El “Centro” de la ciudad: clave histórica, de cultura urbana e imaginario social

ENVIADO POR EL EDITOR EL Jueves, 05/12/2024 - 14:07:00 PM

Rocío Martínez Guzmán*
Mario Camarena Ocampo*

 

¿Cómo entender la ciudad? Es la pregunta que Carlos Aguirre se ha planteado durante más de treinta años, y su respuesta recorre desde los estudios de la migración rural hasta la investigación sobre los centros de las ciudades. Aguirre es de los pioneros de la historia urbana en la Dirección de Estudios Históricos del INAH. Su formación antropológica la complementó con un aprendizaje en la investigación histórica misma para ver el flujo temporal de una ciudad que se reinventa y destruye de manera incesante.

 

Aguirre inició su trayectoria de historiador en el Seminario de Historia Urbana, inmerso en el trabajo colectivo que se propuso estudiar la formación histórica de la mayor ciudad mexicana. Con una fuerte influencia de la historiografía francesa y su manera de hacer historia desde las fuentes, el seminario decide explorar de forma cuantitativa las maneras diversas en que los habitantes viven en la ciudad, colocándolos en el flujo del tiempo.

 

Mario Camarena (MC): Carlos, ¿cómo es que llegas a la Dirección de Estudios Históricos?

 

Carlos Aguire (CA): Fue por una cuestión personal. Yo estaba en la Escuela Nacional de Antropología e Historia formándome como antropólogo; aunque me interesaba la historia, profesionalmente me convertí en antropólogo. Necesitaba trabajo, y una compañera que era prima de Alejandra Moreno Toscano me dijo que se necesitaba un ayudante en El Colegio de México. Así me volví ayudante de Alejandra; al poco tiempo Enrique Florescano, quien era su esposo, estaba organizando el Departamento de Investigaciones Históricas en el INAH y le ofrecieron fundar el Seminario de Historia Urbana en esta institución.

 

MC: ¿Sobre qué trabajaban en este proyecto?

 

CA: En su momento fue de vanguardia, porque en la Dirección de Estudios Históricos confluyen el auge de la historiografía francesa como el arranque de los estudios históricos y basados en los padrones y censos sobre la Ciudad de México. Alejandra, que había estudiado el doctorado en París, propone como tema la Ciudad de México, porque había pocas investigaciones alrededor de ese tema, y ella misma diseña el seminario para hacer su historia. El punto básico eran las relaciones en la sociedad; estaba aún por definirse qué era la historia urbana. La historiografía francesa, a través de los Annales de Fernand Braudel, había planteado la relación entre geografía y sociedad.

 

En el seminario comenzamos a trabajar alrededor de una fuente histórica concreta: los padrones de la Ciudad de México, los levantamientos censales del antiguo régimen en los que se registraba cada persona con ciertos detalles (cuando eran coloniales se hablaba del origen social o dónde vivían), que son sumamente importantes porque el punto básico es la relación entre espacio y territorio, espacio y sociedad, y en ese sentido es muy importante una fuente que te indique dónde viven y de dónde vienen los sujetos que estás estudiando. Alejandra diseña esta idea de hacer una historia urbana con base en los padrones.

 

La Dirección de Estudios Históricos se caracterizaba porque un grupo de investigadores se asociaban con el coordinador y pactaban el proyecto a concretar y las personas que se incorporaban. En ese entonces recién salíamos de la escuela, ésta era una de las claves: no había investigadores, se iban a formar en los seminarios (eso fue una idea de Enrique Florescano), se educaba uno en una nueva temática que no se había trabajado en México, con otras perspectivas, desde otro punto de vista. Al mismo tiempo se organizaban grupos de trabajo, las discusiones eran colectivas, se aprendía de todo en el seminario. Era interesante el experimento porque no había una experiencia de investigación colectiva, y de pronto se crea este lugar, excepcional en ese sentido, pues aunque uno entraba como investigador, implícitamente estaba el proyecto del aprendizaje en la marcha.

 

MC: ¿Cómo fueron aprendiendo a trabajar con fuentes?

 

CA: De manera muy tortuosa, muy difícil, porque otra de las originalidades del proyecto era que se utilizaban nuevas fuentes; no sólo era una nueva temática, sino también eran nuevas las fuentes. En ese momento estaba en boga el sistema cuantitativo, o sea, se utilizaban nuevas fuentes, con un tratamiento radicalmente diferente porque se trataba de censos, había que contar; era la época de la historia de la demografía, de la economía, etcétera. Esto viene a cuento porque la gente que tenía formación de economista también se podía identificar con esa historia que hacíamos.

 

MC: ¿Y qué ocurrió en tu caso, que venías de antropología?

 

CA: El historiador se inclina más por el dato, por información precisa, por el positivismo, pero mi formación de antropólogo, también muy relacionada con la sociología, me lleva a pensar los hechos en términos de procesos, y no de acontecimientos específicos. Si bien había que estudiar la historia de la ciudad, en mi caso me planteé el rol que jugaban las ciudades en la historia del país.

 

La historia nacional asume como problemática central el campo: incluso nuestro imaginario como mexicanos es campirano. ¿Por qué? Porque somos producto de la Revolución de 1910, que tuvo un gran componente agrario el cual conformó el núcleo del problema nacional, y la ciudad fue producto de esa conformación. Esta propuesta tenía connotaciones de tipo teórico, pues había un traslado de las ideas sobre cómo se había formado la ciudad en Estados Unidos o en Europa, que se aplicaban acá. Pero no daba resultado, algo andaba mal, por lo menos desde mi punto de vista. Una de las cosas más importantes era que la ciudad estaba relacionada con la industrialización. Había dos maneras de abordar este problema: según la opción reduccionista, se decía que la ciudad era producto de la industrialización; por lo tanto, estudiar la industrialización implicaba estudiar las ciudades. ¿Qué sucedía? Se hacía un borrón de toda la historia pasada, pues la Ciudad de México tuvo su origen en el periodo prehispánico.

 

Puesto que la ciudad —me parecía— no tenía una relación directa con el proceso industrial, con la formación de nuevos sujetos sociales, este caso me llevó a reflexionar como antropólogo sobre el fenómeno de lo urbano desde una perspectiva teórica: el problema a investigar en México eran las cualidades distintivas y características de la vida en la ciudad. De esa forma se rompe con las ideas o reduccionistas o evolucionistas.

 

MC: ¿Cómo empezaste a investigar?

 

CA: Había una serie de temáticas, que también eran lugares comunes, sobre el problema urbano en la Ciudad de México. Ésta había crecido de una manera desbordada e incontrolable a partir los años cuarenta del siglo XX. ¿Qué es lo que pasa? Fue un crecimiento muy acelerado, difícil de entender y controlar. Por ejemplo, uno de los problemas que había era la migración: a los alrededores de la ciudad llegaban personas de provincia.

 

Yo comencé a estudiar la migración mediante los censos de finales de siglo; ya no padrones, sino censos. Había corrientes migratorias hacia la zona fabril de Veracruz, de Puebla o de Oaxaca. Esto me llevó a reflexionar sobre el papel de la migración, y encontré una ausencia verdaderamente significativa de estudios respecto de su impacto en la ciudad y enfoques muy diferentes a propósito del tema. En México sigue pesando el punto de vista agrario; en Estados Unidos no. Allí, los historiadores han hecho historias generales que consideran de manera central el fenómeno urbano. Tomemos por ejemplo a James Lockhart en su trabajo Los nahuas después de la conquista. Es una historia donde él parte de la fundación de las ciudades, que se conforman después de la conquista española. La ciudad es lo que funda Cortés cuando llega a la Nueva España, una pequeña población, la Villa Rica de la Vera Cruz, con su ayuntamiento; después llega a Tenochtitlan, la conquista y funda una nueva ciudad, la Ciudad de México. ¿Por qué la funda ahí? Vale la pena detenerse en el asunto, pero a lo que me refiero es que, aunque en la ciudad hay una concentración de población, la mayoría vivía en el campo, fenómeno que continúa hasta el siglo XX. Lo cierto es que el rol de las ciudades en el devenir del país fue muchísimo más fuerte e importante de lo que nuestra historiografía lo hace saber.

 

MC: ¿En los años setenta se investigan los procesos migratorios como un elemento central en la construcción de ciudad?

 

CA: Sí, setenta y un poco más adelante.

 

MC: ¿Y qué otros temas trabajaban en el seminario?

 

CA: Una temática importante fue la de los trabajadores, porque se descubre que la producción en las ciudades es de tipo artesanal. Entonces María Amparo Ross lleva a cabo un importante trabajo sobre la pequeña producción, los artesanos. Esta investigadora nos habla sobre las fábricas de tabaco que se fundan con la renta real del tabaco. Se trata de un monopolio que genera un tipo de empresa y llega a aglutinar hasta tres mil o cuatro mil trabajadores que concentran una gran cantidad de población para el siglo XVII. Eso impactó a la ciudad en su vida cotidiana, en su sociabilidad, fenómenos muy interesantes que de alguna forma aún son visibles. Ésta es una nueva forma de sociabilidad. Por ejemplo, para ese siglo lo común era que los artesanos vivieran en el mismo lugar en que trabajaban; por lo tanto, había pocos desplazamientos. Pero cuando aparecen las grandes fábricas, el trabajador tiene que desplazarse de su vivienda al lugar de trabajo, surge una población que va y viene, crea inquietud incluso social porque es una nueva condición de movilidad; además trabajan mujeres, que se trasladaban de su casa a la fábrica y llaman la atención porque incluso salen en grupo, algo que no existía. Eso no quiere decir que hubiera capitalismo, que hubiera industrialización, al contrario, estaba bastante lejos del asunto. Pero la ciudad en la Nueva España es una entidad política que articula el poder de los españoles, que se estructura con base en el poder del rey, el de la Iglesia y el del Ayuntamiento.

 

MC: Carlos, y luego ¿qué nuevos trabajos hiciste?

 

CA: Después reflexionamos sobre la falta de instrumentos conceptuales para interpretar la ciudad. Yo decía: ¿cómo abordar el problema para encontrar el sentido de ciudad? Descubrí que en México hay un concepto muy elemental para comprender nuestra ciudad, que es el centro. No hay ciudad que no tenga centro, pero —esto lo repito mucho— puede haber confusión: el Centro Histórico todo mundo ya sabe qué es, o por lo menos mucha gente sabe. Es un concepto posterior al de “centro” y que surge en 1980, pues antes se hablaba del centro. El “centro” es una referencia geográfica, o más bien geométrica. Se lee que cerraron el centro de Madrid para hacerlo peatonal, o que bardearon el centro de Irak; o, por ejemplo, en ninguna ciudad norteamericana, ni siquiera en las que fueron de fundación española, existe el centro que nosotros imaginamos: lo que hay es el downtown, que no tiene nada que ver con nuestra idea de centro, porque cuando un mexicano dice centro, pues se imagina una plaza, una iglesia pequeña o grande (dependiendo el tamaño de la población), las oficinas gubernamentales, municipales o del estado o de la capital, y un mercado, un comercio.

 

Comencé a reflexionar sobre esto, una idea de ciudad que se estructurara de acuerdo con nuestro imaginario y cómo ese imaginario se ha conformado a lo largo del tiempo, de tal manera que desde la fundación de la ciudad se crea una plaza que irá cambiando, muy poco, pero irá cambiando, que construye una forma de vivir la ciudad. Porque esto también creo que es un descubrimiento: el asunto no sólo es del centro urbano donde están ubicados los edificios; también es importante la nueva fórmula de convivencia que aparece en él. Ya hemos perdido, en muchas ciudades, esta idea de la plaza como un lugar de convivencia, pero todavía funciona y nosotros todavía la tenemos integrada a nuestra manera de comprender las ciudades, de tal manera que se crea un lugar muy interesante, donde confluyen diferentes sectores sociales; un lugar público y en esa medida interclasista: lo mismo lo visita la gente rica que la de menores recursos. Esto se ve más claro ahora si uno imagina una población pequeña. Tlalpan en algún momento fue un poblado, está estructurado con su centro y éste es un lugar público donde llegan personas de diversos sectores sociales. El centro no sólo es interclasista sino también interracial; somos una sociedad muy racista y sin embargo ahí sí hay posibilidad de convivencia; lo mismo hay niños, gente mayor, mujeres... Es un lugar de ocio con múltiples funciones. Lo que nosotros llamamos el centro se volvió esto.

 

¿Qué había pasado en el siglo XIX? La formación de la nación rompió con las formas de vida anteriores, pero al mismo tiempo se refuerza la concepción de ciudad heredada del pasado; va a ocurrir una variante muy importante, por lo menos para las grandes ciudades.

 

MC: ¿Qué especificidad presentan los cambios de ese centro para cada periodo histórico?

 

CA: La Ciudad de México durante el periodo colonial se estructura en una dicotomía: la parte propiamente blanca, española, frente a los barrios indígenas. Yo lo he dicho, pero no tengo mucho eco: dentro de esta ciudad no habrá barrios sino hasta el siglo XIX. En la época colonial el único barrio era el indígena, no hay barrios en la ciudad de los españoles; imperaba esa dicotomía de españoles versus indígenas, espacio central frente a periferia indígena. En otras ciudades no necesariamente es así, porque aquí, en la Ciudad de México, se hallaba la población prehispánica más grande en todo el territorio mesoamericano. Por ello se podría manejar la idea de que en la época colonial la ciudad es española y los indígenas se integran a la manera de barrios, alrededor o en algún otro lugar, subordinados a la ciudad española.

 

¿Qué pasa en el siglo XIX? Mi ejemplo es la Ciudad de México, pero averiguar qué pasa en otros lugares es una de las tareas que tengo. Aquí se prolonga esta dicotomía, pero ya no es exactamente lo mismo. En un artículo que acompaña a un grabado del álbum México y sus alrededores, se ubica la fuente de Salto del Agua en las afueras de la ciudad: ésta cambia respecto al pasado, cambian las referencias, pero es posible ubicar el límite exacto en donde terminaba la ciudad española y empezaban los barrios de la época colonial.

 

Entonces ya no se habla de indígenas, pero todas las descripciones de viajeros que caminan del centro a la periferia hablan de cómo va cambiando el tipo de vestido, los comercios, la calidad de la vivienda. Conforme llegan a la periferia, queda atrás la población rica con comercios, cafés, los mejores lugares de diversión y donde la gente se viste con bombín (ya en el siglo XIX), y comienzan a aparecer rebozos, enaguas, sombreros de paja, y la vivienda se va haciendo más modesta hasta llegar al jacal.

 

Así, en el siglo XIX se perpetúa esta ciudad que en términos territoriales era la ciudad blanca española que se transformaba en la periferia, y entonces ya no se habla de indios, pero sí se hablará de la plebe, otro concepto. Y aunque se perpetúan esos grandes términos estructurales, sí cambia la concepción de la plaza como centro. Cuando la plaza se reafirma como el centro de la población, pierde uno de sus elementos constitutivos en la época colonial, que era el gran mercado. El siglo XIX trae un cambio estructural muy importante en la vida de la Ciudad de México: se crean otros mercados, el comercio ya no está concentrado. Esto tiene un gran impacto en la ciudad, pero a pesar de ello todos los mercados, o casi todos, van a surgir de mediados del siglo XIX para acá. Por ejemplo, lo que ahora es el edificio de la Suprema Corte de Justicia era antes el Mercado del Volador, que ya no estaba en la plaza. Es interesante esto que te estoy diciendo: todavía mucho después, a fines del siglo XIX o principios del XX, el centro sigue siendo la referencia donde se asientan los edificios del poder, hay una idea fuerte de que la plaza es el lugar más importante de la ciudad, aunque no sea necesariamente así en el resto del mundo.

 

También en Europa hay plazas, porque nuestra traza urbana viene de España y del mundo mediterráneo, y allá todas las ciudades tienen plazas, pero a veces uno se confunde. La Plaza Mayor de Madrid no tiene nada que ver con estas plazas, absolutamente nada, San Marcos tampoco, y en Estados Unidos muchísimo menos, no existe.

 

Todo esto crea en nosotros un imaginario, una representación y, por lo tanto, una manera de vivir en la ciudad; manera tan poderosa que, para los habitantes de la Ciudad de México, la referencia es el centro. Si viajan al extranjero, buscan un centro donde no lo hay y lo crean en su imaginación. Por ejemplo, si vas a Nueva York creerás que el Rockefeller Center es el centro porque si no te pierdes, si vas a París dices que es Notre Dame; pero no es cierto.

 

La historia cristaliza en el peso del imaginario, que es cultural, es una forma de sociabilidad, de habitar la ciudad y de entenderla. En ese sentido se trata de una cultura urbana. ¿Cuál es nuestra cultura urbana? La que tiene como referencia un centro; y con esta afirmación vuelvo a mi inquietud antropológica.

 

MC: ¿Eso también crea una forma de comportamiento? ¿Vivimos en una ciudad en que el centro representa el progreso?

 

CA: Sí. Es una representación que se conforma en los años posteriores a la Revolución. Para la ciudad posrevolucionaria, el centro es el progreso por antonomasia, aunque no sea así realmente porque en esta nueva etapa, por ejemplo (en esto no se repara), la cantidad de pobres que hay en las ciudades es igual o mayor que en el campo. Una deformación del progreso...

 

MC: ¿Pero en qué momento empieza a cambiar esa concepción de ciudad?

 

CA: Mi punto de vista es que no ha cambiado ¿Qué es lo que pasa? La gente busca trabajo y el trabajo se genera en las ciudades, donde aparecen formas de producción industriales y tecnológicas que atraen a la población para trabajar. Por eso yo matizo lo de “progreso”: es en las ciudades donde se genera el trabajo que atrae a población de diferentes regiones, se crean formas de convivencia más ágiles, más libertarias, más heterodoxas, de mayor tolerancia y educación.

 

Yo aceptaría la idea de la ciudad como progreso si se entiende que en las ciudades están los mejores centros de educación del país; y, además, la Ciudad de México concentra una gran cantidad de población.

 

MC: ¿Cómo era visto el Seminario de Historia Urbana dentro de la Dirección de Estudios Históricos?

 

CA: Había una relación entre los seminarios que creaba discusión interna, y en la Dirección se conformaban los resultados, en medio de una crítica dentro del mismo seminario, crítica y comentarios, pero eso se perdió con el paso del tiempo, con cierta razón.

 

MC: Alejandra Toscano los aglutina en un primer momento, pero a fines de los setenta ella deja la Dirección. ¿Hubo entonces algún cambio en la forma como trabajaba el Seminario?

 

CA: Se agotó el proyecto original, es decir, el trabajo de fuentes estrictamente cuantitativas y el padrón, porque el padrón se trata a partir de entonces (una cosa muy novedosa) con computadoras. Por ejemplo, Teresa Bonilla (siempre me acuerdo de ella) era una secretaria especializada en capturar. Eso ahora es ridículo ¿no? Lo ves a la distancia y ¿qué tenía de especialización? Yo me acuerdo de Tere por eso, era la encargada de capturar (digitalizar, como ahora se dice) las fuentes para crear un banco de datos y que se pudiera acceder a ellos a través de él. Pero ese trabajo se agotó en varias medidas: la fuente por sí misma no iba a dar ningún resultado; si no hay buenas preguntas, tampoco respuestas. En segundo lugar, el padrón había sido creado con criterios políticos, de control y, por lo tanto, muy sesgados. Entonces, pretender que a partir de ese tipo de fuentes se podía saber, tener un corte, una fotografía de lo que sucedía, pues no resultó. Entonces avanzaron las investigaciones, se exploró otro tipo de fuentes, como en mi caso, y paulatinamente los enfoques fueron variando hasta que el seminario desapareció.

 

Entre las fuentes que había utilizado el Seminario de Historia Urbana estaban los mapas. El seminario tuvo una primera etapa de recopilación de fuentes, de bibliografía, y en este caso, pues de mapas; y aunque después esta tarea fue abandonada y cada quien siguió haciendo otras cosas, Sonia Lombardo retomó ese proyecto y publicó un Atlas Histórico de la Ciudad de México.

 

El seminario se estructuraba como un grupo de jóvenes que iba a aprender guiado por un maestro; era una división muy elemental. Esta gente creció y comenzó a investigar, era muy difícil que concordaran en todo entre sí o con el llamado coordinador; ese coordinador cumplía un papel nada fácil. Fue naciendo una tensión, y aunque estoy en contra de que hayan desaparecido los seminarios, entiendo que era imposible que se sostuvieran. ¿Por qué? Los jóvenes aprendices habían madurado, no sólo había temas diferentes, sino maneras diferentes de abordarlos, inquietudes diversas que no sólo se referían a la investigación misma sino a la docencia. En fin, yo creo que sí, el gran cambio viene cuando deja de operar el seminario original.

 

MC: ¿Cómo eran las discusiones académicas en la Dirección de Estudios Históricos?

 

CA: Yo creo que en México no se discute: con la aparición del Sistema Nacional de Investigadores, los recursos se deben conseguir fuera de nuestra institución, que entonces pierde el sentido básico de qué, cómo y a quién promover, y se desplazan las temáticas a una entidad bastante abstracta, muy lejana a los centros de trabajo. Entonces, en los centros de trabajo, lo mismo esta Dirección que El Colegio de México, el ITAM y la UNAM, ocurre una escisión del investigador, que está más comprometido con el SNI tratando de hacer puntos y no jugando a favor de una profundización científica del trabajo.

 

Yo creo que ahí comenzó la desaparición del Seminario, y después hubo un cambio. ¿En qué sentido? Ahora me doy cuenta de que, mientras que en un seminario cada asistente estaba obligado a pensar sobre la investigación de los otros (un aspecto de colectivismo, que no necesariamente es positivo, pero así era), al romperse los seminarios y pesar cada vez más el SNI, pues se individualizó la investigación.

 

MC: ¿Cómo impactó el uso que se le daba a esas investigaciones?

 

CA: Eso es un problema no sólo de la investigación en la Dirección de Estudios Históricos, sino de las ciencias sociales en el mundo. No creo que haya una relación directa y fácil entre los productos de la investigación y el impacto o la aceptación social. Es, por el contrario, una relación muy complicada. Ése es mi punto de vista y vale la pena reflexionar sobre ello.

 

MC: ¿Hubo algún cambio en la investigación?

 

CA: El cambio más importante, desde mi perspectiva, fue en los seminarios. Yo hubiera experimentado fórmulas mixtas, porque lo que extraño es la discusión interna, pero no artificial. Actualmente, cada año llega alguien y plantea algo, y pues la discusión carece de continuidad, no se observa el trabajo cotidiano, sino que tú tienes un avance y lo sometes a discusión de un grupo con el cual tú estás de acuerdo desde antes de crear el trabajo. Creo que la Dirección tiene que apostar por otra forma de investigar, más heterogénea.

 

Creo que la temática también se tiene que revisar. En el caso de la Dirección de Estudios Históricos las líneas de investigación siguen siendo casi las mismas desde su fundación, con pocas variaciones. Pienso que, sin abandonar lo ya trabajado, se puede generar nuevas temáticas propias de nuestro país. La corrupción, por ejemplo, es un tema enorme. ¿Cómo puede abordarlo la historia? ¿Qué puede decir un historiador sobre la corrupción? ¿Cómo reconocerla? ¿Cómo fue históricamente? ¿Varió? ¿Siempre fue así? En fin, nuevas preguntas para nuevos temas.

 

El INAH era extraordinariamente abierto. Por ejemplo, cuando propusimos la creación de una revista, no encontramos el más mínimo obstáculo. La revista iba a ser dirigida por los investigadores y las autoridades aceptaban su política editorial aunque fuera de izquierda. Ésta fue una iniciativa propia de los investigadores. El problema al que nos enfrentábamos, como ahora también, era que se exigía canalizar los productos. Sin embargo, para mí estaba muy claro: lo esencial era crear un foro donde pudiéramos sacar nuestras investigaciones. Entonces, por una iniciativa estrictamente de los investigadores y muy acorde con el tiempo, se discutió entre todos y llegamos a un acuerdo; y tan era propia de los tiempos que no hubo un director sino tres.

 

La revista Historias surge porque había un desprecio terrible por la jerarquía y la dirección unipersonal. A mí se me ocurrió que debíamos crear un órgano que permitiera sacar nuestras investigaciones porque si no parecería que no hacíamos nada, que no podíamos hacer nada. Y entonces comenzamos a utilizar de manera muy importante el apoyo de García Mont: se organizaron reuniones académicas. No estaban dirigidas al público, sino que se convocaba a investigadores de una temática y nos reuníamos en Guanajuato, Zacatecas, Morelia y Xalapa, en instalaciones del INAH. Eran unas reuniones de alrededor de diez o quince investigadores, que convocaban a otros investigadores como en las reuniones de ahora, pero se hacían en provincia con la idea de atraer a más público y que los investigadores tuvieran un foro de discusión itinerante. Entonces se nos ocurrió hacerlo en provincia, en instalaciones del INAH. Fue una excelente idea porque se vinculaba al INAH con los centros regionales, totalmente abandonados; se fomentaba el intercambio académico con otras instituciones, y el INAH ganaba el reconocimiento de los investigadores de otras instituciones. Eso ya no ocurre.

 

* Dirección de Estudios Históricos, INAH.