiten ver no sólo las modificaciones en las experiencias, sino los cambios de sus contenedores estructurales; es decir una modificación sustantiva de los “espacios de la experiencia” y de su muy propio “horizonte de expectativas” que conlleva. Eso sólo se logra mediante esfuerzos de abstracción intelectual, y es el territorio de la “historia que se reescribe”. De ese tercer nivel brotó su famosa distinción del Sattelzeit, el periodo de la mutación conceptual, material y simbólica a la vez, donde surgió la modernidad y las radicales transformaciones de los “espacios de experiencia” y de los “horizontes de expectativas”.[21]
Un cierre que abra
El libro de Traverso marca una ruta fértil para reflexionar sobre la condición actual de la historia como campo de batalla. Inscrita en la experiencia europea y sensible a los protagonismos de las otras tres cuartas partes del globo, toca la llaga de la violencia extrema que acompañó a Europa como guerras, crisis y luchas intestinas raciales e ideológicas.
Tal vez en medio de las contradicciones y polarizaciones ciertas del siglo XX, lo que más preocupa a la reinterpretación de la experiencia histórica en curso sean los procesos no imaginados por los itinerarios dominantes del siglo XIX y que surgieron sorpresivamente en el trayecto del XX: las muchas vías jurídicas, de pensamiento económico y político, de luchas sociales y de creación de instituciones que establecieron controles y regulaciones a la modernidad salvaje decimonónica. La gran Transformación olvidada.[22] Una memoria ahora sepultada por la sombra poderosa del totalitarismo y el autoritarismo. De igual modo, otro curso de globalización que con sus fallas ciertas, modificó el mapa del mundo con la creación de Estados nación en regiones antes colonizadas de África y Asia de 1945 en adelante, y que le dio otra visibilidad y protagonismo a las excolonias, ahora archiv ada en el catálogo de experiencias fallidas. Y qué decir de la mayor sorpresa, la irrupción de revoluciones campesinas en diversas partes del globo no previstas ni por las utopías de izquierda ni de derecha, donde agravios, injusticias y explotaciones dieron otro contenido a la violencia y abrieron rutas de transformaciones.
¿Cómo nos afecta el debate global, en sus imágenes poderosas donde el subcontinente sería un fiel reflejo de las variaciones y expansiones de algún centro, o bien, como un espacio activo que crea lo propio mientras recibe y da al mundo, que es punto de intercambios y de transferencias? ¿Cómo recuperar a esas tradiciones intelectuales propias, formadoras de una cultura crítica y de búsqueda de la singularidad propia donde surgen personajes como el amauta José Carlos Mariátegui, Edmundo O’Gorman, René Zavaleta, José Aricó, Bolívar Echeverría y Armando Bartra, entre otros?
¿Cuáles son los rasgos específicos del resurgir memorioso de pueblos originarios, de autogobiernos locales, de represiones policiacas y militares, de la violencia en las vidas de mujeres, de homosexuales y de niños? ¿Se articulan a una historia propia de los “ciudadanos de a pie” o también alimentan la reinterpretación semántica del siglo pasado? La recepción del libro fecundo de Traverso, pasa por estas y muchas otras preguntas que su lectura despierta y que sin duda revitalizarán el debate crítico de la historiografía en torno al siglo XX.
* Dirección de Estudios Históricos, INAH.
[1] Partha Chatterjee, La nación en tiempos heterogéneos y otros estudios subalternos, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008.
[2] Entre sus libros: La historia desgarrada: ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales, Barcelona, Herder, 2000; La violencia nazi, una genealogía europea, Buenos Aires, FCE, 2003; El pasado, instrucciones de uso: historia, memoria, política, Madrid, Marcial Pons, 2007; A sangre y fuego. De la guerra civil europea (1914 -1945), Buenos Aires, Prometeo Libros, 2009.
[3] Enzo Traverso, La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo XX, Buenos Aires, FCE, 2012.
[4] Integra ocho ensayos publicados entre 2002 y 2010 centrados en la reflexión sobre la violencia en el siglo XX. Visita obras y debates fundadores del sentido de ese siglo, por ejemplo, el elogio crítico a la obra de Hobsbawm; los cambios en la consideración de las revoluciones que abrió Furet con su libro El pasado de una ilusión; los debates actuales donde se reconsidera el fascismo y el nazismo, el acontecimiento brutal de la Shoah y sus raíces profundas europeas; el biopoder desde las perspectivas de Foucault y Agamben; el modo de conocer de los transterrados y la emergencia de las memorias y sus usos sociales e institucionales diversos.
[5] “Si de hoy en adelante el futuro es presente es porque el presente es el futuro de la humanidad. El presente perpetuo no sabría aprovechar mejor ganga”, en Jeróme Baschet, “Algunas observaciones sobre la relación pasado / futuro”, en Relaciones, Estudios de Historia y Sociedad, vol, XXIV, núm. 93, invierno, 2003, p. 231.
[6] Enzo Traverso, op. cit., 2012, p. 305.
[7] Ibidem, p. 300.
[8] Ibidem, p. 15.
[9] “Chirac exige reformar la ley que ensalza el colonialismo francés”, en línea [http://elpais.com/diario/2006/01/05/internacional/1136415610_850215.html], revisado el 15 de junio de 2014.
[10] Enzo Traverso, op. cit., 2012, p. 17.
[11] Ibidem, p. 207.
[12] Ibidem, p. 19.
[13] Ibidem, p. 305.
[14] Ibidem, p. 295.
[15] Ibidem, pp. 311-312.
[16] Paul Ricoeur, La memoria, la historia y el olvido, Buenos Aires, FCE, 2011.
[17] Enzo Traverso, op. cit., 2012, p. 282.
[18] Ibidem, p. 251.
[19] Ibidem, p. 255.
[20] Ibidem, p. 27.
[21] Reinhart Koselleck, Los estratos del tiempo: estudios sobre la historia (introducción de Elías Palti), Barcelona, Paidós, 2001. Véase Capítulo 3. Tres tipos de adquisición de experiencias, pp. 49-56.
[22] Karl Polanyi, La gran transformación, los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo (2ª. ed., prólogo de Joseph E. Stiglitz, introducción de Fred Block), México, FCE, 2012.