De artesanado y trenes
ENVIADO POR EL EDITOR EL Miércoles, 05/02/2025 - 17:38:00 PMLilia Venegas Aguilar*
El sureste mexicano y la península de Yucatán recibieron atención especial de los tres niveles de gobierno entre 2018 y 2024. La construcción del Tren Maya detonó distintos proyectos de desarrollo e infraestructura y, para el caso que nos ocupa, el financiamiento del Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (FONART)[1] destinado a numerosos grupos de hombres y mujeres artesanos que, de manera especialmente sensible resintieron los estragos de la pandemia, fondos que se dedicaron a habilitar o rehabilitar los talleres y sus puntos de venta. El programa, vinculado al trayecto del tren, consiste en propiciar que los turistas lleguen fácilmente a los talleres donde pueden observar, comprar y eventualmente participar de la elaboración de estos productos. Se ha llamado Corredor Turístico Artesanal al mecanismo ideado para hacer viable esa idea: en un lugar céntrico e ineludible del poblado en cuestión, se coloca un atractivo cartel que señala gráficamente los talleres del corredor, acompañado de un código QR que indica la ruta para llegar a cada uno de ellos.
La artesanía y los ferrocarriles evocan muy diversas imágenes, algunas contradictorias, como la de polos opuestos entre una actividad tradicional, básicamente manual y creativa, frente a la máquina emblemática del cambio tecnológico y del inicio de la modernidad. Contradicción y juego de tensiones que dominaron la experiencia del recorrido de las comunidades de la región que visitamos en julio del 2024.
El binomio artesano-a/ferrocarril ofrece muy diversos beneficios en la región al incrementar el flujo turístico hacia el interior de la península, lo cual expande la gama de puntos de interés para los visitantes, al tiempo que dinamiza y mejora la economía de los pobladores.
A través de la visita a siete comunidades y una docena de talleres incluidos en ese programa pudimos apreciar mucho más que la funcionalidad y la eficacia del programa. Apreciamos, sobre todo, la riqueza indescriptible del esfuerzo y el goce de la vida de extensas familias que habitan en estos poblados de Yucatán y Chiapas.
Vestidos y blusones
Entre la diversidad de productos y materiales, destaca la confección y bordado de prendas de vestir, sobre todo para mujeres: huipiles, vestidos tradicionales, blusas y blusones. Son mujeres también quienes, en su mayoría, trabajan en su elaboración, aunque no faltan talleres en los que son hombres quienes bordan tras la máquina de coser. Al parecer, las camisas tradicionales o guayaberas son mayoritariamente elaboradas por hombres.
En los procesos de confección y bordado es frecuente observar la participación de mujeres de distintas generaciones, el predominio de un grupo o grupos familiares, y el reconocimiento a una abuela que puede bordar entre las integrantes del taller, o figurar al centro de éste en una fotografía que le hace honor, colgada en la pared.
El lugar de las mujeres de mayor edad suele señalarse como fundamental en diversos sentidos: se reconoce su habilidad para el manejo de ciertas técnicas de bordado que se considera difícil de alcanzar por las más jóvenes; su presencia o recuerdo inspira la permanencia de una tradición étnica (maya) y familiar, como vimos en Tecax, Izamal y Kimbilá (en Yucatán) y la recuperación de una cultura étnica particular (como la chol) en el caso de Chacamax-Palenque, en Chiapas.
El impacto del apoyo económico otorgado, previa convocatoria, se aprecia especialmente en la construcción, rehabilitación o modernización del punto de venta. Se trata, en general, de pequeños espacios arreglados con esmero, y cierto toque de boutique contemporánea. Llama especialmente la atención la conexión entre espacios que la vida urbana contemporánea se empeña en separar. En estas comunidades tradicionales del sur y sureste mexicano el taller, el punto de venta, la casa habitación y el traspatio comparten un mismo espacio, evocando la unidad de una forma de trabajar y vivir que no se quiere escindir. Las máquinas de coser y las mesas de trabajo pueden coincidir con una gran pantalla de televisión encendida que, de vez en cuando, invita a las mujeres a detener el bordado para bailar y reír un poco. A cierta hora pasan todas y todos a la mesa para disfrutar de los platillos tradicionales que cocinan las mujeres de la casa- taller-tienda/boutique. Delicias que contienen muchos de los productos del rústico y a la vez cuidado traspatio que, sobre todo en tierras yucatecas, incluye axiot, huevos, aves de corral, coco, maíz y hortalizas. Patio que no rara vez alberga una vieja construcción vernácula -con su techo de mil capas de hojas secas de henequén- que se mantiene para guardar de todo, o para evitar que se olvide cómo era la casa antes de los tiempos del Tren Maya. No extraña así que, entre tantos colores, texturas y voces, los bordados desborden todas las formas y coloridos imaginables.
Hamacas, joyería, esculturas…
Siempre con la distribución del espacio descrito líneas arriba, y el predominio de la convivencia entre familiares, recorrimos talleres que son, sin duda, una muestra mínima del hacer y los saberes de una tradición artesanal añeja y simultáneamente innovadora. La técnica de la elaboración de hamacas fue explicada por el propietario de un taller en el maravilloso pueblo de Izamal: el padre de su esposa inició con el taller muchos años atrás, por lo que ella y su madre contaban con experiencia y una parte de las instalaciones en un predio con adecuaciones mínimas. Él trabaja en un hospital y en su tiempo libre colabora con las mujeres de la familia que realizan la mayor parte del trabajo; colabora también (sobre todo) resolviendo problemas y adecuando el proceso para facilitarlo y extender la vida útil de la herramienta. Sustituir instrumentos de madera por metal, explicaba, ha significado ahorro de insumos y de tiempo. El orgullo por la incorporación de cambios, también en el diseño mismo de las hamacas, fue el rasgo distintivo de este taller.
Los recursos del entorno -piedras, frutos del henequén y de los cocoteros, huesos, cuernos de la ganadería y madera- se transforman en los más diversos objetos prácticos y de ornato. De cocoyoles pulidos surgen collares, pulseras y rosarios, en los que se intercalan micro piezas de hueso que producen el contraste entre el negro y el blanco. Con herramientas mínimas se tallan en madera colibríes, búhos y toros. La fibra de henequén se convierte en estropajos exfoliantes y utensilios de limpieza. Inimaginables esculturas se producen a partir de cuernos de toro; algunas para colocarse en mesas de centro, otras -planas en bajorrelieve- para insertarse en cinturones vaqueros. La exhibición de las piezas, así como de la destreza para elaborarlas, se acompaña siempre de una mezcla de sencillez y orgullo. Asombra especialmente la sofisticada y exquisita técnica lapidaria, observada en Palenque, donde las piezas se inspiran o reproducen los hallazgos de la arqueología del sitio más famoso de la región.
* Investigadora de la Dirección de Estudios Históricos del INAH. Autora de las fotografías incluidas en el texto.
[1] Bajo la titularidad de la Dra. Emma Yanes Rizo. Ver www.gob.mx/fonart