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La gente, su fuerza y sus emociones. El sismo del 19 de septiembre de 2017 en Morelos

ENVIADO POR EL EDITOR EL Miércoles, 20/11/2024 - 19:08:00 PM

Luis Miguel Morayta Mendoza*
Erandy Toledo Alvarado*
Karina Ramírez Villaseñor*

 

Resumen

El 19 de septiembre de 2017 varios estados de la República Mexicana se estremecieron ante un sismo de magnitud, 7.1 en la escala de Richter. A partir de este inmenso y destructivo fenómeno natural, se desencadenaron una serie de emociones, reacciones y acciones que fueron desde el miedo, la angustia hasta la acción colectiva, todo esto marcado por una gran solidaridad. Ante esto nos dimos a la tarea de recopilar y difundir la experiencia y el sentir de la gente de algunos pueblos del estado de Morelos.

Palabras clave: Acción colectiva, solidaridad, Morelos, emociones, gente, sismo.

 

Abstract

On November 19, 2017, several states of the Mexican Republic were shook by an earthquake of 7.1 degrees on the Ritter scale. Following this immense and destructive natural phenomena a series of emotions, reactions, and actions were unleashed. These emotions went from fear, to anguish, and to actions all under a great display of solidarity. This made us gather and share these the experiences and feelings from several towns on the state of Morelos.

Keywords: Collective actions, solidarity, Morelos, emotions, people, earthquake.

 

El equipo regional Morelos del Programa Nacional “Etnografía de las Regiones Indígenas de México”, radicado en el Centro INAH Morelos, se propuso registrar y analizar, al menos en parte, los eventos que desató el sismo del 19 de septiembre de 2017 en el estado de Morelos. Su prioridad era conceder espacio, a través de testimonios, a las emociones, que son un aspecto fundamental de todo lo vivido. En este trabajo se destacan las respuestas inmediatas al desastre ofrecidas por diferentes estratos de la sociedad morelense, minutos y luego días y semanas después. A este registro siguen el análisis y las interpretaciones pertinentes.

 

Primeras angustias

Un enorme pesar envolvió a la gente, por lo apenas vivido durante el sismo y por la imposibilidad de comunicarse con los suyos y asegurarse de que estuvieran bien. Sólo WhatsApp funcionaba de manera intermitente, y a través de este medio empezaron a llegar las primeras noticias del desastre que, reales o exageradas, hicieron más grandes las preocupaciones y la urgencia por llegar a casa: “Se derrumbó la Torre Latinoamericana en Cuernavaca”, “en Jojutla se cayó medio pueblo”, “Alpanocan está destruido en un 90 %”.

 

Las carreteras y algunas calles se desbordaron por el tráfico que ocasionaban las desviaciones para rodear las vías afectadas. Recorridos que normalmente tomaban treinta minutos, en esos momentos se prolongaban por horas. Muchos ayudaban a los peatones a trasladarse, ante la falta de transporte público; otros comenzaron a remover los escombros, a veces con la amenaza de fugas de gas, para rescatar a quienes habían quedado sepultados.

 

Los siguientes testimonios reflejan la gama de emociones y sentimientos que el sismo provocó en la gente:

 

Escuché la alarma y fue cuando sentí que todo empezó a moverse, tronar. Que mi seguridad en los pasos se había perdido y perdí la noción y el control de lo que sucedía. Tuve miedo, y pasados los segundos de incertidumbre vino la confirmación, habíamos vivido un terremoto.

 

En el camino a Cuernavaca, el primer desvío por la caída de un puente en la autopista me hizo saber que todo esto era más grande que lo que percibía en ese momento, camionetas del ejército, bomberos y ambulancias entre bardas caídas y yo francamente sin estar muy segura de por dónde iba, sólo sintiendo cada vez más la necesidad de entender lo que sucedía. Algunos pedían gasolina para sus vehículos, escasas llamadas empezaron a conectar los celulares y poco a poco me iba enterando. Después de entender cada vez más lo que sucedía y lograr llegar a casa pude ver algunas de mis cosas caídas y rotas, pero esta vez no me importaba, algunos recuerdos quebrados, pero no importaba, ¡tengo techo!

 

El 20 de septiembre, por mi trabajo tuve la fortuna de poder participar en brigadas de inspección de daños. El primer día visitamos Miacatlán, y mis ojos se centraron más en la gente, cada persona que nos topamos en el camino y en nuestros destinos tenía una historia. Su iglesia se había caído, trataban de encontrar la forma de organizarse, entre escombros aún buscaban gente, y sí, evidentemente había una necesidad de todo tipo, pero lo que más se agradecía es que alguien pudiera escuchar sus historias.

 

Hubo una escena que aún tengo guardada, en la memoria y posiblemente en el alma. Era medio día y en el reloj del zócalo se juntaron pobladores que iban a apoyar a las personas que debían tirar sus casas o sacar cosas de ellas. Se reunieron en ese punto, todos eran hombres, y antes de iniciar se quitaron las gorras, sombreros y cascos y empezaron a cantar el himno nacional. Los que estábamos cerca volteamos a verlos, se nos enchinó la piel y a algunos se nos escapó una lagrima de orgullo. Nos unimos, nos quitamos los cascos y los acompañamos. En ese momento supe que era desde muy adentro la herida y que desde ahí nos reconocíamos como mexicanos, que ese himno nos reconocía y al final nos daba una nostalgia por lo que somos. Eran días de mucha lluvia, pero el estado de Morelos se sentía abrigado, cobijado por nosotros mismos, es una sensación que me es difícil explicar pero me llena de orgullo.

 

Durante dos semanas vi a tantas personas ayudando, de todo tipo, de todas intenciones, de todo lo hermoso que podemos ser, que, como en algún lugar leí, me siento orgullosa de ser mexicana, no porque lo haya pedido sino porque tuve un chingo de suerte (testimonio escrito por Joanna Morayta Konieczna el 28 de septiembre de 2017).

 

Sin conocerse, los unía la tragedia:

 

Ese día yo estaba en Mazatepec, pero me urgía llegar a Cuernavaca. Ahí estaban mi madre, mi abuela y mis sobrinos en un departamento que tenemos. En el camino hacia allá había gente buscando salir del pueblo, pero no había manera, los vi tan preocupados, al igual que yo, que decidí llevarme a algunos: una chica que lloraba junto a su madre. Llegando a Alpuyeca tuve un poco de señal del celular, mi familia se logró comunicar conmigo y me dijo que estaba bien; respiré. Al saber que mis seres queridos estaban seguros y a salvo, acerqué a la gente que llevaba a algún lugar para tomar el autobús, los pocos que había estaban abarrotados, pero yo debía regresar a Mazatepec, pues seguro mi esposo me buscaba. Al regresar, me encontré con gente queriendo ir al pueblo y les dije que cabían cuatro. Eran puras mujeres. Las llevé hasta Mazatepec, querían pagarme, pero les dije: “no, hoy todos necesitamos ayuda, lo hice porque ustedes están igual de asustadas que yo”.[1]

 

Este otro testimonio nos muestra las emociones con que se vivieron aquellos momentos.

 

El día estaba muy bonito, yo estaba en casa con mi papá, era la 1:14 cuando se empezó a sentir cómo la tierra tronaba, los árboles se movían muy fuertemente, la casa crujía. Lo primero que hice fue ir con mi papá y abrazarlo, cerré los ojos muy fuerte, mi corazón latía muy rápido, al abrirlos todo comenzaba a calmarse, mi papá solo me dijo “todo pasó, tranquila”. Se subió a la azotea y lo primero que vio fue cómo parte de la torre del campanario de nuestra iglesia se había caído y fue cuando le gritó a mi abuelito que sí estuvo fuerte, al escuchar eso yo me comencé a preocupar por mi hermana, que estaba en la escuela, más porque sabía que se encontraba en el cuarto piso. Salimos a la calle y vimos que todos los vecinos estaban afuera y fue cuando los comentarios empezaron a surgir de que había sido el epicentro por Jojutla. Yo corrí a buscar a mi mamá ya que es maestra de primaria y su escuela está a unas cuadras de la casa, al llegar con ella ya casi no había niños y los pocos que había estaban llorando al igual que mi mamá, al llegar con ella me dijo que el lugar donde trabaja mi tío se había caído, en ese momento sentí como si me hubieran echado agua muy fría, deje a mi mamá y regresé con mi papá para informarle lo de mi tío, él bajó ya que trabajan en el mismo lugar, por fortuna nada grave pasó, sólo una parte se cayó pero toda la gente que ahí había se encontraba muy bien.

 

Una de mis tías vio que estaba mal y que hasta estaba temblando y me dio un rosario y me dijo “llévatelo, mientras lo tengas en tus manos nada pasará y tu hermana estará bien”, no sé si fue el destino o en verdad esas palabras junto con el rosario fueron muy fuertes ya que justo íbamos en la autopista cuando un carro atrás de nosotros se descontroló y chocó con el carro que iba en el sentido contrario y a nosotros no nos pasó absolutamente nada.[2]

 

Angustiada, la gente de los distintos pueblos del estado de Morelos vio afectado su modo de vida cotidiano de diversas maneras. En lo económico, por ejemplo, el sismo dejó diversos daños, no sólo porque quedaron destruidos varios comercios en los centros de Zacatepec, Jojutla, Cuautla o Cuernavaca, sino porque la base de la economía de los morelenses, la producción de azúcar y arroz, se detuvo semanas o meses debido a los daños en el molino de arroz La Perseverancia, en Jojutla y el ingenio Emiliano Zapata, de Zacatepec. Esto acrecentó la incertidumbre entre muchos sectores de la población morelense, pues además de casas o iglesias, también se derrumbaron las edificaciones que impulsaban la economía. Algunos se quedaron sin empleo, otros perdieron hasta la vida en sus centros de trabajo. Entre los trabajadores del ingenio de Zacatepec contaban: “Cuando se cayó el chacuaco [chimenea más alta del ingenio azucarero] había gente, y a uno de los compañeros se le cayó parte del escombró, ahí quedo [...] Se cayeron las oficinas, se cayó el chacuaco y ya viene la zafra, no nos dicen si seguiremos o no, pero debemos estar pendientes”.[3] Los daños y pérdidas alcanzaban hasta la identidad de algunos:

 

Desde que era niña me imaginaba que ese tubo gigante era el cigarro de un gigante que vivía debajo de mi pueblo. Conforme fui creciendo, ese tubo se volvió parte de mi identidad, pues cuando regresaba de algún viaje, al verlo, me hacía sentir en casa porque al preguntarme [la gente] de dónde venía, decía que de Zacatepec, el lugar donde se encontraba el tubo gigante que silbaba cada cierto tiempo.[4]

 

Otro efecto del sismo en la economía morelense fue el cambio en el curso del agua, y se alteró el abasto en comunidades campesinas que dependían de pozos y ríos para su subsistencia, y también en los balnearios ejidales y privados de Palo Bolero y San Ramón en Xochitepec, el de Aguahedionda en Cuautla y el de Los Ojitos en Mazatepec.

 

El gobierno estatal parecía más preocupado por su imagen que por hacer efectivos los auxilios para quienes habían perdido su casa, su negocio, su forma de sobrevivir o hasta a sus seres queridos. Empezaron a circular frases con las que las autoridades intentaban ocultar la desgracia: “México está de pie”, “Morelos está de pie”. Esto fue un verdadero insulto a una entidad donde las casas, las iglesias, el ingenio azucarero de Zacatepec y la arrocera de Jojutla, diferentes balnearios, centros de comercio y buena parte de los museos y las zonas arqueológicas habían sido afectadas. La actividad económica, en especial la turística, descendió de manera drástica. Quienes laboraban alrededor de las escuelas, como choferes de transporte colectivo, taxistas o vendedores de comida, dejaron de percibir ingresos. México y Morelos estaban heridos. Las escenas de un supuesto rescate se extendieron por los medios, pero excluyendo la participación de la sociedad civil, la gente que ayudó a su gente.

 

Acciones y reacciones de ayuda inmediata

Los víveres comenzaron a llegar desde todas partes de la república: Veracruz, Estado de México, Guadalajara, la Ciudad de México. En camiones, autos particulares o carros de redilas se traía ayuda a Jojutla, Zacatepec, Cuautla, Hueyapan, Coatetelco y los otros lugares más afectados. En el poniente se escuchaba: “Por una relación de siglos, nos ayudaron mucho los del Estado de México”.

 

La sociedad civil organizó centros de acopio, brigadas y refugios para los que perdieron su patrimonio o sus trabajos durante el sismo. Uno de los albergues más representativos fue el de la colonia Altavista, en Cuernavaca, ya que su organización estaba regida, principalmente, por jóvenes. Ellos recibían y distribuían la ayuda en especie, organizaban las tres comidas y la instalación de los damnificados en el albergue.

 

Dentro de los albergues fueron innumerables las formas de ayuda: por ejemplo, algunos ofrecían recargar celulares de forma gratuita, otros se dedicaron a hacer sándwiches, tortas y bebidas para enviar a los rescatistas, y otros más prestaban sus oídos para escuchar la historia de los afectados. En una cartulina se leía: “Soy muy pobre, no tengo qué darte, pero si quieres te presto mi oreja para escuchar tu historia”, y lo admirable es que había señoras haciendo fila para contarle sus desgracias. Otros más donaron despensas, cobijas recién compradas o seminuevas y ropa de todo tipo. Quienes pudieron dieron refugio a los damnificados y a sus bienes. No obstante, también hubo abusos, centros de acopio que se convirtieron en tiendas, o tiendas que vendían la ayuda y después de recibirla como despensas de apoyo, la revendían. Varias escuelas acondicionadas como refugios cancelaron su ayuda al iniciar las clases.

 

La gente de Morelos, al ver el apoyo que recibía de la sociedad civil, empezó a escribir letreros en donde se agradecía a los que habían llegado con ayuda. Por distintos pueblos se dejaban ver mensajes como “Gracias médicos, rescatistas, donadores. Que Dios los bendiga”, “De corazón, gracias por tu ayuda, colaboración y calidez humana. Esta familia especialmente te agradece. Bendiciones para todos”, o incluso “Y sus ruinas existan diciendo: de mil héroes la patria aquí fue”.

 

La participación de los jóvenes fue particularmente significativa, pues muchos de ellos contactaban a otros más a través de redes sociales para informar, solicitar ayuda y en algunos casos para convocar. Tal fue el caso de la brigada conformada por hombres y mujeres jóvenes de Yecapixtla:

 

Recorrer los poblados te desgarraba el alma, pues no sólo observabas los daños materiales, también tenías oportunidad de escuchar los relatos y la angustia, la preocupación, el susto y la incertidumbre que se volvían el pan de cada día. Pero al mismo tiempo, existía la esperanza, pues la ayuda comenzaba a llegar. Vimos arribar a rescatistas de Veracruz y caravanas de autos, camionetas y carros grandes cargados con ayuda, que decían “Ayuda para Morelos”, “Ayuda para Tetela del Volcán”, y así por el estilo. Encontrar la caravana fue emotivo para todo el equipo, y no tuvimos más que aplaudir y gritar de alegría, pues simbolizaba esperanza y solidaridad con todos y todas las afectadas.[5]

 

La emoción de rescatar lo sagrado

Una de las principales preocupaciones que agobiaron a distintas poblaciones del territorio morelense fue la de sus imágenes religiosas, que quedaron atrapadas entre los escombros. En las comunidades indígenas, las familias mantienen una estrecha relación de reciprocidad con “los santitos”, que son fuente de ayuda y protección para pueblos, familias e individuos. Luego de cerciorarse de que sus familiares se encontraban bien, los morelenses volcaron su mirada hacia aquellos otros espacios y elementos que también conforman su identidad, las iglesias y las imágenes. En medio del caos inminente, algunos cófrades, mayordomos y devotos de varios poblados como Yecapixtla, Totolapan y Tepoztlán, se organizaron y comenzaron a sacar a “sus santitos”. Por ejemplo, en Totolapan una mujer cuenta que:

 

La campana sonaba y después dejó de sonar y salieron a la calle y vieron que ya no había campana, no había campanario, se veía mucho polvo. Fueron [las mujeres del pueblo] de las primeras en llegar a la iglesia, solo vieron al campanero y poco a poco comenzaron a salir los padres. En eso llegó un mayordomo, Armando Vergara, le tiene mucha fe al Cristo Aparecido, fue el primero que llegó, venía en short, sin playera y traía su toalla y así se metió a sacar el Cristo Aparecido, se ve que se acababa de bañar. Llegó corriendo como loco y se metió a sacarlo. Se puso una lona y ahí se resguardaron como dos días.[6]

 

En Tetelcingo, la capilla de San Nicolás de Bari quedó prácticamente derruida y los pobladores tuvieron que hacer una especie de túnel y perforar los restos de algunos muros para poder sacar sus imágenes religiosas. Los mayordomos levantaron un toldo exclusivamente para resguardarlo y colocarle ahí su ofrenda.

 

Es importante mencionar que, en algunos poblados, como Totolapan, no solamente los locales sumaron fuerzas para resguardar a “sus santitos”, pues también recibieron la colaboración de algunos devotos de la imagen del Cristo Aparecido, quienes, desde poblaciones próximas o más lejanas, incluso Iztapalapa, arribaron al poblado con herramienta y pintura.

 

Sin embargo, dada la afectación en iglesias y capillas, vino la incertidumbre de dónde se realizarían las misas, los rosarios, y qué pasaría con las fiestas religiosas. Por ejemplo, en Tepalcingo, donde se celebra la feria del tercer viernes de cuaresma en honor al Señor de Tepalcingo, en la cual reciben a peregrinos provenientes de distintos estados del país, como Puebla, Tlaxcala, Ciudad de México, Estado de México, Hidalgo y Guerrero, tenían que decidir si se realizaría la feria y, de ser así, dónde recibirían la enorme cantidad de visitantes.

 

De manera que, aunque los daños materiales ocasionados por el sismo fueron inmensos, la gente de Tepalcingo se organizó y trabajó para realizar la feria, pues ésta también representaba un momento propicio para agradecerle al Señor de Tepalcingo por protegerles durante este suceso. Así que tanto los oriundos como los peregrinos mostraban su alegría al ver a la imagen del Cristo en buen estado, así acudían a misa, pasaban a besarle, le dejaban una moneda y desde luego llevaban flores y adquirían agua bendita para llevar a sus hogares. De manera que la celebración de la fiesta del Tercer Viernes en honor al Señor de Tepalcingo fue una muestra de agradecimiento por parte de los feligreses hacia la imagen del Nazareno, por mantenerlos unidos como pueblo, por cuidarlos durante el sismo y por mantenerlos de pie aun ante la adversidad. Con maquetas y tapetes que elaboraron en Tepalcingo y Totolapan, los feligreses mostraron su agradecimiento y devoción a las imágenes religiosas.[7]

 

En los pueblos originarios se supo insertar lo vivido durante el sismo en diferentes elementos culturales rituales. Por ejemplo, en Tetelcingo, aunque la capilla de San Nicolás de Bari quedó demolida casi por completo, se celebraron los festejos patronales. Destacó la representación de la Danza de los Gañanes, entre cuyos personajes se incluyen los llamados “ingenieros”, que, luciendo sacos de vestir, cascos y estadales, recuerdan cuando en la década de los setenta el pueblo impidió que se construyera un aeropuerto en sus terrenos.

 

Los “ingenieros” son un testimonio de la renovación de las tradiciones. En octubre de 2017, aparecieron nuevos personajes en esta danza, los “brigadistas”, con mapas en la mano o aerosol para marcar las construcciones dañadas. Los asistentes les gritaban: “¡marquen donde van a quedar las campanas!”. Algo muy similar señaló Erandy Toledo Alvarado en la exposición “La Gente y su fuerza en el sismo de Morelos”: en Mazatepec, en la procesión de las mojigangas durante la fiesta de San Lucas, el 18 de octubre de 2017, aparte de los personajes tradicionales, se incluyó entre los muñecos a un rescatista y a la famosa perra Frida.

 

Otras respuestas: tradición hecha organización

Hemos ponderado la existencia de ayuda y solidaridad con los damnificados que se derivan de la sociedad civil o el culto católico, que actuaron con eficiencia en auxilio y rescate de los habitantes y su patrimonio personal y religioso. Ahora se da cabida a una organización previa no religiosa.

 

El grupo comunitario Yankui Yanuatitlislti, de Xocotla, Morelos, ha dedicado los últimos dieciocho años a consolidar y difundir la tradición cultural comunitaria indígena. Ya han pasado por él dos generaciones, los que entraron como niños, ahora ya son los que enseñan a los más chicos. A continuación, daremos voz a uno de los principales responsables de su creación y funcionamiento, Marco Tafolla Soriano.

 

De hecho, a nosotros nos sorprendió. Estábamos afuera, precisamente montando una lona, cuando se sucede el temblor, y entonces vimos cómo parte de la torre de la radio se cayó, cómo se partió todo. Acá nos quedamos solo Alma y yo [...] Todo dentro de la casa estaba tirado, todo, todo. En cada lugar donde nos parábamos, nos daban té de prodigiosa para el susto, unos nos dieron cervezas, “tómese una, si no, no van a aguantar”. Empezaron a llegar los muchachos [del grupo], los chavitos. Estos muchachitos que fueron llegando resultaba que traían al hermano mayor, no sé, han de haber dicho “vamos para allá” y llegaron. Entonces fue que comenzamos poco a poquito a organizar.[8]

 

La honestidad y la enorme capacidad de organización del grupo les granjearon una buena cantidad de ayuda.

 

Comenzaron a llegar algunos estudiantes, sobre todo de arquitectura de la UAEM, que son de acá de Xoxocotla, llegaron unos de una organización que son de redes comunitarias de radios comunitarios, no sé cómo supieron que la torre de la radio se había cuarteado. Entonces llegaron despensas que provenían de Oaxaca, entonces nos propusieron un formato para hacer un censo. Se juntaron los del INEA y los promotores del INEA conocen el pueblo. Nos decían las muchachas del INEA: “Es que nosotros sabemos dónde están las niñas que son mamás solteras, o que ya son mamás adolescentes”. Vinieron estudiantes de la Escuela Nacional de Antropología [e Historia] con los primeros materiales de construcción. Hay una cooperativa que se llama Omeyolotl, no, Tepeyolotl, que vinieron con dos camionetas con herramientas. Después llegaron de la Universidad Iberoamericana, que dijeron: “Vamos a traer un montón de despensas”, y nosotros decíamos: “Despensas no queremos tanto; mejor, material, mejor, cosas para construir rápido”. Llegó un grupo de ingenieros que mandó una empresa desde Playa del Carmen, dijeron: “¿Cómo vieron las publicaciones?”, pues es que ya teníamos internet. La empresa pagó, eran como once personas que vinieron acá, unos ingenieros, arquitectos y otros que venían como asistentes de apoyo. Entonces fueron y ayudaron muchísimo a hacer los primeros dictámenes y decir qué casa se puede reparar, o “ésta ya no”, y ya nos ayudaban a entender qué había sucedido, por qué se cayeron las casas. Las casas de adobe, por ejemplo, ellos fueron los primeros que plantearon que no estaban bien amarrados los adobes, que había problemas, por ejemplo, con que las plantas altas eran más pesadas que las bajas y, bueno, cosas como ésas ayudaron.

 

También llegan los de la UNAM, varios grupos de chavos estudiantes que nos ayudaban a proponer un modelo de casa. Había una organización de morelenses en Estados Unidos que se comunicaron y esperaban que tuviéramos una cuenta para depositarnos dinero, pero tampoco lo quisimos tan fácilmente porque decíamos: “No estamos autorizados para recibir dinero del extranjero”. Entonces a través de la Fundación Comunidad fue que ellos nos prestaron su cuenta, pero más bien queríamos que compraran el material, que no nos dieran dinero. Sí, yo creo que brindaba confianza. En el sismo nos conocimos y nos reconocimos.

 

Mucha gente trajo paquetes de sopas maruchan, eso lo hicimos a un lado, mejor vamos a priorizar los alimentos básicos, y ellos llevaban inventarios, llevaban listas. Entonces, cuando decíamos: “Oigan, necesitamos algo”, o llegaba alguien solicitando despensas o solicitando apoyo, les decíamos a los muchachos y ellos mismos decían: “A ver, ¿cuántas se van a llevar, para cuántas personas? ¿Es una familia de tres?: un tipo de despensa, ¿una familia de seis?: otro tipo de despensas más grandes, con mayores cantidades”. La verdad fue muy bonito eso; nosotros estábamos coordinando.[9]

 

Innumerables fueron los ejemplos de ayuda a los damnificados por parte de muchas fuentes, en una organización colectiva y espontánea. Esto atrajo una gran cantidad de donaciones hechas conforme a la tradición indígena. Escenas como la siguiente ocurrían constantemente:

 

Las vecinas comenzaron a ver, venían y traían comida. Decían: “Es que no están comiendo, se van a enfermar”, y le [sic] daban de comer a todos los muchachos. Cómo se organizaban, la verdad no sé. Después dijimos: “Pues hay que agarrar de las despensas”, y les dábamos el arroz. Don Serapio fue el primero que, cuando dijimos: “Tienen que traer a su familia que les ayuden porque hay que hacer trabajo colectivo”, trajo a sus nietos, y los chavitos estaban emocionados haciendo adobes, se enlodaban, pero fue muy interesante.

 

Sí, acá lo que fue padre es que del trabajo que hacemos en verano, donde hacemos que los niños se empoderen, el sismo nos dio la oportunidad, el sismo a nosotros nos permitió evaluar cómo en el trabajo hacemos que los niños tomen liderazgo, que hagan sus reglamentos, que hagan sus asambleas, que lleguen a acuerdos. Necesitamos darle continuidad a la organización, que el proceso no sea: “Bueno, ya tengo mi casa, ya nos vamos”, no, ¿cómo le vamos a hacer para volver a unir?, tanto hemos hablado del territorio cultural, ¿cómo vamos a reconstruir el espacio donde nos formamos, donde construimos, donde formamos a los niños? Eso es lo que nos significa la casa. Entonces plateábamos la idea de que necesitamos no quedarnos solamente en la atención a la emergencia, sino comenzar a ver lo que ya logramos en el trabajo colectivo.[10]

 

Una exposición de testimonios, ventana a las emociones

Del registro y análisis de los testimonios que el equipo regional Morelos recopiló, se montó una exposición titulada: “El sismo en Morelos: la gente y su fuerza”. El cierre de la exposición se hizo con el testimonio que a continuación se muestra, del soldado Martín Moctezuma Luis Hernández, que en esta comunidad trató de salvar a una mujer y a su hija atrapadas entre los escombros, pero que lamentablemente ya habían fallecido. La escena del soldado rompiendo en llanto al saber que ya no era posible salvarlas tuvo una enorme difusión. El esposo y padre de las fallecidas, Marco Gil Vela, escribió una carta de agradecimiento, que ahora transcribimos:

 

Gracias porque sin saberlo me regalaste la oportunidad de despedirme de mi esposa e hija, gracias porque sin dudarlo arriesgaste tu vida bajo los escombros y junto con los demás diste hasta el último esfuerzo para rescatarla, supe que cuando viste su bracito bajo aquel escombro ese 19 de septiembre gritaste con un dolor palpable e insoportable, desgarraste tu garganta y tus lágrimas brotaron como si hubiese sido tu propia sangre a quien hallabas sin vida, gracias por entregarla [...] gracias por soportar aquella loza que cayó sobre tu cara para rescatar a mi niña y sin saber gracias por hacerme soñar con un posible milagro, GRACIAS A DIOS POR ALISTARTE en el EJÉRCITO MEXICANO Y GRACIAS A TUS TROPAS Y OFICIALES POR PONERTE AHÍ EN ESE PRECISO INSTANTE para darlo todo POR MIS MUJERES!!!!

 

* Centro INAH, Morelos.
[1] Testimonio anónimo recogido por Erandy Toledo Villaseñor en Mazatepec, octubre de 2017
[2] Testimonio escrito por Karina Cortés, de Tepoztlán, enero de 2018
[3] Testimonio anónimo recogido por Erandy Toledo Villaseñor en Zacatepec el 30 de septiembre de 2017.
[4] Testimonio anónimo recogido por Erandy Toledo Villaseñor en Zacatepec el 27 de septiembre de 2017
[5] Testimonio escrito por Karina Ramírez Vilaseñor, de Yecapixtla, el 25 de septiembre de 2017
[6] Testimonio anónimo recogido por Karina Ramírez Villaseñor en Totolapan, octubre de 2018.
[7] Testimonio escrito por Karina Ramírez Villaseñor, abril del 2018.
[8] Entrevista realizada a Marco Tafolla por Luis Miguel Morayta Mendoza en Xoxocotla, octubre de 2017.
[9] Idem.

[10] Idem.