Dos claves gramscianas para los siglos XX y XXI en México

ENVIADO POR EL EDITOR EL Jueves, 31/10/2024 - 13:04:00 PM

Carlos San Juan Victoria*

 

Resumen
La edición del libro Gramsci en México sienta un precedente en el estudio de la historia intelectual y política en nuestro país y América Latina. Inevitablemente, su lectura escrupulosa amplía y complejiza el debate sobre la comprensión del pensamiento de Gramsci a la luz de los cambios en el orden global, pero también de epistemes; en un arco temporal que abarca los últimos cincuenta años. En ese tenor, el artículo da cuenta de un intenso y estimulante ejercicio de reflexión crítica centrado en los conceptos de revolución pasiva y hegemonía.

Palabras clave: revolución pasiva, hegemonía, subjetivación política, clases subalternas, política crítica.

 

Abstract
The publication of the book Gramsci in Mexico sets a precedent in the study of intellectual and political history in our country and Latin America. Inevitably, its scrupulous reading broadens and complicates the debate on the understanding of Gramsci's thought in the light of changes in the global order but also of epistemes; in a temporal arc spanning the last 50 years. In this vein, the article gives an account of an intense and stimulating exercise of critical reflection focused on the concepts of passive revolution and hegemony.

Keywords; Passive revolution, hegemony, Political subjectivation, Subaltern classes, Critical politics.

 

El libro Gramsci en México[1] es una rigurosa genealogía de las traducciones al español de la obra gramsciana y su apropiación creativa para aprehender la compleja realidad mexicana. Sienta las bases de una historia intelectual sobre una tradición, a veces intensa, otras deslavadas, de estudiar su obra y comprender a Gramsci desde  México  y  a  México  desde  Gramsci,  en  un  arco  temporal  de  casi  cincuenta años, desde los setenta del siglo pasado a la segunda década del XXI. Y también su muy amplio contagio hacia las ciencias sociales, desde la ciencia política, la sociología, la historia, hasta los estudios culturales, la antropología y la educación.

 

Trae a cuento el tiempo histórico propicio donde cobra fuerza la palabra del pensador y militante sardo, un tiempo donde la continuidad infinita del orden dominante sufre interrupciones, titubea y surgen chispazos de cambios inciertos que parecen preguntar a su época: ¿otro rumbo o renovación del mismo curso? De ese linaje fueron los primeros años de los setenta y también estos años de la llamada Cuarta Transformación, donde el orden global tropieza con las crisis financieras, las ambientales y el sordo descontento social. En un caso naufragaba el orden de la Guerra fría, de los Estados de bienestar y de los socialismos, y despuntaba ya (Chile, 1973) el nuevo orden del mercado. En el otro caso, precisamente ese nuevo orden global del mundo post Muro de Berlín, al mando de Estados Unidos de América, recae en crisis multidimensionales sin dejar de transformarse.

 

En ese tiempo ardiente se reabre el interés y el debate sobre la interpretación del presente incierto y su historia, y de manera especial, una particularidad repetida de las transformaciones políticas mexicanas: la irrupción popular en su historia republicana desde su fundación hasta los momentos donde se renuevan los pactos históricos entre el Estado y la sociedad. Ahí se rehace la dominación y en ocasiones se conquistan espacios y pactos con las demandas de sus poblaciones.

 

Esta peculiaridad histórica se perfiló en dos rutas cuando la palabra de Gramsci llegó con fuerza a los ambientes culturales mexicanos en los años setenta y ochenta del siglo pasado. Coincidió una migración de América del Sur (Aricó y Portantiero de Argentina, René Zavaleta de Bolivia, entre muchos otros) con una intelectualidad política mexicana (Enrique Semo, Carlos Pereyra y más) suscrita a renovadas aspiraciones culturales y a la oposición crítica. Latía intensa la llamada “crisis del marxismo”, manifiesta, entre otras cosas, en su debilidad teórica para comprender la política fuera de la determinación de las “leyes de la historia” o de la economía y colocada cada vez más en una situación contingente. Esas dos rutas arrojaron luces sobre la peculiar dominación y también sobre los sujetos sociales y políticos que luchaban en su seno. Una fue la “revolución pasiva”, el reconocimiento a las transformaciones avanzadas de la dominación, que recupera demandas sociales para asegurar la estabilidad y la pasividad popular a fin de favorecer al capitalismo. Y por otra parte, el desarrollo de la hegemonía, en una América Latina sacudida por golpes militares, guerrillas y luchas electorales progresistas. Ahí se resalta la irrupción de la población mayoritaria en regímenes políticos de exclusión, que provoca una lucha al interior de la política, los partidos, a la vez que se rehacen o rompen los pactos entre sociedad y Estado, en formas complejas de dominación.

 

El libro Gramsci en México lleva un cuidadoso seguimiento de la revolución pasiva y la hegemonía, y con ello —sin que sea su propósito explícito— revela esta disputa íntima, un motor que ha propiciado aportaciones importantes a la historia intelectual y política del siglo XX y de los inicios del XXI. Sobre este aspecto trata este escrito. Aunque existen referencias cruzadas en los doce artículos que componen el libro, sobresalen al respecto tres de ellos: “Gramsci en la Ciudad Universitaria”, de Massimo Modonesi y Jaime Ortega; “Gramsci y la teoría política del marxismo”, de Martín Cortés, y “Estudios gramscianos sobre hegemonía, Estado y subalternidad (2000 -2018)”, de Joel Ortega.

 

México como territorio de la revolución pasiva

De manera contundente Joel Ortega señala en su valioso artículo: “El primer uso que se le ha dado a Gramsci se presenta a partir del concepto de revolución pasiva. En México, el concepto se ha utilizado para explicar procesos históricos que van de las reformas borbónicas en el siglo XVIII al neoliberalismo en la actualidad”.[2] Enrique Semo define esta revolución pasiva de manera clara: “El intento de una élite a través del uso del Estado, del Gobierno, para producir reformas de gran envergadura, profundas, en la economía y en la estructura social de un país, sin recurrir para ello ni a la opinión ni a la participación de los gobernados”. Y remata Ortega: “La pasividad de las clases subalternas que han tenido que sufrir estos procesos de cambio, más que encabezarlos o promoverlos, sería en esta visión un elemento clave para entender la forma particular en que el capitalismo y la modernización se han instaurado en México”.[3]

 

Semo distingue la revolución pasiva del ciclo largo de las modernizaciones en México: las reformas borbónicas del siglo XVIII, el porfiriato y el neoliberalismo, y considera aparte a otros dos grandes detonadores de transformaciones: las guerras populares de la Independencia y la Revolución. Adam Morton considera que la revolución pasiva ocurre con la creación del Estado posrevolucionario: “En ese periodo se habría generado un nuevo modelo de acumulación con el Estado al centro, que logró la integración de las clases populares y la absorción de su potencial revolucionario en un nuevo orden político conservador”. De entonces a la fecha se vive una “revolución pasiva permanente”.[4] Para Chris Hesketh se vivieron dos momentos de revolución pasiva en el siglo XX: el primero con el Estado posrevolucionario y el segundo con el neoliberalismo. La revolución pasiva significa que los subalternos, aunque cuenten con participación en el periodo, terminan integrados a la hegemonía estatal aceptando sus mecanismos de mediación.

 

El tiempo presente, el tejido fino de los acontecimientos que vivimos y los procesos históricos, también se comprenden desde este poderoso canon hermenéutico. El neoliberalismo aparece, según las interpretaciones de Enrique Semo y Francisco Piñón Gaytán, como un periodo donde las élites logran una transformación, agotan o rechazan la gran mediación de la Revolución mexicana, sin crear otros canales de mediación y legitimidad con las clases populares.[5] Se genera así una crisis de legitimidad que revela una transición fallida. En esa ausencia de mediación hegemónica, donde coinciden varios autores, el neoliberalismo aparece al fin como una dominación directa sobre los subalternos. Y el libro cierra con un señalamiento agudo de Massimo Modonesi que señala esta presencia recurrente de Gramsci cada vez que se intensifica la vida política:

 

Gramsci está presente, sea más o menos citado, en el debate político mexicano.

 

Lo seguirá estando porque en la coyuntura política actual, la historia del tiempo presente mexicano invita a ejercicios de interpretación gramsciana [...] sobre si se puede o no entender a la Cuarta Transformación impulsada por el actual presidente Andrés Manuel López Obrador como un proyecto o proceso de revolución pasiva con aspiraciones nacional-populares; así como sobre cuál es el papel de los intelectuales en su seno; cuáles son las formas de persistencia y reconfiguración de las clases subalternas y qué dinámicas de subjetivación política se activan o se desactivan.[6]

 

En términos conceptuales, la revolución pasiva desnuda a segmentos de las élites modernizadoras, a los Estados y las políticas que sólo consideran lo popular para neutralizar su activismo propio y subordinarlo al nuevo orden. Se pregunta sobre todo por la dominación y su singular tendencia a alimentarse de los sueños de los subalternos. Modonesi señala, sin embargo, que incluso en las revoluciones pasivas las clases subalternas tienen un papel activo, con “formas de persistencia y reconfiguración” y con “dinámicas de subjetivación política [que] se activan o desactivan”. Ese rasgo es fundamental, pues asoman, por fin, los sujetos como problema central.

 

La hegemonía como sujetos y construcción de alternativas

“Gramsci en la Ciudad Universitaria”, de Massimo Modonesi y Jaime Ortega, y “Gramsci y la teoría política del marxismo”, de Martín Cortés, recuperan las huellas de otro trayecto: sin olvidar los rasgos del sistema de dominación, se concentran en lo que José Arico, el brillante editor y pensador argentino, hizo explícito al organizar con Julio Labastida en 1980 el Seminario “Hegemonía y alternativas políticas en América Latina”: “se invitó a pensar la hegemonía no sólo como recurso de las clases dominantes sino como construcción de una alternativa por parte de las clases populares”.[7] Hay así una inversión epistemológica del lugar desde el cual se interroga a la hegemonía vista ahora según la perspectiva de los sujetos que se forman en los sistemas de dominación en conflicto recurrente; se convierte ahora no sólo en instrumento de control sino, sobre todo, en terreno de combate.

 

Este cambio ocurrió también en Gran Bretaña, donde Gramsci sería pieza fundadora para vertientes de la historia social y cultural, y en India, con los estudios subalternos, donde se retoma el interés por reconstruir los entornos culturales y los contextos históricos específicos de la acción colectiva y reelaborar las macroentidades como el Estado, la nación y las formas del capitalismo como campos de lucha. Un reto para la poderosa inercia determinista, o de negación de la política, que se recicla de muchos modos.

 

En ese contexto, y para América Latina, José Aricó lanzaba el reto que aún debe cumplirse en nuestro presente: que la teoría crítica (él se preocupa por el marxismo) y la política crítica encarnen en los procesos históricos singulares, lo que hizo Gramsci con Il Risorgimento, su libro de aprehensión y transformación de la historiografía italiana sobre la experiencia unitaria dirigida por las élites del Piamonte en el siglo XIX, y de donde brotaron los conceptos de una visión renovada de la política. “Si Gramsci es el centro de la vida intelectual de Aricó, lo es porque brinda la posibilidad de pensar al marxismo desde una perspectiva situada, ello es, como una empresa crítica que comienza cuando se entronca con los impulsos más profundos y progresivos de una cultura nacional determinada”.[8]

 

En un ambiente complejo, los años setenta vieron surgir la sombra del futuro, el arranque de una profunda crítica al Estado, al poder y a la política como responsables de la crisis de esos años, que, ironía histórica, prospera con buenas razones en las izquierdas, pero también en las derechas. Así, las duras y válidas críticas al socialismo burocrático y al estatismo de los socialismos realmente existentes, pronto se verán desplazadas por una marejada liberal anti-Estado que persigue y logra la gran transformación que vivimos de los años ochenta a la fecha, y que ocurrió, no por la izquierda del torrente histórico, sino por la derecha. De ahí la importancia de que Martín Cortés, Massimo Modonesi y Jaime Ortega recuperen uno de los últimos y más productivos debates sobre los sujetos, el Estado, el poder y la política ocurrido al amparo de Gramsci en México y América Latina, que se propone superar una concepción unidimensional del Estado y la política, y adviertan cómo se convierte, por la irrupción de masas, en otro debate sobre la constitución de los sujetos sociales.

 

Juan Carlos Portantiero, el célebre autor de Los usos de Gramsci, es rescatado por Martín Cortés en su espléndido artículo el cual, por asuntos de espacio, sólo recupero en algunas líneas, centrales para el tema aquí planteado. En su revaloración del populismo peronista argentino, subraya: “No concebir a las clases populares como meros objetos de políticas de dominación; por el otro, no entender al Estado sólo como espacio de expresión de los intereses dominantes”.[9] La hegemonía, en la peculiaridad histórica latinoamericana,

 

se define por la relación entre Estados y masas, y los procesos nacional-populares supusieron un compromiso que incorporó las masas al Estado y que, como tal, es una marca de su constitución como sujeto político (de allí, además, que los procesos reaccionarios de la época se esfuercen precisamente por expulsar a las masas de las posiciones conquistadas por el Estado).[10]

 

En los sistemas hegemónicos, éstos son también “terrenos de constitución” de los sujetos sociales y políticos, y campo donde combaten dos opciones: lo nacional-estatal, formas de populismo que “que desarticula[n] los elementos antagónicos de lo nacional popular y tiende[n] a estabilizarlos en lo nacional-estatal”. Y lo nacional-popular orientado hacia una democracia pluralista, no estatista.

 

René Zavaleta, una peculiar cruza de militante, pensador, profesor y publicista boliviano, parte esencial de esta migración sudamericana que alimentó los años setenta mexicanos, fue, tal vez, quien más reparó en el caso mexicano, por contrastar su experiencia histórica en América Latina con dos rasgos en apariencia contrapuestos: su estabilidad política, que sugiere fuertes capacidades de dominación, y, en contraste, una larga historia de irrupciones y de pactos populares con élites, a tal grado, que le pareció el caso más sólido de formación hegemónica en América Latina.

 

Tanto en Bolivia como en México, Zavaleta rastreaba el modo en que el paso altamente conflictivo de los regímenes oligárquicos hacia experiencias populistas y a los Estados de masas provocaba “episodios nacional-populares”, inmersiones en una política reconfigurada de grandes masas excluidas hasta entonces. La dominación pasa así por el filtro de la “ecuación social”, la producción histórica de una mediación decisiva, “la transformación de la furia del oprimido en una parte del programa del opresor, lo cual es después de todo una relación hegemónica”.[11] Tal “ecuación social” entre consenso y coerción le permite una larga estabilidad. Eso era la hegemonía, un continuo rehacer de la mediación de una “clase política” sin victoria definitiva ni seguro predeterminado, atado a las demandas e imaginarios de las masas. En esta ecuación social se concibe un campo de batalla política, entre la clase general, que captura los ánimos sociales a través de las mediaciones burocráticas, institucionales, partidarias; y, por otro lado, la sociedad civil, por su capacidad de autoorganización y de la lucha constante entre lo nacional-estatal y lo nacional-popular. Así, la dominación seguía siendo un campo de batalla, no un frío y unidimensional aparato.

 

Pasado y presente: ¿revolución pasiva o crisis hegemónica?

Gramsci en México traza un arco de cincuenta años de apropiaciones e interpretaciones inspirados en el gran pensador sardo para aprehender esta singularidad histórica de nuestro país y de América Latina. Se cruzan en este arco no sólo épocas sino también epistemes: la crisis de los “años dorados” y el inicio de la época neoliberal, su gran consolidación sistémica luego del derrumbe de la Unión Soviética y del bloque socialista, y los síntomas de su crisis desde 2008 a la fecha. Y también formas de conocer y comprender que privilegian la lógica pura del poder, el momento de la dominación y de la pasividad de los sujetos, mientras que surgen y prosperan epistemes que privilegian a los sujetos que las sufren, a sus historias, culturas y tradiciones, que someten a presión constante a los nuevos modos de dominio. Los artículos “Gramsci y los estudios culturales en México” de Dante Aragón, y “Una etnografía educativa gramsciana para develar la trama escolar” de Sebastián Gómez, son muy relevantes para conocer los desarrollos impulsados en México al respecto.

 

¿Cómo interrogar a la llamada 4T a la luz de estas claves contrapuestas que se formaron en México gracias al pensamiento gramsciano? ¿Se tratará de un nuevo capítulo de la revolución pasiva en el territorio mexicano donde predomine la clave de la dominación y se considere a las formas diversas de la cultura nacional-popular como parte sustantiva de las redes imaginarias del poder? ¿Se tomará en cuenta la gran transformación cultural vivida en más de treinta años que convirtió en malas palabras la revolución, la nación, la soberanía y la lucha de clases, para imponer por todas partes la cultura empresarial y a su individuo egoísta y consumista? ¿Se vive o no una confrontación cultural de amplias dimensiones? ¿Se traerán a cuento las culturas populares, sus propias formas de autonomía y agencia, en sus tratos y confrontaciones con la 4T? ¿Sólo se recompone la dominación o se abren campos de lucha decisivos para las clases populares que pueden permitir, incluso, rehacer el pacto entre sociedad y Estado? ¿Se trata de una revolución pasiva o de una crisis hegemónica? Gramsci en México es, sin duda, un parteaguas en la historia intelectual que le dará una mayor amplitud y complejidad al debate que, de una u otra manera, ya se agita entre nosotros.

 

* Dirección de Estudios Históricos, INAH.
[1] Diana Fuentes y Massimo Modonesi (coords.), Gramsci en México, México, UAM / UNAM / Itaca, 2020.
[2] Joel Ortega, “Estudios gramscianos sobre hegemonía, Estado y subalternidad (2000 -2018)”, en Diana Fuentes y Massimo Modonesi (coords.), Gramsci en México, México, UAM / UNAM / Itaca, 2020, p. 250.
[3] Ibidem, p. 251.
[4] Ibidem, pp. 251-252.
[5] Ibidem, p. 258.
[6] Massimo Modonesi, “Gramsci entre nosotros”, en Diana Fuentes y Massimo Modonesi (coords.), Gramsci en México, México, UAM / UNAM / Itaca, 2020, p. 277.
[7] Citado en Massimo Modonesi y Jaime Ortega, “Gramsci y la teoría política del marxismo”, en Diana Fuentes y Massimo Modonesi (coords.), Gramsci en México, México, UAM / UNAM / Itaca, 2020, p. 69.
[8] Martín Cortés, “Gramsci y la teoría política del marxismo”, en Diana Fuentes y Massimo Modonesi (coords.), Gramsci en México, México, UAM / UNAM / Itaca, 2020, p. 98.
[9] Ibidem, p. 104.
[10] Idem.
[11] Massimo Modonesi y Jaime Ortega, op. cit., p. 79.