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Viento en popa

ENVIADO POR EL EDITOR EL Viernes, 13/12/2024 - 16:03:00 PM

Francisco Pérez Arce**

 

¿Qué es una huelga? Otra cosa que una escuela vacía. Los estudiantes están ahí, la habitan, usan sus auditorios y sus salones, se reúnen, hablan de lo que pasa. Si no lo sabían ahora se enteran de que es un tiempo de rebeldía en otros países. Si no lo sabían, se enteran del Mayo francés y por primera vez oyen hablar de las barricadas en el Barrio Latino. Si no lo sabían, se enteran de la rebelión negra en Estados Unidos. Si no lo sabían, se enteran de la Guerra de Vietnam: lo piensan, circulan libros y revistas, lo ven en películas. Abundan los cineclubes. Oyen canciones desconocidas y ahora saben que vienen de la Guerra civil española o de la folk music de Estados Unidos o de la tradición sudamericana. Una escuela en huelga es una escuela en manos de los estudiantes. En pocos días se dan cuenta de que es un espacio libre y pueden hacer lo que quieran, y de que no se trata de un tiempo libre sino de un tiempo ocupado. Nunca habían habitado un territorio tan libre y a la vez... ¿cómo decirlo?, tan compartido, tan colectivo.

 

La del 13 de agosto es una gran marcha que va del Casco de Santo Tomás al Zócalo. Supera en tamaño a la del Rector y la del Poli. Su tamaño sorprende a todos, empezando por los estudiantes mismos. Nunca se habían atrevido a hablar de cientos de miles; ahora se atreven. El movimiento gana confianza. Una multitud rebelde ocupa la plaza central, corazón político del país, y lo hace sin pedir permiso. Encabeza la Coalición de Maestros con una gran manta: “Los profesores reprobamos al gobierno por su política de terror”.

 

El movimiento reitera que su lucha es por libertades democráticas. Es pacífico y es legal: defiende la Constitución. Más allá de los seis puntos y de su contenido formal, está naciendo un estilo de protesta: festiva, irreverente y radical. Se estrenan consignas. Se toman frases del Mayo francés (“todos somos judíos alemanes”) y de la Revolución cubana (“con la OEA o sin la OEA ya ganamos la pelea”). El Che Guevara lleva unos meses de muerto y ya es símbolo mundial de rebeldía: su imagen aparece pintada (en la versión de la fotografía de Korda) en carteles y mantas; a partir de entonces será parte integrante del movimiento. La manifestación es emocionante: al pasar frente a oficinas de periódicos brota el viejo grito “¡prensa vendida!” Al entrar a la calle angosta que conduce al Zócalo la temperatura sube, en las ventanas aplauden y hacen señas de apoyo, y sonríen. “¡Únete pueblo, únete pueblo!” Hay una nueva comunidad entre los estudiantes rebeldes y la gente que los mira. La llegada a la plaza es de triunfo. Acaban de realizar una gran manifestación.

 

Agosto es la primavera del movimiento. Sus consignas inundan la ciudad. La prensa no puede ignorarlo, aunque sólo da cuenta de él para descalificarlo. Habla de los “alborotos” y los “alborotadores”. Les atribuye intereses y padrinos nefastos. Son los tiempos de la prensa dominada por los boletines oficiales. Los periodistas no informan con libertad. El gobierno controla a la prensa escrita a través de Productora e Importadora de Papel, S. A., la empresa estatal que tiene el monopolio de la distribución del papel. No necesita reprimir a los periódicos, a los que se salen del huacal nada más les quita el papel o se los regatea. Así, la censura adquiere la forma más efectiva de autocensura.

 

Los estudiantes necesitan informar directamente a los ciudadanos, aunque la palabra “ciudadano” no estaba al uso. Tenían que informar al obrero, al pequeño comerciante, a la ama de casa, al marchante del mercado, al trabajador de oficina, al público de los cines. Tenían que informar a esa gente que solía llamarse “el pueblo”, y para eso inventaron el antídoto a la “prensa vendida”: la brigada.

 

La brigada es un grupo de estudiantes que sale a recorrer la ciudad repartiendo volantes. Buscan los sitios naturales de concentración: mercados, calles comerciales, cines... O abordan camiones o se plantan frente a una fábrica a la salida de los obreros. Elegido el sitio, hacen un “mitin relámpago”: uno de los brigadistas busca un lugar en alto y dice un discurso apresurado mientras los otros vigilan, repartes volantes y botean. Es “relámpago” porque tiene que ser rápido para salir corriendo antes de que llegue la policía. El mitin relámpago es bastante efectivo a pesar de que a veces hay corretizas y detenciones. Las brigadas salen por cientos de todas las escuelas. Se reparten miles de volantes, su número es incalculable. En todas las escuelas hay mimeógrafos trabajando sin parar.

 

Por las noches esas mismas brigadas salen de “pintas”. Llevan pintura y brocha gorda, y buscan las paredes más apetitosas para pintar una frase, cualquier frase, la que al pintor se le antoje; pero se repiten algunas: “Apoyo a los seis puntos”, “Exigimos diálogo público”, “Libertad Vallejo”, “No represión”... y siempre con la firma al final: CNH.

 

También pintan camiones de pasajeros, lo que hace que la consigna viaje al menos una vuelta antes de que la borren, y se pinta otra vez en una batalla interminable. Así, con palabras pintadas a la carrera, con miedo a veces de que aparezca una patrulla, los estudiantes decoran la ciudad, y los seis puntos y el CNH son conocidos por todo mundo. “Seis puntos, CNH, Diálogo público”, “No represión, Libertad presos políticos, CNH”, “No represión, CNH, Libertad Vallejo”...

 

Los mimeógrafos trabajan a todo tren. Los encargados se hacen expertos en su mecánica: andan manchados de tinta hasta los pelos, hay estopa y hojas manchadas tiradas en el suelo, pero los mimeógrafos no paran. Se necesita papel, tinta y esténciles. Alguien debe “picar” los esténciles en una máquina de escribir a la que se le ha quitado la cinta. Alguien más redacta los volantes, con una guillotina se cortan las medias cuartillas. En el salón-taller se van amontonando los paquetes de volantes. Generalmente se utiliza papel revolución; es el más barato, pero también más poroso y chupa más tinta. También a veces se utiliza papel bond, es más fino, más blanco y más caro. Las brigadas llegan temprano en la mañana, o temprano en la tarde, o temprano a cualquier hora, se llevan los volantes a la calle y los reparten.

 

También hay que fabricar botes para pedir la cooperación económica al respetable público. Esa tarea es fácil, sólo hay que pintarlos de rojo y negro, ponerle las siglas del Consejo Nacional de Huelga y hacer una ranura en la tapa. Los que se llevan los volantes agarran también un bote que regresa pesado, lleno de monedas de cobre de veinte centavos, o tostones, de cincuenta. El linchamiento mediático del movimiento no tiene éxito porque las brigadas son un medio de contra-información muy efectivo. Las mujeres están en todo, cada vez con más naturalidad y soltura, y quizá con más urgencia que sus compañeros.

 

La “actividad reina” de la escuela es la asamblea general. Es casi permanente. La asistencia es variable, pero el auditorio nunca está vacío; los asistentes entran y salen. En los momentos graves el auditorio está a tope y nadie se mueve. Se habla mucho. Se repiten las mismas cosas. Es también, sin proponérselo, una escuela de oratoria. Se crea un estilo que contrasta con la oratoria engolada, solemne, retórica, ensayada por años en los concursos de la Facultad de Derecho y habitual en las campañas priistas. Nace una oratoria radical y llana. Todo se somete a votación. Con frecuencia se vota si se vota. Se pide concreción a los oradores que suelen extenderse demasiado. La palabra “concretito” se usa a menudo para exigir que se vaya al grano. Se hacen análisis muy complicados que no siempre son seguidos por un auditorio distraído.

 

Cuando empieza, la asamblea no sabe qué hará el movimiento. Cuando termina tampoco. Una manifestación, un pronunciamiento, una comisión de redacción. Sacar todas las brigadas que sea posible. Ir a las fábricas porque, aunque ella no lo sepa, la clase obrera es nuestra principal aliada, o debe serlo, o queremos que sea. Ir a los cines y dejar las hojas en las butacas. (Los cines eran grandes y las funciones baratas, el boleto costaba cuatro pesos en las funciones de estreno y estaban los aún más baratos programas dobles y triples; había que hacer colas, a veces largas, frente a las taquillas.) Ir al pueblo. Los mercados son el sitio favorito de las brigadas. Alguien siente la necesidad urgente de contar en la asamblea la experiencia de su brigada en el mercado de San Ángel, la buena recepción, la cantidad de cosas que les regalaron los marchantes, la pintoresca imagen de los brigadistas cargados de naranjas, papas y zanahorias. La cocina de la escuela está llena, se come bien en la huelga gracias a los locatarios de los mercados. Por supuesto alguien tiene que cocinar, también para eso hay comisiones. Paco Ignacio Taibo II recuerda lo que podía comerse, por ejemplo:

 

Menú para el comedor colectivo Nguyen Van Troi, Facultad de Ciencias Políticas, primeros días de agosto del 68, cocinan una maoísta, una democristiana de izquierda, un trotskista, dos guevaristas de minifalda. De beber: agua de jamaica; de comer: caldo de pollo, papas hervidas con sal; plátano de postre. Duración del menú sin variaciones: cuatro días, hasta que se acabe lo que nos regalaron los locatarios del mercado de Mixcoac.

 

 

 

Las asambleas a veces son caóticas, se necesita hablar de muchas cosas. La mesa pide concreción a los oradores: “No se disperse, compañero, sea concretito por favor, eso no está en la orden del día”. “Moción, moción de procedimiento”. “El compañero ha pedido una moción”. “Es que el compañero está tocando un tema que debe tratarse en asuntos generales”. Los oradores insisten a pesar de las mociones: “Esto es importante, compañeros”, y relata la experiencia extraordinaria que la brigada tuvo en la refinería de Azcapotzalco, o en la ocurrencia que alguien tuvo de arrojar volantes desde el balcón del cine Gloria cuando terminaba la película, y cómo la gente recogía los volantes y se ponía a leerlos. Las asambleas son frecuentes y caóticas, pero mágicamente logran votar el acuerdo que se necesita y que los representantes llevan al CNH. Sí, que se haga la manifestación propuesta para el 13 de agosto. Sí, que parta del Casco de Santo Tomás y termine en el Zócalo. Que se formen las comisiones. La asamblea ha terminado, podéis ir en paz, por lo pronto.

 

La manifestación del 13 de agosto tiene consecuencias expansivas. El movimiento ha dado un salto. Universidades de provincia se suman a la huelga. Universidades privadas, inopinadamente, también hacen paros. La Iberoamericana ya lo había hecho, ahora lo hace la Universidad del Valle de México. La Universidad de Oaxaca se va a huelga. El Conservatorio Nacional de Música se suma al CNH.

 

Actores políticos se pronuncian: el Partido Acción Nacional reprende al gobierno por no salirse de su versión primitiva de que se trata de una conjura comunista, lo que le impide reconocer lo que está a la vista: un amplio movimiento de inconformidad estudiantil.

 

Los de agosto son los mejores días del movimiento. No sólo tiene una abrumadora presencia nacional, sino que recibe mensajes de solidaridad internacional de organizaciones y grupos de lo más diverso. El control mediático de la prensa ha sido vencido por multitud de brigadas y por la manifestación del 13 de agosto. No pudo el gobierno hacer invisible al movimiento ni travestirlo de complot comunista. Los domingos 18 y 25 de agosto hay festivales artísticos en la explanada de rectoría de CU y en la Plaza Roja de Zacatenco. También hay actividades en los grandes auditorios, el Justo Sierra de Filosofía, rebautizado esos días como auditorio Che Guevara, y el auditorio mayor de Zacatenco, conocido como El Queso.

 

Brigadas recorren la Alameda Central, la Alameda de Santa María, la plaza de Santo Domingo y el bosque de Chapultepec, lugares de paseo dominguero de la gente del pueblo.

 

Todos los días de esas dos semanas, en los edificios escolares hay una actividad desaforada. Si la imaginación no ha tomado el poder, al menos ha hecho de los espacios escolares auténticas “zonas liberadas”. Todas las propuestas son bienvenidas. Se programan exhibiciones de cine, conciertos, conferencias. Se habla de otros movimientos, de otras historias. Maestros y padres de familia hacen reuniones donde discuten formas de participar y apoyar las iniciativas del CNH.

 

El movimiento disfruta su primavera. El gobierno es incapaz de frenar la ola, su lenguaje está gastado, es estéril. Sus discursos son de aserrín. La manoseada versión de la conjura no explica nada ni convence a nadie. Su intento de simular un diálogo con la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos, organización que ha perdido toda influencia, fracasa. La Secretaría de Gobernación declara que siempre ha estado dispuesta a dialogar con los estudiantes, pero prevalece la cerrazón. Mantiene en la cárcel a decenas de estudiantes detenidos en esos días.

 

La manifestación del 27 de agosto representa el momento álgido. Es la marcha opositora más grande de la historia del país hasta ese día. Sale del Museo de Antropología y se dirige al Zócalo. El número más citado es de 400 000 marchistas. Pero más importante que el número es el ánimo. El movimiento ha ido en ascenso continuo. Ha pasado un mes desde la represión del 26 de julio, y lo que era una protesta por la violencia policiaca se ha convertido en otra cosa, en una protesta con un significado más profundo, difícil de explicar. Es la rebelión juvenil frente a un estado de cosas insatisfactorio, contra una visión del mundo acartonada, contra una democracia inexistente, contra el presidencialismo, contra el poder vertical inapelable, contra el influyentismo y la corrupción, contra la simulación, contra la demagogia, contra las desigualdades sociales...

 

La rebelión no formula sus motivos más profundos, no los explica programáticamente, pero los contiene. Sólo muestra la punta del iceberg. Los seis puntos y la exigencia del diálogo público representan la punta visible de una crítica que va más allá de los excesos policiacos. Lo que están haciendo los estudiantes en sus escuelas es ejercer una libertad que desconocían, es mover lo que parecía inamovible; es el descubrimiento de la vida igualitaria. Critican la conformidad, la solemnidad, han subvertido la vida cotidiana, han encontrado una identidad con la rebeldía juvenil mundial. Las frases pintadas en las paredes, las ideas expresadas en los volantes y los pequeños discursos callejeros son su manera de apropiarse del lenguaje y las palabras sin limitaciones de lo “correcto”, lo aceptable socialmente, lo bien visto por sus mayores. Es su manera de ejercer su libertad. Eso es lo que ha ocurrido en un mes. Está sucediendo un cambio mental tumultuoso. No postularon la libertad, empezaron a ejercerla sin pedir permiso. Por eso la manifestación del 27 de agosto es mucho más que una muestra de fuerza cuantitativa. Sí, esta manifestación es la más grande, pero también el movimiento ya es otro.

 

Hay una nueva “normalidad” en el campus. A nadie se le ocurre que las mujeres deben ocuparse exclusivamente de las tareas como la cocina o la limpieza, y si alguien lo piensa abandona rápidamente la idea. Las muchachas participan en todo, ni más ni menos que sus compañeros. Son brigadistas, hablan en las asambleas, operan el mimeógrafo, incluso algunas se quedan a las guardias nocturnas, lo que días atrás era impensable. Los nuevos noviazgos, nacidos en esos días densos, son más libres. Hacer el amor y hacer la revolución es un binomio asumido más allá de la frase del Mayo francés: “Mientras más hago el amor, más ganas tengo de hacer la revolución”, y la misma frase en el espejo: “Mientras más hago la revolución, más ganas tengo de hacer el amor”. Son tiempos en los que se empieza a difundir el uso de la píldora anticonceptiva, lo que representa un asidero para la libertad sexual. Cada día más, las jóvenes universitarias piensan en la igualdad y la reclaman. También está cambiando la relación con los maestros, sobre todo con los que se sumaron al movimiento y participaron en la Coalición de Maestros, el organismo magisterial más representativo. No lo saben todavía, pero están abandonando la corbata. Se hablan de tú con sus alumnos.

 

Esa nueva normalidad es campo propicio para propuestas imaginativas. Alguien propuso repartir volantes mediante globos que se elevan con aire caliente y, si no se queman, caerán quién sabe dónde, volantes repartidos al azar. La ejecución no fue muy efectiva, pero sí muy festejada. O la de convertir en brigadistas a los perros callejeros amigos de la huelga, los que se habían convertido en mascotas de las guardias, por la vía de colocarles un chaleco con depósitos de volantes. Tampoco fue efectiva, creo, pero sí muy festejada.

 

En medio de discusiones cotidianas se habla cada vez más de “movimiento estudiantil-popular” y menos de “movimiento estudiantil”. Es más un deseo que una realidad pero hay elementos que lo justifican. Algunos pronunciamientos de sindicatos, como el del Sindicato Mexicano de Electricistas, o grupos obreros que se acercan a declarar su apoyo, en especial petroleros y ferrocarrileros. Es frecuente que se realicen asambleas de padres de familia. También hay grupos populares que han pedido apoyo a sus causas inmediatas, como el de los campesinos de Topilejo. (Pero esa historia empezó más tarde, en septiembre, y todavía estamos en agosto.)

 

En esa nueva normalidad de las escuelas en manos de los estudiantes se organizan conferencias de los temas más diversos. Los favoritos son la guerra de Vietnam, la Revolución cubana, la guerrilla latinoamericana, el partido de las Panteras Negras, el Mayo francés, el movimiento estadounidense contra el reclutamiento militar, el movimiento ferrocarrilero de 1958, el magonismo, el asesinato de Rubén Jaramillo en 1962, el asalto al cuartel de Ciudad Madera en Chihuahua en 1965, el movimiento médico también del ‘65. Algunos son debates a los que asisten unos cuantos, otros tienen gran asistencia.

 

Tienen más éxito los conciertos musicales, en los que muchos descubren la música latinoamericana. La canción más emblemática, “Me gustan los estudiantes”, de Violeta Parra, es adoptada de inmediato por el movimiento. Es un elogio a la juventud rebelde, por ser rebelde y por ser alegre. “Que vivan los estudiantes porque son la levadura / del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura”. Los jóvenes sesentaiocheros se están enamorando de sí mismos, de sus acciones, de su espíritu justiciero, de su causa. No hay modestia: “¡Caramba y zamba la cosa / que viva toda la ciencia!”

 

Esta nueva normalidad de la vida estudiantil tiene un efecto que va más allá del campus. Nuevas ideas se discuten en las sobremesas familiares. Los padres de familia se oponen o apoyan o ninguna de las dos cosas, pero escuchan y opinan.

 

La marcha del 27 de agosto, la más grande, es la cúspide del movimiento, la cresta de la ola. Los contingentes son alegres, llenos de cantos y bailes. Las consignas recogen, de manera dispersa si se quiere, todos los contenidos de la revuelta. “Ho-Ho-Ho Ho Chi Minh / Ho-Ho-Ho Ho Chi Minh” y “Che-Che Che Guevara / Che-Che Che Guevara” son las consignas que cambian el ritmo de la caminata. El paso se acelera, se convierte en trote festivo, termina en carrera desenfrenada, se controla, se detiene y vuelve la caminata pausada: es un juego. La manifestación es una fiesta callejera, un carnaval improvisado.

 

La marcha que recorre Paseo de la Reforma va generando confianza y entusiasmo. Se sabe a sí misma gigantesca. A veces camina solemne, pero más veces brinca y baila. Cuando entra a la calle angosta de Madero, que desemboca en el Zócalo, la columna se aprieta, los gritos rebotan en las paredes, en las ventanas se asoman y aplauden. A esas alturas del recorrido, más que un combate parece un desfile victorioso. Más que una batalla, una fiesta. La entrada al Zócalo es apoteósica. Se prenden antorchas que son cartulinas o periódicos enrollados. Las campanas de catedral repican. La plancha de cemento está llena. Los oradores arengan trepados en un camión del Poli. Ha sido una gran jornada. El movimiento se siente contento consigo mismo. Ha ocupado el Zócalo con sus antorchas prendidas y con el sonido de las campanas. Pero el día aún no termina...

 

* Fragmento del segundo capítulo, “Viento en popa”, del libro Caramba y zamba la cosa, el 68 vuelto a contar, México, Ítaca, 2017, 117 pp.
** Dirección de Estudios Históricos, INAH.