Antropología e historia Un abrazo fértil en 80 años del INAH
ENVIADO POR EL EDITOR EL Martes, 10/12/2024 - 18:31:00 PMLeticia Reina*
Y debemos recordar que el futuro de México
sólo podrá ser entendido como el resultado histórico
de procesos arraigados en un complejo pasado agrario.
John Tutino[1]
Este ensayo sintetiza el devenir del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), como un organismo que a través de sus dos grandes disciplinas: la antropología y la historia, ha analizado el pasado, el presente y hace propuestas para el futuro del país. El producto de sus investigaciones y enunciaciones corresponden a cuatro momentos históricos en la creación de la nación mexicana y en el acontecer de nuestra institución. A vuelo de pájaro, estos periodos los analizaremos a partir de los conceptos de indio y nación, los cuales constituyen dos ejes temáticos centrales para la creación de museos, rescate de zonas arqueológicas, concepción de políticas indigenistas y educativas, desarrollo de la investigación, docencia y últimamente en lo que se ha llamado, la conservación del patrimonio cultural. Todas esas actividades han sido tareas sustantivas concretadas por el INAH a lo largo de estos ochenta años.
El pasaje de los siglos
Un primer periodo lo ubicamos en el último cuarto del siglo XIX, desde el porfiriato hasta los años revolucionarios, en los cuales los estudios históricos y las reflexiones antropológicas fundamentaron la construcción y consolidación del naciente Estado- nación. En las primeras décadas del siglo XX, esas disciplinas aportaron elementos para organizar política e ideológicamente a la fraccionada nación y con ello se trató de salir de la profunda crisis productiva y política, para emprender tareas que contribuyeran a la modernización al país. La singularidad de estos estudios fue mirar y estudiar el pasado a través de la arqueología, la etnografía y la lingüística, que, aunque tenían un perfil clasificatorio, sirvieron para justificar y engrandecer un pasado prehispánico glorioso. Por su parte, la historia de esos años fue elaborada por historiadores que a su vez eran políticos, por lo cual le imprimieron un sesgo ideológico tendiente a explicar el retraso del país y la no inclusión del indio al conjunto de la sociedad. En general las disertaciones exponían la grandeza de un pasado prehispánico.
Antes de concluir este periodo apareció un hombre singular: Manuel Gamio (1883- 1960), quien en las primeras décadas del siglo XX sintetizó la inquietud de un sector de intelectuales en torno a la no existencia de la nación mexicana, o bien, una nación inacabada y la importancia de su consolidación para conformar un proyecto nacional. Llamó la atención sobre la existencia de muchas pequeñas patrias y nacionalismos locales, pero sobre todo puso el acento en la necesidad de la educación para la población indígena con el fin de darles las herramientas que fomentaran la integración de la raza india y la raza blanca. Su obra y su concepto de cultura constituyen el arranque de la antropología moderna como disciplina científica y, sobre todo, con la particularidad de concebirla como el estudio integral de las sociedades. Es decir, estudiar al hombre en todas sus dimensiones: la historia, la cultura y la lengua. Concepción que prevalecería años después, en la fundación del INAH.
La huella cardenista
Un segundo periodo va del cardenismo a la década de los ochentas del siglo XX. Y es aquel en el cual los historiadores y antropólogos estudiaron fundamentalmente desde la perspectiva del presente. Sí, su presente, para comprender y analizar a la población indígena, su cultura y su organización social para integrarla a la nación mexicana, sin que esto haya implicado dejar de estudiar el devenir histórico de las comunidades agrarias y los sitios arqueológicos.
El endeble equilibrio social de la década de los treintas planteó a los gobernantes e intelectuales la necesidad de crear símbolos nacionalistas que contribuyeran a la conformación tanto de la ideología del nacionalismo revolucionario, como de las diversas imágenes de lo mexicano que sustentaran la identidad mexicana. Fue así como el indio mexicano se convirtió en el personaje principal de expresiones artísticas, pero también en el actor protagonista de los fundamentos de la nacionalidad mexicana; fue una respuesta a las pocas posibilidades que tenía el país de salir de la crisis económica. En cambio, en lo político se comenzó a consolidar el Estado estableciendo condiciones para el desarrollo de una política claramente definida hacia la población indígena y a la creación de instituciones antropológicas.
El presidente Lázaro Cárdenas, llamó la atención en torno al mal llamado “problema indígena” desde el inicio de su periodo presidencial; señaló las condiciones de vida de esa población y la necesidad de crear políticas tendientes a la incorporación del indio a la sociedad nacional. Así se creó el Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas (DAAI), el 1 de enero de 1936, pero sus funciones resultaron desafortunadamente muy limitadas.
En ese entonces, la disciplina antropológica se profesionalizó a través de instituciones específicas para la enseñanza como la creación, en 1936, del Departamento de Antropología, en el Instituto Politécnico Nacional). En este contexto, tres años más tarde, el 3 de febrero de 1939, se publicó en el Diario Oficial de la Federación la Ley Orgánica del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Esa ley, además de decretar la fundación del Instituto, le encomendó “la investigación científica sobre Antropología e Historia relacionada principalmente con la población del país y con la conservación y restauración del patrimonio cultural arqueológico e histórico, así como el paleontológico; la protección, conservación, restauración y recuperación de ese patrimonio y la promoción y difusión de las materias y actividades que son de la competencia del Instituto”.[2]
La conformación de este instituto obedeció a la necesidad de construir la nacionalidad mexicana que, apoyada en una visión socialista de la enseñanza, permitiera al Estado construir las nuevas interpretaciones y propuestas en torno a la educación y la cultura del país.
A partir de entonces el INAH se encargó de la protección, inspección y preservación de objetos y estructuras arqueológicas, históricas, y artísticas que, junto con la labor de los museos, se consolidó en las siguientes décadas, como una institución de carácter nacional, con la particular encomienda de hacer estudios científicos profundos y analíticos, cobijados bajo la idea de una antropología integral y holística.
La antropología, decía Othón de Mendizabal, puede desempeñar el papel de ciencia coordinadora en el estudio integral de los problemas que atañen en el presente a las poblaciones humanas. Con estos argumentos y la idea original de Gamio sobre la antropología integral, fueron creadas las carreras de antropología física, etnología, arqueología y lingüística. Planteamiento novedoso y único, con el que se fundó en 1942 la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), y que en México seguimos teniendo bajo el cobijo de nuestro Instituto.
De la posguerra al presente
En la década de 1940 continuó la labor de trabajo etnográfico e histórico del INAH, bajo la idea de mostrar a México como un país lleno de riquezas materiales y de valor histórico. Esto impulsó el desarrollo de múltiples estudios en diversas zonas del país para el rescate e investigación con fines museográficos y etnográficos. Los resultados de las investigaciones, los museos y demás dependencias de cultura e historia, definieron a México como un país que invertía y daba valor a su pasado.
Desde entonces, la investigación y enseñanza de la disciplina antropológica que se hace en el instituto ha tenido un papel central en la construcción de la nación y en el marcaje de México como un país diferente, con diversidad cultural y étnica. Así, la historia y la antropología son las dos disciplinas que dieron fundamento a los símbolos que crearon la identidad nacional, al tiempo que proporcionaron materiales a las instituciones abocadas a instrumentar las políticas indigenistas y de educación rural, tendientes a incorporar a la población indígena al concierto nacional. Es decir, se quería lograr la mexicanización de la población rural y con ello lograr el sueño de José Vasconcelos: conformar “la raza cósmica”.
Las instituciones abocadas a instrumentar las políticas indigenistas tuvieron pocos resultados y la población indígena continuó marginada y sumida en la pobreza. No se logró la integración de esta población en la vida económica y política del país, pero sí se le integró como un símbolo de mexicanidad. Después de la Segunda Guerra Mundial se fueron gestando una serie de estudios centrados en la creación, expresión y recopilación de los arquetipos rurales. Estos prototipos, expresión de los regionalismos, también fueron fomentados por el Estado a través del arte; primero el muralismo, el ballet folklórico y después el cine, entre otras áreas. Estas representaciones de lo mexicano no sólo fueron para el consumo interno y para crear símbolos de identidad mexicana, sino también y sobre todo para demarcarnos (marcarnos) frente al exterior. Estos elementos pronto se convirtieron en folklore, que por un lado reforzaba el nacionalismo, pero por otro vendía una imagen particular y única para ser consumida por el turismo. En ese sentido, el INAH fue actor imprescindible en el desarrollo del turismo cultural.
Por su parte, la investigación histórica y antropológica siguió dos rumbos: uno continuó alimentando las necesidades del INAH y de otras dependencias abocadas a atender las necesidades de la población indígena. El otro rumbo fue que la misma profesionalización de la historia y la antropología le permitió emprender su propio vuelo al margen de las necesidades del Estado mexicano.
Desde la década de los cuarenta hasta los sesenta se consolidan los principales argumentos teóricos de la antropología mexicana y se reforzaron las instituciones indigenistas. Además, a mediados del siglo pasado, el extenso e intenso trabajo de campo emprendido tanto por nacionales como por extranjeros les permitió reflexionar y debatir muchas premisas que tuvieron por resultado diversas posturas teóricas sobre el cambio sociocultural.
En otro sentido, el Estado mexicano, en su afán de borrar las diferencias entre blancos e indios —provenientes del liberalismo decimonónico—, y ante la necesidad de pacificar al campo en los años posrevolucionarios y homogenizar a la población rural, planteó él mismo al campesino como nuevo actor social y como símbolo de la nueva identidad nacional. Este sujeto social se convirtió en el núcleo central de reflexión en torno a los programas integrales y de desarrollo, y de infinidad de estudios históricos y antropológicos. Ese tipo de trabajos permanecieron durante muchas décadas atravesando diferentes corrientes teóricas e incrustándose en los estudios marxistas de la década de los setentas y ochentas.
No obstante, continuaron los estudios interesados en la cuestión indígena. Este grupo estuvo conformado fundamentalmente por intelectuales que a su vez eran personas de acción, en el sentido de que fueron hacedores y asidores de instituciones. Sus trabajos pueden agruparse en dos grandes bloques: primero, los que se elaboraron para seguir orientando y apoyando las políticas del Estado (concentradas sobre todo en las políticas indigenistas) y por otra parte, las posturas que surgieron en oposición y crítica a aquéllos.
Las investigaciones con posiciones críticas frente a las políticas indigenistas del Estado las podemos dividir en dos corrientes: los autodenominados etnomarxistas, investigadores con orientación evidentemente marxista, y los denominados etnopopulistas, conjunto de investigadores que proponían una antropología crítica. Si bien ambos comparten el cuestionamiento al integracionismo impulsado por el Estado, existen ciertas diferencias de matiz. Estas diatribas iban dirigidas sobre todo a lo que en aquellos años llamaban las concepciones románticas del pueblo y a sus posiciones revisionistas y pequeñoburguesas.
Los antropólogos críticos, llamados también etnopopulistas, expusieron sus posiciones en contra del indigenismo oficial en el libro fundamental para la antropología mexicana: De eso que llaman antropología mexicana, publicado en 1970. En esa obra se recogieron las posturas de Guillermo Bonfil, Enrique Valencia, Margarita Nolasco, Mercedes Olivera y Arturo Warman. Este trabajo se convirtió en un parteaguas para la historia del indigenismo. Esos investigadores abrevaron tanto de las ideas sobre la dependencia y el colonialismo interno como de los trabajos de antropólogos de la escuela francesa entre los que destacan Robert Jaulin, Régis Debray y Pierre Clastres. En el centro de esa tendencia se encontraba la preocupación por los impactos del colonialismo sobre las poblaciones nativas. Los simpatizantes de esta perspectiva se opusieron a las prácticas de asimilación e integración de lo indígena; además de oponerse a las posturas funcionalistas que veían a la cultura nacional como una mera suma de subculturas.
Posteriormente, de la amplia gama de investigadores que apoyaron esta postura, podemos destacar los trabajos de Guillermo Bonfil sobre el control cultural y los de Rodolfo Stavenhagen sobre el colonialismo interno. Ambos desarrollaron propuestas teóricas para explicar la dinámica del cambio cultural y sobre todo la persistencia de las etnias. Sus estudios tuvieron un gran impacto en las posteriores investigaciones de la Antropología mexicana.
En cuanto a los etnomarxistas, destacaron estudiosos como Gilberto López y Rivas, autor de Antropología, etnomarxismo y compromiso social de los antropológos (2010) y Héctor Díaz Polanco en Teoría marxista de la economía campesina (1977). En ellos lo importante era dilucidar cuál era el papel de los pueblos indígenas en el proyecto democratizador de la sociedad y en la construcción del socialismo. Para estos autores, los fenómenos culturales y sociales relacionados con la reproducción de lo étnico estaban determinados por la estructura de clases; de tal forma que planteaban el origen clasista de las etnias.
En el ámbito de la historia, cabe señalar que el INAH fue pionero en el estudio de la población rural, en especial en cuanto al indio y al campesino como sujetos de la historia. Así se inició una nueva historia de México, con una visión centrada en los de abajo, actores fundamentales en la construcción del Estado, que contribuyeron de manera activa en la defensa del país en las intervenciones extranjeras y en la definición de las fronteras político administrativas de la federación mexicana. Este enfoque no era completamente nuevo, pero la producción historiográfica del INAH tuvo de inmediato réplicas en otras instituciones nacionales e internacionales. Los investigadores entraron en diálogo y transitaron por diferentes interpretaciones teóricas, desde los estudios de clases sociales, pasando por su diferenciación interna, hasta los estudios de corte cultural que han estado presentes desde la década de los ochenta hasta la fecha.
La década de 1970 fue un punto importante de cambio en los estudios sobre el indio. Las movilizaciones en el campo mexicano borraron las fronteras analíticas entre aquello que se estudiaba como campesino y lo que se consideraba indígena. ¿Era que la realidad había cambiado? ¿O era que los puntos de vista y los enfoques conceptuales se estaban revisando? Es en este momento cuando empiezan a separarse las dos corrientes mencionadas: la etnopopulista y la etnomarxista, con postulados y trayectorias diferentes.
En ese nuevo contexto apareció el Estado como concepto y categoría, como un elemento primordial de diálogo y análisis. A partir de esa distinción se elaboraron trabajos desde diferentes disciplinas como historia, antropología, sociología, economía y ciencia política. La producción ha sido vasta y se ha mantenido como eje importante de análisis durante las últimas tres décadas. Entre ellos destacan los estudios antropológicos denominados antipluralistas, los cuales consideran a las culturas diferentes como vestigios de estados superados. Por mi parte, yo preferiría llamarlos economicistas, no sólo porque se centraron en las relaciones y la lucha de clases, sino porque corresponden a todos aquellos estudios sobre el agro que rindieron cuenta de la economía familiar, las organizaciones y reivindicaciones indígenas con carácter económico, presentes en la década de los setenta y sobre todo en los ochenta. A lo largo de esos años hubo una preferencia por estudiar las permanencias, sobre los cambios entre los grupos indígenas; al tiempo que prevalecieron los estudios etnográficos sobre aquellos comparativos.
El presente global
La reconfiguración mundial convirtió el tema del Estado nación en un punto de interés para las ciencias sociales. Las investigaciones llamaron la atención sobre este tema y centraron sus análisis en el nacionalismo exacerbado debido en parte a que la reconstitución o reconfiguración de los Estados nación, hacia el fin del siglo XX, se convirtió en fuente de numerosos y sangrientos conflictos. Ahora, desde la historia y la antropología se van afinando las herramientas de análisis para explicar las motivaciones más profundas de las acciones de grupos étnica y culturalmente diferenciados, que se perfilan para conseguir su autonomía dentro de los Estados a los cuales pertenecen o su independencia como otro Estado nación.
En el contexto de la crisis del Estado mexicano y del cuestionamiento de la nación en las dos últimas décadas, los mitos cambiaron y la genealogía se ajustó; hechos que propiciaron la persistencia del Estado nación y, por ende, la diversidad y abundancia de hojas escritas en torno a tal problemática.
En las últimas décadas del siglo pasado, las investigaciones que analizan la realidad desde la perspectiva de lo indígena, como fuente de símbolos para la identidad nacional, se mueven entre dos posturas: una es la modernista, propuesta por Gellner, la cual tiene como eje central de oposición la tradición/modernidad y lo rural/urbano; la segunda sostiene que la modernización llevaría al fortalecimiento de las identidades étnicas en la sociedad y a la competencia interétnica por obtener los beneficios de la modernización. Dado que a pesar de la retórica sobre “la raza cósmica”, los Estados latinoamericanos no han adquirido tintes étnicos, este modelo y su argumentación no se puede tomar en cuenta para América Latina porque en esta región del mundo el conflicto étnico no es intergrupal sino contra el Estado.
Hacia la década de los setenta hubo un ascenso de la etnicidad en diferentes partes del mundo; sin embargo, fue hasta los años ochenta cuando la identidad colectiva se empezó a concebir no como “la consecuencia lógica de una especie de esencia grupal sino como una propiedad emergente de relaciones históricamente condicionadas”.
Otra perspectiva es aquella que buscaba analizar a México como un país multiétnico. Aquí tenemos a Rodolfo Stavenhagen y Margarita Nolasco, quienes coordinaron un trabajo pionero en 1985 en torno a la pluralidad étnica, retomando temas como la política cultural, el etnodesarrollo y la educación intercultural. Otros investigadores como José del Val, quien fue uno de los primeros antropólogos que reflexionó explícitamente sobre el indio y su relación en la construcción de la nación desde la perspectiva del etnopopulismo, se rehusó a caer en discusiones teóricas “vacías” y a cambio propuso un esquema para el análisis de las identidades, donde estarían contenidas la nacional y la étnica.
En los primeros años de la década de los noventa, antes del levantamiento zapatista, se puede distinguir un nuevo enfoque de análisis, el cual consiste en abordar la participación de los pueblos en la construcción de la nación, principalmente desde la perspectiva de las movilizaciones étnicas independientes. Con menor fuerza, hay una continuidad en el análisis de la participación del indio como fuente de símbolos para la identidad nacional.
Entre la historiografía sobre movimientos sociales que reflexionan en torno a la nación, también están aquellos calificados como instrumentalistas porque plantean que el proceso de configuración de las identidades surge en el proceso mismo de la movilización social, la cual puede ser manipulada tanto por el Estado como por los mismos individuos.
En México hay una tendencia hacia la posición antimodernista, pues se considera que los grupos étnicos han quedado excluidos de los procesos de modernización, al tiempo que son la causa de la movilización indígena. En cambio, Christian Gros plantea que en esta época hay que ser indio para ser moderno y que los indios han sabido aprovechar y beneficiarse de los procesos de modernización y de globalización.
En el siglo XXI los estudios históricos y antropológicos, ante el ascenso de las etnicidades en el mundo y la crítica a las naciones inacabadas, tienden cada vez más a señalar la necesidad de estudiar y reconocer la diversidad cultural de la nación mexicana para mirar al futuro. En esta perspectiva, el Instituto Nacional de Antropología e Historia ha desempeñado un papel muy importante, desde la puesta en marcha en 1999 del proyecto nacional Etnografía de las regiones indígenas de México en el nuevo milenio. Con ello ha cumplido con el objetivo de proponer y consolidar en el INAH una política de investigación científica de alcance nacional, que además canaliza hacia un solo esfuerzo y obras comunes los proyectos individuales que en él se desarrollan, entre diferentes aspectos relativos a los pueblos y regiones indígenas de México. En tal sentido, la gran producción de ese equipo de investigadores del INAH no se ha concentrado y condensado únicamente en el conocimiento de las regiones indígenas, en diferentes temas, sino que mira hacia el futuro. ¿Por qué? Porque el producto de sus investigaciones constituye un material que no sólo explica el presente, sino que contribuye a mirar al futuro. Estos libros se han convertido en trabajos de consulta permanente y fuentes de información, así como en materiales indispensables para los nuevos estudios históricos y antropológicos cuyos agentes se articulan y trabajan con la población indígena. Así, pretenden posicionar a la población indígena dentro de la nación mexicana. Y muchos de sus estudios históricos han dado argumentos a los mismos pueblos para posicionarlos como grupos originarios y desde esa plataforma demandar reivindicaciones de grupo, tanto económicas como culturales.
Por su parte, la antropología se ha diversificado en sus perspectivas, abordando temas como el patrimonio biocultural y la defensa de los territorios y derechos de las minorías, su representatividad y la protección de sus diferentes expresiones, como la lengua. Y además, el Instituto reconoce y mantiene la importancia analítica en estudios sobre la población indígena inserta en los mercados globales y el posicionamiento de sus productos en el mercado mundial.
De modo que, en estos 80 años de vida del INAH, la investigación histórica y antropológica ha aportado conocimientos indispensables para la comprensión del pasado, presente y futuro de la población indígena en México, como en el aporte de elementos para la creación de recomposición de la nación mexicana.
* Investigadora Emérita de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
[1] John Tutitino, “Historias del México Agrario”, Historia Mexicana, núm. 2, México, octubre-diciembre de 1992, p. 211.
[2] Artículo 2, Ley Orgánica del Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1939.