José Emilio o la pasión por la cultura
ENVIADO POR EL EDITOR EL Martes, 11/02/2025 - 12:14:00 PMMaría Teresa Franco*
Al seminario que en la década de 1970 integraban Héctor Aguilar Camín, José Joaquín Blanco, Nicole Girón, Carlos Monsiváis y Antonio Saborit más algunas figuras satelitales como José María Pérez Gay o Carlos Pereyra, José Emilio Pacheco llevó la novedad de sus rigurosas investigaciones y ensayos sobre la historia literaria y cultural de nuestro país. Su Seminario de Historia de la Cultura Nacional lo complementaba con sus sugestivos talleres de redacción.
Su erudición e ingobernable deseo por recuperar un amplio elenco de autores y obras, centrales en la historia del modernismo, entonces más bien olvidada y marginalmente leída, permitió profundizar en numerosos autores de esta corriente literaria, con lo que se enriqueció el estudio de la literatura nacional.
Durante varias décadas los investigadores y trabajadores de la Dirección de Estudios Históricos tuvieron el privilegio de vivir, de primera mano, la pasión de José Emilio por la pequeña historia de cada día, ya fuera como el infatigable y voraz lector de nuestra prensa o bien como colaborador en suplementos culturales y revistas. José Emilio Pacheco representa toda una época en el Departamento de Estudios Históricos, más tarde Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Fue un disfrute vivir la aparición y lectura de cada uno de sus libros y, sobre todo, recrearse con su generoso magisterio. Vio sus numerosas páginas de historia como veía sus poemas: susceptibles de mejora, tanto documental como estilística, por lo que se rehusó a reunir en forma de libro las esclarecedoras y eruditas páginas que entregó, por ejemplo, a La Cultura en México, suplemento de la revista Siempre!, a Diorama, de Excélsior, o a su Inventario en la revista Proceso.
Al igual que muchos de los escritores que dieron forma al modernismo, como Alberto Leduc y José Juan Tablada, Manuel Gutiérrez Nájera o Luis G. Urbina, Amado Nervo o López Velarde, por sólo dar unos ejemplos, José Emilio Pacheco socializó sus numerosas lecturas y sus increíbles hallazgos en diarios, suplementos, revistas y, por supuesto, con todos los que en la Dirección de Estudios Históricos disfrutaron sus seminarios.
No es una mera coincidencia, sino una decisión tan vital como su manera de entender la unidad inquebrantable entre la cultura escrita y la construcción de saberes, entre conocer y divulgar, entre construir sentidos y ofrecerlos para su apropiación y uso al atento lector, entre la pasión por la historia y la obligación de recobrarla y transmitirla por medio de las astucias y herramientas de la literatura, en la más amplia acepción de la palabra.
José Emilio incursionó en muchos géneros como poeta, ensayista, traductor, novelista y cuentista integrante de la llamada “generación de los cincuenta” o “generación de medio siglo”, en la que también se incluyen Eduardo Lizalde, Sergio Pitol, Juan Vicente Melo, Vicente Leñero, Juan García Ponce, Sergio Galindo y Salvador Elizondo, entre otros.
Dirigió la colección Biblioteca del Estudiante Universitario publicada por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde se reúnen obras literarias desde el pasado prehispánico hasta el México contemporáneo. Fue especialista en literatura mexicana del siglo XIX, así como profundo conocedor de la obra de Jorge Luis Borges, en cuyo honor dictó una serie de conferencias en 1999. Fue investigador de la Dirección de Estudios Históricos del INAH por décadas y profesor en la UNAM, en la Universidad de Maryland (College Park), en la Universidad de Essex y en algunas otras de Estados Unidos, Canadá y Reino Unido. Figura central de nuestra literatura, se hizo merecedor a innumerables distinciones de las que poco le gustaba hablar.
Su estilo conversacional y coloquial, claro y anti retórico, tenía como su gran tema el tiempo. Cada poema suyo analiza imaginativamente un elemento que forma la corriente de lo cotidiano; asumiendo valores humanos éticos y sociales. Otras veces reflexiona sobre el propio papel de la poesía.
En su obra domina la pasión por la metáfora, la concentración en unas cuantas líneas de un relato casi siempre pesaroso, el gusto por los relatos inesperados, el despliegue del poder de síntesis, el ejercicio múltiple de la metáfora, el juego de analogías como espejos de la devastación, la alabanza jubil osa del paisaje. En poesía, ajustó sus dones melancólicos, su pesimismo que es resistencia al autoengaño, su fijación del sitio de la crueldad en el mundo, su poderío aforístico.
La mayoría de sus títulos poéticos están recogidos en Tarde o temprano. (Poemas 1958-2000, México, FCE, 2000), que reúne sus primeros seis libros de poemas: Los elementos de la noche, El reposo del fuego, No me preguntes cómo pasa el tiempo, Irás y no volverás, Islas a la deriva, Desde entonces, a los que han seguido Los trabajos del mar, Miro la tierra, Ciudad de la memoria y un volumen de versiones poéticas: Aproximaciones. Es autor de dos novelas, Morirás lejos y Las batallas en el desierto, y de tres libros de cuentos: La sangre de Medusa, El viento distante y El principio del placer.
Fue notoria su labor literaria, periodística, historiográfica y política. Junto a Octavio Paz, Alí Chumacero y Homero Aridjis, compiló la antología Poesía en movimiento. Como traductor se le deben en especial versiones de Cuatro cuartetos, de T.S. Eliot; ¿Cómo es?, de Samuel Beckett; Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams; Vidas imaginarias, de Marcel Schwob y De profundis, de Óscar Wilde. Editó la Antología del Modernismo y obras de autores como Federico Gamboa y Salvador Novo.
El 21 de abril de 2010 dejó una serie de objetos en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes para que se abran 100 años después, en 2110. En el momento de depositarla dijo: “Lo dejo para que quien abra esto en cien años sepa quién fui, porque no creo que nadie recuerde mi obra...” Demasiada humildad y modestia para un espléndido poeta que nadie olvidará. Qué mejor cumplido para nuestro siempre humilde y querido José Emilio Pacheco que leerlo, y disfrutar su prosa y su poesía. Les quiero leer uno de sus muchos aciertos poéticos para cerrar mí intervención:
Aquel otro
Hoy vino a verme el que no fui:
aquel otro
ya para siempre inexistencia pura,
ardid verbal para él hubiera sido,
forma atenuada de decir no fue.
Ahora lo entiendo:
Quien no fui ha triunfado,
La realidad no lo manchó, no tuvo
que adaptarse a la eterna sordidez,
jamás capituló ni vendió su alma
por una onza de supervivencia.
El que no fui se fue como si nada.
Ya nunca volverá, ya es imposible.
El que se va no vuelve aunque regrese.