Lázaro Cárdenas a contracorriente
ENVIADO POR EL EDITOR EL Miércoles, 23/10/2024 - 16:19:00 PMAnna Ribera Carbó*
Resumen
El contexto de la posguerra, caracterizado por la reconfiguración geopolítica dominada por la retórica estadounidense anticomunista, fue el periodo más duro que enfrentó el general Cárdenas. A pesar de las crispadas críticas a su persona, apoyó innumerables movimientos y luchas sociales que se desarrollaron dentro y fuera del país, siendo un intermediario incómodo, pero necesario para el sistema político mexicano que ya viraba a la derecha, distanciándose de los ideales revolucionarios.
Palabras clave: Guerra fría, luchas sociales, legitimidad política, sistema político mexicano.
Abstract
The postwar context characterized by geopolitical reconfiguration dominated by U. S. anti-communist rhetoric was the hardest period faced by General Cárdenas. Despite the tense criticism of him, he supported countless movements and social struggles that developed inside and outside the country, being an uncomfortable but necessary intermediary for the Mexican political system that was already turning to the right, distancing itself from revolutionary ideals.
Keywords: Cold War, social struggles, political legitimacy, Mexican political system.
Los años que siguieron al fin de la Segunda Guerra Mundial se caracterizaron por el enfrentamiento entre las dos potencias hegemónicas que se conoció como Guerra fría. A partir de 1945 los estadunidenses fueron presa colectiva de miedo irracional hacia sus antiguos aliados soviéticos, incitados por la visión alarmista de sus gobernantes. Un miedo que, como dice Josep Fontana, era mayor en lo que respecta a una posible subversión interna, que al poder militar soviético. Un miedo infundado, el primero, en virtud de la debilidad del Partido Comunista estadounidenses infiltrado por el FBI y la existencia de unos sindicatos para los cuales cualquier lucha por el bienestar de los trabajadores “sonaba” a comunismo. La retórica de la Guerra fría se centró, sin embargo, en la amenaza exterior, que se empleó para crear consenso con el resto de los países que se autodenominaron “el mundo libre”.[1]
México, aliado de los aliados en la guerra mundial, quedó inserto en el bando de ese “mundo libre” y ese hecho marcó los años por venir, el periodo que estudia Ricardo Pérez Montfort en el tercer volumen de su Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX.[2] El segundo volumen, dedicado a sus años en la presidencia de México, termina con las primeras actividades de Cárdenas como expresidente, como comandante del Pacífico primero y después como secretario de la Defensa a partir de la entrada de México a la guerra. El tercer volumen inicia precisamente en el momento de arranque de esa nueva configuración geopolítica del mundo.
Fue un momento complicado en muchos sentidos, pero aquí me detengo especialmente en uno, en el de la fuente de legitimidad política; porque si bien la legitimidad de los gobiernos de posguerra en los países de Europa occidental y en Estados Unidos radicó en su victoria militar sobre el fascismo,[3] en México seguía proporcionándola la Revolución mexicana: la participación en ella, su discurso, su proyecto constitucional. Esto no obstante el paulatino abandono de la lectura más radical del código queretano y de su aplicación práctica. Los políticos del partido oficial debieron, a partir de la campaña presidencial de Miguel Alemán, hacer malabares entre el discurso justiciero de la Revolución —fuente de su legitimidad— y una visión de la economía que se alejaba de él. Ya como candidato a la presidencia de la república, el simpático y carismático político veracruzano “recalcaba que ni el comunismo ni el imperialismo podrían ser soluciones adecuadas para el futuro de México”, y en su programa de gobierno asentaba que “el Estado debe brindar la más amplia libertad para las inversiones particulares, el desarrollo económico general es campo primordialmente de la iniciativa privada” y que solamente “aquellas empresas indispensables para la economía nacional a las que no atienda la iniciativa privada serán fomentadas por el Estado”.[4]
En gran medida, el tercer tomo de la obra de Pérez Montfort analiza cómo navegó Lázaro Cárdenas en esos años de ascendente deriva conservadora del régimen que él había contribuido a construir. Navegó de una manera congruente y serena, conforme con su convicción de que la solución a los problemas del país pasaba por el respeto a la Constitución y la atención a las injusticias sociales. Los medios conservadores, que durante sus años al frente del país ya lo habían etiquetado de comunista, arreciaron su ofensiva amparados ahora en el paranoico discurso de la Guerra fría. Cárdenas se preguntaba en la intimidad de sus Apuntes: “¿Por qué llamar comunismo a la inquietud moral y económica del pueblo? [...] ¿Por qué seguir llamando comunismo a las quejas que los grupos de trabajadores exponen a través de sus dirigentes por la carestía de la vida que hace estragos en el hogar mexicano?” Añadía: “el comunismo es el ‘cuco’ de los ricos y la esperanza de los pobres”.[5]
Esos ataques ocurrieron a pesar del bajo perfil que Cárdenas intentó mantener en la vida pública. Habiendo sufrido la poderosa injerencia de Plutarco Elías Calles al inicio de la presidencia, que debió resolver de manera drástica, Cárdenas evitó figurar, en la medida en que su poderosa personalidad política lo permitía. Por ello aceptó trabajar como vocal ejecutivo en un proyecto regional que le interesaba desde sus tiempos de gobernador en Michoacán: el desarrollo de una cuenca hidráulica que incrementara las potencialidades agrícolas y ganaderas del occidente del país. La Comisión del Tepalcatepec se propuso integrar la Tierra Caliente de Michoacán y Guerrero, así como la de un territorio amplio del occidente de Jalisco, en un proyecto de desarrollo apoyado por la Secretaría de Recursos Hidráulicos que tenía como modelo el exitoso ejemplo del proyecto del valle del Tennessee implementado por el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt antes de la guerra y que había sido una estrategia clave para la recuperación de la economía tras la gran crisis de 1929.[6] La Comisión del Tepalcatepec, dice Pérez Montfort, se caracterizó por “su poca burocracia y su mucha capacidad ejecutiva”.[7]
El trabajo en la Comisión, que le permitió recorrer sin cesar las distintas regiones michoacanas, pasando siempre que había oportunidad por su Jiquilpan natal, no le impidió involucrarse en otros asuntos y temas que le preocupaban e importaban. En 1948 fue invitado por Juan Marinello, miembro del Partido Comunista de Cuba, a encabezar la convocatoria a un Congreso Continental a favor de la Paz y la Democracia, al que deberían concurrir representantes de todos los países latinoamericanos. Cárdenas recibió la iniciativa con simpatía ya que coincidía con su postura de que cada país tuviera el mando real frente a sus grandes problemas, sin la intervención de otros, y menos aún de intereses monopólicos que “quieren dominar a los pueblos”.[8] Postura que lo posicionó frente a los acontecimientos de Venezuela en 1948, cuando el presidente Rómulo Gallegos fue depuesto mediante un cuartelazo; de Guatemala en 1954, cuando el gobierno de Jacobo Árbenz fue víctima de un golpe militar orquestado por la CIA, y de Cuba, a partir de 1953.
Cárdenas había escrito al presidente guatemalteco Juan José Arévalo en 1949:
Los consorcios capitalistas que ambicionan la dominación hemisférica y mundial [acaparan] los recursos económicos, los medios de producción, de transporte y los mercados de consumo a costa del agotamiento de nuestras riquezas naturales y humanas [...] La experiencia ajena es útil porque enseña que cuando los trusts internacionales son obligados a respetar los legítimos derechos domésticos recurren a la paralización de los centros de trabajo, al aislamiento y al bloqueo financiero y marítimo, y después de asumir una actitud de desacato a las leyes, de insubordinación a las autoridades y a las instituciones, emplean el cohecho, la traición y el golpe de Estado para asaltar el poder con dóciles instrumentos de sus explotaciones.[9]
Cuando el golpe contra Árbenz estaba por perpetrarse, escribió a propósito de un expediente que sobre Guatemala le mostró Frank Tannenbaum: “[El expediente muestra] los cargos irrisorios que se hacen al gobierno de Guatemala por su lucha en contra de los monopolios que absorben la economía de su país, lo acusan de ‘comunista’ que es hoy el mayor delito en la mentalidad de las autoridades norteamericanas. [...] Guatemala será víctima esta vez”.[10]
En el contexto polarizado de la Guerra fría y frente a la actitud de creciente sumisión y cercanía con los gobiernos estadunidenses de los presidentes mexicanos Alemán, Ruiz Cortines y López Mateos, sorprende la congruencia política de Lázaro Cárdenas, quien jamás hizo concesiones en su definición ideológica, no obstante las reiteradas referencias a su persona en la prensa como un “influyente antinorteamericano” y “prosoviético”.[11] La expresión más contundente de este distanciamiento de la postura oficial se dio frente al proceso cubano, que entusiasmó al general. Su ayuda a los revolucionarios cubanos, que armaron desde México la expedición del Granma, el cual zarpó de Tuxpan en noviembre de 1956; las imágenes de Cárdenas en la celebración revolucionaria junto a los “barbudos” en La Habana el 26 de julio de 1959 y la defensa de la isla durante la invasión de Bahía de Cochinos en abril de 1961, tensaron su relación con el presidente López Mateos, quien empleaba una retórica izquierdista de apoyo al proceso cubano en tanto mantenía una cautelosa política de alianza con Estados Unidos en un enredado equilibrio propio del contexto de la Guerra fría.[12] Las palabras y los actos de Cárdenas respecto a Cuba terminaron de azuzar a la prensa anticomunista en su contra. Él no hizo concesiones. Dice Pérez Montfort que la paranoia anticomunista no amedrentó al general, quien escribió en sus Apuntes:
De ocultar o eludir nuestra simpatía con el esforzado pueblo cubano en los momentos álgidos de su lucha contra la invasión, no sólo traicionaríamos los postulados de nuestros movimientos nacionalistas, antifeudales, antiimperialistas y democráticos, sino que contribuiríamos consciente o interesadamente al suicidio colectivo de la soberanía e independencia de los países de Latinoamérica. [13]
Los temas que remitían a las luchas sociales en América Latina habían sido una constante entre las preocupaciones de Cárdenas. En 1949 ya había puesto a disposición de la Secretaría de Educación Pública su quinta Eréndira en Pátzcuaro, para que en ella se instalara el Centro Regional de Educación Fundamental para América Latina, el CREFAL, que se inauguró en 1951 patrocinado por diversas instancias internacionales como la ONU, a través de la UNESCO, y por el gobierno de México. Consideraba a la educación como un vehículo fundamental para combatir la desigualdad. Diez años después participó como figura central en la Conferencia Latinoamericana por la Soberanía Nacional, la Emancipación Política y la Paz que se celebró en México en 1961.
Al interior del país, Cárdenas se involucró en la defensa de las luchas sociales en ascenso a finales de la década de los cincuenta y hasta su muerte en 1970. Médicos, ferrocarrileros, telegrafistas, electricistas, telefonistas, maestros y estudiantes encontraron en el general a un defensor de sus causas y un aliado en la lucha por la liberación de sus presos. En un país con una izquierda política y una prensa opositora débiles, la figura de Cárdenas como intermediario frente a los gobiernos de López Mateos y de Díaz Ordaz fue clave porque, aunque no se salió siempre con la suya, su definición frente a los problemas evidenció, con su congruencia y ética políticas, las contradicciones entre la retórica y la acción del sistema político mexicano.
Este distanciamiento de Cárdenas en temas clave de la política doméstica y de la relación de México con el mundo a través de los sucesivos gobiernos mexicanos, seguido paso a paso por Pérez Montfort, nos lleva irremediablemente a preguntarnos por qué, a pesar de la creciente divergencia con las líneas oficiales en materia agraria, social, económica y diplomática, Lázaro Cárdenas nunca rompió con el régimen y mantuvo una postura institucional. Aventuro una hipótesis: cuando terminaba en 1932 sus años al frente del gobierno de Michoacán, Lázaro Cárdenas pensó seriamente en abandonar por un tiempo el ejército y las funciones públicas para dedicarse a labores de carácter social en la Confederación Revolucionaria Michoacana del Trabajo. Le manifestó sus intenciones a su amigo Francisco J. Múgica, en ese entonces director del penal de Islas Marías. Múgica le contestó enseguida:
Me refiero a su propósito de permanecer un año, después de dejar el Gobierno, al lado de la Confederación, pues dado nuestro medio intranquilo, ambicioso y suspicaz no concibo siquiera que ejercitando funciones militares pudiera dedicarse a la labor social que urgentemente necesita desarrollarse en el estado [...] tampoco concibo cómo al salir de la política no reanude automáticamente sus funciones militares en el ejército del pueblo.
Le voy a decir porqué: Cada día que pasa me confirma más en la idea de que el mando es una necesidad ingente en nuestro medio político y social, sin esta condición nadie vale nada en México así sean claros los antecedentes y halagadoras las circunstancias, pero la verdad brutal, tajante, incontrovertible es que sin el mando todo valimiento vale pelos —y perdóneme la frase tan vulgar en esta carta tan seria—.
Si usted tiene pues, que de hecho sé que lo tiene, empeño en salvaguardar los ideales de la Revolución y de conservar por lo menos algunas de las organizaciones que han logrado crearse, llenas de dificultades y restricciones, conserve usted el mando militar.[14]
Múgica tenía claro entonces, y Cárdenas lo tendría también el resto de su vida que, para tener influencia en el sistema político mexicano y orientarlo en el sentido que ellos consideraban correcto, había que formar parte de él. En unos años en que no existía una oposición de izquierda organizada, con posibilidades reales de intervenir en los destinos de la nación, la mejor opción era estar dentro. Y desde ahí Cárdenas pudo participar en las Comisiones del Tepalcatepec y del Balsas, impulsando proyectos de desarrollo regional, y pudo servir de mediador e interlocutor en los problemas sociales del país. Hay que considerar, además, que en esos años había aún un impulso social que se reflejaba en políticas públicas que en cierta forma conservaban el espíritu de la Revolución mexicana. Así, Cárdenas se mantuvo en el orden institucional que él había contribuido a crear y en la clase política de la que irremediablemente formaba parte, aunque preocupado por la deriva conservadora y represiva del régimen, y por la persistencia de la injusticia, la corrupción y la desigualdad, como lo manifestó en el documento conocido como “testamento político”. El sistema político, por su parte, soportó sus opiniones, aunque ponían en evidencia sus flaquezas y desviaciones, porque la figura enorme del general le seguía dando prestigio y legitimidad.
Con el tercer volumen de Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX, Ricardo Pérez Montfort concluye una gran reconstrucción biográfica del político y general michoacano quien, tras dejar la presidencia y en los polarizados tiempos de la Guerra fría, sorteó con su conocida prudencia una época en la que defender la justicia social y la soberanía de los pueblos lo alineaba de inmediato en las filas del “enemigo comunista”. Tal vez éstos fueron los años más difíciles de su vida política, los de remar a contracorriente cuando el péndulo de la Revolución, que en su presidencia había llegado al extremo más radical, basculó en sentido inverso; los tiempos de “la confrontación con el macartismo de la Guerra fría y la defensa tenaz de la autodeterminación de México y de los países latinoamericanos en la lucha por la paz, los derechos de la gente y la libertad de los presos políticos”.[15]
En 2005 Tony Judt publicó el libro que en español se titula Postguerra: una historia de Europa desde 1945. Se trata de un acercamiento colosal a los años que van del final de la Segunda Guerra Mundial a la caída del muro de Berlín, en 1989 en el escenario europeo. El historiador británico considera que “las confrontaciones de la Guerra fría; el cisma que mantenía separados al Este del Oeste; la lucha entre el ‘comunismo’ y el ‘capitalismo’; las historias diferenciadas e incomunicadas de la próspera Europa occidental y sus vecinos del Este, los satélites del bloque soviético” no deben considerarse como “el umbral de una nueva época sino más bien como un periodo de transición: un paréntesis de postguerra, la situación inacabada de un conflicto que finalizó en 1945 pero cuyo epílogo había durado otro medio siglo”.[16] Este último volumen de la vida de Lázaro Cárdenas, escrito por Ricardo Pérez Montfort, trata de alguna forma nuestro particular paréntesis de posguerra, nuestro largo epílogo del debate por la Revolución mexicana que, en 1988 y de la mano del hijo del general, adquiriría nuevas formas.24 de agosto de 2022
* Dirección de Estudios Históricos, INAH.
[1] Josep Fontana, El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1914, Barcelona, Crítica, 2017, pp. 291-292.
[2] Ricardo Pérez Montfort, Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX, t. 3, México, Debate, 2022.
[3] Tony Judt, Postguerra, Una historia de Europa desde 1945, Barcelona, Taurus, 2006, p. 75.
[4] Pérez Montfort, op. cit., p. 37.
[5] Ibidem, p. 63.
[6] Ibidem, pp. 67-69.
[7] Ibidem, p. 70. La Comisión, cuya influencia se dejó sentir en casi 30 000 kilómetros cuadrados, incluyó treinta municipios y una población de entre 250 000 y 300 000 habitantes. En el sexenio de Miguel Alemán construyó nueve presas, nueve grandes sifones, un par de plantas eléctricas; benefició con agua potable a poco más de treinta poblaciones y prácticamente llevó a su término la carretera Uruapan-Apatzingán, lo cual concluyó la construcción de trescientos kilómetros de caminos revestidos y cuatrocientos de brechas transitables. Los caudales de los ríos Cupatitzio y Tepalcatepec podían controlarse a través de canales y sifones que beneficiaban miles de hectáreas productoras de dos o incluso tres cosechas al año. Además, se edificaron pistas aéreas, hospitales, escuelas y campos deportivos que habían “cambiado la fisonomía geográfica, hidrológica, política y social de la cuenca”. Ibidem, p. 72.
[8] Ibidem, p. 90.
[9] Ibidem, p. 164.
[10] Ibidem, p. 182.
[11] Ibidem, p. 171.
[12] Fontana, op. cit., pp. 331-332.
[13] Pérez Montfort, op. cit., p. 314.
[14] Archivo Histórico de la UAER-UNAM, Fondo Francisco J. Múgica, Jiquilpan, antes Centro de Estudios de la Revolución Mexicana Lázaro Cárdenas, A. C., anexo 3, caja 1, documento 89.
[15] Cuauhtémoc Cárdenas, Cárdenas por Cárdenas, México, Debate, 2016, p. 657.
[16] Judt, op. cit., p. 20.