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De cómo mirar a los que nos han visto

ENVIADO POR EL EDITOR EL Jueves, 24/10/2024 - 13:12:00 PM

Esther Acevedo, Desde qué mirada vieron los franceses a México. L’Illustration, Journal Universel, 1843-1875, México, Secretaría de Cultura-INAH, 2019.

 


Rebeca Monroy Nasr*

 

Recibir de manos de la autora este libro de grandes alcances histórico-visuales es un regalo importante para aquellos que penetramos desde otro ángulo a la historia de la imagen. El recorrido que hace la historiadora del arte sólo puede ser ejecutado por alguien que conoce profundamente la historia del México decimonónico, de sus personajes, de sus batallas y guerras pérdidas, de los tiempos periféricos; pero más aún, que conoce su historia visual y, tan bien la conoce, que puede verla por el otro lado de la moneda.

 

No es un texto sencillo a pesar de que está pletórico de imágenes. Porque, a diferencia de lo que algunos de nuestros colegas suelen pensar, los “monitos” tienen sus propias características y metodologías de análisis, sus espacios y gramática visual, sus tiempos de trabajo, y en este libro vemos decantada la experiencia de la autora en una labor largamente acariciada.

 

El libro parte de una mirada que a muy pocos se les hubiese ocurrido: cómo nos veían a los mexicanos desde el otro lado del Atlántico, en un momento en que la antigua América española ya tiene una forma más bien latinoamericana, cuando los franceses, ingleses y españoles fincaban sus finos tentáculos sobre los medios y las tierras mexicanas. España, para recuperar lo perdido después de la Independencia; Inglaterra y Francia, para mantener su presencia y extender su poder y seguir drenando con negocios y oportunidades económicas las ricas tierras de este suelo. La historia es más que conocida, pero vista desde otro ángulo ¿qué nos deparaba? Cómo nos vieron los franceses a los mexicanos es la pregunta que guía la lectura de ese libro de finas reproducciones y grabados y materiales visuales de gran valor.

 

La autora parte del año 1843, cuando el 4 de marzo surge el hebdomadario L’Illustration, y nos narra cómo se formó y cómo su director, comité editorial, accionistas empresarios y grabadores hicieron posible su operación. En esta primera parte de su libro, “Una semana para un sector social”, Esther Acevedo nos muestra y explica las formas de trabajar el grabado en pie, con buril, y el proceso delicado de ponerlo en la página y reproducir con una alta tecnología unos 200 ejemplares por hora. Llegaron a tirarse 47 000 ejemplares en los años ochenta. También nos permite entender cómo llegaron a este territorio independiente algunos ejemplares traídos por coleccionistas y estudiosos de los gabinetes científico-literarios, y actualmente resguardados en la Hemeroteca Nacional, la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, la Biblioteca Francisco Xavier Clavijero de la Universidad Iberoamericana y la biblioteca de la Academia de San Carlos, entre otras. Un rastreo a fondo, para ofrecer información puntual acerca de cómo llegó y se conservó esta publicación en nuestro país, salvo algunas láminas que fueron recortadas.

 

Moviéndonos en el tiempo, en el segundo apartado, “Exponer los acontecimientos”, seguimos a la autora desde la Independencia hasta la Guerra de Texas. Era difícil imaginar hasta qué punto los franceses se interesaban en nuestra historia, en particular los avances de los estadunidenses en nuestro territorio y las políticas de los gobiernos posindependentistas. Pero como señala Acevedo, no pusieron en imágenes a ningún liberal, aunque Santa Anna jugó en ambos bandos (pp. 29-30).

 

En 1838 empiezan los enfrentamientos bélicos con Francia en la famosa Guerra de los Pasteles. La flota francesa que llegó a Veracruz en noviembre de ese año se observa en un cuadro al óleo de Horace Vernet, un ejemplo del constante diálogo entre grabado y pintura que caracterizó a la época. Con ojo fino penetra la autora en la intervención tripartita, para señalar los signos claros de que España, Inglaterra y Francia querían recuperar terreno en el suelo mexicano. En los grabados apreciamos las formas de avanzar de las tropas, sus uniformes, los contextos arquitectónicos como el Fuerte de San Juan de Ulúa. Se muestra la geografía, la vegetación, las cumbres, los desafíos que significó para los extranjeros una orografía totalmente nueva, el encuentro con los nacionales y sus trajes, sus mujeres y niños.

 

Así arribamos al momento connotado del 5 de mayo de 1862, cuando logramos nuestra primera y única batalla ganada por el general Zaragoza en Puebla. Los grabados son narraciones de actos heroicos, retratos de soldados en el llamado a la retirada, salvando a la bandera —que era salvar a la patria, como señala la autora—. Y la riqueza gráfica se va acentuando con cada episodio y cada momento histórico, hasta la entrada de los franceses al tomar la ciudad de Puebla, el general Fréderic Forey frente a la catedral de esa ciudad, y la llegada del ejército al centro de la Ciudad de México. Incluso la intervención estadounidense se considera un logro bélico, a pesar de no haber mediado batalla alguna.

 

Es tal el furor en la revista que con motivo de los eventos siguientes a 1863 se reproducen 114 grabados y durante el Imperio de Maximiliano se publican 151 (p. 57).  Los sucesos que destacaba la revista eran la llegada de Carlota y Maximiliano a tierras mexicanas, incidentes en los tramos de las diligencias, el ferrocarril, los ataques de los zuavos a las poblaciones y, sobre todo, la visita de los indios kikapoos a Maximiliano en la Ciudad de México. Luego, la historia bien conocida y el final de Maximiliano, a pesar de los esfuerzos de Carlota por convencer a Napoleón III de mantener su apoyo en México. La crónica narrará cómo es aprehendido y fusilado Maximiliano y su cadáver enviado a Europa a fines de 1867. Pero la mayor parte del imperio y sobre todo de su aprehensión y muerte no fue mostrada en ilustraciones: la fatalidad del fracaso se negaba y se escondía.

 

El siguiente apartado, “Entre anticuarios y la naciente época”, se sitúa en la óptica de los que nos han visto del otro lado del Atlántico. Con la sabiduría que le han dado los largos años en los archivos y su conocimiento profundo del siglo XIX, Esther Acevedo nos lleva de la mano para descubrir que en 1850 hubo en el famoso museo parisino del Louvre colecciones de piezas prehispánicas bajo el nombre de Museo Mexicano. Además, nos explica cómo se vinculan la antropología como ciencia naciente y el coleccionismo de arte prehispánico que tanto llamaría la atención de los europeos, al igual que el arte africano y de otras culturas indígenas del orbe. Recordemos que los mismos pintores vanguardistas tomaron esas referencias para transformar el arte clásico del siglo XIX. Vemos entonces cómo esos objetos que llegaron a las páginas de L’Illustration también fueron motivo de disputa, que la autora analiza con lupa. Por ejemplo, la publicación de un dibujo de la colección de antigüedades del pintor Èdouard Pingret despertó una fuerte controversia, intentos de venta, rectificaciones de las piezas, falsificaciones y otras muchas historias entreveradas en torno a esta colección. La presencia de los viajeros extranjeros en México, aunada al Museo Mexicano del Louvre, la llegada de Pingret a Francia y la presencia en L’Illustration de dos personajes llamados “Los Aztecas en Londres”, van dando una idea de cómo se pretende ver a México. Dos jóvenes de San Salvador, Máximo y Bartola, fueron exhibidos y condenados a una vida miserable, en pos de mostrar la “degeneración de la raza”. Este apartado deja ver claramente la postura clasista y racista de los europeos —en este caso, de franceses e ingleses—, al mostrar a dos jóvenes hermanos con deficiencias genéticas, los Aztecan children, como representantes de los aztecas en la zona maya. Doloroso episodio que revela la perversidad de la mirada europea. Cierra este apartado un cuadro de Moctezuma, analizado con rayos X para descubrir algunos de sus ocultos secretos al mostrarlo de la altivez al vasallaje. (Recuerda a la mujer Julia Pastrana, una artista talentosa que en 1856 fue promocionada en los teatros y circos como “la mujer mono” o “la dama más fea del mundo” y tuvo una vida muy difícil.)

 

  
Figura 1. Afiche promocional de Julia Pastrana, Nueva York, tomado de: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/la-tildaron-de-fenomeno-y-mujer-bestia-pero-los-monstruos-resultaron-ser-otros-nid26092021/, consultado el 21 de abril de 2022.

 

“Los grabados se vuelven pinturas de salón”, el cuarto apartado, nos muestra cómo la litografía y la fotografía fueron fuentes para la pintura de la época. Esto queda claro cuando la autora analiza la obra de Blanchard, Lange, Beaucé, que además de ser publicados en el hebdomadario que nos ocupa, fueron llevados al lienzo y exhibidos en los salones de París para documentar las batallas ganadas, saciando la sed de triunfo. Porque no cabe duda de que obras que ilustraban las derrotas como la del 5 de mayo de 1862 y el fusilamiento de Maximiliano —entre ellas el cuadro de Manet y sus litografías sobre el tema— fueron censuradas en esos momentos. Acevedo señala que después una vanguardia artística justamente cuestionaría el poder (p. 100).

 

En el quinto apartado, “Las imágenes se desplazan internacionalmente”, se nos revela cómo el grabado en madera de pie tuvo una gran fuerza visual e icónica. La litografía incidía en las publicaciones periódicas y la fotografía había aportado importantes contribuciones desde su descubrimiento en 1839, pero el grabado en madera de pie llevó mucho más allá la reproducción de imágenes al poder ser incluido con los textos en una sola página, lo que revolucionó la edición. La propia revista lo reconocía al afirmar: “Las cosas que llegan al espíritu por la oreja son menos fáciles de retener que aquellas que llegan por los ojos” (p. 125) Y eso lo sabemos bien quienes nos dedicamos a la visualidad y sus estudios, y cómo los grabados fueron pasando en la época de un medio a otro, de un país a otro y tuvieron una alta circulación en esos años.

 

El que reseñamos es un libro de largo alcance y con ello me refiero a que Esther Acevedo nos muestra su gran conocimiento del tema de la imagen decimonónica, en términos de la litografía, de la fotografía y del grabado, en estrecho vínculo con la pintura y la escultura. Pero su conocimiento tiene varios estratos histórico-visuales más, pues puede penetrar en cada mundo: el de las revistas, los editores, los grabadores, los que hacen el traslado de los dibujos o fotografías al grabado, los que las transportan, la impresión de las imágenes en L’illustration, además de estudiar las redes sociales, políticas, económicas y sobre todo culturales que se van entreverando en cada uno. Es un libro que decanta mucha de su formación y conocimiento técnico-formal y sobre la cuestión ideológica, y deja ver con claridad la postura de una investigadora que conoce a fondo la historia mexicana del XIX: le ha dedicado largas jornadas a Maximiliano y ha concluido que era un gran tipo, liberal, interesado por la salud, por la cultura, pero a la vez un gran ingenuo al creerles a los conservadores. Por ello, y con los trabajos posteriores que han salido de Arturo Aguilar, María Esther Pérez Salas y Aurelio de los Reyes, entre otros, puedo advertir las maravillas que puso en marcha Maximiliano en México y su derroche de genuino interés, que lo llevó a morir.

 

Esther Acevedo se adentra en todos los espacios posibles: el género epistolar, los documentos, las imágenes, las redes culturales de la época, el coleccionismo, los gabinetes científicos, la presencia política y social de los franceses en México, las estancias de fotógrafos, viajeros, pintores, y los tintes historicistas de cada uno a su modo. Los 350 grabados que aparecen al final del libro constituyen un maravilloso dossier de imágenes, con su título, fecha de publicación y el pie de grabado con el nombre del grabador y el impresor, o si proviene de un dibujo, fotografía o boceto. Agrega además un índice onomástico de pintores, grabadores, impresores y literatos. Esta obra, que la autora afirma haber concretado en cuatro años, envuelve mucho más en el esfuerzo de reunir la información, manejarla, analizarla y presentarla. Puede hurgar en el pasado como lo hace gracias al gran conocimiento sobre la época que ha adquirido durante varias décadas. Son muchos años de trabajo los reflejados en esta obra, que además contiene imágenes de extraordinaria calidad, realizadas por Sergio Estrada y Agustín Estrada. El análisis profundo y detallado de las imágenes es posible gracias a la calidad formal del buril y al diseño inigualable aportado por el reconocido Bernardo Recamier.

 

Este libro merece ser leído, saboreado, estudiado, para tratar de entender a aquellos que quisieron ver en nosotros un país exótico, pensando “que no sabíamos gobernarnos y se necesitaba un príncipe extranjero para ello” (p. 126) Nuestro arte prehispánico circuló para exhibición, coleccionismo y tráfico de piezas. Nuestras costumbres mal vistas, nuestros gobernantes expuestos en la escena, mientras que los que nos miraban proclamaban el éxito de todas sus incursiones. Pero sabemos que la historia de ese intenso siglo XIX, vista como nuestra historia… ha sido otra.

 


* Dirección de Estudios Históricos, INAH.