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Entre el fascismo transnacional y el Estado posrevolucionario

ENVIADO POR EL EDITOR EL Jueves, 24/10/2024 - 13:22:00 PM

Octavio Spindola Zago, Labor omnia vincit. Chipilo, entre el fascismo transnacional y el Estado posrevolucionario, 1907-1982, Puebla, BUAP / Secretaría de Relaciones Exteriores, 2022.


Tania Hernández Vicencio*

 

El análisis del fascismo está de regreso con nuevos ímpetus. Basta revisar las páginas de los principales diarios internacionales y las librerías para encontrar novedades editoriales enfocadas en la reflexión sobre el fascismo, el neofascismo, el posfascismo y el parafascismo. Este movimiento recobra importancia en el debate académico y en la discusión pública, como parte de las distopías del siglo XXI. Se analiza como la expresión de una sociedad ficticia e indeseable, comunidades bajo el poder totalitario, es decir, como una apuesta contraria a la utopía y a la promesa sobre un mejor futuro que caracterizó el inicio del siglo XX.

 

El trabajo de Octavio Spindola Zago, en cambio, revisa la experiencia fascista en México en una perspectiva utópica y revolucionaria, resalta su potencial en la perspectiva de lo que François Dubet[1]  llamó la “comunidad de destino”, el lugar de destino. Si bien el estudio del fascismo ha sido clave para la historiografía acerca de las derechas contemporáneas en distintos países del Cono Sur, sobre todo como parte de los regímenes dictatoriales, el libro de Spindola Zago contribuye a la revisión de la historia social mexicana, al retomar aquel debate abierto por el libro de Elías Palti[2]  intitulado La nación como problema. Es decir, Octavio Spindola aporta valiosos elementos para el debate respecto de la impronta que dejaron diversos proyectos trasnacionales en el México del siglo pasado.

 

Sabemos que las condiciones sociales, políticas y económicas que predominaron en las primeras tres décadas del siglo XX favorecieron, en el mundo, el nacimiento, desarrollo y expansión de grupos nacionalistas de derecha que adoptaron algunos rasgos, valores y formas de organización del fascismo y del nazismo. Sin embargo —según nuestro autor—, hablar de procesos de fascistización tiene una implicación más amplia y compleja. Bajo el título: Labor omnia vincit. Chipilo, entre el fascismo trasnacional y el Estado posrevolucionario, 1907-1982, Spindola pasa revista a los hallazgos de Franco Savarino sobre el fascismo en México y en América Latina, y nos regala una investigación asentada en un amplio arco temporal de setenta y cinco años. A través de ese amplio recorrido, el autor nos conduce por distintos momentos de la historia internacional, nacional y local, así como por varios gobiernos producto del proceso de cambio en la naturaleza del Estado mexicano.

 

El investigador analiza al fascismo como tercera vía, como alternativa civilizatoria e incluso como un movimiento de esencia revolucionaria. Compuesto por una introducción bajo el título “Trazos preliminares”, tres capítulos y reflexiones finales, el libro puede leerse en dos partes. Una de éstas puede ser la base de un buen ensayo a propósito de las distintas dimensiones de la ideología y del movimiento fascista en el mundo. La otra parte aborda el análisis propiamente del fascismo en Chipilo, Puebla, siempre en la perspectiva de la historia trasnacional, pero sin dejar de identificar las influencias que ejerció en México, un país de fuerte tradición católica y marcado por profundos sentimientos nacionalistas. A manera de juego de espejos, Spindola Zago va engarzando los complejos procesos globales con la no menos compleja historia de los habitantes de Chipilo.

 

El libro va más allá del análisis historiográfico clásico. A tono con las nuevas corrientes incorpora las perspectivas sociológica —básicamente sistémica—, filosófica y psicológica. Varias y complejas son las dimensiones de análisis: las vicisitudes de los procesos de modernización de principios del siglo XX, los proyectos geopolíticos y la lucha por la repartición del orbe entre las potencias europeas y Estados Unidos, los avatares de la construcción del nacionalismo mexicano en la posrevolución, las grandes luchas ideológicas de occidente entre movimientos como el panlatinismo, el hispanismo y el panamericanismo, así como una parte de la historia de la migración italiana a México. Además, el autor reflexiona en torno a los vínculos entre el Estado y la sociedad, y es en este punto donde cuestiona la alta jerarquización de las relaciones sociales, el ejercicio autoritario del poder y el uso de la violencia. Por si fuese poco, Octavio Spindola nos traslada a la historia cultural de México, al identificar varias de las influencias del fascismo en intelectuales y artistas que vieron en esa propuesta la vía para impulsar la modernización de la sociedad mexicana.

 

La narrativa arranca en el siglo XIX y se va asentando en el siglo XX. A lo largo de tal recorrido, se identifican varios rasgos del fascismo trasnacional que en México fueron cobrando vida a partir de la posrevolución. El corporativismo y la jerarquización de las relaciones sociales, la creación de un partido hegemónico, el culto al líder revolucionario, el uso de los mitos y los símbolos, y la disciplina partidista, fueron atributos del fascismo que se instrumentaron en México envueltos en un halo de “ambigüedad por parte de la clase política posrevolucionaria”. Según Spindola, varios valores y prácticas del fascismo se adoptaron en México con el fin de construir el orden social y la estabilidad política. Este modelo ideológico y político representó una alternativa al orden público.

 

En ese escenario nacional, Spindola Zago afirma que el “proceso de fascistización” de Chipilo fue producto de un proyecto trasnacional emanado de una importante estrategia geopolítica de la Italia expansionista e imperialista, que empató con una importante estrategia de modernización económica nacional. Fue la expresión de la “geopolítica del Eje latino liderado por Italia” en oposición a las estrategias geopolíticas hispanista, panamericanista y hasta populista, la que impulsó el “semillero de formas fascistas periféricas”. Un rasgo importante del fascismo en México fue la función que tuvo el catolicismo, pues agregó un fuerte antijudaísmo y potenció el espíritu de sacrificio. De ahí la relevancia del papel que tuvo el sacerdote católico Francisco Ernesto Mazzocco y algunos miembros de la jerarquía católica poblana, como el arzobispo Octaviano Márquez, así como la rama femenil de la orden salesiana, que apoyó al padre Mazzocco en las labores de fascistización por la vía de la educación de la infancia y los jóvenes de la colonia.

 

Un propósito de la clase gobernante al invitar a México a grupos de extranjeros, como el de los italianos, era promover la modernización económica nacional, fundamentalmente del campo, con la expectativa de incorporar nuevas tecnologías y nuevos modelos productivos. En la posrevolución, el mundo rural se volvió un espacio clave de la disputa política e ideológica entre nacionales y extranjeros. En este sentido, el texto de Octavio Spindola muestra que las originales colonias agrícolas italianas del final del siglo XIX fueron una semilla importante que, si bien no pudo desarrollarse plenamente, sí constituyeron una especie de andamio para los proyectos posteriores, como el fascista. El valor del campo radicaba en constituir, por un lado, el espacio de reserva de los valores, las tradiciones, las raíces, la historia, la identidad nacional, y, por otro, el ámbito propicio para sembrar la visión de futuro, a partir del uso de la técnica, la búsqueda de la productividad y el trabajo comunitario.

 

En el libro se sugiere otra veta interesante para el análisis de la historia política del siglo XX y del presente, la cual tiene que ver con la centralidad del activismo de altos funcionarios del gobierno mexicano, de la embajada, de los consulados y de la propia Secretaría de Relaciones Exteriores. Como un ejemplo de soft power se destaca la función que tuvieron algunos delegados consulares, en especial Carlo Manstretta. También es relevante la identificación de varios personajes de gran peso en el poder nacional y local, como Carlos Pacheco, artífice del proyecto colonizador en México, propietario de importantes extensiones de tierras y político poblano destacado, articulador de poderosas redes sociales, económicas y políticas que vio con buenos ojos el proyecto chipileño, y cuya actuación es un ejemplo más del complejo perfil de la clase política nacional de ese momento.

 

Una dimensión sobre la que no se profundiza en el libro, pero que permea a lo largo de la narrativa, es la complejidad del proceso de formación de ciudadanos allende las fronteras de su propia nación. Los ciudadanos italianos de esta historia habían migrado, como suele suceder en la mayoría de las migraciones, por necesidad más que por gusto. Habían tenido que dejar la campiña en el Véneto para asentarse en tierras extrañas, que quizá percibieron como exóticas, con una geografía distinta, con otras costumbres y otras historias. Esta dimensión del análisis, no necesariamente abordada en el libro, plantea, por lo menos, dos preguntas: ¿qué significaba ser un ciudadano italiano en tierras mexicanas y poblanas?, ¿qué aspectos de la ciudadanía fueron capaces estos migrantes de ejercer realmente en tal escenario?

 

No puedo dejar de mencionar que el libro es producto de una amplia consulta de fuentes documentales nacionales y extranjeras. Pero el autor también utiliza la metodología de la historia oral y con ella recoge las representaciones que sus informantes han recreado sobre lo que fue el proyecto italiano en Chipilo. Luis González y González (1979) estaría gustoso de leer la forma tan vívida en la que los informantes de Spindola Zago recrean la “matria”, el terruño, en una patria distinta, un proceso que Savarino ha analizado con detalle en su trabajo titulado “Un pueblo entre dos patrias”.[3] En muchos de los testimonios se siente la nostalgia por lo que fue y por lo que no fue el proyecto de sus antepasados, y en las charlas con los más jóvenes se percibe el sincretismo expresado en los vocablos que utilizan, en la toponimia que recuerdan, en las conmemoraciones a las que se adhieren. Según Spindola Zago, la singularidad de la inmigración italiana a Chipilo, con relación a otros grupos de inmigrantes italianos en México, está en que aquéllos se reconocen no como mexicanos ni como italianos, sino como el resultado de un mestizaje cultural y biológico, designado simplemente con el gentilicio “chipileño”.

 

* Dirección de Estudios Históricos, INAH.
[1] François Dubet, Lo que nos une. Cómo vivir juntos a partir de un reconocimiento positivo de la diferencia, Buenos Aires, Siglo XXI, 2017.
[2] Elías Palti, La nación como problema, Los historiadores y la cuestión nacional, Buenos Aires, FCE, 2003.
[3] Franco Savarino, “Un pueblo entre dos patrias. Mito, historia e identidad en Chipilo, Puebla (1912-1943)”, Cuicuilco, vol. 13, núm. 36, enero-abril, 2006, pp. 277-291.