Pacheco, una mirada vuelta a la infancia
ENVIADO POR EL EDITOR EL Martes, 11/02/2025 - 12:50:00 PMLuis Barjau*
Correspondió a Enrique Florescano el mérito de haber introducido en el plano de la investigación histórica que se desarrollaba en esta Dirección de Estudios Históricos, dos nuevas vertientes de investigación que reformularon el sentido de los estudios históricos que se hacían no sólo en la DEH, sino en el INAH; y en cierta discreta proporción, no sólo en el instituto sino en algunas universidades y centros de estudios del país. Estas dos vertientes fueron la literatura y la economía, aunque sólo me ocuparé de la primera.
Con el ingreso a la DEH, el 1 de agosto de 1972, de José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, José Joaquín Blanco, Nicole Giron, Héctor Aguilar Camín, Adolfo Castañón, y años después de Emma Yanes y Antonio Saborit, sus investigaciones adjuntaron un paradigma de observación que tendió una nueva mirada sobre el siglo XIX en principio, en la medida en que se vio el conjunto de los acontecimientos históricos de la época también a través del cristal de la literatura. ¿Y qué es lo que ocurrió con este agregado? Que se empezó a observar también, con ahínco, la historia de la sensibilidad mexicana, entendida como la historia que captan en primera instancia los sentidos, de ahí el sustantivo femenino. Y, lo que es, en buena medida equivalente, la historia de la subjetividad o del camp o del sujeto.
Esta posibilidad, desde luego ya existente en otras áreas, permitió, sin embargo, ahora asociada a la historia, ayudar a comprender mejor los escuetos hechos públicos consignados por la historiografía al conferirles la dimensión del sujeto que conlleva necesariamente, la sensibilidad y la subjetividad.
La iniciativa de aquella época —imposible saber si se logró por completo como resultado de una honda reflexión previa, o por un impulso intuitivo, o por un camino a medias entre estos dos procesos— significó, sin embargo, y es necesario decirlo aquí, un antecedente de la discusión que hoy prevalece sobre la naturaleza de la historia y su unión intrínseca, de raíz, con los procesos de la ficción literaria. Es un antecedente, yo creo, en cierto modo casual, pero inspirado, y en buena medida logrado, como un as oculto entre la manga, por la magia mexicana, por el increíble espíritu libertario nacional, que influye en las instituciones, que confiere a éstas también, distensión y creatividad. A diferencia de estas mismas en algunos otros países, en que aparecen acotadas en modo exageradamente estricto por sus propios reglamentos.
En aquella iniciativa descolló firmemente la figura de José Emilio Pacheco. José Emilio empezó por caracterizar el periodo de la posguerra, cuando él mismo era un púber, en el entorno de la colonia Condesa donde vivió hasta el final. Plasmó por escrito, en principio, en el balance de sus emociones, la escuela y el parque; la regla y el recreo; la madre del condiscípulo y la precocidad. El Parque México entre brumas memoriosas diez años después de la gran guerra. Vimos, como no podía hacernos ver la narración histórica, pero sí las Batallas en el desierto, ese niño cabizbajo de regreso a su casa con su saudade de amor imposible: una imagen que todos llevamos dentro, porque el despertar casi siempre se encuentra de frente con una persona adulta.
A la par que la mirada vuelta a la infancia, y quizá a través de ella, el siglo XIX mexicano. José Emilio discutió largamente con Nicole Giron la pertinencia de estudiar y editar la obra completa de Ignacio Manuel Altamirano, al final vertida en 24 volúmenes, que significó la oportunidad de observar un buen espacio de la ideología del siglo
XIX. Investigación que estimuló en Nicole la reflexión de su libro, la idea de cultura nacional en el siglo XIX con la conjunción, además de nuevos estudios, de dos personajes de altura: Altamirano y Ramírez.
Poeta, ensayista, traductor, novelista y cuentista, José Emilio Pacheco desarrolló además de una labor de maestro y gran conferencista, su actividad como miembro activo del Seminario de Historia de la Cultura en México, otra en que, a través del contacto personal, ejercía una influencia modesta, como gustaba que fueran vistos sus atributos personales. Pero influencia constante en su interlocutor. Y particularmente en esta DEH todos los investigadores que nos acercábamos a él salíamos con un aprendizaje más o con la advertencia de estudiar a determinado autor que enriquecería nuestras investigaciones. Y todos nos acostumbramos a consultarlo.
Coordinó los primeros tres tomos del diario público de Salvador Novo: La vida en México en los periodos presidenciales de Cárdenas, Ávila Camacho y Alemán, y configuró la Antología del Modernismo para la Biblioteca del Estudiante Universitario de la UNAM.
No cabe mencionar en este momento toda la obra del escritor, pero es necesario señalar las principales: Tarde o temprano recopila sus primeros seis libros de poemas: Los elementos de la noche, El reposo del fuego, No me preguntes cómo pasa el tiempo, Irás y no volverás, Islas a la deriva, Desde entonces. Títulos con que se podría jugar a hacer un poema, como él enseñó que se podía hacer al juntar ciertas frases del Pedro Páramo de Rulfo. Le siguieron: Los trabajos del mar, Miro la tierra, Ciudad de la memoria, así como un volumen de versiones poéticas titulado Aproximaciones. Dos novelas, Morirás lejos y Las batallas en el desierto, tres libros de cuentos: La sangre de Medusa, El viento distante y El principio del placer. Editó numerosas antologías, como la Antología del Modernismo y obras de muchos autores como Federico Gamboa y Salvador Novo. Entre sus traducciones figuran Cómo es, de Samuel Beckett; De profundis de Oscar Wilde; Un tranvía llamado deseo, de Tennesee Williams; los Cuatro cuartetos, de T. S. Eliot y Vidas imaginarias, de Marcel Schwob.
Entre nosotros recomendó la lectura de Francisco Javier Clavijero y su Historia antigua de México, como uno de los pilares, junto a Sor Juana y Juan Ruiz de Alarcón, de la cultura mexicana. La lectura de Clavijero, en efecto, deslumbra y forma en el estudio de las antigüedades mexicanas, que el ilustre veracruzano anotó como nadie.
La vasta cultura de Pacheco nos permitía hasta las más apuradas consultas. En cierta ocasión y en la época de esta Dirección en el anexo al Castillo de Chapultepec, me permití pedirle que me dijera cuál Biblia comprar. De inmediato respondió:
—No compres otra que no sea la traducida del griego y del hebreo por Casiodoro di Reyna y Cipriano de Valera; busca una buena edición en la Iglesia Metodista Episcopal, en Gante número 5, que fue fundada en la Navidad de 1873 en el Centro.
Desde luego que nuestra consideración sobre la figura del literato José Emilio Pacheco, y el sentido mismo que tiene este modesto homenaje que todos nosotros le rendimos con mucho afecto y reconocimiento, contiene una proyección particular desde nuestra institución y en el entendido de la relación laboral que tuvimos todos, a su lado, desde hace cuarenta años; del recuerdo del diálogo académico y de su proyección erudita hacia muchos de nosotros; del beneficio de sus conferencias; de las clases que nos dio sobre lenguaje y redacción; de su inolvidable visión sobre el siglo XIX, que conjugó anécdota, crónica, política, literatura y humor y que expuso el año pasado en una conferencia magistral.
José Emilio Pacheco fue miembro destacado de la “generación de los cincuenta” o “generación de medio siglo” junto con Monsiváis, Lizalde, Pitol, Melo, Leñero, Ponce, Galindo y Elizondo, generación de la cual sobresalía por su profundidad y dominio de diversos géneros. Ahora emerge del mar de la lengua española como un gran poeta de dimensión universal. Orgullo del país, de sus seres queridos, también de sus colegas con quienes trabajó en esta dirección del INAH.
Su obra ha sido estudiada hasta hoy por trece críticos literarios, nacionales, latinoamericanos, estadounidenses y europeos, entre los que destacan Hugo J. Verani, José de Jesús Ramos, María Antonia Salgado, Ronald J. Friis, Merlin H. Forster y Judith Roman Topletz. Nunca olvidaremos al poeta, al investigador y al amigo. El país se llena de gloria con su nombre, ya inscrito en las letras nacionales y universales.