Una inolvidable cazadora de historias

ENVIADO POR EL EDITOR EL Martes, 11/02/2025 - 13:14:00 PM

Laura Espejel (comp.), A la caza de cristeros y zapatistas. Historia oral, 50 años en construcción. Homenaje a la historiadora Alicia Olivera de Bonfil, México, INAH, 2013.


Patricia Pensado Leglise*

 

Este libro colectivo de homenaje a los 50 años de trayectoria invaluable de la historiadora Alicia Olivera de Bonfil, escrito por sus discípulos y colegas, reúne las diferentes facetas del trabajo intelectual al que le dedicó su vida, y dentro del cual destaca la historia oral.

 

Cazadora infatigable de testimonios, sobre todo de aquellos que provenían de los de a pie, de los campesinos que despertaron siempre su admiración y su respeto sin importar su ideología: desde aquellos que se levantaron con Zapata y enarbolaron las banderas de “¡Tierra y Libertad!”, hasta quienes en nombre de “¡Viva Cristo Rey!” empuñaron sus armas para defender sus creencias y reclamar la tierra. De estas experiencias Alicia escribe, reflexiona y teoriza sobre la realidad histórico-social del campesinado mexicano, protagonista de grandes luchas.

 

No obstante su ardua labor como investigadora, Alicia nunca descuidó la cátedra. Para ella era de suma importancia el diálogo que se establece con los alumnos en el aula, y contribuir en la formación de futuros investigadores, y este libro que compila Laura Espejel es ejemplo de ello. En él aparecen tres ensayos de sus entrañables ex alumnos, que al paso del tiempo se convirtieron en colegas cercanos: Salvador Rueda Smithers, Laura Espejel y Ricardo Pérez Montfort.

 

Salvador Rueda en su texto “Recordar voces proscritas: los informantes católicos y veteranos cristeros”, narra el primer encuentro que tuvo con Alicia en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, donde les explicó “las necesidades de apoyo del servicio social requerido por el Programa de Historia Oral del Centro Sur del país” (p. 24). En ese entonces se trataba de colaborar en el rescate de historias personales de los protagonistas de la Revolución mexicana, y de los católicos militantes que participaron en el conflicto religioso de 1926-1929.

 

Salvador recuerda la paciencia de Alicia para aleccionarlos ante la nueva empresa que desarrollarían en el campo de la historia oral, la pertinencia, la prudencia que tendrían que tener frente a los entrevistados. Asimismo les recomendó una serie de libros que hoy podríamos etiquetar como clásicos para comprender la etapa revolucionaria, el zapatismo y la literatura cristera de la época. Y comenta: “Escuché y se abrió el mundo de la historiografía. Sin adivinarlo, la decisión que tomaría la siguiente hora marcaría los rumbos que darían perf il a mi vida profesional los siguientes 35 años” (p. 26), a partir de ese momento realizaría un sinnúmero de entrevistas, en algunas ocasiones acompañando a Alicia, o a Laura.

 

Las evocaciones de Salvador entrelazan sus primeras incursiones en la historia oral y el quehacer intelectual de Alicia publicando los frutos de las investigaciones de los temas antes mencionados. Sin embargo no se limita a hacer un recuento, sino que comenta las peripecias y la complejidad analítica de los mismos. Asimismo da cuenta de los retos que han enfrentado quienes se dedican a la historia oral, “como técnica y método de investigación legítimos” (p. 39), para analizar la complejidad de los procesos de la realidad histórica social.

 

Por su parte, Laura Espejel recuerda que gracias a la doctora Eugenia Meyer, quien era su maestra en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, conoció a Alicia: ambas coordinaban el Proyecto del Archivo de la Palabra y para aprobar su ingreso tenía que recibir el visto bueno de ella; finalmente se incorporó en el año de 1972 y desde entonces fue su inseparable compañera.

 

Laura reconoce que “el trabajo de ambas historiadoras y las interesantes charlas con Friederich Katz fueron la brújula que guiaron nuestras búsquedas para formar una red con los viejos revolucionarios” (p. 91). Laura rememora también las conversaciones que tuvo con el doctor Mariano Olivera, tío de Alicia, y con su padre el doctor Juan Olivera López. Alicia los va a contactar con los viejos zapatistas que se encontraban en la periferia del Distrito Federal, en Chalma y otros pueblos del Estado de México, en Morelos y en Guerrero, para comenzar con la recopilación de testimonios, tarea que para Laura se convirtió en tema de investigación, el cual le despertó la pasión necesaria para trabajar en él durante varias décadas.

 

De sus investigaciones recientes se desprende el artículo que presenta, “La organización sanitaria del Ejército Libertador del Sur”, donde explica cómo se formó la Brigada Sanitaria del Sur que tenía la misión de concentrar el servicio sanitario en la revolución zapatista mediante la construcción de dos hospitales y puestos de socorro. A partir de los documentos que generaron estas organizaciones y de los testimonios de algunos médicos que participaron en la empresa, hay indicios de cómo enfrentaron los zapatistas las enfermedades, el impacto de las epidemias producidas por el tifo y la viruela en 1915 y los padecimientos contraídos en el frente de guerra. Por otra parte, expone los efectos devastadores de la llamada “guerra de exterminio” dirigida contra la población civil indígena de los estados bastiones del zapatismo.

 

Este artículo da cuenta de la participación relevante que tuvieron los médicos, pasantes, estudiantes y enfermeros en el Ejército Libertador del centro-sur, no obstante las limitaciones y carencias económicas que padecieron para cumplir con su misión.

 

El último texto que proviene de sus discípulos es el de Ricardo Pérez Montfort, “Entre danzas y cristeros. Un breve homenaje a mi maestra Alicia Olivera de Bonfil”, quien inicia evocando a la Alicia bailarina de danza folclórica y su incursión en el Ballet Folclórico de México, de Amalia Hernández, que para finales de la década de los años cincuenta y principios de los sesenta formaba parte “de una tendencia muy reivindicativa de los valores nacionales aceptados ya bajo el nombre genérico de ‘mexicaneidad’” (p. 16), y cómo estos valores la van a acompañar a lo largo de su trayectoria no sólo como bailarina, sino también como historiadora que elige “seguir una línea de interés que también se asociaba con el mundo popular” (p. 18). De ahí, según Pérez Montfort, se puede explicar la elección de Alicia por el tema de la guerra cristera para la elaboración de su tesis de licenciatura, que inició rescatando el archivo del licenciado Palomar y Vizcarra y reivindicando “una herramienta que hoy en día es incuestionable en el oficio del historiador contemporáneo: la historia oral” (p. 19), bajo la dirección del maestro Wigberto Jiménez Moreno. Este sería el primer libro de Alicia sobre el tema. Pérez Montfort no pierde oportunidad para narrarnos un sin fin de anécdotas sobre Alicia, que tienen relación con su trabajo, pero también con el ser humano ejemplar que fue.

 

Sin que éste sea el orden del libro, considero que hay una segunda parte donde varios colegas suyos: Antonio García de León, Gerardo Necoechea y Felipe Ávila derivan de las investigaciones y preocupaciones teóricas de Alicia, temas de reflexión que ocupan un lugar central en la historia oral, que tiene relación con el tiempo histórico, la memoria, y el zapatismo.

 

El ensayo de Antonio García de León, “Todo tiempo pasado fue anterior. Reflexiones sobre historia y oralidad”, plantea que con los cronistas, “el pasado histórico era imaginado como comparable al presente [...en donde] los cambios parecían darse sólo en las instituciones, la economía y el paisaje, pero se atribuía a la naturaleza humana una condición inmutable y universal” (pp. 51-52), lo que permitía pensar en que las praxis eran independientes de los contextos. Después del siglo XVIII las “almas nacionales alimentaron el imaginario de los más diversos patriotismos que dieron lugar en el siglo XIX al nacionalismo”, donde se alentó demostrar “la singularidad de los pasados nacionales” (p. 52). De tal suerte que, según García de León, el pasado se configura con las predilecciones del presente. Así, indica el autor, “hace medio siglo, por ejemplo, el gran tema de la historia oral era la Revolución, las luchas obreras y campesinas que le sucedieron, los conflictos religiosos develados por testimonios como los que Alicia plasmó en un memorable libro” (p. 53). De ahí, señala García de León, la importancia de la organización del Archivo de la Palabra. que inició en el país la praxis de la historia oral y del cual fueron artífices Alicia y Eugenia Meyer.

 

Por otra parte, llama la atención sobre los problemas que enfrenta el historiador oral cuando los testimonios están permeados por la memoria oficial, los mitos y las leyendas, provocando una enorme distancia entre lo que sucedió y lo que nos proporcionan las narraciones.

 

Y es precisamente esta compleja relación entre historia y memoria el tema que Gerardo Necoechea aborda en “Historia y memoria en retrospectiva”. De entrada plantea que el trabajo de Alicia y el de él “corrían sobre ejes paralelos en los que se desarrolló la historia oral” (p. 60). Al proponerse organizar archivos el de Alicia tenía el propósito de “crear proyectos de gran envergadura, tanto por su foco de atención —los grandes acontecimientos— como por la cantidad de entrevistados” (ibidem). En cambio, los proyectos comunitarios “concebían un papel más inmediato para el testimonio: el uso en el presente por parte de la comunidad que lo emitía, generalmente en aras de reconocer la memoria colectiva [...] la conservación de las fuentes orales honrada en principio, era descuidada en la práctica. En cambio, había considerable inversión de esfuerzo y creatividad para difundir los resultados de la entrevista” (ibidem), con la intención, en muchos casos, de la denuncia en el pasado y el reclamo de reconocimiento en el presente.

 

Sin embargo, aunque aproximándose a la historia oral desde distintos ángulos, Necoechea menciona que se han compartido “un conjunto de problemas derivados de recurrir al recuerdo para entender el pasado” (p. 62), tales como la confiabilidad de la memoria, el papel de la subjetividad, la crítica a la fuente creada, entre otros.

 

Necoechea finaliza su texto con el reconocimiento de nuevos problemas en este campo, entre los que destaca tres: el auge del memoralismo, los estudios de memoria y el diálogo necesario entre memoria e historia, los cuales convocan a revisar críticamente las tesis sobre la memoria y su relación con la historia.

 

El texto de Felipe Ávila, “La trascendencia histórica del zapatismo”, se propone comprender “las causas principales que explican por qué el zapatismo ha logrado mantener la vigencia en el imaginario colectivo de las clases populares mexicanas y se ha convertido en un símbolo de sus luchas y reivindicaciones” (p. 84). Cómo este movimiento fue capaz de trascender su derrota no sólo en los aspectos militares y políticos, sino también a “la destrucción de una buena parte de las comunidades y pueblos de su zona de influencia y una brutal agresió n contra la población civil zapatista por parte de sus continuos enemigos” (p. 73).

 

Asimismo destaca la importancia del zapatismo a nivel nacional e internacional, y su hipótesis es que “Emiliano Zapata se ha convertido en las últimas décadas en el más universal de los héroes mexicanos como símbolo de la lucha por la tierra y la justicia campesina” (p. 74), condición que alcanza no sólo por el significado de su lucha en el movimiento campesino o popular, sino también porque el Estado y el partido oficial se encargaron de crear “una mitología alrededor de Zapata y el zapatismo, construcción que se fue forjando desde la década de los años veinte del siglo pasado hasta la actualidad” (p. 75).

 

El zapatismo se distinguió por lo avanzado de sus planteamientos programáticos, la presencia de las corrientes anarcosindicalistas o socialcristiana y su claridad ideológica, expresada en el Plan de Ayala y en “las leyes en materia agraria, laboral, educativa, judicial y de organización del poder público que en conjunto, representan la formulación más acabada de lo que el zapatismo se proponía hacer para la organización del Estado nacional” (p. 82), y también porque el “movimiento suriano fue el único que realizó una amplia y profunda reforma agraria en los territorios que estuvieron bajo su dominio” (p. 79). Tales son las causas que ayudan a entender la trascendencia del zapatismo hasta nuestros días.

 

Por último me referiré al texto “Vales tanto cuanto recuerdas”, de la doctora Eugenia Meyer, compañera, colega y amiga de Alicia, con quién desarrolló uno de los más ambiciosos proyectos, la creación del Archivo de la Palabra. Eugenia cuenta con lujo de detalles la serie de obstáculos que debieron librar para conseguir los apoyos necesarios para emprender la tarea de rescatar los testimonios de los viejos revolucionarios a partir de la metodología de la historia oral. Eugenia recuerda: “Se trataba de un propósito bastante arriesgado, porque nos encontrábamos trabajando en una institución del Estado mexicano, y lo que queríamos precisamente era esbozar la posibilidad de una historia diferente y hasta antagónica a la ‘oficial’” (p. 43). Cuando al fin se aprueba el proyecto, la intervención de Friedrich Katz fue notable, pues las convenció del rescate de los testimonios villistas, de los cuales Eugenia se haría responsable.

 

Alicia y Eugenia fueron autoras del primer artículo que se escribió sobre la historia oral en México, titulado, “La historia oral. Origen, metodología, desarrollo y perspectivas” publicado en Historia Mexicana en 1971. Este artículo inició, por una parte, la aceptación de esta novedosa metodología y, por otra, el debate con la academia, que veía con gran escepticismo los alcances de la historia oral. Sin temor a equivocarme, este artículo inició el debate e intercambio con intelectuales de otros continentes sobre la historia oral y las nuevas corrientes historiográficas de la época.

 

Al respecto, Eugenia comenta las afinidades que descubren con los ingleses que en ese momento “se abocaban a la historia social, con los italianos ocupados en las clases subalternas, y con los franceses, empeñados en recuperar la vida cotidiana. Al fin vino el encuentro, como se ha dado en decir, con los españoles, y ciertamente con ellos tenemos más afinidades y nos sentimos más cercanos” (p. 64).

 

El balance de Eugenia sobre todos los esfuerzos colectivos realizados para darle un estatus a la historia oral en la academia es positivo, y concluye: “fuimos los mexicanos quienes encauzamos a otros hermanos latinoamericanos y que en nuestro país la metodología de historia oral ha sido aceptada, desarrollada y expandida hasta convertirse, si se me permite la expresión, en un recurso imprescindible para trabajar la historia contemporánea” (p. 47).

 

Para finalizar me permito recomendar ampliamente este libro, mediante el cual quienes no tuvieron la fortuna de conocer a Alicia en persona podrán hacerlo a través de su obra, a la que tan acertadamente se refieren los autores mencionados. Encontrarán delineados una serie de temas que son debatidos por los historiadores contemporáneos, y muy especialmente por aquellos que se dedican a la historia oral. Por todo esto, considero que para los jóvenes historiadores este libro resulta imprescindible.

 


* Instituto Mora.