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Conversar con el 68: el monumento y la medusa

ENVIADO POR EL EDITOR EL Lunes, 16/12/2024 - 17:16:00 PM

Carlos San Juan Victoria*

 

Resumen

A través de una excelente metáfora narrativa San Juan compara el movimiento del 68 con una medusa marina, flotante y transparente, hermosa y peligrosa, que una vez que te toca te transforma para siempre. Las líneas evocan su experiencia tatuada en la piel, con un pasado de represión, agitación, muerte y a la vez nacimiento, al Babel de inconformidad y sed de injusticia que inició un cambio profundo hacia lo que siguió: el 88, las organizaciones autogestivas, las luchas de los barrios en la Ciudad de México, el #Yo soy 132, Ayotzinapa.

Palabras clave: 68 mexicano, experiencia, movimiento estudiantil, represión.

 

Abstract

Through an excellent narrative metaphor San Juan compares the movement of 68 to a medusa (jellyfish), floating and transparent, beautiful and dangerous, that once you touch it, it transforms you forever. The lines evoke the experience tattooed on his skin, with a past of repression, agitation, death, and at the same time birth, the Babel of dissatisfaction and thirst for injustice that triggered a profound change in what was to follow, ‘88, self-managed organizations, neighborhood struggles in Mexico City, #Yo soy 132, Ayotzinapa.

Keywords: Mexico 1968, experience, student movement, repression.

 

Tal vez te acuerdes que nos conocimos en aquel verano cuando las jacarandas de la calle de Corina estaban todas verdes, esperando pacientes su lila invernal. Ahí se había cambiado la Prepa 6, era mi primer año y las lluvias empezaban. Si me atrevo a decirte lo que ahora pienso es, entre otras cosas, porque te llevo dieciséis.

 

Y con todo aprecio, no en balde nos cambiaste a muchos la vida, me parece que llegas a los cincuenta como un monumento hecho y derecho. Te esperan reconocimientos de casi todas las instituciones, tal vez no las policiacas y militares, pero autoridades escolares, diputados, partidos, medios masivos y congresos te van a quemar incienso. Y cuando naciste, casi todos ellos, con sus muy importantes excepciones como Barros Sierra, estaban en tu contra. Claro, se dirá, es que ahora vivimos en democracia.

 

Y en parte es cierto. Hay que festejar eso y estar alegres. Pero déjame recordarte algunas cosas. Que al paso de los años te fuiste convirtiendo en algo que no estaba en esos días lluviosos que nos cambiaron. Ahora tu monumento a los cincuenta años ya trae cincelado, inscrito en piedra, que eres el precursor de un invento posterior, una democracia sólo electoral, y que los nuevos regímenes cada vez más empresariales y antipopulares reclaman desde 1988, un año amargo, de fraude electoral, que venían de tu lucha contra el PRI-gobierno. Que eran parte de tu tiempo de modernidad, de romper con el pasado e inaugurar la democracia que los eligió, así sea mediante el fraude.

 

Trato de recordar desde esa mínima experiencia vivida como brigadista si algo así estaba en juego. El pliego petitorio exigía la supresión de cuerpos represivos, de leyes represivas, llamaba a la inapreciable justicia que castigara a las autoridades policiacas responsables y resarciera a las víctimas de su violencia, y algo que aún resuena fuerte en estos años de libertades democráticas, que se reconociera la existencia de presos políticos y que una política jerárquica y distante, llena de privilegios, abriera un diálogo público. Algo tan subversivo ayer como ahora. Un ácido contra las legitimidades de los poderes y que puede borrar lo que te cincelaron.

 

Hablando de ácidos y ahora que casi eres estatua, fíjate que tu forma no se le acercaba para nada. En realidad, eras como una medusa. Sí, las de mar abierto, casi transparentes, que parecen volar. Con una cabeza cohesionadora y programática, el Consejo Nacional de Huelga, de la cual surgió el pliego petitorio. Y con múltiples tentáculos con cientos y miles de fibrillas en las setenta instituciones educativas en huelga, con sus cientos de Comités de Lucha en cada escuela y sus miles de brigadas compuestas de jóvenes, hombres y mujeres que nunca —salvo excepciones— habían tenido vida pública. Habrá quien suponga que te movía la cabeza, pero lo que recuerdo es que te impulsaban esas miles de dizque patitas, múltiples, diversas y creativas. Pero no sólo es un asunto de forma. Eras medusa; sí hombre, deja te digo: sí eras medusa de las que viven en el mar salobre, las que si por algún descuido dejas que se acerquen y te toquen, nunca las olvidas, te queda una mancha roja que irrita y duele. Algo parecido le hiciste al orden vigente en esos días.

 

En ese monumento que eres ahora, pesa el gesto y el color del drama vivido por la represión que te gestó desde julio, te persiguió en los meses siguientes y que intentó matarte el 2 de octubre. Y sin embargo, acuérdate, la represión fue la marca del Estado. Y la acción de los estudiantes en los treinta benditos días de agosto y buena parte de septiembre, estuvo llena de creatividad, alegría y pasión a manera de respuesta a su violencia. Me atrevo a decir que lo que se vivió entonces sólo puede describirse como una gran fiesta. Un carnaval de la imaginación. Y eso me consta casi como tatuaje en la piel. Con la huelga masiva de fines de julio inició un recreo que para algunos aún no acaba. Se desajustó no sólo la política estatal, sino todo su orden cotidiano. La autoridad del señor presidente se tambaleó, pero también el orden jerárquico de las escuelas, la cohesión autoritaria de las familias, la credibilidad de los medios masivos a los que les gritábamos “¡prensa vendida, prensa vendida!”, con la inestimable excepción del Excélsior de Julio Scherer, del Sucesos y del Por qué! La rigurosa programación del deseo juvenil (“quiero ser ingeniero, quiero ser doctor, tener casa, familia, perrito y un coche”) se hizo trizas para todos los atrapados en el tiempo del ventarrón. Y eso, discúlpame, pero eso no está muy presente en la memoria que te fabricaron.

 

Fue un tiempo donde brotaron actividades, imaginarios y deseos que antes no existían. Tomamos las escuelas en huelga, se organizaron asambleas donde por primera vez hicimos uso de la palabra, a veces sólo un penoso balbuceo que a varios los traumó de por vida, algún salón se convirtió en Comité de Lucha, surgía una República de los Iguales entre ricos y pobres, hombres y mujeres, blancos y morenos, aunque siempre algo recordaba las profundas diferencias aprendidas que regían a nuestra sociedad clasista, estamental. Proliferaron las brigadas para acciones concretas y los “círculos de estudio” para los que se atrevieran a conocer un saber arcano, el de las revoluciones socialistas, y aún más secreto, un marxismo que surgía con la fuerza del nuevo evangelio, de la palabra revelada. Muchachas y muchachos convivimos como nunca en un trato de cierta igualdad y reconocimiento, e incluso descubrimos a algunas de ellas que nos deslumbraban por su iniciativa, valor e imaginación. Las calles, los destartalados camiones y trolebuses que circulaban en Héroes del 47, los mercados del centro de Coyoacán y sus periferias; todo se convirtió en plaza pública, en lugares de volanteo, de boteo para las cooperaciones, de mítines relámpago. Entre agosto y septiembre miles de nosotros conocimos el poder que nace del número, de la alegría desbordante y de tomar la calle. Apenas surgido, aquel poder se desvanecía, pero provocó un sismo en ese México.

 

Había una estela de movimientos estudiantiles previos. Pero ahora no se pedía que se facilitara el acceso a la educación media o superior, que se mejorara la autonomía universitaria, tampoco que bajaran las tarifas del transporte público. Miles de chavos gritaban “¡diálogo público, diálogo público!”, algo tan ajeno a los usos y costumbres de todos, de gobernantes y de gobernados. No lo sabíamos, pero se abría una rendija y se entreveía otro imaginario del vivir en común.

 

Y el otro grito que también abrió el horizonte fue “¡únete pueblo, únete pueblo!”, un deseo de encuentro y de trato con el Otro que, la verdad, era todo el mundo, todos los que estaban fuera del claustro escolar. Lo que inició como incipiente trato en calles, plazas y mercados, luego se expandió en los años posteriores como un encuentro con ese ancho mundo, tan ajeno, tan extraño, de la vida fabril, de sindicatos, de los pobladores urbanos, de regiones rurales y de las culturas de pueblos y comunidades. Julio me platicó cómo llegó a Bahía de Banderas para trabajar con unos ejidos en Nayarit; fue de las primeras experiencias de la política popular. Y la Cooperativa de Cine Marginal se introducía en las zonas fabriles del norte de la ciudad. De ahí surgieron saberes y maneras de actuar y de vivir que ninguna institución educativa ofrecía. Una mezcla de tradiciones, horizontes y lenguajes nacía de los espacios de conflicto y de búsqueda de alternativas. Eran aguas salobres.

 

En esa Babel de la inconformidad, de la sed de justicia, de las ganas de pelear y de inventar formas de vida, se nombró de muchas maneras a lo que estábamos viviendo. Algunos lo llamaron revolución, con el agregado de “a la vuelta de la esquina”. Otros le decían democracia, pero entendiendo por ello una puerta muy grande para que miles y miles hicieran política en sus lugares de vida cotidiana y que implicaba otro orden de Estado, de escuelas, de familias y de vidas individuales. De este tamaño era esa puerta que luego se convirtió en una pequeña entrada a un laberinto electoral donde sólo te piden que a una hora de un día determinado vayas y votes, que te salgas por favor y sigas tan tranquilo en el orden que te fabricaron.

 

Tu herencia dio para todo. Una variedad de hongos venenosos donde prosperó el arribismo, la simulación, la legitimación de gobiernos espurios. Pero también esos extraños personajes que traen una especie de software integrado, imagino algo así como el espíritu revueltiano ¿o revoltoso? del 68. Un detector de reclamos colectivos, el fomento a la participación popular y horizontal, la certidumbre asamblearia, cierta facilidad de palabra, con sus detonadores incendiarios como el “¡ya basta!”. No puede faltar la creación de formas autogestivas en lugares tan diversos como las normales rurales, las cooperativas de la Tosepan, los barrios de la Ciudad de México que estudia mi amiga Lucía, las experiencias de los jóvenes que difundieron la solidaridad con Ayotzinapa y antes habían formado un movimiento tan imaginativo contra las nuevas dominaciones mediáticas como el #Yo soy 132. Y apenas ayer, una alegría de carnaval que acompañó a la campaña de AMLO. Y cuando los veo actuar con tanta intensidad en el conflicto del momento, la pugna contra la injusticia que ahora daña, la naciente esperanza que arrastra a muchos, me digo y te digo: gozas de cabal salud, mi buen, sigues inmerso en las aguas salobres del conflicto, los lugares propios para las medusas, no en la ceremonia ni en la quema del incienso. Perdóname, te lo tenía que decir, pero venga, hombre, si son buenas noticias, y va la mejor: yo pago los tecitos que nuestra edad aún tolera.

 

* Dirección de Estudios Históricos, INAH.