Tabla, ladrillo y fachada. El barrio en clave de asentamiento, consolidación y fragmentación en Cali, Colombia

ENVIADO POR EL EDITOR EL Jueves, 05/12/2024 - 10:55:00 AM

Germán Feijoo Martínez*

 

Resumen

Se resaltan tres momentos en la construcción del barrio por parte de sus moradores: el asentamiento, la consolidación y la fragmentación. La tabla es asentamiento, el ladrillo es la consolidación, y la fachada coincide con el conflicto y la fragmentación de todas las relaciones sociales que se establecen como momentos de la cimentación del espacio barrial. Se advierte que no es mero lenguaje metafórico ni teleológico lo que se describe, es una parte de la construcción de realidad que desde su cotidianidad hacen los habitantes a través de sus enormes luchas por la larga duración por la vivienda en Cali.

Palabras claves: Barrio, asentamiento, consolidación y fragmentación.

 

Abstract

This paper highlights three moments in the building of the neighborhood by its inhabitants: settlement, consolidation, and fragmentation. The plank is the settlement, the brick is the consolidation, and the façade coincides with the conflict and fragmentation of all social relationships established as moments that cement the neighborhood space. It is not a mere description using metaphorical or teleological language; it is part of the construction of reality that the inhabitants undertake in their daily lives through their enormous, longstanding struggles for housing in Cali.

Keywords: neighborhood, settlement, consolidation, fragmentation.

 

El conflicto permanente es el mecanismo vital en todas las sociedades y hace que la memoria resulte crucial para los individuos y los grupos sociales. Si el conflicto es inherente a toda forma de socialización, es también factor determinante para la constitución de toda organización social y provoca que la memoria se convierta en la decantadora de las tensiones y vivencias de los procesos que el conflicto mismo moldea para permitir la construcción de todo lo que llamamos barrio, ciudad, cualquier conjunto urbano.

 

En función de la manera como los grupos o las personas recuerden los conflictos con sus semejantes es posible que se solucionen o se recrudezcan los problemas. La búsqueda de la convergencia, convivencia, consenso y disenso es una tarea que deben concretar los individuos y los grupos, los foráneos y los propios, todos lo que habitan el territorio, el lugar, la cuadra. Pueden acudir al recuerdo, a la transacción, a la congruencia o, de otro lado, a la violencia, la resistencia y al cambio social para superar los conflictos que nutren su cotidianidad y que se inscriben en un tiempo y un espacio determinado.

 

El conflicto, aliado de la memoria

Es en la cotidianidad del barrio donde se observan muchos recuerdos, que se entrecruzan mediante el conflicto y en la tensión diaria. Éste es el terreno donde las resuelven o no sus problemas, acudiendo a un cúmulo de información, a pautas de comportamiento, a prácticas culturales, que pudieron estar latentes y que responden a las contradicciones que impone el día a día. El conflicto es un aliado maravilloso de la memoria, a la cual recurren los hombres y las mujeres cada vez que se hace necesario encontrarle salidas a las complicaciones cotidianas. Todos los grupos sociales acuden a su historia y a su memoria como formas de resistencia para enfrentar, resolver o escapar de peligros colectivos o amenazas. El conflicto es la fuerza capaz de reducir o aumentar las tensiones, así como de orientar los comportamientos de la gente, de sus líderes y de las estructuras sociales. Los testimonios, con el componente político como una de sus características más sobresalientes, narran los ciclos vitales de quienes habitan el barrio y sus líderes en la ciudad.

 

Las tablas para el asentamiento: lo urbano como proyecto político ideológico

El asentamiento o invasión, llamado así por los pobladores, se identifica como el momento en el que la defensa de lo que será el territorio comunitario se hace con la vida misma ante los embates de los gobiernos locales, que llegan al extremo de asesinar a los “invasores”, luchadores populares que al pelear por la vivienda construyen la ciudad. Entre las características básicas de la ciudad de Santiago de Cali, destacamos que se ha convertido en un punto de recepción de los expulsados del campo por el conflicto político armado y, en consecuencia, se ha comenzado a densificar porque ha rebasado los límites fijados desde la época republicana. En el centro de la ciudad se observan construcciones habitacionales, de servicios y comerciales en altas edificaciones que se ubican de norte a sur. Los altos precios del suelo así como su función comercial y residencial han comenzado a provocar la expulsión de quienes ahí habitaban: los más pobres, habitantes sempiternos de la calle, los emigrantes de Venezuela y los refugiados de la guerra, quienes se han desplazado hacia las zonas periféricas hiperdegradadas,[1] no aptas para la vivienda. Se ha ido consolidando así una nueva ciudad que ha obligado a la administración municipal y estatal a recrear toda la toponimia urbana en espacios donde es muy difícil construir la red de servicios públicos, es decir, en zonas de laderas o de inundación, o madreviejas de los ríos —la mayoría contaminados—, que atraviesan la ciudad. La población responde resignificando sus prácticas culturales.

 

En este trabajo se indaga cómo se está produciendo el sujeto habitante de los barrios de una ciudad como Cali. Las respuestas enuncian una metáfora que alude a la consolidación y fragmentación barrial. La burguesía local mantiene sus privilegios a costa de perpetuar la explotación y la miseria como condiciones permanentes de la mayoría de los habitantes que viven en zonas a las cuales nunca llegó la promesa del capitalismo y sus epígonos; de mantener el crecimiento urbano de la ciudad a la par que el proceso de industrialización. La mayoría de los barrios de Cali, al igual que muchas urbanizaciones del sur del planeta, existe como un conjunto de ciudades miseria, como las ha denominado Mike Davis,[2] en el cual la gente más joven sigue poniendo su sangre como precio, al irse de bruces como actores en la guerra agravada por el hijo bastardo del capitalismo: el narcotráfico, o simplemente como la gente que resiste el desequilibrio social desde las esquinas de los barrios. Así, es fundamental dejar en claro que a pesar de la problemática no se puede estigmatizar a Cali como una “ciudad del narcotráfico”, puesto que sus pobladores se organizan y resisten a pesar del abandono y traición estatal.

 

Cali, una ciudad de pueblos

Compuesta por varios mundos y variadas representaciones culturales, Cali es una ciudad de migrantes, en su mayoría del sur-occidente colombiano, que luego de la segunda mitad del siglo XX ha tenido a la sempiterna y dolorosa guerra colombiana como factor generador de destierro, expulsión o migración no forzada. Las zonas degradadas contienen dos mundos claramente definidos. Uno es la zona andina, ubicada en la ladera y la montaña, donde habitan en su mayoría “mestizos” y descendientes de indígenas procedentes del sur del país, que están en un proceso de resignificación de sus prácticas ancestrales y de sus capitales culturales. El otro mundo se sitúa en la zona plana, al oriente de la ciudad, donde vive el sector mestizo junto a una abundante población afro, lo que hace de Cali la segunda ciudad de América Latina con más población negra, después de Salvador de Bahía, Brasil. Los asentamientos negros tienen como característica que sus pobladores, en un porcentaje de más del 75 %, han invadido predios públicos y privados para construir los barrios populares.

 

Entre el sur y norte de la ciudad, en la zona central, entre el mundo andino y el mundo afro, habita un reducido sector de clase media y pequeños burgueses metidos en edificios de apartamentos; ellos siguen aspirando a llegar a estratos sociales vedados, pero los pobres y los sectores medios sólo los alcanzarán mediante el ejercicio de la violencia, único medio de ascenso social. La ciudad no ha podido superar su formación estamental colonial, a pesar de sus pretensiones urbanísticas modernizadoras, con una arquitectura que imita modelos capitalistas. Al final, estos modelos no son más que la máscara que usan parte de los habitantes de la ciudad —poco más de doscientas setenta mil personas—, que son quienes pueden consumir en los almacenes de grandes superficies, convertidos en el lugar de esparcimiento más visitado debido a que la ciudad presenta problemas de seguridad. Ese grupo forma parte de una población total compuesta por alrededor de dos millones quinientas mil personas, según el censo de 2018. Varios centros urbanos o municipios, como Palmira, Yumbo, Jamundí, Candelaria, Pradera y Florida, han crecido en conurbación con Santiago de Cali, con una población flotante que trabaja o estudia en la gran ciudad y de noche duerme en aqulleos lugares adyacentes. Otros inmigrantes que configuran la población en Cali han llegado de diversas regiones del país, como los antioqueños, la zona del eje cafetero del occidente, y los huilenses y tolimenses, provenientes del centro.

 

“En Cali el racismo mata”

Ésta es la expresión más común entre el millón de personas afrodescendientes que habitan la ciudad.[3] Ciudad diversa, en la que las mayorías se reconocen en el proyecto racista y clasista de blancos y mestizos, con sus tres componentes urbanos: los pobres y andinos, con indígenas de origen ancestral ubicados en la ladera y las montañas; los afro de la zona plana, y una pequeña burguesía colocada como la salchicha de la comida chatarra, en medio de una ciudad que al despertar ofrece hacia los cerros del occidente la vista de cruces y un gigantesco Cristo que recuerdan su formación religiosa. Al oriente se puede observar un inmenso valle interandino, que los dueños del capital han sembrado de caña de azúcar. Al suroccidente y nororiente vive una burguesía que conforma la única parte de la ciudad realmente conectada con lo que hoy llaman globalización del mercado. Cali limita al sur, al oriente y al norte con la caña de azúcar, al occidente tiene la cordillera y su salida al mar. En esa ciudad se han consolidado barrios y de manera continua se siguen fundando asentamientos llamados peyorativamente “invasiones” o “urbanizaciones piratas”, en los cuales se han creado formas de subempleo denominadas por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) como empleo “por cuenta propia”: el conocido rebusque cotidiano o, como se le llama demagógicamente, “mercado informal”.[4] El pensador Georg Simmel manifestó precozmente las transformaciones y los conflictos que provocaría el ascenso del capitalismo, la industrialización y la urbanización al emerger las grandes ciudades: “La economía monetaria domina la metrópoli; ha desplazado las últimas supervivencias de la producción doméstica y del trueque directo de productos; minimiza, asimismo, la cantidad de productos hechos sobre pedido”.[5]

 

Ciudades pequeñas como la aquí estudiada presentan los síntomas del fenómeno de urbanización sin industrialización, lo que ha provocado la hiperdegradación de grandes zonas, en las cuales desesperan miles de personas que no tienen ni siquiera el pan diario asegurado. Como consecuencia, la gente se lanza a buscar medios de supervivencia mediante la producción doméstica y la fabricación sobre pedido. “Sin embargo, ni todos los pobres urbanos viven en áreas urbanas hiperdegradadas, ni todos lo que sí lo hacen son pobres [...] los pobres urbanos tienen que resolver una complicada ecuación para intentar optimizar los costes de la vivienda, la seguridad de la propiedad, la calidad del refugio, el desplazamiento al trabajo y algunas veces la seguridad personal”.[6]

 

La ciudad de Cali se debate entre el rebusque, los coletazos de la guerra —eufemísticamente llamada “conflicto político armado”—; el narcotráfico y el microtráfico, el desempleo, la violencia cotidiana familiar y barrial provocan permanentemente el descontento y la protesta social, al poner de relieve la traición del Estado señalada en barrios sin fábricas, obreros sin empleo, miles sin vivienda, ciudadanos y ciudadanas que el único derecho que pueden reivindicar es el voto. Todo esto provoca que algunos de sus habitantes tomen la ciudad y sus barrios mediante el asalto, el robo, el homicidio, aunque también fomenta el surgimiento de cambios, las transformaciones sociales promovidas por inconformes que preguntan por su lugar en los planes de desarrollo de los dirigentes locales y nacionales. Las grandes luchas por la vida digna se gestan en los barrios caleños, allí donde tienen asiento más o menos ciento cincuenta centros culturales con propuestas de autogestión que buscan mejores condiciones de vida y luchan por sus derechos culturales, sociales y políticos. Lo que sucede en Cali, sucede en los barrios, a semejanza de los planteamientos que recogen Hugo Zemelman y Gabriel Salazar:

 

Hoy, cuando el capital dominante ya no es el capital industrial, sino el financiero, el trabajador industrial ha sido debilitado, fragmentado, apagado. La lucha ya no se da tanto en el terreno sindical o en el espacio público, sino, principalmente, en el barrio donde se vive, o dentro de uno mismo. El conflicto se ha localizado y subjetivado. Hoy es el resultado de enfrentarse individualmente contra el mercado omnipresente y el Estado ausente y de perder anónimamente esa batalla. Es sentirse fracasado, por eso, ante sí mismo y ante los hijos. Estamos en la sociedad del riesgo.[7]

 

La historia oral con énfasis en los barrios

Los relatos recolectados por medio de la historia oral se convierten en formas de hacer historia, que aportan al conocimiento de grupos sociales cuyas vidas han permanecido tradicionalmente ignoradas. Las perspectivas historiográficas contemporáneas han asumido enfoques renovados y algunas temáticas recurrentes y otras novedosas a propósito de las historias cotidianas y los espacios urbanos. El objetivo nuestro es comprender cómo la memoria y las luchas sociales dan cuenta de la construcción de los barrios de Cali y de la ciudad, indagando a través de las historias de vida de los habitantes, de las bases organizativas y culturales que han formado parte del proceso de asentamiento y consolidación de los espacios públicos y privados. Todo esto a través de una mirada a los sectores populares, teniendo en cuenta su cotidianidad, la memoria social y las acciones colectivas que todavía se desconocen, para lograr reconstruir el papel vertebral en la construcción de Cali como ciudad diversa.

 

El ladrillo y la consolidación de los asentamientos

El momento de la consolidación viene con la emergencia de la propiedad privada, que modifica las relaciones sociales porque el conflicto por la vivienda y las pasiones humanas estimulan la enemistad y la pérdida de la organización comunitaria. El ladrillo se convierte en un muro, en un reto, en fronteras simbólicas que marcan la propiedad. A la vez es el tiempo de la consolidación de los servicios públicos, que da legitimidad a las luchas populares.

 

Nos hemos propuesto emprender otros trabajos relativos a la construcción de los barrios de Cali, pues su estudio nos ha generado amplios retos teóricos y metodológicos. Por una parte, nos ha exigido llevar a cabo un balance historiográfico sobre la manera en que se han escrito las historias del barrio —muy pocas hasta hoy—, y por otra, nos movió a hacer una propuesta apoyada en conceptos novedosos, que visibilicen tanto las capacidades creativas de hombres y mujeres como sus esfuerzos por mostrar los caminos andados en la construcción de los barrios, y por ende, de las ciudades. Es el caso del libro de Alfonso Torres sobre Bogotá, en el cual advierte que, con la consolidación, “el barrio inició una nueva etapa de desarrollo. ‘Legitimada’ la posesión ante la opinión pública, se dio inicio o continuidad a las obras de infraestructura de servicios y las casas pasaron lentamente de ser ranchos en cartón a construcciones, en material de uno y dos pisos”.[8]

 

La escritura de estas historias enfatiza la recuperación de las acciones colectivas que tienen como soporte la memoria de las personas, las mayores especialmente, y de todas las edades con las que se ha podido conversar. De esta manera, diferentes perspectivas acopiadas mediante elementos cotidianos se proyectan y se reflejan, se cruzan y se interrogan en las experiencias y reflexiones producto de las entrevistas. Esa diversidad de opiniones plantea miradas innovadoras sobre la forma de acercarse a la historia de los barrios de Cali. Sin embargo, una visión amplia de los públicos académicos y de los barrios con los cuales hemos construido diálogos nos indica que el sector educativo, la ciudad y sus dirigentes requieren de estudios novedosos y variados sobre los barrios y sobre las dinámicas sociopolíticas presentes en el proceso de constitución de la urbe.

 

La gente se agrupa en diversas organizaciones sociales y territoriales que, al establecerse en un determinado tiempo, conforman un sentido de pertenencia que se transforma en una identidad comunal, en la que hombres y mujeres se reconocen y diferencian a partir de la distribución funcional de cada objeto material y natural del espacio que ocupan. Aquella identidad comunal se constituye como concepto que de manera horizontal entrelaza el proceso de asentamiento, consolidación o, como se lee en la propuesta de Wallerstein y Balibar:

 

Las múltiples comunidades a las que todos pertenecemos, de las que extraemos nuestros valores, hacia las que manifestamos lealtades que definen nuestra identidad social, son construcciones históricas y, lo que es aún más importante, se trata de construcciones históricas que están en permanente reconstrucción. Eso no quiere decir que carezcan de solidez o de pertenencia, ni que sean efímeras. Nada más lejos. Sin embargo, nunca son primordiales y, por ello, cualquier descripción histórica de su estructura y de su evolución a través de los siglos es necesariamente una ideología del presente.[9]

 

Con el estudio de la memoria social se quiere dar a conocer la historia de los barrios de Cali, que apenas comienza a ser contada desde las calles mismas y por sus propios habitantes, y que ha sido relegada por la historia hegemónica. A través de la oralidad se narran las expectativas, vivencias y sueños de actores sociales que cuentan desde sus saberes tradicionales la historia de lucha y de resistencia para conformar el lugar que hoy habitan. Asentarse en un territorio no consiste sólo en apropiarse de los bienes del lugar, es también la producción y reproducción cultural. Emerge la memoria como el gran capital cultural de la gente para, a través de sus múltiples historias, dar cuenta de su creatividad económica, social, política y cultural mostrando nuevas y viejas formas de enfrentar la dominación y los poderes. Así han afirmado su identidad y mediante sus acciones colectivas han generado transformaciones que indican los fuertes vínculos establecidos para armar ciudades.

 

En la ciudad se están construyendo formas de identidad que se expresan en la adscripción múltiple a “redes sociales”, concepto usado por Manuel Castells en el sentido de la sociedad en red, actuando como fundamento constitutivo de poder. Nos instalamos en las sociedades en red y en la multiadscripción a diferentes redes sociales.[10] Estas últimas articulan otras redes más generales y allí se producen los cambios sociales. La militancia no es el eje en estos tiempos, sino que se ha inclinado en muchos casos hacia el fanatismo o a la adscripción a múltiples redes sociales y a movimientos políticos tradicionales que han sido presa del clientelismo y se apoyan en la lucha por generar espacios sociales que les garanticen no sólo los derechos individuales promulgados por la doctrina liberal; hoy se avanza en la construcción de derechos colectivos, económicos y culturales. Esas redes en Cali están representadas por las organizaciones culturales que tienen como eje diferentes prácticas artísticas, entre las que sobresale la danza. Cali es una ciudad que “sueña con los pies”, como dice la canción “Jugar por jugar” de Joaquín Sabina. Allí bailar es una actividad que convoca, es muy importante.

 

El habitante del barrio caleño no se imagina e inserta en sociedad solamente como ciudadano, categoría en crisis porque se centra en la relación con el Estado y deja fuera todas las demás relaciones interétnicas en muchos lugares del mundo, especialmente en Colombia. Hoy, la ciudadanía se construye en la multiadscripción móvil a diferentes redes sociales, familiares, de amistad y de localidad o de identidad administrativa, entendida como la construcción de los sentidos de pertenencia en torno a la comunidad, a la localidad, al centro urbano, a la ciudad, al barrio, que a la postre se convierten en el primer referente histórico de las personas. Se puede afirmar que la categoría de comunidad antecede a la de identidad. La comunidad es el referente básico desde el cual se horizontaliza la consolidación de las identidades.

 

No quiere decir esto que toda la gente milite o participe de luchas sociales cohesionadoras de descontento social, capaces de generar identidades políticas precisas que conduzcan al poder político. Hipotéticamente estamos inmersos en redes sociales y en la construcción política de sujetos capaces de resignificar su vida a través de la construcción de discursos y de hechos sociales que multiadscriban a las sociedades en caminos hacia nuevas interpretaciones económicas, que son los mayores obstáculos para encontrar horizontes de participación en la economía estatal que faculten la consolidación de proyectos sociales y políticos alternos a los dominantes.

 

De hecho, la eclosión de los medios y las tecnologías ha obligado a que los sujetos cambien y adapten su forma de pensar, su visión del mundo y su manera de ver y relacionarse con su entorno inmediato. Los medios y las tecnologías les brindan posibilidades múltiples de interpretación y de construcción de sentidos en el medio que los rodea.

 

En el caso de los barrios se ha generado una fuerte tensión en la construcción de prácticas discursivas y políticas que se oponen a las construcciones tradicionales e históricas de identidad; prácticas erigidas sobre estereotipos que atraviesan desde el cuerpo hasta los ámbitos culturales, políticos, sociales y económicos. Se producen así caricaturas que encubren las verdaderas identidades; identidades fragmentadas, discriminadas y excluidas por el proyecto capitalista dominante, que no deja lugar para la otredad sino que coloca barreras, sobre todo económicas, que impiden a los sujetos su libre desempeño como ciudadanos.

 

La fachada se erige a la par que se modifican las relaciones sociales

La larga guerra en Colombia ha impuesto un agente violento representado por el narcotráfico, especialmente el microtráfico, que junto al abandono estatal —visible en el desempleo y la exclusión— han inducido a la ruptura y el cambio de las relaciones sociales, realidad expresada en la llamada “pérdida de valores”.[11] Éstos a su vez generan fragmentación, es decir, ruptura de los vínculos solidarios en el barrio, y siembran inseguridad, situación de la que la extrema derecha en Colombia ha sacado provecho. Los dos momentos de la construcción del barrio (el asentamiento y la consolidación) se quiebran, dañando los principios básicos de una convivencia digna y en paz.

 

Al igual que los afrodescendientes e indígenas, todos los habitantes de las zonas hiperdegradadas son vistos como “no aportantes” y, más aún, no están considerados en los mercados capitalistas, en un claro ejemplo que encubre la relación capital-salarios dignos con estereotipos fenotípicos y genotípicos, así como religiosos que obligan —no sin resistencia— a los habitantes de los barrios a permanecer en la más agobiante pobreza. Esta situación se debe a una larga cadena de argumentos que el sistema mundo moderno capitalista[12] ha impuesto en la construcción de las grandes crisis del planeta a través de sus lógicas coloniales de explotación: la humana, la económica, la ecológica y la energética.

 

A la hora de los balances es necesario preguntarse: ¿desde dónde resisten los habitantes del barrio? Desde la memoria, desde su cultura material y su conciencia histórica, que no es privativa de los historiadores; desde “el privilegio del hombre moderno de tener plenamente conciencia de la historicidad de todo presente y de la relatividad de todas las opiniones”,[13] como producto de la cultura que genera identidades abiertas y vivas que se alimentan de otras memorias dando versiones que potencian y dinamizan la acción social. Los habitantes de los barrios han generado discursos contrahegemónicos y de resistencia, en los que los fenómenos sociales se definen como lenguaje, porque las conductas, las instituciones son mensajes que se pueden decodificar.

 

Ese lugar de la resistencia y el contradiscurso se acuna en la esquina, la cuadra, allí donde también está renaciendo la fragmentación, el momento de la historia barrial, donde el desempleo y la falta de oportunidades empujan a los jóvenes a crear nuevas; o simplemente, como se escucha en la famosa canción de Willie Colón: “Mete la mano en tu bolsillo, saca y abre tu cuchillo, y ten cuidado... que en este barrio a mucho guapo lo han matado”.

 

Los habitantes de los barrios han sido capaces de enfrentar conflictos como la urbanización sin industrialización, los estereotipos dominantes en la sociedad diversa que es Cali. No se trata de decir que en algunos individuos no se acunen también los discursos dominantes y progobiernistas. Se propone aquí un descentramiento que disemine permanentemente todas las ideas de sujetos universales y mesiánicos, y que además muestre al habitante del barrio como un agente capaz de producir cambios y transformaciones en la sociedad, que se convierta en una vertiente de salida hacia la organización social.

 

De igual manera, los habitantes de los barrios, debido a la traición del Estado, se han visto obligados a modificar sus creencias políticas, a adaptar sus costumbres, a tomar la iniciativa —sea en positivo o no— para su barrio o ciudad. El descentramiento y la discontinuidad de sus prácticas culturales, políticas y económicas se reflejan en las actividades cotidianas que concretan, mediadas por la urgencia de conseguir el diario vivir, factor que aplasta casi todas las posibilidades de producir la ruptura con el sistema mundo moderno capitalista. Estudiar el proceso de construcción de identidades barriales significa romper con las formas tradicionales de hacer historia, de recordar que no existen leyes históricas y que los dominados tienen su propia historia.

 

¿Cuáles son los presupuestos sobre los que se basa el discurso histórico relativo a los habitantes de los barrios en una ciudad como Cali? Las lógicas y categorías de análisis de los saberes académicos han representado a las personas citadinas estableciendo que el conflicto de identidades y de conocimientos es algo permanente que se expresa en el espacio entre las lógicas y saberes de las comunidades, que muchas veces le han sido negadas aun cuando los pobladores han protagonizado sus propios procesos de organización social, política y económica. No se puede pretender que todas las estructuras sociales, económicas y políticas quepan en una misma causalidad, ni tampoco se puede seguir construyendo una misma historia para sociedades diferentes.

 

Al tener en consideración la diversidad de identidades se debe entender que cada grupo social tiene sus propias formas de apropiación, representación y legitimación de valores, que en el caso de quienes habitan los barrios son seriamente cuestionadas cuando se enfrentan con otras formas de legitimación de cargas valorativas que desconocen y deben asimilar. Lo anterior puede significar la destrucción de sus propias regulaciones sociales y legitimaciones de sus posiciones valorativas de mundo. Es decir, que los valores no son sistemas cerrados, como tampoco la construcción de identidades, sino que se están transformando permanentemente, lo cual se puede mostrar por la manera en que quienes habitan el barrio reconstruyen su experiencia con el medio receptor, la ciudad en este caso. Los valores se encuentran en un lugar primordial para los grupos sociales porque son una poderosa síntesis de la vida cultural y cotidiana de las personas. Por otro lado, al querer incidir en la construcción de memorias colectivas e individuales se pueden reproducir patrones de sumisión social y formas autoritarias de vida.

 

El barrio es el espacio-tiempo, el escenario, el territorio donde ocurre la renovación de identidades políticas creativas y democráticas que tienen como asiento la riqueza cultural de la gente. A pesar de los diagnósticos negativos, la vida cotidiana sumergida en las dificultades genera día a día relaciones de creatividad que se expresan en la fundación de grupos de trabajo barrial, los cuales tienen como eje central la cultura y la educación política, por lo que mueven a las personas a actuar sobre sí mismas para modificar los acontecimientos que las agobian y a ver, cada vez con más claridad, que el Estado las ha abandonado. Las personas agrupadas en las organizaciones barriales comienzan a ser conscientes de que tienen un capital cultural propio, contra el que las políticas estatales han permanecido de espaldas y ausentes. Cali es una ciudad con muchas diversidades que deben ser incluidas para convertirla en una ciudad rebelde, creativa y en constante comunicación con otras culturas.

 

 Postulación  I  Octubre de 2018
        Aceptación  I   Noviembre de 2019

 

 

* Universidad del Valle, Cali, Colombia.
[1] Desde hace pocos años se ha emprendido un proceso de gentrificación en la ciudad que se expresa de dos maneras: por un lado, las élites políticas y económicas impulsan la haussmanización en el centro de la ciudad, acompañado de gentrificación y aburguesamiento, y para conseguirlo han comenzado a desalojar o comprar a muy bajos precios los predios del centro que ocupan en propiedad sus habitantes; por otro lado, en los pueblos circunvecinos que han crecido en conurbación, la burguesía y pequeña burguesía compra los predios de los campesinos para establecer sus residencias.[2] Mike Davis, Planeta de ciudades miseria, trad. de José María Amoroto Salido, Madrid, Foca Ediciones, 2007.
[3] La cifra la dio en 2019 el actual alcalde de la ciudad, Maurice Armitage; sin embargo, el censo de 2018 no contempla ese número porque quedaron fuera muchos barrios de mayorías negras, y para tal exclusión se alegó falta de seguridad para quienes encuestarían.
[4] Hernando de Soto et al., El otro sendero. La revolución informal, 5ª ed., pról. de Mario Vargas Llosa, Bogotá, Oveja Negra, 1987.
[5] Georg Simmel, “La metrópolis y la vida mental”, Discusión, núm. 2, Barcelona, 1977.
[6] Idem; Mike Davis, op. cit., pp. 43 y 47.
[7] Hugo Zemelman, “Desafíos de la actual coyuntura política de América Latina” [ponencia], México, IPECAL, marzo 2009, disponible en: http://aler.org/seminario2009/wp-content/uploads/2009/03/ponencia_zemelman1.pdf (consultado en enero de 2019).
[8] Alfonso Torres Carrillo, La ciudad en la sombra. Barrios y luchas populares en Bogotá. 1950-1977, 2ª ed., Bogotá, Universidad Piloto de Colombia, 2013.
[9] Etienne Balibar e Immanuel Wallerstein, Raza, nación y clase, Madrid, Iepala, 1998, pp. 353, 354.
[10] Manuel Castells, El poder de la identidad, 2a ed., vol. II, México, Siglo XXI, 2000.
[11] Varios estudios han demostrado que el impacto de la guerrilla en los barrios no es tan significativo como el del microtráfico y la delincuencia común.
[12] Immanuel Wallerstein, Impensar las ciencias sociales. Los límites de los paradigmas decimonónicos, 4ª ed., trad. de Susana Guardado, coord. por Pablo González Casanova, México, Siglo XXI, 2004.
[13] Hans-Georg Gadamer, El problema de la conciencia histórica, trad. e introd. de Agustín Domingo Moratalla, Madrid, Tecnos, 1993, p. 41.