La Revolución de Octubre y el Caribe
ENVIADO POR EL EDITOR EL Lunes, 16/12/2024 - 17:25:00 PMJosé Guadalupe Martínez García*
Del 8 al 15 de noviembre del 2017 realizamos una exposición de carteles de la Revolución soviética en el marco de las Jornadas del Libro Caribeño. Esta obra gráfica es parte de los acervos del INAH y se encuentra en los repositorios de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia. Son expresión artística, propagandística y de creación de iconos simbólicos de la naciente República de los Soviets.
En marzo de 1917, en la capital de Rusia, llamada entonces Petrogrado, estalló la revolución que derrocó a Nicolás II, último zar de la dinastía Romanov, la cual gobernó y convirtió al país en el más grande del planeta. Durante los trescientos años del gobierno zarista, Rusia fue llamada “la cárcel de los pueblos” debido a que sus poco más de ciento cincuenta nacionalidades fueron paulatinamente rusificadas, limitando el desarrollo de las culturas nacionales y sometiendo a rusos y no rusos a una política de dominio y explotación por la autocracia.
A la caída del zar, surgió un gobierno provisional incapaz de enfrentar con éxito las demandas populares, que incluían la paz anhelada no sólo por los diez millones de campesinos enrolados a la fuerza en el ejército, sino por toda la población; el pan para casi cien millones de pobres, y la tierra y el empleo tan urgentes en las ciudades y campos del extenso país. La noche del 24 de octubre de ese mismo año, la fracción bolchevique del Partido Obrero Social Demócrata Ruso, aliado con el Partido Socialista Revolucionario y otras agrupaciones socialistas, tomaron el poder y lo entregaron a la nueva agrupación popular que surgió al calor de la lucha: el soviet. Triunfaba así la revolución socialista soviética.
Este acontecimiento constituye un hito de la historia mundial. Eric Hobsbawn, el gran historiador, calificó al siglo XX como el de Rusia; afirma que la centuria inició con la Revolución soviética en 1917 y concluye con la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1991. En los años siguientes al triunfo bolchevique se desarrolló una auténtica ola revolucionaria mundial: se alzaron y fueron derrotadas revoluciones socialistas en Alemania y Hungría, surgieron partidos comunistas y agrupaciones obreras en todo el mundo y se incrementaron las huelgas en Estados Unidos, Inglaterra, Francia y en todos los rincones del planeta.
Los carteles que ahora expone la Galería de la Revista Con-temporánea concentran en su fuerza expresiva la inspiración que la Revolución de Octubre dio a los socialistas del mundo para continuar la lucha por su causa. Apuntan logros, celebran el poderío industrial y militar y de manera involuntaria nos muestra el culto a la personalidad y una nueva forma de autocracia.
América Latina y el Caribe forman parte de esta gigantesca transformación, cuando la consigna de que otro mundo era posible se convertía en realidad a lo largo de los más de veintidós millones de kilómetros cuadrados de la lejana Rusia.
La exposición de carteles no toca este tema, pues la biblioteca carece de los carteles adecuados para contar esta historia muy intensa y rica. Ya desde 1912 en Argentina y Chile habían aparecido partidos socialistas que, tras la Revolución de Octubre, se convirtieron, en 1918, en los primeros partidos comunistas latinoamericanos. En México, envuelto en el fragor revolucionario de la segunda década del siglo, el deslinde de las fuerzas que surgen de la revolución se sumó a la ola mundial y en 1919 se crearon varios partidos comunistas.
La presencia de la Revolución de Octubre en el Caribe empieza con la figura de Nikolai Borodin, el enviado de la Rusia soviética para promover la revolución en nuestro continente. Según se puede leer en las memorias del luchador hindú Manabendra Nath Roy, Borodin viajó desde Hamburgo con destino a México con un gran cargamento de joyas para promover acciones revolucionarias en Norteamérica, pero le fue robado y las joyas terminaron en Haití, país al que Borodin regresó a fin de recuperarlas (si lo logró o no, se omite en el relato de Roy).
Es en Cuba donde el impacto revolucionario de la Rusia soviética se manifestaría más claramente. La formación del Partido Comunista Cubano en 1925 fue precedida por una ola de agitación entre los estudiantes universitarios y los trabajadores de la isla. Las recientes luchas independentistas —que habían concluido en una república maniatada por la ominosa Enmienda Platt en su constitución— y la presencia de tropas norteamericanas en su territorio alimentaron las ideas socialistas en la juventud cubana, de cuyo seno surgió Julio Antonio Mella, personaje activo y carismático.
Mella destacó como líder estudiantil y deportista en la Universidad de La Habana, a la que ingresó en 1921. Al interés propiamente académico por la renovación universitaria, se unía en él la preocupación política por la modernización de la sociedad y la búsqueda de la ampliación de la democracia y la participación de los estudiantes en la vida nacional. En enero de 1923 fue nombrado líder de la lucha estudiantil por la reforma universitaria y fundó la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU). En octubre organizó y dirigió el Primer Congreso Nacional de Estudiantes, y en noviembre inauguró la Universidad Popular José Martí, con el propósito de impartir instrucción política y académica a los trabajadores y de vincular la Universidad “con las necesidades de los oprimidos”.
Director y redactor de la revista Juventud (1923-1925), Mella fue también fundador de la Liga Anticlerical (1924) y de la sección cubana de la Liga Antiimperialista de Cuba junto a Carlos Baliño y con la presencia combativa de Rubén Martínez Villena. La Liga, inspirada en la Internacional Comunista, sería un instrumento fundamental para la aplicación creativa de las ideas leninistas en los países coloniales y dependientes. Mella llegaría a convertirse en el máximo orientador de la organización en toda Latinoamérica. En ese mismo año ingresa en la Agrupación Comunista de La Habana y desde ella despliega un trabajo muy activo entre el proletariado. En 1925 fundó junto con Carlos Baliño el Partido Comunista de Cuba, y con Alfonso Bernal del Riesgo el Instituto Politécnico Ariel.
Julio Antonio Mella se exilia en México, donde entabla relación con el movimiento revolucionario continental e internacional. En febrero de 1927 asiste al Congreso Mundial contra la opresión colonial y el imperialismo, celebrado en Bruselas, y allí, bajo su conducción, los latinoamericanos hacen un importante aporte al pensamiento revolucionario de la época: denuncian las dictaduras criminales que apuntalan los monopolios estadounidenses y desenmascaran a la Unión Panamericana como instrumento de la expansión estadounidense. Participa luego en la Liga Campesina Nacional de México y realiza además una constante labor de apoyo material y solidaria a la causa del pueblo nicaragüense que, comandado por Augusto César Sandino, resiste la invasión yanqui. También apoya las labores conspirativas de los revolucionarios venezolanos que se preparan para la lucha armada contra la dictadura proimperialista en su país. Viaja a Moscú, donde toma parte en el Congreso de la Internacional Sindical Roja. Fue miembro del Comité Central del Partido Comunista de México; luchó por la reforma agraria, por la nacionalización del petróleo y se une a las huelgas de los mineros. Su asesinato por los esbirros de Machado no acabó con la lucha encabezada por él e inspirada firmemente en la revolución socialista rusa, esa esperanza de emancipación que se expandió en México, el Caribe y toda América Latina.
* Subdirector de Archivos de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, INAH.