Presentación Revista Con-temporánea. Toda la historia en el presente, núm. 10, julio-diciembre de 2018
ENVIADO POR EL EDITOR EL Martes, 10/12/2024 - 18:05:00 PMRevista Con-temporánea. Toda la historia en el presente, núm. 10, julio-diciembre de 2018
Carlos Martínez Assad*
Con entusiasmo emprendí la lectura de la entrega del número 10 de Con-temporánea, resultado del esfuerzo y dedicación de un grupo al que le tengo gran estima intelectual; un proyecto que encabeza Carlos San Juan Victoria. Como en cualquier revista, los temas abordados son muy variados, pero tan provocativos que los he leído todos en busca de una matriz que los una; meta difícil de lograr dada la diversidad de abordajes, por lo cual mantengo el orden en que han sido expuestos.
En el primer apartado, Destejiendo a Clío, Paco Ignacio Taibo II aborda la metodología de la historia con la manera desparpajada que tiene para hablar, a diferencia de las formas solemnes con las que suele ser tratada. Me parece significativo que vaya a la búsqueda de la historia subalterna, algo que varios historiadores hemos intentado sin lograrlo cabalmente. Alan Wells lo hizo cuando estudió los problemas de los trabajadores en Yucatán siguiendo principalmente las lecturas de los archivos judiciales. Porque en efecto, como dice Taibo II, es muy difícil encontrar las vivencias y expresiones de lo que piensan o han vivido los de abajo. Por lo general son historias que han sido contadas por los intelectuales de cada momento.
Asombran sus lecturas de los clásicos de la historia, porque confieso que a muchos no he logrado leerlos cabalmente, a menos que se trate de algo necesario para mis investigaciones particulares. En cambio, como él, sí he puesto el ojo en los detalles que, en aras de la historia estatuaria, muchas veces los historiadores omiten. Por ejemplo, ¿en cuántos libros hemos leído sobre los terribles dolores de muelas que padeció Porfirio Díaz en el momento de renunciar? Y otros muchos sucesos, como las jaquecas de José María Morelos, que pareciera que no afectan al desarrollo de la historia; pero por el contrario, suelen ser definitivos. Por supuesto hay que poder desechar lo que no tiene relación directa con nuestros objetivos.
No estoy de acuerdo respecto a que hay que dejar de lado en la historia a los conservadores, porque pienso que muchas veces es la representación hecha por los historiadores o los vencedores lo que los ha ubicado en ese sitio y sobre esto habría mucho de qué hablar.
Entre las propuestas importantes del autor está la de contemplar la posibilidad de una historia narrativa, porque hay que recordar la dificultad para que se acepten por la enseñanza formal materias como novela e historia, cine e historia. Aunque cada vez se ha logrado romper más barreras, no existe en nuestra universidad un doctorado que se centre en la narrativa, del que por supuesto podría resultar un trabajo teórico pero también una novela. En fin, en universidades extranjeras he visto que eso es posible, pero en México no ha sido el caso ni parece que pueda serlo, debido a la rigidez con la que, por lo general, se aborda la historia.
Se puede decir que el artículo de Taibo II se complementa con otros dos textos de Saúl Escobar y César Valdez alusivos a Patria. Coincido con el primero respecto del tratamiento de los conservadores, donde contrasta la narrativa con la que se escribe de los liberales y el uso de otra pluma para personajes como Márquez o Miramón. Y es, sin duda, una observación importante notar las diferencias entre las partes descriptivas y las que resultan más reflexivas. Considero que hay allí una influencia del peor positivismo en la historiografía nacional, cuando a muchos se les va el tiempo en describir situaciones que nos hacen perder de vista el objetivo principal.
Coincido también con César Valdez en relación con lo importante que es entender a los personajes —como intenta hacer Taibo— sin alejarlos de su condición humana. Y recordemos que Jorge Ibargüengoitia tuvo una intención semejante, pero sin alejarse de la ficción. Aunque fue en Los pasos de López donde por primera vez alguien me dijo que Josefa Ortiz de Domínguez podía enamorarse.
Más polémico sería el asunto de si la reconstrucción que Taibo busca de la identidad es la que debería marcar la reescritura de un nuevo libro de texto, porque allí habría mucho que discutir sobre tratamientos y aportaciones que han hecho muchos grandes pensadores del mundo en la época actual. Nuestra historia no puede ser invariablemente una historia patria y, personalmente, estoy convencido de que debíamos considerar a México sin menoscabo de las grandes teorías que al respecto se han venido desarrollado. Y porque, a fin de cuentas, el historiador siempre construye una representación de la historia.
En “Del oficio”, el asunto se complica porque cabe de todo. Y no tiene desperdicio. El artículo de José Joaquín Blanco está dedicado a un tema candente: “Crónica e historia: la crónica como método historiográfico”. Nadie mejor que él para exponer el tema en el siglo XIX ejemplificándolo con la obra de Carlos María de Bustamante, “insurgente, periodista, político, cuya calificación profesional estaba muy por encima del promedio de los intelectuales de la época”. Sin duda, destacan él y Guillermo Prieto; no en balde rivalizaron. Sin embargo, mi asombro fue enorme cuando estudié a los personajes representados en el Paseo de la Reforma, donde desde luego están ambos; y es que casi todos los personajes de ese panteón patrio, inventado por Francisco Sosa —junto con los representados por los bustos de la Biblioteca Nacional, en el antiguo templo de San Agustín—, fueron profesionistas, novelistas, historiadores, clérigos, combatientes con la palabra y con las armas, que murieron sin alcanzar la quinta década.
Pero lo más importante de Blanco es afirmar que “todo historiador trabaja como cronista, y todo cronista busca algunas de las credenciales nuevas (cifras, documentos prestigiosos y certificados) del historiador”. Y aunque su investigación se centra en el siglo XIX, no ha dejado de insistir en el presente, como lo acreditan sus libros; y deja mucho para discutir al decir que “el triunfo historiográfico del porfiriato, más que optar en la controversia entre ciencia y recuerdo, entre historia y crónica, entre positivismo y subjetivismo, entre contabilidad y lirismo, se decidió por la administración política oficial de la memoria de la nación”.
De nuevo la narrativa aparece como indispensable para Francisco Pérez Arce, en su artículo “Manzoni, Stendhal, Sciascia: la historia en la novela”. Y conste que no es la novela en la historia. Resulta abrumadora la capacidad de lectura del autor al elegir como guías de su propuesta a autores con obras tan amplias. Las reconstrucciones históricas de Stendhal interesan sobremanera a Pérez Arce tal como lo muestra en su exposición, después de narrarnos Los novios, de Alejandro Manzoni, un tema del romanticismo del XIX; por cierto, el autor es uno entre los criticados por Gramsci, pero que nutrieron intelectualmente a los impulsores de Il Risorgimento. Pensé: qué bueno que sólo cuente de Stendhal La cartuja de Parma, porque El rojo y el negro hubiera sido demasiado para ilustrarnos su idea de en dónde comienza la historia y comienza la novela, aunque creo que tiene muy clara su intención de novelar con ficción la historia. Para México, la segunda novela resulta de enorme importancia en la valoración del laicismo, sobre el que las discusiones suelen ser muy provincianas. Sin embargo, El teatro de la memoria se acerca por su forma e intención más a la crónica en la búsqueda de indicios a la manera de la propuesta de Carlo Ginzburg. Y con Francisco aquí, me atrevo a preguntar si necesariamente todo lo histórico es verídico, o en el caso de los novelistas se trata de contar la historia a modo para crear la historia que le interesa contar. Él sabe mucho de eso por sus novelas tan bien situadas en hechos de la historia reciente.
Con “Atisbos de modernidad I. Etla, Oaxaca: las fábricas San José y La Soledad Vista Hermosa”, de Emma Yanes Rizo, la entrega de Con-temporánea da un giro hacia una investigación empírica donde se utilizan archivos y se hace trabajo de campo con entrevistas para entender los avatares de la producción en una fábrica de hilados. Con testimonios que dejan fuerte impresión, dice Alonso Ruiz: “Aquí como quien dice, yo soy el corazón de la fábrica”, o bellas descripciones como la de Cresencio Ramos: “El algodón va cayendo como una cascada, como un chorro de agua. Luego se va estirando, pasa el algodón como un velito, como un velo de mujer se va adelgazando, adelgazando”. Complementado con fotografías, ofrece al lector una visión precisa de lo que los actores están hablando, o, mejor dicho, tejiendo. Entre el pasado y el presente, la autora va hilvanando la historia de quienes se desempeñaron en la empresa y su proceso de modernización, dejando una mirada nostálgica de lo que fue.
“El arco histórico: de la democracia de masas a la democracia mediática”, de Aldo Agosti, da un brinco a otro continente: Italia, en un artículo con objetivos imposibles de cumplir en unas cuantas cuartillas, como es lo sucedido en casi dos siglos de historia, por ello son abundantes las generalidades; de manera que muchas afirmaciones parecen apenas esbozadas y algunas ideas, en el mejor de los casos, podrían prefigurar el pensamiento de Gramsci. (En descargo, me pregunto si no habrá problemas en la traducción.)
En otra parte del mundo, pero con mayor cercanía —cuando menos ideológica— se encuentra “Entre el poscolonialismo y la alteridad revolucionaria: la descolonización africana en el itinerario de la Revolución cubana”, de Martín López Ávalos. Ubicado en lo que el autor llama “la cresta de la ola más radical en la década de los sesentas producida por la Revolución cubana: inicia con las consecuencias de la crisis de los misiles...” Trabajo bien informado sobre un momento clave de la historia latinoamericana en medio de la Guerra fría; para complementar el cuadro sólo haría falta agregar la guerra de Corea a todos los factores que menciona. De nuevo están las figuras de Fidel, su disputa con el Che y, lo más importante, los conflictos del sistema-mundo, la guerra de Vietnam en Asia, los procesos de descolonización en África y, por supuesto, ese actor hegemónico que representa Estados Unidos. Me parece muy importante entender la identificación de Cuba con las luchas de liberación contra el colonialismo y el neocolonialismo, con la posibilidad de un país socialista en la cercanía y la idea que tenía el Che de África, en particular respecto del golpeado Congo, donde sucedió el ejercicio más brutal —si eso es posible— del colonialismo; pero no solamente porque los cubanos también quisieran relacionarse con Argelia y Egipto, al fin en El Cairo señorea uno de los líderes más reconocibles del Tercer mundo, cuando ni siquiera se imaginaba la guerra que librará este último contra Israel en el futuro 1967. Y en el trasfondo, las lecturas de Franz Fanon y el liderazgo internacional de Kwame Nkrumah en Ghana. Así se reúnen panamericanismo, panarabismo y panafricanismo. Demasiado para la preparación que tenían los líderes cubanos. Me resultó de gran interés conocer esta versión de hechos cercanos de nuestras vivencias y cuyo itinerario se nos escapa muchas veces de la memoria, es decir, del aprendizaje de la historia como experiencia que México debe aprovechar para evitar caer en falsas soluciones.
Finaliza la sección “Del oficio” con la “Trayectividad de la migración coreana en la Ciudad de México: entre nacionalismos, iglesias y asociaciones étnicas”, de Sergio Gallardo García, útil para comprender los flujos migratorios de esa comunidad más recientes en nuestro país. Trabajo bien documentado de un grupo étnico que renace en México después de su inicio, hace cien años. Ahora, sin embargo, no viene de aquella Corea de 1905, sino de Corea del Sur, producto de la división a la que aludí cuando en el artículo anterior se mencionó la Guerra fría. La novedad es la identidad que surge fuera del lugar de los primeros emigrantes, en este caso la Península de Corea. La metodología busca explicar los espacios identitarios conformados en las nuevas iglesias cristianas en un proceso de conversión complejo que se ha completado en México. Y aunque parezca increíble, Corea del Sur es el segundo país con más practicantes del protestantismo después de Estados Unidos. Sus procesos de asimilación resultan de enorme interés y, aunque existen coincidencias con formas ensayadas previamente entre los migrantes que se han asimilado al país, habrá que indagar más en esos lazos que parecen débiles pero que sólo es cuestión de anudar. Espero tener la oportunidad de seguir los avances de esa investigación y sus resultados.
En la sección “Expediente H”, Francisco Pérez Arce, Sergio Hernández, Lilia Venegas, Saúl Escobar y Carlos San Juan recrean el año de 1968 a través de diferentes procedimientos, con motivo del aniversario cincuenta. Pérez Arce presenta un avance de su libro, ya publicado, Caramba y zamba la cosa, el 68 vuelto a contar, un tema que conoce bien y ya nos lo ha demostrado en otras publicaciones. Lo importante en la parte que publica es haber elegido la crónica para contarnos su experiencia personal, en lo que no es una crónica histórica sino vivencial de los momentos álgidos del movimiento estudiantil.
Sergio Hernández en “El 68 en bicicleta” prefiere el apunte biográfico con los recuerdos de la primera etapa de su vida: canciones, radionovelas y otros productos culturales de un México que comienza a cambiar con un movimiento que trastocó la cotidianidad y que nos enfrentó a lo que éramos. Aunque el final resultó más trágico de lo esperado al ocurrir el 2 de octubre. Y todo esto en un relato conmovedor de cuando el autor iniciaba su vida universitaria, desde donde pudo ver, en 1969, cómo se tomaba la decisión de no olvidar esa fecha que marcó a las generaciones de entonces.
Con “Tijuana 1968: la rebelión de las mujeres panistas”, de Lilia Venegas, nos acercamos al otro México, donde en el mismo año ocurrían hechos desvinculados de lo que se vivía en la capital. Aunque la lucha partidista del PAN en la que destacaron las mujeres aconteció en mayo, casi dos meses antes del movimiento estudiantil, me parece muy importante acercarse de nuevo a la diversidad regional del país que se pondrá en evidencia en las luchas electorales, en particular en ese norte tan alejado del centro y donde se impondría el PAN al PRI antes que en cualquier parte de la República. Además, en el caso que analiza Lilia, se trató de la lucha municipal en Tijuana, un ámbito al que ningún político en el país volvía la mirada y desde donde se iniciaría, tiempo después, el proceso de democratización del país, si recordamos la lucha que encabezó el doctor Salvador Nava Martínez. La singularidad de este estudio es la de mostrar el papel protagónico de las mujeres panistas que se puso de manifiesto con la caravana que 45 de sus militantes emprendieron a la capital para denunciar el fraude electoral. Aprecio mucho que se hable de una categoría social más que de los liderazgos panistas que en ese tiempo ya resultaban muy conocidos.
Saúl Escobar Toledo opta por la historia política en su trabajo “1968: la historia imposible”, con el riesgo que señala de reinventar un proceso en el que participó y que, por tanto, se nutre de sus propias lecturas y experiencias. Creo que es el caso de muchos de los que hemos abordado ese tiempo. Por eso busca entender por qué surgió el movimiento sin quedarse en la superficialidad de los hechos conocidos como detonadores del proceso. Su reflexión vinculada al pensamiento del mayo francés es atinada, así como al que en la actualidad protagonizan los chalecos amarillos, que entre otras cosas han demostrado su repudio a los liderazgos a los que estamos tan bien dispuestos en nuestro país.
Hasta aquí esta apresurada reseña del contenido. Ahora intentaré concluir lo que puede unir a la mayoría de los artículos del número 10 de Con-temporánea. Cuando terminaba la lectura, en esa costumbre de monitorear las películas que pueden verse en la televisión, me encontré con sorpresa un western en el que actuaba Charles Bronson. Me atrajo que era diferente por el tono de comedia con el que se abordaba, en 1976, cuando se decía que el género llegaba a su fin. Conocida en español como Tres horas de amor, fue dirigida por Frank D. Gilroy, ganador del Premio Pulitzer por un libro publicado previamente. Para mi sorpresa, se trataba del encuentro fortuito entre el bandido Graham Dorsey y la hacendada Amanda Starbuck. Decidido a vivir esa efímera historia de amor apasionado, el bandido provoca que sus cómplices sean ahorcados y él intercambia vestimenta con un merolico de los que van de pueblo en pueblo. Cuando consigue que éste sea asesinado, Dorsey elude a la justicia, que lo da por muerto.
¿Qué tiene que ver todo esto con la memoria y la historia a la que aluden prácticamente todos los artículos de esta revista? Pues bien, el tal bandido huye y la amante fortuita escribe un libro donde lo consagra como héroe, el mundo entero lo lee y la historia se cristaliza no sólo en Estados Unidos sino en el mundo entero. Se le encuentran atributos que hemos visto que no tiene, de modo que cuando decide regresar y buscar a Amanda, ésta lo desconoce y al describirlo vemos que no se parece ni siquiera físicamente. Busca a sus antiguos compañeros de fechorías, a las prostitutas que ha conocido, pero como todos han oído la historia que lo consagró, nadie lo reconoce. Pensé que lo mismo sucede, por supuesto en un proceso mucho más complejo, con las historias que construimos, no porque al final nada se parezca —pueden quedar algunos rasgos esenciales—, pero es difícil que la historia sea tal como pasó. Ésta es una provocación para insistir en que debemos comprometernos con una nueva historia a la que no le demos atributos que no tuvo. Me impresiona que mis amigos del 68 digan ahora que sabíamos que estábamos haciendo historia. Creo que vivimos la efervescencia y los cambios con dedicación, pero eso es todo.
También me impresiona que hablemos tanto de “patria”, cuando nos hemos identificado con los lineamientos del anarquismo que se propuso erradicarla y los hemos defendido ante los principales obstáculos como la Iglesia, la propiedad privada y el ejército. Hay una paradoja entre quienes hemos admirado a los movimientos anarquistas europeos y aun los nacionales, como lo que representaron los Flores Magón, lo que escuchamos del proletariado internacional, y finalmente somos atrapados por el nacionalismo.
Después de pensar a través de tan sugerentes textos, quiero terminar proponiendo una convocatoria para discutir los problemas de la historia, el lugar en que nos encontramos ahora y cómo construir una historia sin apelar a las mentiras que hemos aceptado. Para empezar, creo que el tema del nacionalismo debería ser revisado y encaminarnos a una historia en la que México sea visto como parte de un concierto internacional, no respondiendo solamente a motivaciones locales como muchas veces lo hemos hecho. Apelar, por ejemplo, a los efectos de la Guerra fría como se ha hecho con los de la Segunda Guerra Mundial, y como se ha hecho recientemente cuando se devela —en una aceptación implícita de la pluralidad— el tema de las migraciones que impactaron al país. Este debate se podría iniciar con libros clave como el de Tzvetan Todorov Vivir todos juntos, o los de Shlomo Sand, La invención del pueblo judío. Investigaciones, en particular esta última, donde se demuestra con la profundidad de los documentos de archivo y de amplias reflexiones cómo las historias son creadas; aun las más creíbles son construcciones que responden a cada momento. Todo ello con el fin de llegar a la formulación de la nueva historia de México.
* Universidad Nacional Autónoma de México.