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Me detengo a retratar el dolor

ENVIADO POR EL EDITOR EL Lunes, 16/12/2024 - 19:09:00 PM

Alberto del Castillo Troncoso, Fotografía y memoria. Conversaciones con Eduardo Longoni, México, FCE / Conacyt / Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2017.


Rebeca Monroy Nasr*

 

 “Me detengo a retratar el dolor” podría ser un buen resumen de estas líneas que ahora presenta Alberto del Castillo, convertidas en libro. Es la frase que queda en la conciencia de quien la lee y comprende el ámbito de la fotografía como un documento, seguramente incómodo para algunos. Provienen de alguien convencido y seguro de que la imagen puede ayudar a derrocar, denunciar, mostrar evidencias, ultrajar mentiras, destapar un régimen. Es la imagen con poderes mucho más fácticos, que perduran en el tiempo y suelen resonar como lo hacen ahora.

 

Son las Conversaciones con Eduardo Longoni las que nos llevan a un espacio múltiple, la luz de sus imágenes y el tiempo a “destiempo”, con las cuales Alberto del Castillo presenta su más reciente libro para mostrarnos el resultado de una estancia sabática en el Cono Sur, en Buenos Aires, Argentina, para ser precisos, y muestra claramente la producción que se puede realizar en esos meses de concierto académico, vivencial y profesional.

 

Es así que comprender el trabajo de Longoni bajo la mirada del investigador Alberto del Castillo nos revela el elemento multifactorial del fotógrafo: el arte como vehículo de la historia, barricada contra la dictadura y antídoto para la memoria borrable por los golpes. La cámara ultraja y es contundente, la palabra se reproduce y la desmemoria se disipa.

 

Son los quehaceres que el investigador rescata en los diálogos y monólogos de este fotógrafo, que nos dejan percibir entre líneas a los actores de la historia de la dictadura férrea que padeció Argentina entre 1976 y 1983. La discreción de Alberto hace que su voz se escuche en off, como se diría en el cine: es pausada y sensible detrás del fotógrafo, lo deja ser el protagonista de su historia. Eso es algo que me encanta de los trabajos que hace este académico multipremiado, pues impulsa a sus personajes en estudio tras bambalinas, sin interrumpir en el escenario, y sin gran revuelo va construyendo los contextos de la historia Argentina, tarea nada fácil cuando se hace para un público mexicano, que poco sabe de Jorge Rafael Videla, la junta militar, las desapariciones, las valientes madres de Plaza de Mayo y sus pañoletas características, el asalto al cuartel Tablada, el atentado a la AMIA, la Guerra de las Malvinas (las Folkland Islands para los británicos) y la muerte de muchos jóvenes en una guerra inútil, los comedores populares... Y entre todo eso, la falta de fe en un fotógrafo que realiza travesías con los monjes cartujos, aunado a muchas historias tejidas con cordón, cordel, palma o lana, y selladas todas ellas con los hilos finos invisibles de la plata sobre la gelatina.

 

Cabal, comprensivo, empático, con posturas políticas claras, Alberto del Castillo deja que su entrevistado e informante cobre vida en un primer plano y desdoble sus capacidades de fotógrafo, editor de diario, fotorreportero, fotodocumentalista, editor y coautor de libros con novelistas famosos como Ernesto Sabato y poetas de la talla de Mario Benedetti. Editor de sus propias imágenes en fotolibros gestados por él, y su propio y más severo crítico y curador, Longoni despliega en este libro variadas capacidades. Es así que uno y otro autor, el fotógrafo y el historiador, parecen compartir los créditos, pues cada uno mueve al otro a la reflexión y a la creatividad. De esta manera, Del Castillo despliega ahora una metodología diferente a la que ha usado en sus anteriores trabajos, y por ello es un libro gratificante, que le permitió reinventarse y trabajar desde otra óptica los materiales literarios, gráficos y de historia oral, tejida desde la intertextualidad.

 

Conocemos la obra “albertiana” de rescate de figuras y personajes fotográficos, así como su metodología muy particular, que ha hecho al autor merecedor de importantes premios. Ha gestado una visión peculiar en la forma de contextualizar, analizar, revelar y presentar a sus personajes. El rescate de los fotógrafos mexicanos fue preparando el terreno para este trabajo. Así, me parece que, en su horizonte historiográficamente clásico, Del Castillo rebasó su propia manera de ser y hacer. Eso es una riqueza que brinda el moverse, el salir de la zona de confort académico; y al encontrarse frente a una nueva realidad, él mismo se transforma junto con su obra. Es una forma dialéctica de trabajo del académico, creada y reforzada a partir de la presencia de Longoni, porque, a diferencia de muchos de los fotógrafos de nuestro querido país, los del Cono Sur sí hablan. Y Longoni lo hace con gran inteligencia y placer, y en eso estriba la gran riqueza del libro: en sus conversaciones con el investigador.

 

Si bien el libro se lee, se disfruta, seduce al lector, todo ello es gracias a una cadencia producto de muchas horas de trabajo. Es evidente. Hace años que Del Castillo ha trabajado con la historia oral, ha tenido ese interés entreverado con la imagen. Gerardo Necoechea y Mario Camarena son testigos de esa inquietud en cursos y coloquios compartidos, y de cómo el autor se renueva en este libro. La capacidad de editar las entrevistas y darles una forma consistente y congruente permite que Longoni cobre presencia clara en un medio mexicano. Ello sólo se logra cuando un historiador comprende la complejidad del contexto en el que trabajó el fotógrafo. Y es ahí donde vemos cómo el investigador afina la mirada, cómo escudriña en las historias, las imágenes, los retratos, y elige. Porque las elecciones temáticas y gráficas también son decisiones del historiador. Él encauzó sus entrevistas, sus momentos, las imágenes, la selección final —nada fácil, intuyo—, el temario y hasta la disposición de los materiales, ya notable desde la portada: el ojo del diafragma de la lente de la cámara con las imágenes icónicas de Longoni. Fondo y forma, dirían en los años ochenta. La madeja se enreda con la historia de la dictadura argentina que duró años, captada por la lente irredenta de Longoni y sus colegas, que se debatieron en momentos de gran intensidad ideológica, que mostraron imágenes de tintes políticos con un sabor estético a prueba de balas y cañonazos. Así lo narra el fotógrafo cuando analiza y ve sus propias imágenes; cuando narra que debió agachar la cabeza para que no se la volaran en el asalto al cuartel Tablada; cuando comenta cómo tomó la imagen de la primera Madre de Plaza de Mayo que él conoció; cuando revela cómo trabajó como editor de notas gráficas —él las llama “notas puntuales”— y luego de fotorreportajes; cómo se convirtió en editor de revistas, luego de libros, luego de sus propios libros...

 

Este libro es, sin duda alguna, un abrazo al alma, como en alguna parte lo ha dicho el mismo Eduardo Longoni. Por ello el trabajo de Alberto del Castillo tiene una presencia contundente y sustancial en la vida latinoamericana, que no deja de sorprendernos con esas distantes décadas de violencia, dolor y desapariciones. Sabor a muerte, pero no a olvido, pues gracias a estas fotografías podemos recordar profundamente, y con ello evitar que siga pasando en nuestra vida cotidiana, en las microdosis o en las macrohistorias que aún tenemos que vivir, evocar para sanar política y culturalmente, en una palabra: humanamente.

 

* Dirección de Estudios Históricos, INAH.