Entre el poscolonialismo y la alteridad revolucionaria: la descolonización africana en el itinerario de la Revolución cubana
ENVIADO POR EL EDITOR EL Viernes, 13/12/2024 - 13:53:00 PMMartín López Ávalos*
Resumen
Este artículo revisa la relación histórica de Cuba con el continente africano en la era del poscolonialismo y la descolonización; para ello se presenta una mirada diferente a partir de preguntas nuevas para viejos temas, analizados desde la historiografía. López Ávalos propone una revisión desde la otredad de los internacionalistas cubanos, lo “cubano” y lo “africano”, así como el contexto de la relación afro-asiática, la Unión Soviética, China, la Guerra fría y la emergencia de los nuevos Estados-nación.
Palabras clave: internacionalistas cubanos, Cuba, África, poscolonialismo, descolonización.
Abstract
This article reviews the historical relationship of Cuba with the African continent, in the era of postcolonialism and decolonization, proposing a different perspective derived from new questions to old topics analyzed from the point of view of historiography. López Ávalos proposes a revision from the otherness of the Cuban internationalists, the "Cuban" and the "African"; as well as the context of the Afro-Asian relationship, the USSR, China, the Cold War and the emergence of new Nation-States.
Keywords: Cuban internationalists, Cuba, Africa, postcolonialism, decolonization.
El interés cubano por África surge de una serie de factores que coinciden con la cresta de la ola más radical en la década de los sesentas producida por la Revolución cubana; inicia con las consecuencias de la crisis de los misiles y, al mismo tiempo, con el reacomodo en la jerarquía de la elite revolucionaria cuando comenzó el proceso de institucionalización política, expresado con la organización del Partido Leninista Cubano. Este contexto, principalmente interno pero que se matiza con su contraparte externa —el aislamiento, promovido por Estados Unidos, de Cuba respecto de gran parte de América Latina por su alianza con la Unión Soviética y, dentro de esa alianza, la postura cubana acerca de la disputa chino-soviética—, es lo que permite explicar las condiciones que propician el interés del Estado cubano por los asuntos producidos en la parte subsahariana de África.
La relación o vínculo de Cuba con el mundo poscolonial se inicia precisamente con la independencia argelina, a tal grado que Argelia se convierte en el puente y aval para los cubanos en la incursión a este verdadero nuevo mundo; son los argelinos, en especial el primer presidente de la Argelia independiente, Ahmed Ben Bella, quien coincide con los objetivos cubanos de explorar nuevas posibilidades para romper el aislamiento en su entorno geopolítico natural por medio de estimular las insurrecciones africanas, en especial una, la del Congo, al suponer que ahí se gestaba un nuevo tipo de liberación, la del neocolonialismo belga y del imperialismo estadounidense empeñado en su estrategia global de contención del comunismo donde quiera que fuere.
Paradójicamente, esta postura —tolerada y hasta estimulada por el propio Fidel Castro— trae serias diferencias en la esfera de los comandantes cubanos, que ponen en entredicho el papel del comandante Ernesto Guevara en este ámbito, así como su rol de representante ex officio del Estado cubano en el exterior. Esta aparente confusión, si Guevara actúa bajo sus propios riesgos o expresa una disidencia a la disciplina propia de altos funcionarios cubanos, es otra consecuencia de la institucionalización del liderazgo cubano en sus estructuras jurídicas y políticas.[1] Si bien Cuba se encamina a un mayor alineamiento con la Unión Soviética, su principal benefactor y aliado, al mismo tiempo busca hacer valer su independencia como Estado. Esa contradicción forma parte del tránsito poscolonial que la Revolución cubana experimenta al comenzar su inserción socialista y que deriva hacia una interpretación cubana del marxismo en la primera década de revolución, cuando Guevara se encuentra a la cabeza.
La interpretación guevarista de que las condiciones neocoloniales son las mejores para la revolución global contra el imperialismo —en clara oposición a la coexistencia pacífica pregonada por los soviéticos— es lo que permite al castrismo mantener una imagen de independencia de cara a los movimientos de liberación del mundo poscolonial, en ese entonces un fenómeno esencialmente afroasiático de los países colindantes con el océano Índico, pero cuya esfera de influencia hacia América Latina ampliará la irrupción cubana, conformando una unidad que ellos bautizarían como la Tricontinental (Asia, África y América Latina). En este sentido, la experiencia cubana se equiparará con sus contemporáneas de este mundo Tricontinental, al compartir las condiciones del intercambio desigual y sus aspiraciones de liberación. En el trayecto, la experiencia cubana se cruzará con las historias que conformarán la geopolítica de la poscolonialidad: la creación del Movimiento de Países No Alineados, con la independencia de India en primer lugar; la irrupción del nacionalismo árabe con el nasserismo en Egipto, pero también las independencias del Magreb del norte de África, donde sobresale el caso de Argelia, y por supuesto la guerra de liberación china que culminará con la fundación de la República Popular. En este cruce de historias y trayectorias, personales y colectivas, políticas y culturales, de intereses geopolíticos globales, la de Cuba es la primera revolución latinoamericana que logrará traspasar su marco geopolítico debido a las condiciones de su temporalidad histórica (la Guerra fría). Ahí es donde engarza la disertación de Guevara, primero como debate y aun como discurso derrotado dentro de la elite de comandantes, con otra vertiente, la de la independencia política de un proyecto (el castrista) dispuesto a incidir en uno de los vértices de la Guerra fría, por medio de la experiencia y la crítica poscolonial. Se trata de una historia de contrastes, paradojas y contradicciones que sigue suscitando polémicas —cada vez menos virulentas— y despertando interés por encontrar nuevas interpretaciones del pasado reciente. Como he señalado en otro lugar, la reivindicación de la poscolonialidad abre cauces para la renovación del conocimiento historiográfico por los nuevos ángulos que se van produciendo al repasar con nuevos ojos los viejos temas.[2]
Una de estas aristas es la otredad que los internacionalistas cubanos enfrentaron al estar en el Congo. Sus relaciones, que en teoría eran entre pares marxistas, devinieron en diferencias culturales de cómo es construido “el otro”, que ni el color de piel —en el caso de la tropa cubana, que era negra como condición para estar ahí— propicia el entendimiento ni, en un sentido más dramático —el de Che en específico— profundiza la diferencia interracial, además de recordar, en lamentable y triste paradoja, el mito de Tarzán. La experiencia congolesa de Che Guevara con su tropa de cubanos negros en el “corazón de las tinieblas” (Joseph Conrad dixit) también representa la otra cara de la poscolonialidad en las relaciones entre revolucionarios, unos más que otros, que la teoría guevarista del hombre nuevo (marxista) no pudo salvar.
El presente trabajo está formado por tres partes que se complementan y van dando sentido a la construcción narrativa de los hechos enunciados. En la primera se hace un somero recuento de la construcción del mundo que siguió a la Segunda Guerra Mundial, la creación de los bloques de la Guerra fría y las consecuencias que trajo para los países emergentes de los sistemas coloniales europeos, sobre todo en África y Asia. La segunda parte muestra las consecuencias de la crisis de los misiles en Cuba: cómo el reacomodo en la elite revolucionaria cubana a favor del modelo soviético produjo a su principal damnificado en la figura del comandante Ernesto Guevara, ya para entonces mítico. El desplazamiento de Che como responsable de la economía de la isla, primero en el Banco Nacional y después en el Ministerio de Industrias, nos da la pauta para rastrear el origen de la construcción del discurso poscolonial expuesto en sus primeros acercamientos con los revolucionarios africanos —tanto con los argelinos como con los del sur de Sahara—, y cuya expresión más clara fueron las palabras que externó en el Seminario Económico de Solidaridad Afroasiática (febrero de 1965), tal vez el discurso más emotivo que pronunció como oficial cubano de alto rango, en el cual pone la pica en Flandes respecto de las políticas soviéticas. Este camino no es entendible sin el matiz político, es decir, sin mencionar a Fidel Castro y su tolerancia hacia los postulados guevaristas; el comandante en jefe enviaba mensajes —al parecer ambivalentes— a los soviéticos, con los que quería demostrar su independencia después del desaire que representó que lo marginaran de las negociaciones para el retiro de los cohetes durante la crisis de los misiles de 1962. La denuncia contra el sectarismo de los ortodoxos del viejo partido pro soviético cubano es parte de ese mismo paquete. La tercera y última parte de este trabajo cuenta la historia en varios niveles; en ella se valora la importancia que tuvieron los individuos concretos y su participación en los hechos, iniciando con el de la independencia de Argelia y el papel de su primer presidente, Ben Bella, quien en los comienzos de esa “revolución a tientas” fue para los cubanos como hallar un socio, lo que les sirvió de plataforma para transitar a la dimensión tricontinental; al mismo tiempo se señala la importancia de otras fuerzas o entidades que rivalizaban con los advenedizos cubanos, en concreto el presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser, y los dirigentes chinos (Mao Zedong y Zhou Enlai), con su política de confrontación con los “revisionistas” soviéticos, situación que no escapa al análisis de Guevara. Al final, la narración se centra en la experiencia africana de Ernesto Guevara, en concreto en su decisión de ir al Congo y por qué hacerlo en las condiciones en que lo hizo. Como corolario se muestra el problema de la otredad revolucionaria, por llamarla de algún modo; para ello, a partir de la memoria del comandante Guevara y de otros relatos de participantes cubanos se señalan las dificultades que se presentaron para comprender el entorno y a sus habitantes en el contexto del internacionalismo revolucionario.
Guerra fría y poscolonialidad
Al terminar la Segunda Guerra Mundial se iniciaría un nuevo periodo en la historia contemporánea, cuyas características definirían la segunda mitad del siglo XX. El mundo de la posguerra ha sido interpretado como la construcción de un nuevo orden internacional que reemplazó al impuesto por las potencias colonialistas en el siglo XIX. El nuevo orden estaría delimitado, aparentemente, a partir de la dicotomía de las nuevas potencias emergentes, Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que hegemonizarían el tablero internacional según sus respectivos intereses. Al periodo de 1947 hasta la desaparición de la Unión Soviética en 1989, se le ha denominado la Guerra fría, la pugna para lograr la influencia mundial a través de varios recursos, entre los cuales destaca la amenaza a la seguridad nacional no sólo de los mencionados países sino de cada una de las regiones del mundo susceptibles de ser “influidas” desde esos centros de poder mundial. Paralelamente, y como narrativa subordinada al choque bipolar, esta interpretación de la construcción del mundo contemporáneo pondera los procesos de liberación de las naciones emergentes de Asia y África como productos residuales de esa lucha entre dos.
Las demandas por estas transformaciones, sin embargo, ya estaban presentes aun antes de la Segunda Guerra Mundial en Asia, África y en menor medida América Latina. La historia contemporánea, que deriva en la Guerra fría, en realidad se compone de dos fuerzas encontradas y contradictorias; por un lado, el interés geopolítico de un orden basado en la ideología —cuyo centro ya no se encuentra en Europa— de dos grandes potencias y, por el otro, del nacionalismo y socialismo emergente en varias partes del mundo que postula la liberación nacional encaminada al desarrollo económico y social, sobre todo en las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta del siglo XX, y que tensa y excede a la pugna de las dos potencias.
Este arco de transformaciones se abre con la Revolución china, la independencia de India, Paquistán y el sudeste asiático, principalmente la Indochina francesa (Vietnam); continúa con la independencia de Argelia, la descolonización africana al sur del Sahara y los movimientos de liberación nacional que aparecerían en los países árabes como Egipto y en América Latina, sobre todo Cuba, a partir de su cambio socialista y el impacto que tuvo en la región. En ellas vemos el trazo del mundo poscolonial, surgido de estas transformaciones que no se derivan de lo que tradicionalmente se entiende como Guerra fría y que le dan un sentido amplio, es decir global, a la contemporaneidad.
La Guerra fría, entonces, al ser parte de un proceso vertiginoso de transformación mundial, puede ser catalogada como un fenómeno múltiple, por lo cual puede analizarse desde diversas perspectivas. Ya no el espacio percibido como inmóvil y determinado por las potencias que en teoría lo hegemonizaban, sino un periodo rico en transformaciones y posibilidades que terminan por abrir nuevas perspectivas al final del siglo XX. En ese sentido, los estudios en torno a la Guerra fría han debatido sobre el origen del conflicto, es decir, quién y por qué lo provocó, partiendo de la responsabilidad que cada una de las dos potencias emergentes tenía en la construcción del nuevo orden.[3] Tales estudios señalan que la dinámica de las relaciones internacionales se redujo a un enfrentamiento ideológico de sumar y restar; sin embargo, consideramos que lo que estaba en juego era más que las relaciones exteriores de estas potencias. Había otro sentido de la historia, según el cual se intentaba mostrar la validez del propio modelo de organización del Estado nacional (republicano liberal o socialista) sustentado por cada una de las potencias en pugna. Ahora, no resulta sorprendente constatar que el análisis generado en ambos lados fue ideológico, es decir, su política trató de demostrar los efectos del modelo (entendido como mero referente ideológico) sobre el futuro: la historia, o más bien, la verdadera historia.
La Guerra fría, como catalizador ideológico y modelo explicativo del actuar de dos potencias que hegemonizan al mundo, origina un universalismo que termina por barrer a cada experiencia histórica nacional. Es ante todo un conflicto global, aunque sus mayores disputas fueran en los bordes, alejadas de los centros neurálgicos. A final de cuentas, la ideología cubriría la disputa mayor: la apropiación de la verdad histórica y, por ende, la noción de “influencia” habría que empezar a entenderla en este sentido. Las disputas en los bordes, en los países periféricos poscoloniales eran —en sentido estricto— verdaderas elecciones históricas para sus protagonistas que definirían el futuro en la batalla del presente.
Así, el sentido de la política nacional, subordinado al del plano internacional, concibe al cambio político como una mutación permanente e irreversible. Los conflictos políticos nacionales en los bordes del sistema mundial (Asia, África y América Latina), por ejemplo, aun cuando no tienen una vinculación original con la disputa bipolar, los sitúa en la disyuntiva dramática de tomar una decisión política sin importar los medios. Al final cada bando concibe su camino como único y verdadero, es decir, inevitable porque se creía permanente.
Los Estados producto de la descolonización o las experiencias revolucionarias de la posguerra se verán en la difícil tarea de acomodarse a este escenario. Sus postulados de independencia, y por tanto del nacionalismo que enarbolaban, se limitan a ser interpretados en una de estas dos opciones que derivan del mundo europeo y su afluente atlántica: tanto el socialismo soviético como el liberalismo estadounidense etiquetan lo que emerge como producto subordinado a su propia tradición histórica. La experiencia de la guerra de liberación china trae consigo el gran dilema del mundo poscolonial, tan profundo como el debate del liberalismo contra el nacionalismo emergente, y que habilita al segundo vértice de la Guerra fría, el diferendo chino-soviético por la interpretación correcta del socialismo o, más bien, por la vía correcta para acceder a él.[4] Con los chinos en escena y abiertamente distanciados de los soviéticos, los movimientos poscoloniales de liberación nacional, liberales y socialistas, se ven obligados a debatir sobre la pertinencia de los métodos de lucha y hacia quién están dirigidos. La insurrección armada queda entonces en el centro del debate y con ella, una triangulación que identifica a los conflictos poscoloniales que emergen de la Guerra fría. La independencia nacional como producto esperado de la descolonización no es suficiente si no va acompañada del debate acerca del desarrollo nacional que proporciona el socialismo como vía alterna al liberalismo.[5]
Ésa es la cuestión más espinosa de la descolonización, esto es, la capacidad de cada nuevo Estado nacional para acceder a lo que se definiría genéricamente como “desarrollo” sin caer en lo que por entonces se empezaba a describir como “dependencia”. Tal espacio histórico determinado por esas dos relaciones es lo que podríamos llamar mundo poscolonial. En él se involucrarían no sólo los Estados recientemente creados en la llamada descolonización africana y asiática, sino también se incluyen los que ya contaban con una experiencia nacional dilatada —como los países latinoamericanos— pero que no habían podido traspasar la dependencia de las relaciones económicas asimétricas en los intercambios comerciales y financieros, que generalmente les eran desfavorables.
La dependencia como categoría analítica permite establecer una nueva construcción de las relaciones globales entre las naciones, que iba más allá del colonialismo clásico y su vertiente neo, e incluso la categoría marxista de imperialismo resulta insuficiente para atender en toda su complejidad la irrupción de los Estados poscoloniales. Junto a la teoría de la dependencia se acuñaron otras categorías para revelar el nacimiento de un nuevo mundo, inédito tanto por su composición y sus aspiraciones,[6] como por la necesidad de explicarse por sí mismo. El tema que nos convoca se sitúa en esta encrucijada, en la que convergen los nuevos Estados, las revoluciones triunfantes —tanto socialistas como nacionalistas—, los movimientos políticos definidos por la liberación nacional y los intereses geopolíticos de las potencias de la Guerra fría que pretenden asimilarlos.
La Tricontinental como movimiento poscolonial
Dos acontecimientos, producidos entre abril de 1961 y octubre de 1962, condicionan la evolución del ambiente cubano para mirar a la otra orilla del Atlántico sur. Ambos forman parte de la Guerra fría y coinciden con el periodo más radical de la Revolución cubana. Sus secuelas forman una línea que traza un imaginario Rubicón en el cuadro que representa la decisión de traspasar la geografía del Caribe para llegar al África subsahariana. Las consecuencias de la invasión a la Bahía de Cochinos en abril de 1961 y la crisis de los misiles de octubre de 1962 siguen gravitando en los objetivos trazados por la dirigencia cubana, antes que nada, debido a la división en su interior entre optar por una mayor radicalización revolucionaria o ir asimilando y adaptando a sus intereses propios el modelo soviético por las ventajas que ofrece en ese momento a Cuba. Al mismo tiempo, el escenario geopolítico para Cuba está marcado por el aislamiento diplomático y comercial de su entorno natural, tanto de Estados Unidos como de América Latina, por su definición socialista.
Fidel Castro no quería exponerse de nuevo al desaire estadounidense ante sus propuestas de coexistencia pacífica,[7] mientras que el desenlace de la crisis de los misiles, donde la dirigencia cubana fue marginada de los compromisos asumidos, revive viejos traumas históricos que azuzan a mostrar la soberanía política como rasgo de independencia.[8] Este rasgo se abre para el nuevo aliado, la Unión Soviética, pero está destinado a reafirmar la nueva identidad cubana frente a Estados Unidos. Che Guevara ofrece, con sus discursos y escritos, el puente para cruzar esta línea y proyectar internacionalmente a Cuba como un actor serio de la Guerra fría, pero bajo su propio discurso independiente en busca de una revolución global poscolonialista. La opción africana permite a ambos —Fidel y Che—, aunque por diferentes motivos, asumir la máxima de César: alea jacta est [la suerte está echada] como consecuencia de cruzar su propio Rubicón. El año de 1964 señala el cruce de éste para decidir la operación africana.
Sin embargo, quedaban algunos asuntos que ambos personajes debían definir, como el saldo pendiente con los soviéticos por la crisis de los misiles un par de años atrás, a lo que Guevara denominaba el “paternalismo” soviético al dejar sin voz ni voto a Cuba en el acuerdo de retirar los misiles de la isla; y derivado de esto, el reajuste en la composición de la elite cubana que pasaba precisamente por la presencia o la ausencia del propio Guevara en Cuba. El viaje de Guevara a Moscú por esas fechas podía ser cosa baladí para el consumo de la prensa internacional, pero en el fondo se trataba de reconocer la ayuda soviética a la Revolución cubana y, de paso, confirmar la postura cubana a favor de la Unión Soviética, primero dentro del propio campo socialista —en detrimento de cualquier coqueteo con los chinos—, y mostrar la cortesía de informar sobre la estrategia cubana para la revolución global que el propio Guevara llevaba meses construyendo en sus viajes africanos de los meses anteriores.[9]
Al final de ese año se llevaría a cabo —con la discreta ausencia de Guevara, quien explicó a sus amigos que se iba a cortar caña por un mes— la reunión de partidos comunistas de la región en La Habana, patrocinada por los soviéticos con el objetivo de consagrar a la experiencia cubana como un ejemplo y, de paso, dar el espaldarazo al liderazgo de Fidel Castro sobre el marxismo latinoamericano. Al bajar del avión a su regreso de Moscú, Guevara y Castro se reunieron a puerta cerrada, sin duda para tratar la postura soviética ante el vendaval que se avecinaba. Ahora ya se puede deducir que Che ofreció la renuncia a todos sus cargos cubanos y que Fidel Castro la aceptó, como medida pragmática, para dejar las apariencias en un nivel aceptable. He aquí la importancia de la carta de despedida utilizada por Castro meses después.
El 9 de diciembre Guevara sale de Cuba con su último encargo oficial: hablar en nombre de Cuba ante la Asamblea General de la ONU. El 11 toma la palabra y habla sobre los recientes acontecimientos en el Congo: la operación belga- estadounidense, que devuelve el control territorial de Stanleyville (hoy Kisangani) a las tropas de Moise Tsombé. Al citar el contexto, anuncia la postura cubana de construir el socialismo de acuerdo con sus condiciones nacionales, además de considerarse una de las naciones no alineadas, razón por la cual se identifica con los movimientos de liberación nacional afroasiáticos que combaten al imperialismo. El 17 de diciembre aterriza en Argel, vía Nueva York, e inicia su periplo africano como tal. Tres meses para conocer in situ el problema del Congo.
¿Por qué la Revolución cubana puede transitar al nuevo mundo poscolonial, esencialmente asiático y africano, trascendiendo su propia geopolítica? Las primeras explicaciones se dieron en la lógica de la propia Guerra fría: Cuba es capaz de hacerlo por la sencilla razón de que forma parte de un operativo mayor financiado y diseñado por la Unión Soviética. Una pequeña isla del Caribe no reúne las condiciones para construir una política exterior independiente. La frustrada invasión de fuerzas anticastristas a territorio cubano y, sobre todo, los saldos de la crisis de los misiles en 1962 hacen de la insularidad cubana una realidad y no una metáfora. Aislada de su propio entorno geopolítico (América Latina), Cuba tiene que girar sobre sí misma y encontrar opciones para salir del aislamiento político y diplomático; la resistencia a los ataques estadounidenses ha forjado su prestigio y la precede al encontrarse con la revolución africana paralela en tiempo: Argelia.
La independencia de Argelia, tras una cruenta guerra de liberación del colonialismo francés, va marcando ciertos paralelismos que terminan por “hermanarla” con la Revolución cubana. Junto con Egipto, Argelia forma parte de la primera oleada de descolonización del norte de África; aunque la revolución nacionalista de los jóvenes oficiales del ejército egipcio se hace del poder en 1952, comparten la misma matriz ideológica: el nacionalismo. Así, si se quiere encontrar una formación paralela, la primera fecha está relacionada con el golpe de Estado de Fulgencio Batista; mientras que, a consecuencia del asalto al cuartel Moncada, Fidel Castro y sus primeros seguidores van a la cárcel, los argelinos forman el Frente de Liberación Nacional en 1954, justo en El Cairo. Como señalará años después el primer embajador cubano en Argelia, Jorge Papito Serguera Riverí,[10] en Cuba se pensaba que Argelia seguía los pasos cubanos, de tal manera que, por ejemplo, existía una simbiosis entre las estructuras generadas por ambos procesos, para empezar la insurrección armada como vía revolucionaria y su aparato en forma de ejército como modelo: el Ejército Rebelde y el Movimiento 26 de Julio cubano y el Ejército de Liberación Argelino (ALN) y su brazo político, el Frente de Liberación Nacional (FLN). Otro punto estaba en la construcción del discurso historiográfico de la historia cubana,[11] donde se hace énfasis en la definición “neocolonial” para referirse a la historia de la primera república, de tal manera que Cuba es producto de una relación de subordinación y dependencia con Estados Unidos, como Argelia con respecto de Francia, y a partir de ella había producido su experiencia socialista. La opción cubana se articula en estos dos niveles, y resalta por su simpleza; primero, la necesidad de romper el bloqueo estadounidense, y qué mejor manera de hacerlo que a través de la promoción de todas las opciones insurreccionales que se identifiquen con el antimperialismo. Se trataba, justificaban los cubanos, de una acción defensiva.[12] La primera operación cubana en ese sentido fue precisamente en Argelia, inicialmente como un gesto solidario al enviar un cargamento de armas antes de concluir la guerra de independencia, recibir a un grupo de huérfanos y mutilados argelinos, además de reicbir a un grupo de militantes del FLN-ALN para su adiestramiento militar en Cuba; después, en 1963, con un contingente de soldados para participar a favor de Argelia en su enfrentamiento militar contra Marruecos.[13] Argelia, a cambio, sirve de anfitrión para presentar a los cubanos entre los diversos movimientos de liberación nacional que pululan tanto en Argel[14] como en El Cairo. Para entonces, la capital argelina se ha convertido en uno de los principales centros de operación para los militantes revolucionarios del sur del Sahara.[15] La embajada cubana con Papito Serguera al frente se convierte en punto clave para encuentros y entrevistas de diversa índole, aunque casi todas ellas con un alto grado de conspiración revolucionaria. Por ahí pasan en diversos momentos los congoleños Christophe Gbenye y Gastón Sumaliot; el angoleño Agustinho Neto; Abdulrahman Mohamed Babu, de Zanzíbar; Marcelino dos Santos, de Mozambique; el presidente provisional del Congo Brazzaville, Alphonse Massemba Debat.[16]
Estos contactos previos sirvieron para que, en diciembre de 1964, el comandante Ernesto Guevara arribara a Argel como punto de partida para una extensa gira que incluyó Mali, Ghana, Congo Brazzaville, Dahomey (actual Benin), Togo y Tanzania,[17] además de Beijin y El Cairo. Con esta gira, Cuba demuestra su interés por elevar la importancia de sus relaciones con la zona y amplía sus contactos con los gobiernos establecidos como parte de un mayor involucramiento con las solicitudes de ayuda revolucionaria que está recibiendo en su embajada de Argel. El potencial africano se revela favorable a los objetivos cubanos posteriores a la crisis de los misiles, pues según el embajador Serguera,[18] África aparece como una variante atractiva mientras se prepara el objetivo principal: convertir a los Andes en el Vietnam americano. En la agenda desarrollada por la diplomacia de Guevara,[19] la entrevista con el líder angoleño Agustinho Neto en la capital del Congo Brazzaville se revela como uno de los puntos de mayor importancia pues éste le ofrece un panorama de la situación local de los dos Congos y regional de las zonas en proceso de liberación, como era el caso de la propia Angola. Neto pide a Che instructores militares para su organización y ofrece el material humano suficiente para iniciar un foco insurreccional que sirva de escuela de revolucionarios que irradie toda la zona. Guevara acepta la propuesta, pues concuerda con su propia estrategia preconizada desde sus primeros escritos como revolucionario. Dar es-Salaam es la última parada y donde se concentra la mayoría de solicitantes congoleños y mozambiqueños del apoyo cubano. Todos piden lo mismo: armas y viaje a Cuba para recibir entrenamiento militar. En sus correrías por diversas ciudades africanas, de Argel a Dar es-Salaam, el mensaje de Che es el mismo: Cuba se identifica con las luchas de liberación nacional contra el colonialismo y el neocolonialismo para formar un gran frente antimperialista global que abone al florecimiento de la verdadera comunidad socialista de naciones. Guevara considera que en el África poscolonial se encuentra “uno de los campos de batalla contra todas las formas de explotación que existen en el mundo: contra el imperialismo, el colonialismo y el neocolonialismo”.[20] En entrevista hecha por la viuda de Frantz Fanon, Jossie, para Révolution Africaine, remata con su idea del aparato global revolucionario: “Prevemos la instauración de un frente continental de lucha contra el imperialismo y sus aliados internos. La organización de este frente llevará algún tiempo, pero cuando se forme será un golpe duro contra el imperialismo. No sé si será un golpe definitivo, pero será un golpe duro”.[21]
Las primeras reuniones con las organizaciones congoleñas serán en Dar es-Salaam, principal ciudad de Tanzania y futura retaguardia para la ayuda al Congo. En su diario de campaña, Che Guevara anota lo caóticas y decepcionantes que resultaron. Su primera observación es “la gran cantidad de tendencias y opiniones diversas”. Dicha reunión prefiguraría lo que sería la operación congoleña: los nativos piden una cosa y Guevara les ofrece otra, a la vez que tiene que negociar con cada una de las tendencias para llevar a cabo las tareas. Salta a la vista que los nativos no captaron los matices geopolíticos de lo que se juega y que iba más allá de sus intereses nacionales, e incluso tribales: el Congo se convertiría en la guerrilla madre que irradiará al resto de los países de la zona, de ahí su papel continental. Guevara recuerda que en vez de eso: “La reacción fue más que fría; aunque la mayoría se abstuvo de toda clase de comentarios, hubo quienes pidieron la palabra para reprocharme violentamente por haber dado ese consejo. Aducían que sus pueblos, maltratados y envilecidos por el imperialismo, reclamarían los daños si se producían víctimas... en una guerra por liberar a otro Estado”.[22]
La reunión termina “fría y cortésmente”. En su evaluación, Che descubre que el único que mira el proceso de liberación nacional en alineación con el antimperialismo es el joven Laurent Kabila. Animado por el hallazgo, Guevara se va pensando que, a partir de esa postura, las posibilidades de la guerrilla madre en África tienen futuro. Al regreso pasa por El Cairo y Argel, donde pronuncia su disertación en el Foro Económico de Solidaridad que tantos sinsabores le traerá en Cuba, además de visitar Beijin en el ínterin. Sin duda, no pasa por alto la importancia e influencia de estos países en el movimiento anticolonialista africano. Quiere saber y palpar de los dirigentes de esos países sus posturas ante el proyecto cubano.[23] En El Cairo hace una visita de cortesía al presidente Nasser y le informa de los planes cubanos; de ella nace una relación intensa entre ambos que ha quedado registrada para la posteridad, donde se muestran las dudas del comandante Guevara cuando es confrontado por otra forma de hacer la revolución. Nasser le inquiere:
Usted me asombra mucho. ¿Qué pasa en Cuba? ¿Tiene algún problema con Castro? Yo no quiero mezclarme, pero si usted quiere convertirse en un nuevo Tarzán, en un blanco llegando a los negros para guiarlos y protegerlos... eso es imposible. Eso no irá bien. En tanto que blanco, usted será rápidamente visto y, con otros blancos, se ofrecerá a los imperialistas la idea de que son otros mercenarios. Yo creo que la revolución es un fenómeno a escala mundial que no hace distinciones entre los colores y las razas, pero hay ciertas cosas que es preciso tomar en consideración. Lo que usted puede hacer es ayudar a los africanos para que cada pueblo tenga el derecho de hacer lo que estime correcto. Pero si usted va al Congo con dos batallones de cubanos y yo envío con usted otro batallón egipcio, se denominará este hecho injerencia extranjera y ello hará más mal que bien.[24]
A su regreso a Cuba, a finales de febrero de 1965, las cosas han cambiado. A diferencia de su regreso de Moscú varios meses atrás, el discurso de Argel[25] no es bien visto por la parte ortodoxa de los viejos comunistas del Partido Socialista Popular cubano, ahora convertidos en artífices de la organización del nuevo aparato político leninista de la Revolución cubana, ni por los comandantes que encabeza Raúl Castro. La relación con la Unión Soviética ha sido puesta en duda por Guevara en Argel, justo en el momento en que se mantiene un compás de espera para renegociar un acuerdo con los soviéticos, que cuando se haga público semanas después resultará muy favorable para Cuba, pero dentro de la ley del valor del mercado. La crítica es, entonces, por partida doble, y descubre la dependencia a la que Cuba se encamina si no es capaz de modificar el criterio del intercambio con los soviéticos. El nuevo acuerdo de asistencia cubano-soviético explica las largas ausencias de Che como responsable de la industrialización, aunque siga conservando su nombramiento de ministro: su poder e influencia política en el aparato cubano han terminado, pues mientras él viaja por África otros negocian en Moscú las condiciones de la ayuda soviética.
Recibido, como muestra de unidad revolucionaria, en el aeropuerto por Fidel Castro y muchos de los comandantes guerrilleros, ambos personajes se enclaustran a conferenciar a puerta cerrada, como lo hicieron meses atrás cuando retornó de Moscú, pero a diferencia de la primera vez, ahora se incorpora Raúl y lleva la primera voz en los reclamos contra Guevara, a quien acusa de trotskista y pro chino, ante el silencio de Fidel Castro. Sin duda, ambos se encuentran resentidos por los reclamos de ingratitud que tuvo que recibir el menor de los Castro de parte de los soviéticos en su último viaje a Moscú.[26] En esta ocasión se cuenta con información donde se filtra la fractura entre los postulados de Che y los intereses de la dirigencia castrista y la salida que encuentran ambas partes. Primero, que Che ya no representa al Estado cubano, que sus palabras han de tomarse como expresiones personales[27] y, segundo, que el Estado cubano no presentará ninguna autocrítica para consumo de los soviéticos, al igual que Guevara.[28]
En la memoria de los comandantes cubanos, el relato de Manuel Piñeiro (Barbarroja) sobre esa reunión ofrece datos interesantes por su condición oficial de máximo responsable del aparato cubano de inteligencia. Barbarroja recuerda que Fidel insta al Che a ir al Congo al preguntarle: “¿Por qué no vas a África?”, ante la insatisfacción mostrada por el comandante Guevara sobre el paso del tiempo y la imposibilidad de cumplir con lo que él mismo define como su verdadera misión, además de mostrarse proclive a ver en el Congo las condiciones ideales para llevar a cabo lo que decía en sus discursos.[29] Otro importante alto oficial cubano, Emilio Aragonés (Tembo en el Congo), recuerda que la intención de Fidel Castro siempre fue la de proteger a Che, de impedirle —como escribe meses después al mismo Guevara— “hacer lo absurdo”, en referencia a su intención de ir a Argentina directamente o por la vía boliviana;[30] sin embargo, queda la duda. Como se puede observar, la liebre salta continuamente, pues no queda claro si para entonces Che ya había decidido participar directamente en la operación congoleña o si lo decide después de su llegada a La Habana. Según la narrativa construida por el propio Fidel Castro, el Congo es la alternativa para evitar un peligro mayor, como es ir a Argentina en esos momentos. Pero entonces, ¿por qué Che le confía a Nasser sus dudas de ir o no al Congo antes de llegar a La Habana, donde decide que sí irá? Para mayor dificultad, Che estimula la especulación[31] cuando escribe que no es momento de develar los entretelones de su salida clandestina de Cuba. Lo único que queda claro es que se trata de una operación del Estado cubano, con la participación de oficiales y recursos del ejército cubano, independientemente del estatus político de Ernesto Guevara.
Según sus biógrafos, Ernesto Guevara de la Serna, comandante y héroe del Ejército Rebelde, abandona Cuba el 1 de abril de 1965, pero no bajo su propia identidad, sino como un discreto hombre de mediana edad llamado Ramón Benítez. Inicia un viaje incierto aun para él mismo que lo llevará a confrontar sus ideas de militante revolucionario convencido.[32]
Entre Tarzán y el hombre nuevo
El objetivo de la misión oficial del comandante Guevara y el contingente de combatientes cubanos es el de entrenar y disciplinar a las fuerzas rebeldes en armas alrededor del lago Tanganica; sin embargo, la realidad congoleña muy pronto pone en evidencia las dificultades que conlleva replicar la experiencia de la sierra Maestra fuera de Cuba. La formación del Ejército Rebelde cubano se basaba en el entrenamiento militar básico y, a partir de la valoración de los instructores, seleccionar a los mejor evaluados como combatientes de línea; de ellos emerge el revolucionario. Este sencillo plan fue recibido con evasivas por los propios jefes militares africanos, que invocan la falta de dirección política para no tomar decisiones. El problema de campo real al que se enfrentaron los cubanos fue que la dirección política no ejercía funciones militares y los oficiales de tropa rara vez contaban con un comisario político —y permanente— entre sus filas. La división entre estos dos aparatos se hace patente a las pocas semanas de la llegada de los cubanos. Para colmo, el principal dirigente con el que se cuenta, Laurent Kabila, tarda en aparecer y cuando lo hace es para desaparecer más rápido.
A la par de esta situación estructural de la organización de marras de los congoleños, se toparán con el problema de la verdadera otredad: que el color de la piel no podía mimetizar a los cubanos y se convirtió en otro problema que fue minando y filtrando a la tropa. Al acordar la ayuda cubana, los congoleños pedirán que los enviados sean negros, para evitar la superposición de blancos sobre negros. Así se hará. Sin embargo, la condición de negritud no es suficiente para superar la barrera de la otredad, que se fue haciendo patente con el transcurso de los días y la acumulación de semanas convertidas en meses, tanto en la relación directa entre combatientes como en la percepción que cada uno tuvo del otro. Víctor Dreke, Moja, segundo al mando del contingente cubano, evalúa esta situación cuando recuerda que “creíamos que ellos pensaban igual que nosotros. Imaginábamos que el líder congolés que nos esperaba allá era como Fidel Castro, Raúl Castro, Almeida, Ameijeiras... no sé... pero era distinto”.[33] En un somero repaso de los diversos testimonios de la tropa cubana existe una constante: para ellos ir al Congo también representó un viaje extraordinario, difícil de asimilar a la primera. Aunque eran negros, su negritud no estaba construida por la noción de lo africano; en realidad, llegaron como un occidental más, con los correspondientes juicios y prejuicios culturales.
Tal vez el caso más extremo que Guevara comenta en su diario es el asunto de la dawa. Éste es un amuleto para hacer inmunes a los guerreros de las balas enemigas.[34] Los nativos creen firmemente en ella y se niegan a combatir si no son ungidos por el Muganga que la elabora con anticipación. La preparación para la guerra forma parte de la visión del mundo de dos culturas contrapuestas pero con la necesidad de convivir para un objetivo común. La occidentalización de la forma de hacer la guerra de los cubanos no encuentra el punto ideal para su intermediación como asesores militares. La dawa es el ejemplo más representativo de la otredad que no se puede asimilar debido a la carga cultural con la que se construye al otro como referente de lo desconocido.
La etnia de los combatientes se torna problemática, pues en las filas congoleñas había refugiados tutsi de la vecina Ruanda, que habían huido de sus tierras cuando una etnia rival, los hutus, la emprendió contra ellos. Estaban armados y creían que si ganaban en el Congo podían modificar la situación en Ruanda. Sin embargo, su relación con los congoleños era de conveniencia. Las rivalidades interétnicas afloraron inmediatamente.
En la evaluación de la situación que periódicamente hacía el comandante Guevara, como responsable de la misión cubana, se filtra la conciencia de todos estos problemas. Por ejemplo, define como organismo “parásito” a la organización congoleña en su relación con la población campesina que decían representar, la cual padecía cada una de sus incursiones. Esta condición muestra los límites de lo que se podía conseguir. El propio Che termina por reconocer que con esas condiciones lo más sensato era empezar de cero, con el reclutamiento campesino para formar el núcleo guerrillero. La narrativa expresada en Pasajes de la guerra revolucionaria (Congo) ilustra muy bien estas situaciones y disyuntivas a las que se enfrenta la operación cubana. Por ejemplo, cuando por fin Che pudo recorrer la zona libremente para recabar información del verdadero estado que guardaba la organización nativa, se encuentra con la negativa de los responsables militares para enviar hombres seleccionados a recibir instrucción en el campamento base de los cubanos —como Guevara quería— debido a que para ellos, los nativos, resulta de mayor prestigio recibir a los instructores cubanos en su propio terreno.[35] Otro pasaje enseña la imposibilidad de un encuentro fructífero entre los valores revolucionarios marxistas del guevarismo y los nativos. En una ocasión, harto de la falta de compromiso, el comandante Guevara empezó con una “descarga” de insultos hacia los nativos, terminando por equipararlos con las mujeres. El resultado: los nativos empezaron por sonreír y conforme aumentaba la descarga acabaron riéndose a carcajadas cuando fueron rebajados a féminas de carga.[36]
Los cubanos de tropa que llevaban el peso de la operación —en un sentido literal— pronto empezaron a despreciarlos, tanto por no comprender sus creencias mágicas, su lengua y su cosmovisión ajena al ejemplo cotidiano del sacrificio,[37] uno de los valores representativos de la experiencia de la sierra Maestra. Al otro extremo se encuentra la propia percepción de la otredad construida por los nativos, que los hace ver a casi todos como “extranjeros”, incluso a sus propios jefes políticos y militares no nativos de la región de operaciones. Los cubanos, aunque fueran negros, a final de cuentas eran extranjeros porque ni siquiera hablaban una lengua en común; el color de piel no hermanaba ni acercaba a los individuos que para mal tenían un jefe blanco que se expresaba en la lengua del colonizador, el francés.
Además de los problemas estructurales de la organización congoleña, el liderazgo de Guevara tiene que enfrentar el desmoronamiento interno de su propia tropa cuando vieron que los nativos huían despavoridos en el primer combate que les tocó enfrentar conjuntamente. ¿Por qué dar la vida por una causa que no les importaba a los propios interesados?, es el ánimo que el diario de campaña recoge en esos momentos de desmoralización. Consciente de la precaria situación de su liderazgo en ambos frentes, Che vuelve a mostrar el síndrome del “otro”, vuelve a ser el extranjero entre cubanos que, para empeorar la condición, ahora se va, se aleja, después de conocer la lectura de su carta de despedida hecha por Fidel Castro al anunciar la formación del comité central del Partido Comunista de Cuba en octubre de 1965.[38]
En su diario de campaña, Guevara se aferra a su apuesta: ¿qué hacer cuando la pedagogía del ejemplo (sacrificio, entrega, valentía) no funciona aun en gente experimentada? Si el hombre falla es porque la construcción de la entidad prometida, “el Hombre Nuevo”, no es más que una construcción simbólica del socialismo, es decir, del hombre y la sociedad, como él lo enuncia en su célebre ensayo con el mismo nombre. Por si no fuera bastante con eso, el comandante Guevara tiene que lidiar con el frente político abierto desde La Habana. Fidel Castro subestima las observaciones críticas de Che y el informe in situ que, por lo menos Osmany Cienfuegos, ha hecho en su visita de mayo, a menos que éste informara de otra cosa a La Habana y que los informes cifrados que llegaban ahí pasaran por la visión de Barbarroja Piñeiro para presentarle otro panorama a Fidel. El testimonio de Oscar Fernández Mell —viejo asociado de Che en la Maestra y el Escambray— ahora resulta elocuente: cuando partió de Cuba hacia el Congo para reunirse con su amigo, todas las informaciones cubanas (diplomáticas y de prensa) eran optimistas y pintaban un panorama de una guerrilla en crecimiento. La misión de Fernández Mell no sólo era acompañar sino contener al mítico comandante, que lo veía como un verdadero par, condición que Emilio Aragonés y otros oficiales de alto rango político no habían podido alcanzar del todo.
Los factores externos, no necesariamente cubanos, contribuyeron a la debacle final. La reunión en Accra de la Organización para la Unidad Africana (OUA), en octubre de 1965, recibe al cuestionado presidente Joseph Kasa-Vubu y acuerda un exhorto para que las fuerzas extranjeras involucradas en operaciones militares abandonen la zona. Adicionalmente, el grupo de países radicales que habían ofrecido su apoyo a la operación cubana se ve mermado, dejando a Julius Neyerere la responsabilidad del papel de retaguardia logística de Tanzania; un mes después de la reunión de la OUA pide a los cubanos la suspensión de la ayuda, invocando los acuerdos de Accra. Un desanimado Che escribe: “Es el golpe de gracia para una revolución moribunda”.
El 4 de noviembre Fidel Castro envía a Che un mensaje llamando a la cordura. Ya con los resultados de la reunión de los jefes de Estado africanos, Castro sabe que la situación para el comandante Guevara es insostenible. Le pide que se retire y vuelva a Cuba o a donde quiera. “Debemos hacer todo menos lo absurdo”, recomienda, y rectifica su juicio sobre el pesimismo de Guevara: “Si deciden salir Tatu [Che] puede mantener statu quo actual regresando aquí o permaneciendo otro sitio; cualquier decisión la apoyaremos; evitar todo aniquilamiento”.[39] La respuesta de Che, sin embargo, es quemar su último cartucho. Se niega a aceptar que ya no existe alguna razón para continuar operando y plantea la disyuntiva de resistir hasta la muerte o retirarse, pero transfiere a los nativos la decisión final, siempre y cuando sea ratificada por escrito. Éstos no caen en la encrucijada y les piden a los cubanos que se vayan sin firmar documento alguno. Aun al final, Che amaga con quedarse para generar una resistencia en la selva. Todos los cubanos —tropa, oficiales y comisarios políticos, como Tembo Aragonés y Ziki Fernández Mell— explotan ante la insensatez de justificar un imposible. A última hora, ante la inminencia de la evacuación a través del lago Tanganica, el responsable de los navíos, Changa (capitán Roberto Sánchez Barthelemy), amaga a Guevara con las órdenes directas de Fidel Castro de llevarlo con él, por cualquier medio, en caso de negarse.[40] Rendido ante su propio destino, el comandante Ernesto Guevara concluye: “Pasé las últimas horas solitario y perplejo... Se organizó la evacuación... y empezó un espectáculo doloroso, plañidero y sin gloria... no hubo un solo rasgo de grandeza en esa retirada, no hubo un gesto de rebeldía...”. No en balde citará Piedra negra sobre piedra blanca, de César Vallejo, para describir su estado de ánimo final: “Jamás como hoy he vuelto con todo mi camino a verme solo”.
* Centro de Estudios Históricos, El Colegio de Michoacán.
[1] El alineamiento geopolítico de Cuba a la Unión Soviética ha sido interpretado, explicado y juzgado como una acrítica adopción del modelo soviético para operar en la realidad cubana, cuando lo que expresa es la consolidación del poder de una elite política que tiene que pasar por encima de los propios comunistas pro soviéticos cubanos. Esta interpretación, privativa de los analistas liberales de la Guerra fría, no admite la capacidad de los actores locales para construir sus propios procesos. Lo mismo sucede con la ambigüedad de hasta qué punto Guevara de la Serna seguía representando al Estado cubano o no, como consecuencia de romper con el molde soviético.
[2] Aquí tenemos que señalar un problema que concierne al uso (esperando que no se convierta en abuso) de la extrapolación de las categorías que se utilizaron y que eran de uso corriente en la época estudiada cuando aún no aparecían los estudios poscoloniales como tales. Primero del marxismo y el nacionalismo, como imperialismo, antimperialismo, lucha de clases, internacionalismo, neocolonialismo, anticolonialismo, liberación nacional; a la categoría genérica de poscolonialismo que pretende englobar a las anteriores para describir la realidad de los obstáculos de las nuevas naciones frente a las relaciones de desigualdad que son inherentes a cualquier sistema (económico, político e incluso cultural), tanto al interior de cada sociedad como entre los estados nacionales, de ahí la insistencia en vislumbrar un equivalente temprano entre el discurso de la liberación nacional (marxista y nacionalista) y el poscolonialismo como interpretación historiográfica. Si podemos hablar de una teoría poscolonial, debemos decir que ésta se encuentra en proceso de formación al igual que los acontecimientos que posteriormente tendrá que explicar. Así, por ejemplo, para mediados de la década de 1960 ya habían aparecido las principales obras de Aimé Césaire, Discurso del colonialismo (1950) y Cultura y colonización (1956), así como de Frantz Fanon, Los condenados de la tierra (1961). Con ambos pensadores, nativos de la Martinica francesa del Caribe, se abrió un proceso intelectual que rompería con el canon occidental, liberal y marxista, el cual —junto con otras aportaciones— desembocaría en la discusión poscolonial un par de décadas después.
[3] La historiografía de las relaciones internacionales norteamericana ha dividido en corrientes de interpretación la literatura producida desde los años cuarenta del siglo XX. Así, tenemos la interpretación ortodoxa que responsabiliza a la Unión Soviética del origen del conflicto por su expansionismo agresivo derivado de la idea marxista de revolución mundial. Estados Unidos tuvo que “contener” dicha estrategia de una potencia que quería la desaparición del capitalismo, la democracia y demás aspectos que se derivan del liberalismo. La interpretación revisionista postula la tesis contraria: la Unión Soviética tuvo que defenderse de la agresión capitalista que buscaba asegurarse los recursos mundiales en su beneficio, dispuesto a aplastar cualquier movimiento revolucionario que amenazara sus intereses. La tercera postura es la posrevisionista que establece que ambas potencias tuvieron responsabilidad, pues las acciones hostiles de una y otra provocaron un ciclo de acción-reacción, elevando el nivel de animosidad periódicamente. Cabe señalar que actualmente esa historiografía se empeña en buscar las causas del fin de la Guerra fría.
[4] Sobre la importancia del factor chino que permite que las disputas bipolares se trasladen al escenario poscolonial y la Guerra fría deje de ser un conflicto por la disputa de Europa, véase Philip Short, Mao, Barcelona, Crítica, 2003, pp. 480-519; William Taubaum, Kruschev, El hombre y su época, Madrid, Esfera de los Libros, 2005, pp. 411-415; Jian Chen, La China de Mao y la Guerra fría, Barcelona, Paidós, 2005, pp. 13-25. Adicionalmente, el trasladar la contradicción principal a los bordes permite la distensión y la coexistencia pacífica entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
[5] En la geopolítica de la poscolonialidad se libra una batalla sobre la hegemonía del modelo socialista soviético frente a las otras vías nacionales. El diferendo chino-soviético puso en evidencia que aun dentro del llamado campo socialista existieron relaciones de dominio y subordinación.
[6] La Conferencia de Bandung (1955) inaugura un foro político inédito para este tipo de países que se definen como el Movimiento de Países No Alineados. Su primer eje lo compone el nacionalismo indio, egipcio e indonesio; posteriormente se le da cabida al socialismo yugoslavo y cubano, para mostrar esta convergencia no siempre armoniosa que oscilaba entre los polos de la Guerra fría. En esta temporalidad histórica, el uso de la crítica nacionalista contra el colonialismo y el neocolonialismo, así como marxista por el antimperialismo y la liberación nacional, cumplen con la función de explicar el nuevo fenómeno. Después de la experiencia vendrá la racionalización del nacimiento del mundo poscolonial por las relaciones de dependencia, intercambio desigual y los efectos del colonialismo en los diversos formatos de productos culturales que esas sociedades seguían alimentando.
[7] En su discurso del V Aniversario de la Revolución, el 2 de enero de 1964, Castro alineaba todas las coordenadas cubanas con la estrategia global soviética en su disputa con los chinos al enarbolar la “coexistencia pacífica”. A mediados de ese mismo año, en la celebración del 26 de julio, volvía al mismo ofrecimiento: “Nuestra posición es que estamos dispuestos a vivir en paz con todos los países, todos los estados de este continente [americano], independientemente de sus sistemas sociales. Estamos dispuestos a vivir bajo un sistema de normas internacionales a ser cumplidas en un plano de igualdad para todos los países” (Jon Lee Anderson, Che Guevara: una vida revolucionaria, Barcelona, Emecé, 1997, p. 526). La oferta, sin embargo, fue interpretada por los norteamericanos como un signo de debilidad, lo cual hizo que se incrementaran las medidas de presión.
[8] El deterioro de las relaciones cubano-soviéticas fue notorio y tardará un buen tiempo en reacomodarse. Inmediatamente después de la salida de los misiles soviéticos de Cuba, Anastas Mikoyan es destacado en La Habana para explicar la situación a la dirigencia cubana. Fidel Castro se reúne una vez con él, sólo para espetarle “¿Qué cree usted que somos, un cero a la izquierda, un trapo sucio?” (Juan B. Yofre, Fue Cuba: La infiltración cubano-soviética que dio origen a la violencia subversiva en Latinoamérica, Buenos Aires, Sudamericana, 2014, p. 263). Che Guevara es el más agresivo; una vez que Fidel sale de la reunión, critica a la Unión Soviética por su incomprensión hacia Cuba: “Estados Unidos nos quería destruir físicamente, pero la Unión Soviética, con la carta de Jruschev, nos destruyó jurídicamente”, con lo cual era cómplice de la violación al derecho internacional perpetrada hacia Cuba, y remataba: “Ustedes nos ofendieron al no consultarnos”.
[9] No hay que olvidar que el 14 de octubre de 1964 Nikita Jruschov fue desplazado del liderazgo soviético por la dupla de Leonid Brézhnev y Alekséi Kosygin, una razón más para mantener los contactos con los nuevos dueños de la situación en el Kremlin. La relación de Guevara con Moscú después de la crisis de los misiles se tornó tensa por lo que el argentino consideraba el “paternalismo” soviético hacia Cuba; se sabe por la documentación disponible que los soviéticos enviaron a La Habana, a principios de 1964, a Nikolai Metutsov, subordinado de Yuri Andropov —quien tenía a su cargo la relación con los estados socialistas no europeos en el Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS)—, para generar un informe sobre las supuestas “desviaciones” de Guevara. El problema se centraba en la coexistencia pacífica soviética y la abierta vocación insurreccional en apoyo a los movimientos de liberación nacional que el Che expresaba en cualquier foro. Según Metutsov, al dialogar con él no pudo menos que sentir simpatía y le confió que ni a Jruschov ni al Politburó les disgustaba la idea de “desarrollar el movimiento revolucionario global”; el enviado soviético reflexionaba sobre la conveniencia de ir por ese camino y se respondía: “¿Le interesaba esto a la Unión Soviética? Sí. Entonces, ¿qué tenía de malo que Cuba aportara su grano de arena? Todo iba para el mismo saco”. Guevara, por su parte, le dio todas las seguridades de que no era maoísta y que sus afinidades estaban con los soviéticos y que transmitiera “que era un amigo de verdad de la Unión Soviética y del partido leninista” (Entrevista de Anderson, en Jon Lee Anderson, op. cit., p. 512). Para el otoño de ese año, Che Guevara se reunió en Moscú con Vitali Koronov, también subordinado de Andropov pero en el Departamento América del PCUS, para quien Guevara era contrario a la política soviética de coexistencia pacífica, razón suficiente para advertirle que no contara con el apoyo de los partidos comunistas pro soviéticos de América Latina. La anotación del funcionario soviético no llegaba a la censura o el veto, pero sí era una advertencia (Jon Lee Anderson, ibidem, p. 536).
[10] Jorge Serguera Riverí (Papito), Caminos del Che, 2ª ed., México, Plaza & Valdés, 2008, p. 93.
[11] Jesús Arboleya Cervera, La revolución del otro mundo. Un análisis histórico de la Revolución cubana, La Habana, Editora de Ciencias Sociales, 2008, pp. 101-128; Jorge Serguera Riverí (Papito), op. cit., p. 94.
[12] Ibidem, p. 95.
[13] Piero Gleijeses, Conflicting Missions. Havana, Washington and Africa, 1959-1976, Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 2002, pp. 30-56.
[14] El otro papel de Argelia consiste en dar una cobertura territorial y logística a los movimientos insurreccionales latinoamericanos patrocinados por los cubanos. Cuando Argelia va estableciendo relaciones diplomáticas en la región, las embajadas argelinas van acompañando extraoficialmente los asuntos cubanos que no podían atender directamente. En Argelia se recibe a dos grupos insurreccionales entrenados en Cuba, uno venezolano y otro argentino.
[15] La estructura política del Frente de Liberación Nacional argelino, con representaciones diplomáticas en diversos países europeos, sirve de modelo para los movimientos de liberación nacional al sur del Sahara. Por tanto, era normal que mantuvieran una representación en Argel. A través de la embajada cubana en ese lugar se dieron los primeros contactos y solicitudes de ayuda para viajar a Cuba, ya sea para entrenamiento militar o como retaguardia estratégica. El papel de mediador de este país no hubiera sido posible sin la decisión de su primer presidente, Ahmed Ben Bella, de transitar por el mismo camino que propone Cuba. Con él en la presidencia, Argelia se convierte en un puente que corre en dos vías, una para vincular a Cuba con los movimientos insurreccionales africanos, y la otra para acercarse ella misma a la ayuda de la Unión Soviética.
[16] Jorge Serguera Riverí, op. cit., p. 198.
[17] A decir verdad, muchos de esos contactos eran previos a esa fecha. Por ejemplo, el guineano Sekou Touré había estado en La Habana en 1961 y se sabe de diversos contingentes africanos que se habían preparado en Cuba. Por otro lado, es importante señalar que Raúl Castro asistió a las celebraciones de la Revolución egipcia en 1959, donde pronunció un discurso a la par del que hiciera Nasser.
[18] Jorge Serguera Riverí, op. cit., p. 203.
[19] Otro punto que salta constantemente en las conversaciones que sostiene el comandante Guevara con los dirigentes políticos de los países recién independizados, como Ghana, es el futuro y viabilidad de la economía; para entonces la inquietud del Che no tenía que ver con optar por un sistema económico sino con el tamaño o la escala de la propia economía. Al presidente de Ghana, Kwame Krumah, le preguntaría: “¿Cree usted que con los proyectos actuales puede alcanzarse el desarrollo económico?”, Jorge Serguera Riverí, op. cit., pp. 208 y 242.
[20] Che ve la oportunidad de construir un escenario y aparato internacional que Cuba pudiera controlar desde el principio. Su principal escollo era Nasser y su liderazgo con los No Alineados y su antecedente, la Organización Afroasiática de Solidaridad. África y Asia —con Vietnam en la punta— ofrecen el camino global donde América Latina puede transitar para traspasar su propia geopolítica y ser parte de la revolución global antimperialista, que ayudaría a suprimir el conflicto chino-soviético al obligarlos a financiar el esfuerzo bélico. Esta idea es expresada en el Seminario Económico de Solidaridad Afroasiática en febrero de 1965 (Ernesto Che Guevara, Obra revolucionaria, 10a ed., sel. y pról. de Roberto Fernández Retamar, México, Era, 1985, pp. 489-497).
[21] Jon Lee Anderson, op. cit., p. 540.
[22] Ernesto Guevara, Pasajes de la guerra revolucionaria (Congo), México, Ocean Sur, 2009, p. 33. Antes de la publicación de este libro, sólo se conocían fragmentos de él, como parte de la narrativa del texto de Paco Ignacio Taibo II, Froilán Escobar y Félix Guerra, El año que estuvimos en ninguna parte (México, Joaquín Mortiz / Planeta, 1994), que durante un tiempo llenó un vacío de información importante.
[23] De la visita a Beijin, Emilio Aragonés recuerda que fue difícil y tensa, pues los chinos no se movieron ni un ápice de su postura antisoviética, donde involucraban a los cubanos por su “confusión frente a los revisionistas”. Mao Zedong no los recibe y Zhou Enlai encarga a Deng Xiaoping lidiar con los caribeños; vésae Jorge Castañeda, La vida en rojo. Una biografía del Che Guevara, 1ª reimp., México, Alfaguara, 1997, pp. 354-355. Por supuesto queda descartada cualquier ayuda china o de coordinación en el Congo.
[24] Mohamed Heikal, Los documentos de El Cairo. De los archivos secretos de Gamal Abdel Nasser, México, Lasser, 1972, pp. 209 y 212.
[25] Se trata de la ponencia que Che presenta en el Foro de Solidaridad Afroasiático en febrero de 1965, celebrado en Argel. Existen dos puntos para el disenso de la elite de comandantes cubanos y los políticos del PSP pro soviético con el mismísimo Che Guevara; el primero es la responsabilidad de la Unión Soviética y demás países socialistas (incluida China) para financiar el esfuerzo de la guerra revolucionaria allí donde se esté produciendo, sin condición alguna; el segundo, que la relación entre los países recién liberados del colonialismo y el neocolonialismo y ese mismo campo socialista debe estar regulada por la solidaridad y la fraternidad y no por el cálculo económico “del beneficio mutuo“ basado en la ley del valor, con lo cual se perpetúa la dependencia de los países poscoloniales. El asunto cala hondo, pues Guevara sitúa a la Unión Soviética como parte de un sistema global que mantiene la dependencia: “¿Cómo puede significar ‘beneficio mutuo’ vender a precios de mercado mundial las materias primas que cuestan sudor y sufrimiento sin límites a los países atrasados y comprar a precios de mercado mundial las máquinas por las grandes fábricas automatizadas del presente? Si establecemos este tipo de relación entre los dos grupos de naciones, debemos convenir en que los países socialistas son, en cierta manera, cómplices de la explotación imperial” (Ernesto Che Guevara, op. cit., 1985, p. 490).
[26] Existe una divergencia grave en torno a la existencia misma de esta reunión con Raúl Castro, pues tanto Castañeda como Anderson sostienen que sí estuvo presente, mientras que Gleijeses (op. cit., pp. 103-106) afirma lo contrario, y acusa a ambos biógrafos de Guevara de no entender la naturaleza de las relaciones cubano-soviéticas y de pasar por alto que Raúl se encuentra en Moscú desde el 26 de febrero y regresa a La Habana el 6 de abril, mientras que Che sale de Cuba el 1 de ese mes, por lo cual es imposible que estuvieran discutiendo. En realidad, Gleijeses descalifica a Benigno una vez que escribe sus memorias como exiliado político del castrismo en Francia. Carlos Franqui (Cuba, la revolución: ¿mito o realidad?, memorias de un fantasma socialista, Barcelona, Península, 2006) apuntala la primera versión con información de Celia Sánchez, por entonces figura poderosa y emblemática del primer círculo fidelista.
[27] A su salida al Congo, Che entregaría la famosa carta de despedida en propia mano a Fidel Castro (Víctor Dreke, De la Sierra del Escambray al Congo. En la vorágine de la Revolución cubana, 2a. reimpr., Nueva York, Pathfinder, 2003). Allí renuncia a todo lo ganado en Cuba: la nacionalidad y sus cargos en el partido y en el Estado. “Nada legal me ata a Cuba”, aunque reconoce el liderazgo de Fidel y la imposibilidad de éste de hacer lo que él sí puede (Ernesto Che Guevara, op. cit., 1985, p. 663). La ambigüedad de la relación se mantendrá en los siguientes dos años, durante los que Che, sin representar a Cuba, opera con el apoyo de ese país en su siguiente aventura revolucionaria. “Con Fidel ni divorcio ni matrimonio”, había confiado Che a Carlos Franqui (op. cit., p. 312) la última vez que ambos coincidieron en París a mediados de 1963.
[28] Jorge Castañeda, op. cit., pp. 364-367.
[29] Jon Lee Anderson, op. cit., p. 547.
[30] Jorge Castañeda, op. cit., p. 366; Daniel Alarcón Ramírez (Benigno), Memorias de un soldado cubano. Vida y muerte de la revolución, Barcelona, Tusquets, 1997.
[31] Ernesto Guevara, op. cit., 2009, p. 34.
[32] En la segunda conversación con Nasser, Che Guevara se confiesa, ensimismado y taciturno: “Honestamente, pienso que no soy apto para hacer lo que yo hago y busco un lugar donde refugiarme. Yo he soñado con ir al Congo, pero después de lo que he visto ahí, me siento inclinado a aceptar su punto de vista” (Mohamed Heikal, op. cit., p. 214). Por otro lado, y para aumentar la especulación sobre los “hechos”, Gleijeses (op. cit., p. 424) apunta en la nota 14 del capítulo quinto de su libro que Che sale de Cuba con el nombre de Juan Soto el mismo día que señalan los biógrafos citados.
[33] Víctor Dreke, op. cit., 2002, p. 138.
[34] Ernesto Che Guevara, op. cit., 2009, p. 123.
[35] Jon Lee Anderson, op. cit., p. 571.
[36] Ernesto Guevara, op. cit., 2009, p. 152.
[37] Por ejemplo, los nativos se negaban a cargar pertrechos militares, excepto su fusil y una manta, si se trataba de largas jornadas de camino. Decían que ellos no eran camión (Mimi hapuana motocari) y después que no eran cubanos (Mimi hapuana cuban) (Ernesto Guevara, op. cit., 2009, p. 50). Otro ejemplo fue cavar las trincheras para la defensa de un perímetro. Los nativos se negaban a hacerlas, aduciendo que los hoyos eran para los muertos. Incluso las muestras de deferencia de los nativos hacia el propio Che y sus hombres arrancaban expresiones de hilaridad contenida si no de franco hastío: cuando el jefe militar congolés Moulana invitó a Guevara a su aldea, lo recibió ataviado con una piel de leopardo coronado con un casco de motociclista, “lo que le confería un aspecto bastante ridículo”, consignó en su diario de campaña (Ibidem, p. 126). El no menos ingenioso escolta del argentino, Tumaini [Carlos Coello], lo bautizó como el “cosmonauta”. Ahí mismo, la comitiva cubana presenció en su honor una parada militar, que para los caribeños resultó un espectáculo “chaplinesco”.
[38] “Por otro lado, ¿quién era yo ahora? Me daba la impresión que después de mi carta de despedida a Fidel, los compañeros empezaron a verme como un hombre de otras latitudes, como algo alejado de los problemas concretos de Cuba, y [por esa razón] no me animaba a pedir el sacrificio final de quedarnos”, Ernesto Guevara, op. cit., 2009, p. 230.
[39] Ernesto Guevara, op. cit., 2009, p. 107.
[40] El relato ofrecido por Benigno y retomado para la biografía de Castañeda sobre Che —con ligeras variantes— no está consignado por otros biógrafos, pero ha sido confirmado por este último con otros dos testigos: Aragonés y Fernández Mell. Ante la negativa de Che de subir a una de las lanchas si no lo hacen primero mujeres y niños, Changa le explica sus órdenes: “Mire, estos negros son de aquí de la selva, están dispuestos a vivir aquí. A estos negros no son a los que buscan los mercenarios. A los que buscan es a usted y a los negros cubanos... yo tengo órdenes de que a los que no pueden masacrar es a ustedes y hay que sacarlos. Yo lo respeto a usted y cumplo sus órdenes, pero aquí estoy cumpliendo órdenes de Fidel y si tengo que amarrar a usted para llevármelo, yo lo amarro y me lo llevo”. Daniel Alarcón Ramírez (Benigno), op. cit., pp. 101-102. Jorge Castañeda, op. cit., pp. 393-394.