La Unión de Damas Católicas Mexicanas. Una organización de derecha en la Ciudad de México (1912-1930)
ENVIADO POR EL EDITOR EL Miércoles, 18/12/2024 - 14:29:00 PMSofía Crespo Reyes*
Resumen
La Unión de Damas Católicas Mexicanas, fundad en 1912, realizó actividades filantrópicas, fundó escuelas, atendió a pobres, enfermos y mujeres obreras; al mismo tiempo, promovió el papel de la religión católica en la vida cotidiana de los habitantes de la Ciudad de México. Aquí se explora el sistema de valores, las relaciones políticas y las actividades públicas que la Unión desarrolló entre 1912 y 1930, se explica la forma en que desarrollaron un programa social para defender a las mujeres obreras, impulsar un sistema educativo católico y promover la moral cristiana. Ese programa formó parte de un proyecto alternativo de nación, impulsado por las derechas de las primeras décadas del siglo XX, que planteaba a la religión católica como el principal elemento de cohesión nacional.
Palabras clave: derechas, moral, mujeres, catolicismo, militancia.
Abstract
Starting in 1912, an organization called the Union of Mexican Catholic Ladies carried out philanthropic activities, founded schools, and attended to the poor, the sick and working women. It also promoted the role of the Catholic religion as an essential part of daily life for the inhabitants of Mexico City. This article explores the value system, political ties, and public activities this organization developed between 1912 and 1930. It also explains how it developed welfare services that sought to defend working women, promote a Catholic educational system, and encourage Christian morals. This program was part of an alternative project of a nation, driven by the political right wing in the early twentieth century which sought to promote the role of the Catholic religion as the central axes of national cohesion.
Keywords: right wing movements, morality, women, Catholicism, militancy.
La mañana del jueves 12 de septiembre de 1912 las distinguidas damas de la sociedad de la Ciudad de México acudieron a escuchar al entusiasta y vigoroso llamado del arzobispo de México, José Mora y del Río, al templo de San Francisco; desde el púlpito, les rogó “por lo que ellas amaban, por las entrañas de Jesucristo, por su sacratísimo corazón”,[1] para que unidas a modo de ejército, comenzaran una vida dedicada a salvaguardar la religión y la patria. Ese mismo día fundaron las Damas Católicas Mexicanas.[2]
La intención de este trabajo es explorar el sistema de valores y los procesos políticos que permitan aseverar que la organización de las Damas Católicas tiene cabida en el estudio de las derechas en México.[3] Analizar a las Damas Católicas desde esa perspectiva implica asumir que existe una serie de tradiciones ideológicas de izquierda y de derecha, que para ser explicadas a profundidad requieren estudiarse dentro de su contexto histórico, tomando en cuenta los elementos que en común las identifican y distinguen. En este sentido, concibo a las Damas Católicas como una organización de la derecha mexicana porque buscaba conservar y sostener la organización corporativa y jerárquica de la sociedad, promovía una política basada en la clara diferenciación del espacio público sobre el privado y defendía los derechos tradicionales de la Iglesia Católica de los intereses públicos del Estado posrevolucionario.
Desde mi punto de vista, las Damas Católicas utilizaron su devoción y sus valores religiosos como una herramienta de participación pública con la cual desarrollaron un discurso político y un programa social que definió su identidad, carácter y forma de trabajo. Así, tomaron una postura militante en defensa de su fe desde un contexto de posrevolución y anticlericalismo, por lo que quedaron en el ojo del huracán respecto del enfrentamiento entre la Iglesia y el Estado. Las damas se organizaron para defender espacios que concebían como femeninos y pertenecientes a la vida privada como la crianza, la educación y la moral de lo que ellas imaginaban, ataques anticlericales por parte del Estado posrevolucionario. Al mismo tiempo, desarrollaron un programa social enfocado a defender a mujeres obreras, impulsar un sistema educativo católico y promover la moral cristiana. El programa formó parte de un proyecto alternativo de nación, impulsado por las derechas de las primeras décadas del siglo XX, el cual buscaba defender el papel de la religión católica como uno de los ejes centrales de cohesión nacional.
El artículo se divide en tres apartados: en el primero se explica el sistema de valores que me permite analizar la organización interna de las Damas Católicas, así como su relación ideológica con las derechas mexicanas; en el segundo se analizan sus acciones públicas y políticas entre los años 1917 y 1926 para comprender cómo fue que organizaron su programa social; el último está dedicado a las conclusiones.
Las Damas Católicas y su sistema de valores
Las Damas Católicas, igual que otras organizaciones de la derecha católica, surgieron como parte de un movimiento internacional —impulsado desde la Santa Sede— denominado “catolicismo social”, que condenaba de manera indistinta todas las corrientes de pensamiento moderno, atacando o ignorando el papel de la Iglesia como institución pública. El “catolicismo social” se opuso fervientemente al liberalismo, al racionalismo y al positivismo; posteriormente, al socialismo y al comunismo. Proponía “crear una opción social y política sustentada por la Iglesia y donde ésta fuera la fuente de legitimidad y aspiración”.[4]
Bajo el auspicio del papado, la corriente del catolicismo social actúo —al menos— en tres ejes: primero, buscó divulgar su sistema de valores mediante una serie de revistas en las que exponían sus principios trascendentales; segundo, fundaron instituciones educativas dedicadas a formar cuadros dentro de la Iglesia que defendieran el pensamiento del catolicismo social en el mundo,[5] y por último, instruyeron a personas comprometidas con la causa del catolicismo pero que no formaban parte de la estructura eclesiástica para convertirlas en militantes, promotores y defensores de un “programa de reconquista del mundo”, impulsado desde el Vaticano para recuperar la influencia de la Iglesia católica entre la sociedad y la política gubernamental.[6] Estos tres ejes sentaron las bases de un modelo estratégico de acción que fue retomado por el asociacionismo católico mexicano. Sacerdotes de la talla del arzobispo José Mora y del Río,[7] adheridos al catolicismo social, junto con hombres y mujeres católicas fundaron organizaciones como los Caballeros de Colón,[8] la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM)[9] y las Damas Católicas, que trabajaron en torno a los tres elementos y desde el laicismo protegieron los intereses de la Iglesia en la arena pública.
Mora y del Río estableció una relación particular con las Damas Católicas, la cual consistió en redactar su reglamento y programa general, imponiéndoles un lema: Restaurarlo todo en Cristo —siguiendo la pauta de Pío X—, para identificarlas con el catolicismo social.[10] Además definió a la organización como un “instrumento de la providencia para conservar y fomentar todo lo que es católico en nuestra querida patria”,[11] es decir, las mujeres católicas adquirieron la función expresa de sostener su fe en todos los rincones y mediante todas las formas posibles. No fue casual que el arzobispo llamara a las “más distinguidas señoras de la capital” a asociarse en torno a las Damas Católicas; Mora y del Río seleccionó a un grupo distinguido de mujeres pertenecientes a los sectores más adinerados de la Ciudad de México, ellas no sabían de carencias económicas ni espirituales, su trabajo filantrópico y de caridad significaba una muestra pública de su devoción y el reconocimiento de su estatus social.
Pertenecer a las Damas Católicas les garantizaba a sus integrantes contar con un espacio de discusión y expresión de ideas en torno a temas “de interés especial” para ampliar su bagaje cultural. Además, les otorgaba un espacio de interacción política fuera del hogar y, al mismo tiempo, se reforzaban lazos de amistad y de solidaridad. El exclusivo nombre “dama”, significaba pertenecer a un sector privilegiado, formar parte de la aristocracia distinguida y respetable. Las cabezas responsables fueron Elena Lascuráin de Silva, María de los Ángeles Lascuráin, Concepción Vértiz de Quintanilla, Elena Piña de Sánchez Gavito, Dolores Elcoro de Fernández, Teresa Ibarrola de Elcoro, Elena Escalante de Obregón, Carlota Landero de Algara, Angelina y Clara G. Arce, Margarita O. de Elguero y Dolores M. N. Bermejillo, entre otras. Todas pertenecían a familias de posición económica acomodada. Por ejemplo, la familia Lascuráin era dueña de una próspera empresa inmobiliaria y reconocida como una de las familias de alta sociedad más conservadoras de la capital;[12] los Bermejillo eran una de las principales familias de industriales y hacendados del estado de Jalisco;[13] la familia de Margarita O. de Elguero, además de participar activamente con puestos en el Ministerio de Justicia del gobierno maderista, eran familiares directos de Juan N. Almonte,[14] según se menciona en algunas biografías que aparecieron años más tarde en su revista Acción Femenina. La mayoría contaban con una sólida formación católica; por ejemplo, Teresa de Elcoro comenzó su instrucción en el catolicismo social a la edad de 10 años en el Colegio del Sargado Corazón de Jesús; más tarde contrajo matrimonio con Rodrigo Elcoro. Los negocios de su marido hicieron que se trasladaran a vivir al barrio popular de Santa Ana, ubicado en la tercera demarcación de la Ciudad de México. Cuando su hija más joven cumplió 10 años, Teresa se incorporó a las Damas Católicas y comenzó a ofrecer conferencias semanales a la Sección de Madres; posteriormente organizó un “ropero”, en el que cortaba y entregaba prendas para atender las necesidades de los huérfanos en la parroquia de su localidad. De acuerdo con su biografía, fueron las carencias que observaba entre sus vecinos las que la llevaron “a ejercer la caridad y el amor”; por tanto, dedicaba parte de sus horas libres a evangelizar a “obreros que apenas si oían hablar de Dios”.[15]
Otro ejemplo es el de María Campos de González Misa, quien desde 1889 trabajaba en la Congregación Universal de Santa Casa de Loreto. En 1910 fundó una escuela taller para papeleros bajo la supervisión del jesuita Carlos Heredia, quien fue el primer director de las Damas Católicas. Su cercanía con Heredia la convirtió en una de las socias fundadoras de las Damas Católicas, donde fungió como vicepresidenta; además fue una de las principales promotoras de la devoción a la Virgen de Guadalupe.[16]
Fue Elena Lascuráin de Silva quien asumió la responsabilidad de las Damas Católicas desde 1915 y hasta 1932. No sólo presidía la organización, sino que participaba activamente en las secciones, es decir, se “ensuciaba las manos”, ponía el ejemplo, sopesaba lo mejor para las Damas, se entregó en cuerpo y alma a la defensa de la fe y la acción católica. Aunque contrajo matrimonio con Fernando Silva, un importante arquitecto, existe poca información de sus vidas privadas; sin embargo, Elena siempre estuvo dispuesta a abrir las puertas de su casa, por ejemplo, durante la revolución instaló en su casa un ropero para niños huérfanos de los soldados huertistas.[17]
Las Damas Católicas eran mujeres quienes desde finales del siglo XIX trabajaban en torno a la caridad y la filantropía. Era un grupo femenino que compartía un mismo modelo cultural, que buscaban transmitir y promover por distintos medios. Además, sus actividades cotidianas muestran las formas en que se posicionaron socialmente en los barrios y colonias donde tenían afiliadas. Así, las socias adquirieron una identidad como parte de la elite social que les otorgaba un estatus especial al interior de su comunidad. El grupo contó con el apoyo de un “director eclesiástico”, quien supervisaba y aprobaba sus actividades. Del mismo modo tenían una importante base social conformada por mujeres obreras, “criadas, trabajadoras y sirvientas”, dispuestas a ayudar “en la gran obra de las Señoras Mexicanas”,[18] es decir, las líderes de la asociación. Estas mujeres se denominaron “socias activas” o “celadoras” y fueron las encargadas de realizar el trabajo social en los barrios y colonias de la ciudad.
Las socias activas debían tener cuando menos 18 años de edad y ser invitadas por otra socia, quien daba fe de las intenciones y estatus moral de su recomendada. El grupo se organizó dependiendo de las aptitudes y capacidades de cada una; sin embargo, todas debían distribuir propaganda y realizar actividades dentro de las parroquias en sus barrios y colonias. Ellas serían las agentes de la acción social entre sus familiares y amigos, por ello debían establecer vínculos de solidaridad a través de actividades como la enseñanza del catecismo, el oratorio a niños y obreras, la fundación de círculos de estudio, la atención a cárceles, hospitales y asilos, entre otras. Para ellas, formar parte de las Damas Católicas implicaba adquirir una posición de estatus moral en sus comunidades; al mismo tiempo, se ingresaba a un sistema de protección y apoyo de mujer a mujer, que ofrecía ayuda y asesoría a solteras, solas, viudas o abandonadas. Las Damas se concibieron a sí mismas como las reproductoras de los valores y papeles tradicionales del modelo católico decimonónico porfiriano; se identificaron con los valores de la sumisión, el espíritu de abnegación, el amor conyugal, la caridad, el sentimentalismo y la maternidad como los espacios de desenvolvimiento social de la mujer y se forjaron como las protectoras de los valores familiares, y por ende, de la religión católica.[19]
Siguiendo las líneas del catolicismo social, promovieron prácticas devocionales como el Sagrado Corazón de Jesús —que asociaba los sufrimientos de Cristo por la salvación del mundo con las ideas de la restauración católica frente a la crisis eclesial provocada por la modernidad—, [20] el culto de María —que centraba su atención en convertir la pureza de la Virgen en un modelo de identificación para las jóvenes católicas y que sería el centro de la educación femenina—,[21] o la vigilia a los tabernáculos, que tenía el sentido de replantear la relación de las mujeres con la parroquia, puesto que la práctica de la vigilia iba acompañada de la responsabilidad de mantener limpias y arregladas las iglesias, y debían asegurarse de que tales estuvieran abiertas y ocupadas todo el día.[22]
Mediante estas devociones, las Damas Católicas defendieron los valores que constituían la raíz de la feminidad conservadora; ellas identificaron su labor como un compromiso moral similar al de los primeros apóstoles durante los inicios del catolicismo y buscaron “luchar contra la ignorancia” y reafirmar en las mujeres sus “deberes católico-sociales”. En este sentido, se convirtieron en las principales protectoras de la fe católica en sus casas, en sus familias y frente a sus conocidos, para generar un movimiento de protesta contra la “difusión de ideas y doctrinas perversas, destructoras y anticristianas”,[23] que para ellas eran las políticas gubernamentales que istauraron los gobiernos de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles.
Las Damas Católicas frente a la Constitución de 1917 y la construcción de un Estado nacional posrevolucionario
Entre 1912 y 1917, las Damas Católicas se dedicaron al cuidado de la infancia, de los pobres y de los enfermos; muchas de sus actividades estuvieron marcadas por las necesidades propias de una sociedad que sobrevivía en medio de una Revolución, sin embargo, su acción pública se transformó radicalmente una vez que se publicó la Constitución de 1917.
Tras siete años, los líderes de la Revolución acordaron un nuevo pacto nacional basado en la soberanía popular y el laicismo como los elementos de cohesión social que ayudarían a reconstruir la nación. Sin embargo, la intención de crear un Estado laico se mezcló con un sentimiento anticlerical que pululaba entre los diputados del Congreso Constituyente; aunque no se atacó directamente la religión, se limitó al máximo la participación política de la Iglesia, considerada como una institución corrupta y obsoleta, cuya fuerza en la sociedad representaba un obstáculo para el avance de la nación.[24] En la constitución de 1917[25] se estableció la educación laica, con lo que se prohibía la participación de las corporaciones religiosas (artículo 3); se frenó el establecimiento de órdenes monásticas (artículo 5); se eliminaron los tribunales especiales (artículo 13); se instituyó la libertad de cultos (artículo 24); se prohibió a las asociaciones religiosas “adquirir, poseer o administrar bienes raíces, ni capitales impuestos sobre ellos y se señaló que sus bienes pasarían a formar parte de la propiedad de la nación (artículo 27); se eliminó el derecho a tener un cargo público a los miembros de los cultos religiosos (artículo 55); se vedó la participación política y pública de los ministros de culto y se prohibió realizar actos públicos de propaganda religiosa o política (artículo 130).[26]
Frente a esta nueva realidad, la Iglesia cerró filas y enfatizó el papel de su militancia, en particular, aquella que tenía experiencia organizativa previa y conocimientos del catolicismo social. Su acción no fue una reacción espontánea, por el contrario, fue una estrategia política encaminada a convertir a los católicos laicos en portavoces y defensores del catolicismo en el espectro político. En este sentido, la militancia católica y sus distintos grupos se posicionaron a la derecha en el escenario de la política nacional de la segunda década del siglo XX para conservar el papel de la Iglesia y de la religión católica como eje de la vida pública de la nación.
Las Damas Católicas no fueron una excepción, por el contrario, hacia mayo de 1920 el director eclesiástico sorprendió a las socias con la lectura de un nuevo reglamento, que intentaba ampliar su función por toda la república.[27] De la misma forma, se creó un programa social dirigido a enfrentarse directa y visiblemente con los gobiernos posrevolucionarios, que —desde su punto de vista— atacaban directamente el papel de la mujer católica como centro de la vida doméstica y los valores tradicionales de la sociedad mexicana. Ellas, como mujeres y madres, se reconocieron a sí mismas como las únicas capaces de decidir qué tipo de educación debían recibir los niños en oposición al Estado, que imponía una educación laica y homogénea para toda la nación; se asumieron como las únicas capaces de ver, atender, comprender y aliviar las necesidades de las mujeres trabajadoras y frenar la inmoralidad, producto de una mala educación religiosa entre la juventud. Así, establecieron su postura en torno al papel maternal de la mujer, la cual formaba parte de la posición conservadora propia de los grupos de la derecha mexicana; eso les permitió, además, observar espacios donde, mediante su rol de género, podían actuar y convertirse en líderes de opinión.
Para reforzar su postura política conservadora, las Damas Católicas recurrieron a un discurso decimonónico conservador hispanista que resaltaba la importancia del dogma católico y rechazada públicamente el laicismo estatal y equipara la religión con el patriotismo. Por ejemplo, en un artículo llamado “Nuestra bandera”, que apareció en su principal órgano de difusión: La Dama Católica, recordaban que la religión católica se encontraba representada en los colores de la bandera mexicana y, por tanto, era para ellas “la base y médula de nuestra unión e independencia”. Desde su perspectiva, no podía haber “patria sin religión” ya que la religión era la “preservadora de hombres y pueblos, fuerza irreprensible de dignificación y de cohesión”. La exclusión de la religión del proceso de reconstrucción de la nación iba más allá de un daño a los privilegios de la Iglesia, significaba el desprecio a la “fuerza moralizadora y unificadora de la religión”[28] como parte fundante de México desde casi un siglo antes. De esta forma, las Damas Católicas reafirmaban su lugar dentro de las organizaciones de la derecha católica mexicana y resaltaban su herencia conservadora. Además, contaban con varios años de experiencia en el campo de la asistencia, por ello, al momento de levantar su programa social actuaron de manera rápida y contundente.
Las Damas Católicas se organizaron en secciones que defendían espacios femeninos y de la vida privada de los cuales sentían que la fuerza de las políticas anticlericales atacaba directamente, se trataba de espacios como la crianza, la educación de la infancia, el trabajo femenino y la moral. A partir de estas secciones, experimentaron la posibilidad de crear un sistema educativo gratuito y paralelo al de la Secretaría de Educación Pública; impulsaron un movimiento obrero católico femenino, ajeno al sindicalismo oficial y promovieron los valores cristianos mediante varias campañas de moralización.
Entre 1921 y 1926, fundaron 11 colegios gratuitos, establecieron varias escuelas dominicales y generaron alianzas con otros colegios particulares de la Ciudad de México. En febrero de 1926 el entonces secretario de Educación Pública, Manuel Puig Casauranc, estableció un reglamento provisional para las escuelas primarias particulares, en el que se prohibían las escuelas particulares católicas; el hecho detonó el conflicto religioso en materia educativa que detuvo el proyecto educativo de las Damas Católicas; sin embargo, tales experimentos son muestra de la habilidad de las integrantes de la organización para detectar espacios de oportunidad. Por ejemplo, las escuelas se instalaron en los barrios obreros de Azcapotzalco, Valle Gómez, Tepito y Santa Julia, donde el gobierno no había tenido la capacidad de actuar en materia educativa. Además, los planteles adquirieron más de una función: por las mañanas se dedicaban a la educación de la infancia; por las noches se convertían en escuelas nocturnas para obreros y los fines de semana en pequeños centros comunitarios que promovían la sociabilidad, se realizaban misas y daban clases de religión y catecismo.
Las actividades eran cotidianas y constantes, por lo que requerían de un enorme esfuerzo. Poco a poco, las Damas Católicas fueron profesionalizando sus actividades; sus diligencias fomentaban lazos de sociabilidad y de involucramiento de las comunidades con las obras de asistencia y beneficencia que ellas impulsaban; la intención era involucrar a todos con un papel solidario. De manera paralela, fomentaron un movimiento obrero católico femenino que pretendía dar respuesta a una de las principales preocupaciones del catolicismo social: el socialismo y el sindicalismo, a fin de restablecer una sociedad católica y corporativa, situación que provocó un espacio de enfrentamiento directo con los gobiernos de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. Más allá de defender el papel de la Iglesia frente al comunismo y al socialismo —igual que ocurrió con el hispanismo y la educación—, su movimiento obrero se convirtió en un espacio más de acción política para la defensa de la fe contra el anticlericalismo estatal y las organizaciones de masas semioficiales.[29]
Ellas trabajaron de mujer a mujer, fundaron una academia nocturna para empleadas y obreras a fin de “impartir instrucción a las clases necesitadas y darles formación cristiana evitando de este modo que asistan a aquellas escuelas donde, si bien se les instruye, también se les pervierte”.[30] Su instituto llegó a contar con 150 alumnas; se les enseñaba religión, español, inglés, francés, aritmética, taquigrafía, mecanografía, piano, solfeo, mandolina, corte, sombreros, bordado a máquina, repujado, dibujo y pintura.[31] En julio de 1922 se instaló una “bolsa de trabajo”[32] recibir ofertas de empleos y comunicarlas a sus colaboradoras. Además visitaban fábricas, talleres, tiendas y hospitales, donde establecían contactos a través de sus parientes, amigos o familiares. Así, lograron inscribir a obreras de las fábricas: Camisas La Britania, Chocolates Larín, Velas La Moderna, La Pasamanería Francesa y La Esperanza a su sindicato católico. De manera paralela, instauraron un sindicato de enfermeras al interior del Hospital General.[33]
Al no existir una ley federal del trabajo que prohibiera las agrupaciones confesionales de trabajadores, las organizaciones obreras católicas participaron pública y libremente hasta 1925, fecha en que se publicó la ley reglamentaria del artículo 123 sobre el trabajo y previsión social; en ella se prohibió la participación política y pública de organizaciones confesionales entre los trabajadores.[34] A partir de entonces la militancia católica obrera entró en constante conflicto con la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM), que actuaba como un organismo semioficial del gobierno en el ámbito laboral. En febrero del mismo año un grupo de hombres, presuntamente dirigidos por su líder Luis N. Morones, tomaron el templo de la Soledad, ubicado en el barrio de San Lázaro de la Ciudad de México, para fundar una Iglesia cismática. Las protestas no se hicieron esperar, las Damas Católicas publicaron en el periódico El Demócrata una carta abierta al presidente de la república, ya que el templo de la Soledad era uno de sus centros de acción más importantes. En la carta se oponían al desalojo de las autoridades eclesiásticas de ese y otros templos; también se negaban rotundamente a los actos de violencia que, desde su perspectiva, eran provocados por el Estado: “Baje usted un momento a ponerse en contacto con los sentimientos del pueblo que gobierna, del pueblo que tiene usted obligación de servir, y verá usted que no prestando las garantías que la religión católica apostólica romana necesita en nuestra patria, se dislocan aún más los fundamentos de nuestra nacionalidad”,[35] le pidieron las Damas al presidente en un acto sumamente beligerante.
Las organizaciones obreras afiliadas a las Damas Católicas también tuvieron sus enfrentamientos con la CROM. Un día las empleadas de la fábrica de camisas La Britania llegaron a trabajar y encontraron en la puerta a un grupo de trabajadores de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y de la CROM, quienes buscaban afiliar a las obreras. Ellas dijeron que no, “porque no pertenecían y además no estaban de acuerdo con las cosas. Entonces como no pertenecían a la CROM, se enojaron y […] cerraron la puerta, la que no firme que se va a hacer de la CROM no entra. Entonces ellas dijeron, pues no entramos y se acabó”.[36] Sólo tres de las 200 obreras se afiliaron a la CROM, el resto fueron despedidas. Así, las Damas Católicas se dieron a la tarea de enseñarles nuevas habilidades para acomodarlas en algún otro empleo, porque en “otros lugares no las iban a recibir porque ya estaban prevenidos”. Gracias a las máquinas de coser que la compañía Singer había donado “estas mujeres pudieron coger el trabajo de maquila”, otras “pidieron clases de perfumería porque iban a ser perfumeras, las cosas de perfumes les gustaban, otras de papelería, en fin, entonces las fuimos repartiendo así y a cada [una] le dimos la manera de ganarse la vida y ya pudieron seguir adelante”.[37] En esos momentos de presiones y crisis se atendía de mujer a mujer, de madre a madre; el programa y la profesionalización de las Damas Católicas implicaba colaborar como un grupo solidario, que tenía la intención de encontrar alternativas adecuadas a las condiciones de las mujeres obreras, sin perder de vista y fortaleciendo su papel tradicional y moral.
A partir de este momento, la sección del trabajo de las Damas Católicas, dejó de promover organizaciones laborales y se dedicó a enseñarles nuevas habilidades por medio de su academia. Cabe destacar que las Damas Católicas laboraban en la fábrica La Britania gracias a que los dueños eran familiares directos de una de ellas; sin embargo, el miedo a las represalias por parte de las asociaciones sindicales semioficiales y el gobierno impuso este tipo de límites a sus actividades políticas.
Otro de los espacios de defensa más importante para las Damas Católicas era el moral, que tenía como finalidad resguardar el catolicismo entre la sociedad mexicana. Organizaron catecismos y entronizaciones, proyectaron películas cinematográficas “morales” y fundaron el Ejército de Defensa de la Mujer. Mediante estas acciones resaltaron la importancia de la devoción y la práctica religiosa como guía para la vida y para el bien vivir. Las entronizaciones y la enseñanza del catecismo las acercaron al espacio doméstico para transmitir los descansos espirituales en las casas de la ciudad y así extender sus bases sociales.
Con la fundación del Ejército de Defensa de la Mujer atendieron el problema de la prostitución desde una postura moral. Mientras el Estado concebía la salud y la enfermedad como una responsabilidad colectiva y fundaba el Departamento de Salubridad Pública (DSP), se inició una guerra sin cuartel contra padecimientos específicos, como las enfermedades venéreas.[38] En cambio, las Damas Católicas consideraban que la Ciudad de México y sus habitantes vivían una crisis social, dominada por la falta de moral, que se demostraba en el aumento del comercio sexual.[39] Además, visitaban cotidianamente la prisión de Belén y la de Santiago, donde velaban por el “arrepentimiento y regeneración” de las almas de los criminales, repartían cigarros, dulces, periódicos y ropa. Realizaban fiestas y kermeses dentro de las penitenciarías para que las reclusas y reclusos comulgaran, se arrepintieran e hicieran sus primeras comuniones.[40] También acudían a hospitales a bautizar recién nacidos; estas acciones tenían la intención de promover la formación católica, sobre todo, visibilizar la práctica católica en el mayor número posible de espacios públicos.[41]
Entre 1920 y 1926 las Damas Católicas lograron consolidar y expandir su acción. Su posicionamiento respecto del papel maternal de la mujer católica fue el elemento que les dio identidad y les permitió cohesionar su programa social y su postura política en torno a tres ámbitos de conflicto entre la Iglesia y el Estado: el educativo, el laboral y el moral. Se convirtieron en una organización consolidada, capaz de generar estrategias de participación pública, de formar sindicatos, de construir escuelas, de atender hospitales, prostitutas y prisioneros. Construyeron una red social que vinculaba sus acciones en torno a la práctica religiosa, pero que, al mismo tiempo, les permitió tejer soterradamente una serie de lazos de apoyo entre diversos sectores sociales. Actuaban públicamente y se oponían al endurecimiento de las políticas gubernamentales, que desde su perspectiva, eran anticlericales y atacaban las prácticas religiosas.
A mediados de 1926, poco antes de que iniciara el conflicto armado entre los cristeros y el Estado, las Damas contaban con un programa social definido; sin embargo, durante la guerra sus escuelas, sindicatos y academias fueron clausurados por el gobierno. Al principio se afiliaron a la Liga Nacional de Defensa de la Libertad Religiosa (LNDR), pero cuando ésta pasó a la clandestinidad para dirigir el movimiento armado, las Damas Católicas tomaron distancia y se dedicaron a fortalecer y conservar sus vínculos sociales. En la medida de lo posible, desde sus casas, realizaron misas, catecismos, entronizaciones, oficiaron bodas y primeras comuniones, también salieron a las calles a pedir donaciones y a “volantear”.
Una vez que se firmaron los arreglos de 1929 entre el Estado y la Iglesia, las Damas Católicas Mexicanas sufrieron un nuevo cambio. Nuevamente se modificó su nombre y su sentido, las Damas Católicas se convirtieron en Unión Femenina Católica Mexicana (UFCM) y se incorporaron a la Acción Católica Nacional (ACN), que funcionó como un organismo dedicado a centralizar, jerarquizar e incorporar todas las organizaciones católicas del país en una sola, para así aumentar el control de la Iglesia sobre su militancia. Años más tarde, las integrantes de la organización recordaron su cambio de nombre como un acto de “sacrificio y obediencia” a la jerarquía eclesiástica. Después de casi veinte años de vida asociativa perdieron el nombre que les daba identidad y estatus, que las diferenciaba y las posicionaba públicamente como las representantes de la devoción, la piedad y del espíritu de caridad católica entre la sociedad. Las Damas que destacaban por “su disciplina a la autoridad de sus amados prelados”, hicieron de tripas corazón y acataron las modificaciones estructurales que les impuso la Acción Católica.
Conclusiones
Desde 1930 comenzó otra etapa para las Damas Católicas; sin embargo, mantuvieron su ideología, discurso y lugar dentro de las organizaciones de la derecha católica mexicana. Sus acciones nacieron de un interés caritativo y filantrópico, pero a lo largo de veinte años de trabajo sus actividades se convirtieron en actos de resistencia política, que marcaron la participación en la esfera pública de muchas mujeres católicas, definiendo la forma en que se promovió la fe en las siguientes generaciones. Además, tuvieron una enorme capacidad de transformación y adaptación frente a los aconteceres políticos y sociales que mermaron las relaciones de la Iglesia y el Estado. Desarrollaron una identidad que exaltaba su catolicismo y su papel como proveedoras de los valores morales para la sociedad mexicana. También crearon un programa social que profesaba un lenguaje y un marco ideológico, basado en exaltar el papel de la mujer en la vida doméstica; respetaron y reprodujeron la idea de mujer como eje de la vida familiar, responsable de la educación y el resguardo de la niñez, buena esposa y ama de casa. Sin embargo, como militantes católicas incursionaron en otras áreas de la vida social, que iban más allá del espacio doméstico; desarrollaron un discurso político y llevaron a cabo acciones que las enfrentaron directamente con el Estado. En este sentido, estuvieron al frente de la lucha por la defensa de la fe católica, obtuvieron posiciones de liderazgo y reconocimiento público.
La actuación de las Damas Católicas no fue una mera reacción frente a las políticas sociales y anticlericales del Estado posrevolucionario, aunque respondió a un momento de confrontación política y simbólica para la jerarquía católica y su militancia frente al gobierno y sus organizaciones corporativas; sus actividades versaron en torno a un programa político bien delimitado por parte de las derechas católicas de las primeras décadas del siglo XX. Así, respondieron a una idea de nación conservadora, que colocaba en el centro los valores morales de la fe católica y al mismo tiempo, se concibieron a sí mismas como las encargadas de resguardar el papel tradicional de la mujer, que chocaba con la visión del Estado social posrevolucionario. En este sentido, su lucha era una disputa por la preservación de la fe y de la Iglesia como parte de la vida pública y privada de la nación.
* Facultad de Estudios Superiores Acatlán, UNAM.
[1] “Relato de nuestra primera asamblea”, Acción Femenina, t. 1, núm. 9, México, 1 de septiembre de 1937, p. 7.
[2] Las Damas Católicas cambiaron de nombre en varias ocasiones. En 1912 se llamaron Asociación de Damas Católicas Mexicanas, en 1920 se convirtieron en Unión de Damas Católicas Mexicanas y en 1930 se convirtieron en Unión Femenina Católica Mexicana, nombre que conservan hasta la actualidad. Para fines del presente trabajo, las llamaremos Damas Católicas de manera genérica.
[3] A partir del triunfo electoral del Partido Acción Nacional en el año 2000, los estudios académicos sobre las derechas en la vida nacional han adquirido un nuevo impulso. La historiografía se ha enfocado a estudiar el funcionamiento de las organizaciones de derecha para apreciar con mayor claridad el programa político. Tania Hernández, Tras las huellas de la derecha. El Partido Acción Nacional 1939-2000, México, Itaca, 2009; María del Carmen Collado Herrera (coord.), Las derechas en el México Contemporáneo, México, Instituto Mora, 2015; Roberto Blancarte, “Religiosidad, creencias e Iglesias en la época de la transición democrática”, en Ilán Bizberg y Lorenzo Meyer (coords.), Una historia contemporánea de México, México, Océano, 2005, vol. 2, pp. 225-304; Fernando M. González, Matar y morir por Cristo Rey. Aspectos de la Cristiada, México, IIS-UNAM / Plaza y Valdés, 2001; Erika Pani, “Las fuerzas oscuras. El problema del conservadurismo en la historia de México”, en Erika Pani (coord.), Conservadurismo y derechas en la historia de México, México, FCE / Conaculta, t. 1; Franco Savarino y Andrea Mutola (coords.), El anticlericalismo en México, México, Cámara de Diputados / Tecnológico de Monterrey / Miguel Ángel Porrúa, 2008, son algunos de los que han realizado estudios revisionistas sobre el papel de las derechas en la historia de México.
[4] Manuel Ceballos, Catolicismo social. Un tercero en discordia. Rerum novarum, la cuestión social y la movilización de los católicos mexicanos, 1891-1911, México, El Colegio de México, 1991, p. 4.
[5] Dos colegios que cubrieron esta función fueron el Colegio Pío Latino Americano y la Universidad Gregoriana, ambos fundados y dirigidos por jesuitas y ubicados en Roma. Véase Rodolfo R. de Roux, “La romanización de la Iglesia católica en América Latina: una estrategia de larga duración”, Pro-Posições, vol. 25, núm. 1 (73), enero-abril de 2014, p. 37.
[6] Véase Jaime Adame Goddard, El pensamiento político y social de los católicos mexicanos (1867-1914), México, UNAM, 1981; María Luisa Aspe Armella, La formación social y política de los católicos mexicanos, México, Universidad Iberoamericana, 2013.
[7] El arzobispo contaba con una impresionante trayectoria como líder y promotor del catolicismo social, se formó en Roma durante el último tercio del siglo XIX, en el Colegio Pío Latinoamericano. A su regreso a México fue nombrado obispo de Tulancingo; allí promovió y organizó diversos congresos católicos obreros a principios del siglo XX. En 1908 recibió la arquidiócesis de México, y se dedicó a la tarea de consolidar una militancia católica nacional y centralizada en la Ciudad de México, la cual actuó durante las primeras tres décadas del siglo XX.
[8] La Orden de los Caballeros de Colón promovió la formación de nuevas asociaciones independientes y buscaron moralizar e instruir a los grupos marginales del país. Véase Ana Patricia Silva de la Rosa, “Los Caballeros de Colón y su participación en el conflicto religioso de 1926 a 1929”, tesis de licenciatura en historia, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, México, 2004, 155 p.
[9] La Asociación de Jóvenes Católicos de México se fundó para impedir el crecimiento de la organización protestante Young Men’s Christian Association (YMCA), que era bien recibida entre la juventud pues promovía diversas actividades deportivas. En la práctica, la asociación hizo poco por el deporte, pues orientó su acción para unificar a los estudiantes católicos en torno al mejoramiento moral y combinar la labor social con la política, apoyando al Partido Católico Nacional mediante la realización de funciones propagandísticas. Randall S. Hanson, “The day of ideals: catholic social action in the age of the Mexican Revolution, 1867-1929”, tesis doctoral en filosofía, Departamento de Historia de la Universidad de Indiana, Bloomington, 1994.
[10] Desde finales del siglo XVIII, pero sobre todo durante el siglo XIX, las ideas de libertad, igualdad, fraternidad y soberanía popular hicieron de lado la autoridad de Dios y de la Iglesia. Se inició un proceso de secularización y laicización de las naciones que surgieron después de la Revolución francesa. Ante estos cambios, la Iglesia tuvo que replantearse su lugar como rectora de la vida espiritual, de la conciencia y también su papel como institución pública. La política de defensa que impulsó el Vaticano frente a la modernidad se denominó “movimiento ultramontano” y pretendía defender, reforzar y centralizar la autoridad del papado y su estructura eclesiástica en la figura del papa y del Vaticano. Véase Josef Lenzenweger et al., Historia de la Iglesia católica, Barcelona, Herder, 1987 p. 480-481; María Luisa Aspe Armella, op. cit., p. 47; Rodolfo R. de Roux, “La romanización de la Iglesia..”., op. cit.
[11] José Mora y del Río, “Reglamento General de la Asociación de Damas Católicas Mexicanas” [folleto], México, julio de 1912, p. 3. AHAM, fondo Arzobispo José Mora y del Río, sección secretaría arzobispal, serie Asociaciones Piadosas, caja 186, exp. 11.
[12] Graziella Altamirano, Pedro Lascuráin: un hombre en la encrucijada de la revolución, México, Instituto Dr. José María Luis Mora, 2004.
[13] Laura O’Dogherty, De urnas y sotanas. El partido católico nacional en Jalisco, México, Conaculta, 2001, p. 44.
[14] General y político mexicano de mediados del siglo XIX, se le considera hijo biológico de José María Morelos y Pavón, sacerdote insurgente de la Independencia mexicana. Se le recuerda por participar en la comitiva que ofreció a Maximiliano de Habsburgo.
[15] “A la memoria de la Sra. Teresa I. de Elcoro R. I. P”., Acción Femenina, t. II, núm. 20, México, septiembre de 1935, pp. 12-13.
[16] “Sensible fallecimiento”, Acción Femenina, t. II, núm. 23, México, diciembre de 1935, p. 17.
[17] “Breves datos históricos”, Acción Femenina, t. III, núm. 9, México, 1 de septiembre de 1937, p. 16.
[18] José Mora y del Río, “Reglamento General de la Asociación..”., op. cit., p. 3.
[19] Michela de Giorgio, “El modelo católico”, en Georges Duby y Michell Perrot, Historia de las mujeres, t. 4, El siglo XIX, Barcelona, Taurus, 2000, p. 188.
[20] “Pío IX le dio un importante impulso al declarar beata a Margarita María Alacoque, religiosa francesa cuyas visiones de Cristo dieron carácter sobrenatural al culto y consiguieron extender la fiesta del Sagrado Corazón a la Iglesia universal. Además, como respuesta a las peticiones de obispos y órdenes religiosas de consagrar la Iglesia y el mundo al Sagrado Corazón, Pío IX estableció en 1875 una fórmula que debía pronunciarse en los actos de consagración individuales”, Laura O’Dogherty, “Bajo el signo del Sagrado Corazón de Jesús” (En prensa).
[21] Michela de Giorgio, op. cit., p. 204.
[22] Margaret Chowning, “The Catholic Church and the Ladies of the Vela Perpetua: gender and devotional change in Nineteenth-Century Mexico”, Past and Present, núm. 221, 2013, pp. 197-237.
[23] José Mora y del Río, “Reglamento General de la Asociación..”., op. cit., p. 4.
[24] Adrian A. Bantjes, “Mexican revolutionary anticlericalism: concepts and typologies”, The Americas, Personal Enemies of God: Anticlerical and Anticlericalism in Revolutionary Mexico, 1915-1940, vol. 65, núm. 4, abril de 2009, pp. 467-480; Matthew Butler, “Sotanas rojinegras: Catholic anticlericalism and México’s revolutionary schism”, The Americas, Personal Enemies of God: Anticlerical and Anticlericalism in Revolutionary Mexico, 1915-1940, vol. 65, núm. 4, abril de 2009, pp. 535-558; Roberto Blancarte, “Laicidad y secularización en México”, Estudios Sociológicos, t. XIX, núm. 57, México, 2001, pp. 843-855; Ben Fallaw, “The Seduction of revolution: Anticlerical campaigns against confession in Mexico, 1914-1935”, Journal Latin American Studies, Cambridge University Press, 2013, núm. 45, pp. 91-120.
[25] “Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos”, Diario Oficial de la Federación, México, 5 de febrero de 1917, artículo 27-II, p. 151.
[26] “Los ministros de los cultos nunca podrán, en reunión pública o privada constituida en junta, ni en actos del culto o de propaganda religiosa, hacer crítica de las leyes fundamentales del país, de las autoridades en particular, o en general del gobierno; no tendrán voto activo ni pasivo, ni derecho para asociarse con fines políticos”. “Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos”, Diario Oficial de la Federación, México, 5 de febrero de 1917, artículo 130.
[27] “Acta de la junta del 10 de mayo de 1920”, AHUFCM, “Libro de Actas de Consejo General 1913-1923”, p. 44.
[28] “Nuestra Bandera”, La Dama Católica, t. 1, núm. 11, México, 31 de julio de 1921, pp. 10-11.
[29] La Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) se fundó en 1918, con el propósito de “construir una organización nacional, que simultáneamente apoyara al gobierno y le exigiera el cumplimento del artículo 123” constitucional; posteriormente, esa demanda también la enarboló el Partido Laborista Mexicano (PLM), creado en 1921. Ambos organismos se instauraron bajo la tutela del líder obrero Luis N. Morones. Sin embargo, no fue la única: en febrero de 1921 se fundó la Confederación General del Trabajo (CGT), antagónica a la CROM y de línea ideológica anarcosindicalista. Véase Lorenzo Meyer, “La institucionalización del nuevo régimen”, en Historia general de México, versión 2000, México, El Colegio de México, 2000, pp. 843-844; Manuel Ceballos, “El sindicalismo católico en México, 1919-1931”, Historia Mexicana, vol. XXXV, núm. 4, México, 1986, p. 639.
[30] “Informe general del Centro de México, desde su fundación hasta abril de 1923”, La Dama Católica, t. III, núm. 32, México, 1 de mayo de 1923, p. 32.
[31] “Lo que hacen las damas”, La Dama Católica, t. IV, núm. 51, México, 1 de diciembre de 1924, p. 16.
[32] “Informes y sugestiones”, La Dama Católica, tomo II, núm. 22, México, 1 de julio de 1922, p. 23.
[33] “Informes y sugestiones. Vea usted lo que hacemos. Vea usted en que puede ayudarnos. Vea usted lo que puede hacer en su ambiente o en su ciudad. ¡A trabajar con entusiasmo y amor!”, La Dama Católica, t. II, núm. 12, México, 30 de septiembre de 1921, p. 19; “Lo que hacen las Damas”, La Dama Católica, t. III, núm. 31, México, 1 de abril de 1923, p.18.
[34] Manuel Ceballos, “El sindicalismo católico..”., op.cit., p. 652.
[35] “Comunicación de la Unión de Damas Católicas al Sr. Presidente de la República”, El Demócrata, México, 26 de febrero de 1925, p. 6.
[36] Entrevista a la señorita Sofía del Valle, realizada por Alicia Olivera de Bonfil, Ciudad de México, México, 3 de noviembre de 1972 y 14 de febrero de 1973, PHO/4/11, p. 17.
[37] Ibidem, p. 18.
[38] La salud y la enfermedad dejaron de ser un problema privado para convertirse en una responsabilidad colectiva, asumida por el Estado a partir de 1918. La política sanitaria se desarrolló considerando tres ejes centrales: 1) la creación del Departamento de Salubridad Pública (DSP), que dependería directamente del presidente de la república y sus disposiciones serían obligatorias y de alcance nacional; 2) en caso de que apareciese una epidemia grave en el país, el Consejo tendría plena autoridad para dictar las medidas preventivas necesarias, y 3) se implantaría una “dictadura sanitaria”, cuyas resoluciones se debían acatar en todo el país. Véase María Rosa Gudiño Cejudo, “Campañas de salud y educación higiénica en México. Del papel a la pantalla grande”, tesis doctoral en historia, Colmex, México, 2009, pp. 66-67.
[39] “Lo que hacen las Damas”, La Dama Católica, t. III, núm. 33, México, 1 de junio de 1923, pp. 35.
[40] “Lo que hacen las Damas”, La Dama Católica, t. IV, núm. 4, México, 1 de enero de 1924, p. 34.
[41] En un año afirmaban haber cosido 3 752 piezas de ropa, de las cuales se habían repartido 2 206 en el Hospital General; se obsequiaron también canastillas completas y ropa a la Cruz Roja. Véase “Lo que hacen las Damas”, la Dama Católica, t. III, núm. 31, México, 1 de abril de 1923, p. 33.