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La medicina como religión

ENVIADO POR EL EDITOR EL Martes, 03/12/2024 - 18:14:00 PM

Giorgio Agamben*

 

Desde hace mucho resulta evidente que la ciencia se ha convertido en la religión de nuestro tiempo, en aquello en lo que los hombres creen que hay que creer. En el Occidente moderno han coexistido, y en cierta medida todavía coexisten, tres grandes sistemas de creencias: el cristianismo, el capitalismo y la ciencia. En la historia de la modernidad, muchas veces se han entretejido estas tres "religiones", algunas veces han entrado en conflicto y luego se han reconciliado de diversas maneras, hasta alcanzar progresivamente una especie de coexistencia pacífica y articulada, y en ocasiones hasta una verdadera colaboración en nombre del interés común.

 

Lo novedoso es que los vínculos entre la ciencia y las otras dos religiones se han reavivado sin que nos hayamos dado cuenta de un conflicto subterráneo e implacable, cuyos resultados victoriosos para la ciencia ahora están ante nuestros ojos y determinan como nunca todos los aspectos de nuestra existencia. Este conflicto no tiene que ver, como sucedía en el pasado, con cuestiones teóricas o con principios generales, sino, por así decirlo, con la praxis del culto[1]. También la ciencia, como toda religión, en los hechos posee diferentes formas y niveles a través de los cuales organiza y ordena su propia estructura: a la elaboración de una dogmática sutil y rigurosa corresponde en la práctica una esfera de culto extremadamente amplia y extendida que coincide con lo que llamamos tecnología.

 

No es sorprendente que el protagonista de esta nueva guerra religiosa sea aquella disciplina en la cual la dogmática es menos rigurosa y el aspecto pragmático más fuerte: la medicina, cuyo objeto inmediato es el cuerpo viviente de los seres humanos. Tratemos de establecer las características esenciales de esta fe victoriosa con la que tendremos que lidiar cada vez más frecuentemente.

 

1) La primera característica es que la medicina, como el capitalismo, no necesita una dogmática especial, sino que simplemente toma prestados los conceptos fundamentales de la biología. Sin embargo, a diferencia de la biología, articula estos conceptos en un sentido gnóstico-maniqueo, es decir, según una exacerbada oposición dualista. Existe un dios o un principio maligno, la enfermedad, cuyos agentes específicos son bacterias y virus, y un dios o un principio benéfico, que no es la salud, sino la curación, cuyos agentes de culto son los médicos y la terapia. Como en cualquier fe gnóstica, los dos principios están claramente separados, pero en la práctica pueden contaminarse entre sí y el principio benéfico y el médico que lo representa pueden equivocarse y colaborar, sin saberlo, con su enemigo, sin que esto invalide de ninguna manera la realidad del dualismo y la necesidad del culto a través del cual el principio benéfico libra su batalla. Y es significativo que los teólogos que deben definir la estrategia sean los representantes de una ciencia, la virología, que no tiene su propio lugar, sino que se ubica en la frontera entre la biología y la medicina.

 

2) Si bien esta práctica de culto era hasta hoy, como cualquier liturgia, episódica y limitada en el tiempo, ahora estamos presenciando un fenómeno inesperado, ya que se ha vuelto permanente y totalmente penetrante e invasiva. Ya no se trata de ingerir medicamentos o de someterse cuando es necesario a un examen médico o a una cirugía: ahora la vida entera de los seres humanos debe llegar a ser en todo momento el lugar de una celebración de culto ininterrumpida. El enemigo, el virus, siempre está presente y debe ser combatido sin cesar y sin ningún respiro posible. También la religión cristiana conocía tendencias totalitarias similares, pero sólo concernían a algunas personas, en particular los monjes, que elegían poner toda su existencia bajo la consigna de "orar incesantemente". La medicina como religión recoge este precepto paulino y, a la vez, lo subvierte: mientras que los monjes se reunían en conventos para rezar juntos, ahora el culto debe practicarse con la misma asiduidad, pero manteniéndose separados y a distancia.

 

3) La práctica del culto ya no es libre, voluntaria y supeditada a sanciones de naturaleza espiritual, sino que debe volverse obligatoria a través de normas. Ciertamente, la colusión entre religión y poder profano no es un hecho nuevo; sin embargo, es del todo novedoso que semejante colusión ya no se fundamente en la profesión de los dogmas, lo que dio pie a las herejías, sino exclusivamente en la celebración del culto. El poder profano debe garantizar que la liturgia de la religión médica, que ahora coincide con la totalidad de la vida, se observe puntualmente en los hechos. Resulta evidente entonces que se trata de una práctica del culto y no de una necesidad científica racional. Las enfermedades cardiovasculares son la causa principal y más frecuente de mortalidad en nuestro país y se sabe que podrían disminuir si se practicara un estilo de vida más saludable y si se siguiera una dieta específica. Pero a ningún médico jamás se le había ocurrido que la forma de vida y de alimentación que aconsejaba a los pacientes se convirtiera en objeto de una regulación jurídica, que se decretaran estatutos legales que dictaran qué se debe comer y cómo se debe vivir, transformando toda la existencia en una obligación de salud. Esto es exactamente lo que se ha hecho y, al menos por ahora, la gente lo ha aceptado, como si fuera obvio renunciar a su libertad de movimiento, trabajo, amistades, amores, relaciones sociales, a sus creencias religiosas y políticas.

 

Con esto se mide hasta qué punto las otras dos religiones de Occidente, la religión de Cristo y la religión del dinero, han cedido la batuta, aparentemente sin combatir, a la medicina y la ciencia. La Iglesia ha renegado pura y simplemente de sus principios, olvidando que el santo del cual tomó el nombre el actual pontífice abrazaba a los leprosos y que una de las obras de misericordia era visitar a los enfermos, que los sacramentos sólo pueden administrarse en presencia. El capitalismo, por su parte, aunque con algunas protestas, ha aceptado la pérdida de productividad que nunca se había atrevido a poner en riesgo, probablemente con la esperanza de encontrar más adelante un acuerdo con la nueva religión, que en este punto parecería dispuesta a transigir.

 

4) Del cristianismo, la religión médica ha recogido, sin reservas, la demanda escatológica que aquel había dejado caer. Ya el capitalismo, secularizando el paradigma teológico de la salvación, había eliminado la idea de un fin de los tiempos, reemplazándolo por un estado de crisis permanente, sin redención ni final. El término krisis es en su origen un concepto médico, que designaba en terminología hipocrática el momento en que el médico decidía si el paciente sobreviviría a la enfermedad. Los teólogos retomaron el término para indicar el Juicio Final, que tiene lugar el último día. Si se observa el estado de excepción que estamos viviendo, podría decirse que la religión médica ha logrado conjuntar la crisis perpetua del capitalismo con la idea cristiana de un tiempo último, de un éskhaton en el que la decisión extrema está siempre en camino y el final llega a la vez precipitado y retrasado, en un intento incesante de poder gobernarlo pero sin conseguirlo de una vez por todas. Es la religión de un mundo que se siente en el final y, sin embargo, no puede, como el médico hipocrático, decidir si sobrevivirá o morirá.

 

5) Al igual que el capitalismo y a diferencia del cristianismo, la religión médica no ofrece perspectivas de salvación y redención. Por el contrario, la curación que busca sólo puede ser provisional, ya que el Dios malvado, el virus, no puede eliminarse de una vez por todas, porque muta continuamente y siempre adopta nuevas formas, presumiblemente más peligrosas. La epidemia, como sugiere la etimología del término (en griego, demos es el pueblo como cuerpo político, y pólemos epidemios es, en Homero, el nombre de la guerra civil), es sobre todo un concepto político, que se prepara para convertirse en el nuevo terreno de la política —o de la no política— mundial. De hecho, es posible que la epidemia que estamos viviendo sea la realización de la guerra civil mundial que, según los politólogos más atentos, ha tomado el lugar de las guerras mundiales tradicionales. Todas las naciones y todos los pueblos están ahora en guerra duradera consigo mismos, porque el enemigo invisible y esquivo contra el que estamos luchando está dentro de nosotros.

 

Como ha sucedido muchas veces a lo largo de la historia, los filósofos tendrán nuevamente que entrar en conflicto con la religión, que ya no es el cristianismo, sino la ciencia o esa parte de ella que ha tomado la forma de una religión. No sé si volverán a encenderse las hogueras y los libros serán inscritos en el índice, pero es seguro que el pensamiento de aquellos que continúan buscando la verdad y rechazan la mentira dominante será, como ya está sucediendo ante nuestros ojos, excluido y acusado de difundir noticias (noticias, no ideas, ¡porque las noticias son más importantes que la realidad!) falsas. Como en todo momento de emergencia, real o simulada, volveremos a ver a los ignorantes calumniando a los filósofos y a los canallas tratando de sacar provecho de las desgracias que ellos mismos han provocado. Todo esto ya ha sucedido y continuará sucediendo, pero aquellos que testifican la verdad no dejarán de hacerlo, porque nadie puede testificar por el testigo.

 

* Publicado en Quodlibet el 2 de mayo de 2020, disponible en: https://www.quodlibet.it/giorgio-agamben-biosicurezza. Traducción de Enrique Montalvo, Centro INAH, Yucatán.
[1] Del culto en cuanto conjunto de prácticas de cada una de esas “religiones”. Agamben emplea aquí y en referencias subsiguientes en el texto el término “praxis cultual” para referirse a las prácticas que se realizan dentro de cualquier culto religioso (N. del T.).