Marco Antonio Cruz: la mirada descubierta

ENVIADO POR EL EDITOR EL Lunes, 04/11/2024 - 14:32:00 PM

Alberto del Castillo Troncoso, Marco Antonio Cruz: la construcción de una mirada (1976-1986), México, Conacyt / Instituto Mora, 2020.


Rebeca Monroy Nasr*

 

Tiempos de pandemia, en este año nos hemos ido preparando poco a poco, hemos adoptado nuevas costumbres y modos de encontrarnos a la distancia, de sabernos, de vernos sin percibirnos, pues la pantalla, el WhatsApp, el celular, los mails, todo ha tapado nuestros sentidos y las formas de sabernos vivos. Pensamos que nos habíamos adaptado al encierro y a recibir las malas noticias de los que se contagiaban e iban superando —o no— la enfermedad. La verdad es que ha sido devastador y doloroso. Seguimos por meses sin poder tocarnos ni olernos. Sabemos que Tánatos ha ganado muchas batallas y nos ha dejado con lutos profundos y duelos mal resueltos. Pensamos en los familiares, las mujeres, los hijos, cuando todo queda en silencio.

 

 La ausencia de Marco Antonio Cruz (MAC) (Puebla, 1957-Ciudad de México 2021) duele en verdad porque no lo habitó el covid-19, no estaba enfermo, no presentaba mayores síntomas y nos dejó mientras hacía una de sus más preciadas actividades: la bicicleta. Se fue un Viernes Santo, el 2 de abril de 2021, un año que esperamos con tanto anhelo pensando que sería menos malo que el anterior, en el que vimos partir a colegas y amigos entrañables. MAC nos legó su obra gráfica, visual y fotográfica. Pero este texto no pretende el lugar común de mostrar que este fotógrafo tenía muchas virtudes ahora que ya no está con nosotros. Si bien eran múltiples sus capacidades plásticas, las transformó para dedicarse a la cámara fotográfica de por vida.

 

Uno de los mejores homenajes que MAC recibió en su vida es el libro profuso que escribió Alberto del Castillo sobre su trayectoria personal y profesional; un hijo que crearon entre ambos, porque los dos le dieron vida, movimiento, armado, estructura y consistencia. Les salió grande el hijo-libro de 1 700 gramos, que con gusto mostró y difundió el propio MAC en las redes sociales y compartió con sus amigos. Contiene muchas imágenes, pensamientos, momentos decisivos. Muestra al fotógrafo en su magnitud humana y profesional, con los raspones que sufrió, los moretones y las huellas que le dejó la vida y que lo llevaron a ser uno de los más convencidos y comprometidos profesionales de la fotografía que ha dado este país.

 

Esa historia no fue escrita en un breve lapso, ni surgió de un encuentro casual o una charla de sobremesa. Se forjó durante más o menos una década de pláticas, de encuentros, definiciones y acciones. Es una investigación que muestra las profundidades de un personaje desde su origen y evoca diez años de labores fotográficas, entre muchas otras. Para Alberto del Castillo fue un encuentro después de sus trabajos con Pedro Valtierra, otro grande de esa generación; con el decano de la fotografía en México y maestro de maestros Rodrigo Moya; con el fotorreportero argentino Eduardo Longoni. Del Castillo va calibrando a sus personajes en un perfil que los define como combativos, incansables, forjadores de imágenes célebres. Son fotoperiodistas y fotodocumentalistas en una línea de compromiso social y político contestataria muy fuerte.

 

La presencia de MAC fue un imán porque mostraba su lado más carismático, compasivo y empático con las luchas sociales y con la vida. Nos tocó verlo varias veces en el Seminario La Mirada Documental, para presentar su obra y también para estar al lado de su compañera de vida Ángeles Torrejón, cuando Raúl Pérez presentó su trabajo y estuvo ahí con su tesis de maestría. MAC solidario, siempre solidario. Quizá esto atrajo a Alberto del Castillo para llevar a cabo, con gran afán, la serie de entrevistas que inició en 2012, llegó hasta 2019 y continuó por medio de comunicaciones personales cuando MAC debió cerrar la imprenta. La historia oral pone aquí al descubierto la rudeza de su vida en la temprana orfandad; su estancia en una Casa del Niño, de la que su madre lo sacó al verlo desnutrido, y —al igual que a Bordes Mangel— esto marcó en parte su destino, pues esos eventos pudieron dar paso a su compromiso social con su nicho discursivo en la fotografía.

 

El trabajo revisa desde sus primeros dibujos, carteles y pinturas geométricas, algunas elaboradas con Hersúa cuando estaba en la Escuela Popular de Arte en Puebla, y con el gran Jorge Pérez Vega, en 1975. Podemos ver sus fotos en la EDA (1977) cuando creaba carteles y vitrales, y su estancia con Rubén Pax en lo que después, como dice Alberto del Castillo, en un círculo virtuoso cerró con su exposición “Relatos y posicionamientos”, en 2017, en el Centro de la Imagen.

 

La militancia de MAC en el Partido Comunista Mexicano también determinó en gran medida su camino como caricaturista con los pseudónimos MARCO o MARZ. La caricatura que trazó, con fina y aguda pluma, se aunó a sus fotografías para periódicos de cuño izquierdista, como La Opinión y Así es. Fue identificado por las fuerzas represivas como individuo peligroso y le dieron una golpiza; hubo sangre y moretones. MAC sudó miedo, como se ve en la foto que le tomaron y que aparece en el libro, pero no renunció y continuó con una cada vez más destacada labor en el fotoperiodismo.

 

Del Castillo nos enseña cómo MAC construía sus imágenes, nutriendo unas con otras. Sus dibujos partían de las fotos y viceversa, pues hacía caricaturas de sus sujetos con la lente, hasta que optó por la cámara como instrumento de denuncia y de testimonio. Después de un intento de formar su agencia IMAGENLATINA con Pedro Valtierra, Jesús Carlo, Luis Humberto González y Fabrizio León, incursionaron en el diario La Jornada desde el momento de su creación, en los años ochenta.

 

En ese diario pudieron imponer sus condiciones por primera vez en la vida de los fotógrafos de prensa. Fueron logros el hecho de estar en la mesa editorial, decidir la fotoportada o los pies de imagen y procurar condiciones más justas en su vida profesional y salarial, al equipararse con los reporteros y exigir salario igual para trabajo igual. Alberto del Castillo vincula la historia oral con la hemerografía, con los testimonios de otros colegas, con la bibliografía existente: la tesis de Yoania Alejandra Torres (2009), dirigida por Laura González, o el trabajo profundo de Arturo Ávila —el cual fue su tesis doctoral, asesorada por John Mraz y Alberto y dirigida también por Laura González (2017)—, que ganó el premio Fotoensayo otorgado por el Centro de la Imagen y cuya publicación constituye otro gran homenaje al maestro Cruz.

 

De tal manera, el historiador va bordeando el perfil del fotógrafo, desde diversas perspectivas, pero siempre con el rasgo característico de Del Castillo, que consiste en brindar los amplios contextos en los que la obra fue creada. Eso lo define en su naturaleza de historiador y documentalista duro y seguro, pues ha dicho constantemente que la foto “no dice más de mil palabras” al fotohistoriador que no sabe contextualizarla. De ahí que revise la obra de MAC no de manera cronológica sino a partir de sus temas, con los tiempos y los escenarios en que se desarrolla. Un ejemplo es el retrato magistral con doña Rosario Ibarra de Piedra, efectuado en los momentos de las desapariciones de Estado, de las madres en pie de lucha buscando a sus hijos y exigiendo su presencia: “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”, consigna del preciado comité Eureka.

 

El relato sigue con la trayectoria del fotoperiodista en La Jornada, con sus diversas líneas de acción y subgéneros fotográficos, como la historia de la vida cotidiana, las imágenes del poder y los políticos, los fotorreportajes: “El plantón policiaco en la estación Juárez del Metro”(1986); la serie de la pulquería “La Hija de los Apaches”, con la que ganó una beca de producción en el Consejo Mexicano de Fotografía en 1986-1987; las redadas a las prostitutas que se rebelaban contra los maltratos en diciembre de 1985.

 

Más fuertes y contundentes son sus imágenes del sismo del 19 de septiembre de 1985: la del edificio Nuevo León, derribado por las fuerzas telúricas, que publicó La Jornada; otra que publicó Life, y muchas más que testimonian los rescates entre enormes montañas de escombros y los eventos que se fueron sucediendo en las semanas, los meses y los años siguientes en los aniversarios. Otro de sus reportajes icónicos es, en mi opinión, el de la pasión de Cristo, realizado en semana santa durante los años 1989, 1990, 2005 y 2006.

 

Otras fotos también significativas: la mujer bañándose a la salida del metro Hidalgo; las de Nicaragua, que fueron objeto de exposición con Andrés Garay y Pedro Valtierra; las inolvidables del PRI resquebrajándose; las de Fidel Velázquez entre babas, lágrimas y puros encendidos; las de no girar a la derecha; las del “apañe”; las del tanque entrando al zócalo con De la Madrid, con aquellos rayos que sobre su cabeza parecen decir: “que me parta un rayo”... cientos, miles de imágenes que aún nos faltan por conocer.

 

Por otro lado, un elemento que me parece nuclear son sus autorretratos, que nos muestran desde un joven que llegaba de Puebla hasta un hombre que gustaba de verse y saberse; invaluables documentos de cada etapa de su vida, me encanta la autorreferencia visual de sus cambios y mutaciones. Imágenes todas que nos llegan a la mesa de luz, en este su homenaje a un ser excepcional y un fotógrafo de gran altura. El estudio académico de MAC que hace Alberto del Castillo es diferente a sus anteriores trabajos: sus reflexiones y comprensión de la fotografía documental de prensa de fines del siglo XX se profundizaron gracias a la presencia del maestro Cruz.

 

El libro cierra con una imagen de Ángeles Torrejón, a quien le dedicamos esta sesión sabiendo lo inmenso de su dolor, ya que MAC era su compañero, su colega, su mirada. Ángeles lo acompañó por muchos años en cada faena que emprendió, una pareja sólida como pocas. Para su hijo, que ahora resiente su partida, van también estas palabras.

 

En la exposición de MAC en 2017 estuve, por momentos, con una jovencita muy talentosa, de mente ágil y decidida: Daniela del Castillo (hija de Alberto). Le pregunté cuál era su foto favorita y me dijo: la de los “Tres músicos ciegos” (1977). Tiene razón: es contundente, es MAC en persona diciendo “aquí están los ciegos”, entre el júbilo y el gusto que penetra en su mundo de tinieblas. Los hace hablar y los muestra: ésa es su militancia, ése es su compromiso.

 

Así queremos recordar a MAC, con su alegría y su risa, con sus palabras suaves y amables, porque siempre tuvo para todos un aliento de vida y un gusto por saberse vivo. Se fue un Viernes Santo; consistente como era, tuvo a bien mostrarnos los pies de Judas, las tres caídas y la crucifixión desde Iztapalapa. Nos deja un cuadro de vida maravilloso, visual, testimonial de una época que nos ha trascendido, pues como esa generación de fotógrafos no hemos visto igual. Habitamos los afanes de los días y las noches que Alberto del Castillo, el historiador, construyó con su amigo fotógrafo Marco Antonio Cruz, en una década de intensa labor. La consecuencia: un libro de grandes dimensiones, no sólo por su volumen y su peso, sino por la profundidad que caracteriza el tratamiento de una época que merece y exige no ser olvidada.

 

* Dirección de Estudios Históricos, INAH.