La lectura del pasado: el oficio del historiador

ENVIADO POR EL EDITOR EL Lunes, 09/12/2024 - 14:35:00 PM

Mario Camarena Ocampo*

 

Resumen

Camarena afirma que las fuentes son la materia prima de los investigadores para entender un momento histórico. El historiador se enfrenta al problema de entender a la sociedad a partir de la memoria que se encuentra en los archivos. Éstos se deben trabajar desde un sentido histórico, ubicándolos en tiempo y espacio. El investigador que entra en contacto con ellos, con su materia de trabajo construye su propia interpretación con imaginación y con sentido común para entender a los hombres de un periodo histórico.

Palabras clave: fuentes históricas, memoria, archivos, sentido histórico.

 

Abstract

Camarena sustains that primary sources are the raw material of researchers to understand a historical moment. Historians face the problem of understanding society based on the memory preserved found in archives. Materials should be worked from a historical perspective, locating them in time and space. Researchers who come in contact with them build their own interpretations with their subject matter with imagination and common sense to understand the social actors of a historical period.

Keywords: historical sources, memory, archives, historical meaning.

 

Las fuentes son la materia prima de los investigadores para entender un momento histórico. El historiador se enfrenta al problema de entender a la sociedad a partir de esa memoria que ella misma nos deja en los archivos; éstos se deben trabajar, por tanto, desde un sentido histórico, ubicándolos en tiempo y espacio. El investigador que entra en contacto con ellos, con su materia de trabajo, construye su propia información con imaginación y con sentido común para entender a los hombres de un periodo histórico.

 

Diálogos con el pasado a través de las fuentes[1] propone la lectura de estas últimas con ese sentido histórico. A lo largo de trece ensayos, el libro ofrece un panorama de diferentes enfoques con los que se puede abordar las fuentes que usa el historiador. Allí sale a relucir que no hay una sola manera, sino que cada investigador construye su propia forma de leer la sociedad a través de los documentos. Los trabajos tratan sobre las diferentes lecturas que se hacen de distintas fuentes: documentos escritos, mapas, pinturas, estampados y fotografías (yo diría que nos hubiera gustado ver incluidas las fuentes orales y, por qué no, la observación). Los trabajos nos presentan una propuesta metodológica de cómo adentrarnos en su lectura. Las preguntas que guiaron a los autores fueron las siguientes: ¿Cómo se lee una fuente? ¿Cómo se construye un contexto? ¿Cómo influye la concepción personal de la historia en la lectura y tratamiento de las fuentes?

 

Berta Gilabert nos recuerda que no había materiales que explicaran a los estudiantes de historia cómo los historiadores debían afrontar la lectura de las memorias de diferentes instituciones. Si bien sigue siendo un trabajo necesario, no podemos olvidar lo que sí se ha hecho; lo que pasa es que nuestras instituciones han renunciado a enseñar el oficio del historiador.[2]

 

Ser historiador no sólo es saber una gran cantidad de fechas y nombres ligados a diferentes momentos históricos. Es una forma de leer la información que se encuentra en las fuentes mediante la cual se busca entender los procesos sociales. Y las fuentes son datos provenientes de documentos que resultan esenciales para el investigador; pero no hay que convertirlas en el objetivo último, pues por sí solas no constituyen historia, sino simples palabras, que no brindan respuestas definitivas a nuestras fatigosas preguntas.[3]

 

Los archivos contienen una serie de documentos que nos muestran una amplia gama de hechos, pero tales sólo hablan cuando el historiador apela a ellos: él es quien decide a qué hechos da paso, qué experiencias de los hombres rescata, y en qué orden los presenta de acuerdo con el contexto en que ocurren. Así, al compartir ese punto de vista, sostenemos que los historiadores son los que escriben la historia —los que la ofrecen a los demás— y podemos aceptar que, sin historiador, no se recuerda la historia. Pero sin archivos, bibliotecas y centros documentales en dónde buscar y seleccionar información, tampoco sería posible.

 

El archivo es la memoria de una sociedad expresada a través de los diferentes documentos que fueron creados en ese momento histórico. A primera vista no aparecen los hombres, pero sí sus acciones y formas de pensar. Así, el investigador tiene como objetivo entender a los hombres y mujeres de un periodo histórico a partir de los retazos de su memoria que quedan asentados en los documentos. El historiador se acerca a la sociedad desde el punto de vista del archivo que está trabajando.

 

Me gustaría aclarar que cuando nos acercamos a los documentos vamos buscando conocer el funcionamiento de una sociedad, las instituciones y normas que la rigen en cierta época. Los documentos son la voz de lo que ya no existe, los ecos que el tiempo dejó antes de pasar, donde aparecen las acciones y las formas de pensar de personas que sólo conocemos en tinta y papel. A partir de esos elementos, el investigador se propone desentrañar las actitudes, los comportamientos y la forma de pensar de las personas que vivieron en una comunidad y un periodo histórico determinado por medio de azarosas —pero también artificiosas en mayor o menor grado— muestras de sus vidas. Para lograrlo es necesario que el investigador haga una lectura compleja del texto y reconstruya los contextos de los documentos y el proceso en el que se insertan para atribuirles los significados correctos.

 

En los archivos encontramos los documentos necesarios para nuestro trabajo, pero ese material lo usamos del modo que creemos más conveniente para nuestros intereses o para los de otros. Así, encontramos que algunos creen que hay que ir al archivo para “sacar” el documento necesario y “demostrar” lo que ya ha sido planteado de antemano a partir de un modelo teórico; otros dicen que los propios datos son los que nos “indican” cómo debemos ordenarlos, que éstos pueden, por sí mismos, desviar la investigación hacia cierta dirección y ocasionar “deformaciones tácticas” que deben reconocerse si se quiere corregirlas. Finalmente, algunos más afirman que el investigador dialoga con los datos, construye, recrea, y él y sus datos explican juntos un momento histórico.

 

La lectura de las fuentes es un proceso que se construye mediante el diálogo con las personas de algún momento histórico a partir de los documentos encontrados; con ese ejercicio buscamos entender al otro en función de la circunstancia en que vive y desde su propia concepción del mundo. Tenemos que aprender a interactuar con los archivos, a interrogarlos. De ellos se desprenderán todas las respuestas, si el historiador logra vencer la espontánea inclinación de las fuentes, si primero ve la información sin interrogarla, y luego la interroga con las propias categorías de las fuentes, y después, sopesa objetivamente las opiniones expresadas y recoge, finalmente, los datos con los cuales reconstruir los hechos desde la visión de los sujetos estudiados.

 

Así, desde el diálogo con las fuentes conocemos la sociedad: funcionamiento, jerarquías, contradicciones, instituciones, normas y deseos que impulsaban la vida de los hombres de esa época.

 

Los autores nos llevan de la mano, en forma didáctica, para el mejor entendimiento del texto. Se sostiene que deben ejecutarse tres operaciones: primero entender el texto; en segundo lugar, ubicarlo dentro del contexto, y por último, construir un problema de investigación. Yo incluiría una cuarta: construir el proceso.

 

A través de documentos, que según la ocasión parecen moverse de lo simple a lo fantástico, creemos que estamos detrás de la pista para acceder al pensamiento de la gente. Ejemplo de ello es el capítulo de Jorge Traslosheros,[4] en el que, hablándonos de un juicio contra unos gusanos “negros y larguillos”, nos ayuda a entender ese mundo en el cual la religión le dio significados e infundió emociones únicas a la vida de los hombres del periodo colonial. También cabe mencionar el trabajo de Alberto Soto acerca de las estampas que se encuentran en el Museo Nacional de San Carlos; éstas le permitieron establecer una hipótesis en torno a la arquitectura real española. Guadalupe Gómez Aguado nos lleva a entender, a partir de un documento privado, el conflicto entre la Iglesia y el Estado en la década de los sesenta del siglo XIX. Esos textos pueden conducirnos a una visión de un mundo extraño y maravilloso a los ojos de un historiador contemporáneo, pues son producto de un momento histórico. Así, nos podría parecer que el periodo histórico que nos muestran se confunde si se observa exclusivamente desde la visión de los documentos; por ello queremos descubrir la dimensión social del pensamiento y entender el sentido del texto en función del mundo y tiempo que lo generaron, moviéndose entre texto y contexto hasta encontrar ese mundo en los documentos trabajados.

 

Rubén Romero nos dice que ese proceso de investigación se llama hermenéutica, “un proceso lingüístico y filosófico a fin de descubrir el sentido de lo escrito”, [5] es decir, para darles el valor y significado correctos a las palabras de acuerdo con su momento histórico. Creo que sería importante recordar desde dónde estamos leyendo el texto y construyendo sus significados. Si partimos del supuesto de que el historiador es el que construye el sentido del texto, a través de las preguntas que formula para entenderlo, es porque no hay un solo significado y sentido, sino que el punto de vista que está construyendo el investigador es uno de muchos posibles.

 

Entre el historiador y su fuente existe un diálogo de acuerdo con el tipo de lectura que se practique. Las preguntas que guían la investigación marcan el paso del diálogo, crean una forma particular de entender ese escrito y nos llevan a diferentes interpretaciones sobre los mismos documentos de acuerdo con la posición del estudioso.

 

El historiador recrea el pasado a partir de los documentos que llegan al presente. Las formas de esos recuerdos son múltiples: escritos, orales, visuales, monumentos, planos, etcétera. Todo aquello que se ha conservado del pasado es útil para entenderlo. La memoria de los archivos que se conserva existe en el presente; es esta relación específica la que plantea todos los problemas metodológicos de la historia.[6]

 

El historiador debe comprender el sentido de la palabra que lee en los documentos, el que la comunidad le confería en ese momento histórico. A manera de ejemplo nos podemos remitir al uso de la palabra “hombre” en los textos del siglo XVI y en los del XVIII. En los textos procedentes del primero la rodea un ámbito teológico: el hombre como ser creado; en los segundos, en cambio, posee un significado político-económico: el hombre como sujeto que se autodetermina. Las fuentes que utiliza el investigador, por el solo hecho de existir en el presente, se encuentran descontextualizadas, es decir, fuera del sistema de significaciones que las hace entendibles.

 

El investigador trabaja sobre documentos generados en otro momento histórico, por ello, su labor es construirles un contexto de acuerdo con ese momento, pero esa reconstrucción de la fuente se hace sin abandonar el propio mundo del historiador. Su oficio consiste en recrear contextos de momentos históricos desde el presente.

 

Otro reto al que se enfrenta el historiador es entender que la fuente no es algo ya dado, sino que tuvo un proceso de formación que responde a las condiciones que permitieron los cambios y continuidades en ese fondo documental. Así, sostenemos que la manera de interpretar las fuentes cambia porque la sociedad desde donde se estudian también cambia. Y esa transformación, que ocurre en todas las esferas de la sociedad —en lo económico, lo político y lo cultural—, también se manifiesta en la forma en que ella se describe a sí misma. Por esa razón, la posición historiográfica del investigador influye en las operaciones que éste practica al interpretar sus fuentes en una de infinitas lecturas posibles.

 

* Dirección de Estudios Históricos, INAH.
[1] Berta Gilbert (coord.), Diálogo con el pasado a través de las fuentes. Manual de comentario de textos históricos, México, Maramargo, 2017.
[2] Lourdes Villafuerte García y Mario Camarena, “La lectura y los archivos en el oficio del historiador” en Los andamios del historiador. Construcción y tratamiento de fuentes, México, INAH / AGN, 2001.
[3] Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios de la historia cultural francesa, trad. de Carlos Valdés, México, FCE (Historia), 1987, pp. 11-14, 259-267.
[4] Jorge E. Traslosheros, “El singular y curioso caso de un juicio contra unos gusanos ‘negros y larguillos’”, en Berta Gilbert (coord.), Diálogo con el pasado a través de las fuentes. Manual de comentario de textos históricos, México, Maramargo, 2017.
[5] Ibidem, p. 116.
[6] Alfonso Mendiola, “Los relatos de la conquista como textos de cultura”, en Mario Camarena y Lourdes Villafuerte, en Los andamios del historiador. Construcción y tratamiento de fuentes, México, INAH / AGN, 2001.