El lugar de la decisión. Proyecto “Otras mujeres”, de la fotógrafa Judith Romero
ENVIADO POR EL EDITOR EL Martes, 29/10/2024 - 14:01:00 PMKaren Glavic*
Iniciado a partir de 2014 —y todavía vigente— en Oaxaca, México, el proyecto “Otras mujeres” ha implicado para la autora y fotógrafa, Judith Romero,[1] desplazarse a distintos lugares y países, incluyendo en sus imágenes y entrevistas a mujeres de Chile, Brasil, Argentina, México, Estados Unidos, Polonia, España y Francia. El proyecto está compuesto por retratos, video y testimonios de diversas mujeres quienes fueron ampliamente entrevistadas por la fotógrafa mexicana.
Mujer/madre
La mujer ha representado en la historia del pensamiento, precisamente, lo Otro. El reverso de la presencia en su clave masculina, de la instalación en el espacio público, de la razón. En forma de ocultamiento y ausencia se ha incluso abierto paso —si pensamos por ejemplo en la histeria— en virtud de su capacidad de hacerse visible ocultándose. La alteridad coincide con lo femenino, nos alertan ciertas corrientes de la tradición filosófica, y es incluso lo femenino una metáfora privilegiada para encarnar un potencial generador de diferencias en las retóricas de “lo post” de fines del siglo pasado.
No deja de ser provocador, por tanto, que hoy y a propósito de las “Otras mujeres” de Judith Romero (México), exhibiéndose en Santiago de Chile, en la Galería Gronefot, nos acerquemos nuevamente a pensar lo otro. Lo otro en las mujeres esta vez. Y es que tampoco la teoría feminista ha quedado ajena a multiplicar sus propias ideas sobre esta noción. De la mano de metáforas y figuraciones post identitarias, las últimas décadas han insistido en descentrar la idea de un sujeto-mujer que coincida con lo materno, pues sabemos que no sólo la categoría de sujeto nos rehúye en tanto que mujeres —pues un sujeto no ha sido otra cosa que el hombre blanco domiciliado en occidente, aquel que personifica los atributos de la razón y la ciudadanía— sino que también nuestra pretensión de identidad ha propendido hacia lo materno.
¿Qué es una mujer? Es una pregunta que aún nos interroga y pareciera que nunca cesa en su carácter de urgencia. Monique Wittig insistía hacia los años 70, que “una lesbiana no es una mujer”, en tanto que, justamente, una lesbiana no cumple con el mandato de lo reproductivo heterosexual, y con ello disloca la relación de identidad entre el ser mujer y madre. Creo, sin duda, que en términos conceptuales dicha discusión sigue siendo provocadora, puesto que nos alienta a introducir matices entre deseo, identidad y orientación sexual, pero no clausura el hecho de que una lesbiana puede desear ser madre y cumplir ese deseo a través de tecnologías reproductivas o incluso también de relaciones “heterosexuales” concertadas o contingentes para cumplir dicho fin.
La relación entre maternidad y feminidad sigue siendo problemática y esto no tiene sólo un correlato personal o social-reproductivo sino también político. Cuando hablamos de política de mujeres, hablamos finalmente de lo materno. Recordemos un poco cómo se ha generado históricamente la escisión del lugar de la mujer en el espacio privado versus el terreno masculino en el espacio público, y cómo han sido precisamente las labores reproductivas las que han relegado a las mujeres a la tarea del cuidado del otro. Podríamos aquí vernos antojadas de decir que las mujeres están en la política, que desempeñan cargos públicos, que pueden enfrentarse de igual a igual y son medidas en torno a sus capacidades a la hora de acceder a espacios decisionales y de poder, pero habrá que insistir en la pequeña trampa que las democracias occidentales han impuesto a esta “política de mujeres”, que en la inclusión y promoción femenina también reproducen ciertas diferencias que se encuentran en la base y que el género, por sí mismo, no soluciona: la raza, la clase, la disidencia corposexual.
El feminismo es diverso. No hay una sola corriente, y hay quienes defienden los valores de la maternidad no sólo como el reducto identitario privilegiado de las mujeres, sino que además promueven ciertas cualidades “blandas” como la intuición, la sinceridad, la comprensión, la paciencia como atributos deseables y necesarios de incluir en la política y en la vida diaria que parece cada vez más exenta del respeto y cuidado del otro. Me parece necesario que discutamos estas tesis al interior del feminismo, y nos hagamos la pregunta: ¿Qué feminismo, para qué política?
Decisión
El proyecto “Otras mujeres” se ofrece como un trabajo autorreflexivo, exploratorio, que nace a partir de la decisión de Judith Romero, a los 34 años, de no convertirse en madre. Para pensar (en) ella, busca a otras mujeres que puedan compartir la experiencia y, en cierto modo, traducir desde otras vivencias la inquietud de un proceso que para toda mujer en etapa reproductiva es por ausencia, presencia, insistencia o indiferencia, una pregunta, una inquietud propia o ajena. Cito a Judith: “Me propuse fotografiarlas, trasladándome a sus casas o escenarios que ellas eligieron. Entrevistarlas en sus espacios ha sido crucial para logar su confianza y entrar en su mundo privado e íntimo. Las imágenes están vinculadas a sus propias historias y contextos”.
La decisión moviliza los relatos. No se trata aquí de la espera por un “tal vez pueda pasar”, o “si es que el hombre adecuado llega”. No hay añoranza de maternidad y, por sobre todo, hay procesos en los cuales se ha dotado de significación a la decisión. No se trata de falta, no se trata de un “no pudo”. Cito a Fabiana: “Yo no necesito tener un hijo para decir que soy una mujer. Creo que ahora las personas son más libres para decir; sin embargo, cuando dices que no quieres tener hijos, aún hay más personas que creen que es porque no te gustan los niños, o porque tuviste una desilusión amorosa, o porque tienes algún problema físico que te impide tener hijos. Yo soy rara para estas personas. Creo que cualquier persona que sale de la norma, que sale del círculo, será cuestionada”.
No es necesario un hijo para ser una mujer. O tal vez también, el ser mujer hoy es una categoría compleja, independiente de si se poseen las características biológicas que permiten la reproducción. Me parece interesante, a partir de esto, el testimonio de Gisela: “Yo no me siento con las características plenas de las mujeres, hay algo así como de lo andrógino en mí; no sé bien, pero no fui una niña femenina y hasta ahora tampoco. No me considero ni hombre ni mujer, claro, físicamente soy mujer”. Mariana, en tanto, interroga la maternidad desde el lesbianismo: “Creo que aquí, en Argentina, el tema del lesbianismo es más abierto que en cualquier otro país de América Latina. Pero siento que en el mundo gay hay un apuro por volver a representar la heteronorma. Yo no creo en el instinto materno, de hecho mi ex, que tuvo una hija, en alguna ocasión me dijo: ‘Me tuve que ocupar de relacionarme con mi hija, no fue algo natural’”.
Por último, quisiera rescatar un fragmento del testimonio de Deyanira, también parte de este proyecto, y a partir de aquí, anudar los puntos que he venido enunciando; cito: “La maternidad era un tema que ni siquiera se cuestionaba, se pensaba que era una especie de “orden natural” y no una decisión libre. El feminismo vino a poner los acentos más adelante. Pero en los sesentas y setentas esta decisión de no ser madre era pecado mortal. Claro que hoy puedo decir que fue una decisión responsable conmigo porque vivo feliz y segura de haber tomado la decisión, sin poner la opinión de los demás sobre la mía”.
Futuro
El feminismo acentuó la decisión de Deyanira. Le dio un lugar y un contexto. Inscribió la pregunta propia en un campo de luchas colectivas. El feminismo es la obstinación en un nosotras/os/es, y nos devuelve cada tanto al atolladero de los esencialismos, de pensar las identidades y a quienes se quedan por dentro y por fuera de ser los sujetos privilegiados de defender las banderas del feminismo. Por eso me parece que la pregunta: ¿Qué feminismo, para qué política? es la que importa, un feminismo que sin desplazar un proyecto en común, pueda mantenerse atento a que cuando se centra en exclusiva en un feminismo-de-mujeres, lo que hace es volver de otra manera a lo materno, a una identidad previa a la política y a la disputa de las ideas, que no es más que una sustracción, finalmente, del riesgo que toda política conlleva: el error, el contagio, la impureza de un futuro imposible de ser revelado.
En el proyecto de Judith Romero hay una resistencia. Cuerpos sexuados en imágenes que interrogan la maternidad desde espacios propios o pertenecientes a otras, desde lugares del habitar en donde pareciera que lo que anuda es la política de la decisión y no tanto la identidad-mujer que prolifera además en orientaciones sexuales diversas y cuerpos no siempre heteronormados. Ciertas imágenes que evocan el imaginario infantil incluso parecieran sugerir que la niñez no está suprimida, sino más bien integrada en su expresión de archivo familiar, archivo que, como sabemos, es el relato que dota a cualquier imagen en su posibilidad de recrear y ficcionar mundos. Una imagen nunca es una imagen, nos dice Alejandra Castillo: “Es por ello, que la imagen es un afuera del tiempo que se expone, paradójicamente en el tiempo. Luego dos son sus principales definiciones: la heterogénesis y heterocronía”.[2]
Incluso las gemelas de Diane Arbus presentes en una de las fotos del proyecto de Judith sugieren algo del orden del afuera. Podemos leer en Arbus y su insistencia en retratar los bordes de lo humano, de lo normal, una búsqueda por narrar lo otro, que para este caso, me parece, aporta como cita o figuración a la necesidad de generar un ambiente en el que las preguntas sobre cómo evocar lo infantil o como representar a las mujeres no madres no están clausuradas, pues —insisto— es la decisión lo que pareciera describir el proyecto, la búsqueda de la puesta en común entre mujeres se deja leer como una pregunta por lo femenino, sobre-nombrando la noción de otro, que como mencionamos al comienzo de este texto, ha sido la manera de distinguir a las mujeres en sus cualidades y virtudes blandas ligadas a lo materno, de la razón patriarcal.
Me parece que lo sugerente de “Otras mujeres” es que nos permite pensar distintos pliegues de la maternidad. Es tarea del feminismo atenderlos, indagar no sólo lo relativo al género, sino también a las condiciones en que los cuerpos sexuados producen y reproducen el capital. Pareciera que estuviéramos ante un cierto “malestar en la maternidad” (concepto que me parece interesante, pero sobre el cual quisiera distanciarme en lo relativo a la conceptualización de lo femenino) que se traduce en palabras de la psicoanalista italiana Silvia Vegetti-Finzi en “la perturbación del ciclo menstrual, el incremento de la esterilidad, la dificultad para hacerse cargo del deseo de procreación, el recurso desesperado a la biotecnología, los abortos voluntarios repetidos, los partos inducidos, las depresiones puerperales [que] son, con frecuencia, efectos de un profundo malestar de la identidad femenina que no encuentra las palabras para expresarse y por ello utiliza el ‘lenguaje del órgano’, la represión comunicativa del síntoma para pedir ayuda”.[3]
Estamos en tiempos de preguntas y resistencias sobre el ser madre, pero también en una vuelta conservadora a la hiperconexión materno-infantil. El apego, la lactancia prolongada, los partos “naturales”, como imposiciones culposas que no hacen más que prefigurar una vez más una mejor manera de ser madre y —en última instancia— de ser mujer. Podríamos pensar que el “malestar en la maternidad” es una disputa política y lo interesante es no vivirla sólo como una decisión personal. Como un cuerpo que decide únicamente si abortar o no, si parir o no, e interrogar el espacio nuclear familiar como lugar privilegiado de la crianza y el amor. Insisto en el punto esbozado más arriba: la reproducción tiene un correlato en el orden de la organización de la esfera productiva, y situarnos hoy en la crianza en su versión de ideología empoderada, es también preservar un orden en el que las tareas del cuidado recaen en las mujeres, pero no exclusivamente en las mujeres madres, sino también en aquellas que cuidan a los niños y niñas mientras las madres y padres trabajan, o sirven de cuerpos reproductores cuando la maternidad es subrogada.
Para finalizar, quisiera destacar una idea presente en el texto de Lee Edelman “No al futuro”, que desde la teoría queer examina el lugar del niño como la figura ideal del futuro. Asumo que no se trata de pensar en un mundo sin reproducción, pero sí de defender en términos teórico-políticos el carácter no reproductivo que la opción no heterosexual conlleva. Una resistencia a la “futuridad” que es una resistencia a la heteronorma, a la familia tal como la conocemos que no necesariamente se desplaza en sus cimientos para incluir otras formas de reproducción. Es necesaria una mujer para una adopción homoparental. Una fecundación heterosexual. No nos podemos olvidar de eso. Y no solo una mujer, también un contexto de probable exclusión social. Resistirse a esta futuridad es resistirse a este orden del capital:
Esto es porque el orden social existe para garantizar a este sujeto universalizado, a este Niño fantasmático, una libertad imaginaria aún más valorada que la actualidad de la propia libertad, que podría, después de todo, poner en riesgo a ese Niño sobre el que tal libertad recae. De este modo, cualquier cosa que rechace este mandato, según el cual nuestras instituciones políticas ordenan a la reproducción colectiva del Niño, aparecerá como una amenaza no sólo para la organización de un orden social dado, sino también y de forma más ominosa, para el orden social mismo.[4]
Retomo la pregunta que con insistencia he deslizado: ¿Qué feminismo, para qué política? Me parece que lo interesante de “Otras mujeres” es que en su resistencia, en su espacio decisional se niega a un cierto orden dado en que a través del cuerpo se puede abrir espacio para la política. No ser madre no es negarse a un proyecto en común, es poner en entredicho este modo en que hoy se es madre, el sistema que hoy reproducimos, y que desde la vereda del ser madres tenemos que interrogar de la misma manera.
* Investigadora y académica en las áreas de feminismo, estética e imagen. Doctora en Filosofía (con mención en Estética y Teoría del Arte). Universidad de Chile.
[1] Judith Romero vive y trabaja en Oaxaca. Desde hace 15 años, es fotógrafa y diseñadora editorial. De formación autodidacta, ha emprendido múltiples proyectos al trabajar en la edición, así como diseño editorial de revistas y libros de fotografía y arte. Además, en su formación ha sido importante cursar talleres, seminarios y diplomados de fotografía e impresión digital en el Centro de las Artes de San Agustín (CASA) y en el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo (CFMAB). Egresada de la UABJO, recientemente concluyó una especialización en Fotografía y Ciencias Sociales en el área de posgrado de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Argentina, la cual fue impartida por investigadores y especialistas en fotografía latinoamericana. Su trabajo se ha expuesto en Polonia, Eslovenia, Brasil, Chile y México (www.judithromero.mx).
[2] Alejandra Castillo, Imagen, cuerpo, Santiago de Chile, Palinodia, 2015, p. 61.
[3] Silvia, Vegetti-Finzi, “El mito de los orígenes. De la Madre a las madres, un camino de la identidad femenina”, en Silvia Tubert (ed.), Figuras de la Madre, Madrid, Cátedra, 1996, p. 21.
[4] Lee Edelman, No al futuro, Madrid, Egales, 2014, p. 31.