Entre la memoria colectiva y la historia

ENVIADO POR EL EDITOR EL Jueves, 19/12/2024 - 13:10:00 PM

Silvia Dutrénit, Aquellos niños del exilio. Cotidianidades entre el Cono Sur y México, México, Instituto de Investigaciones Doctor José María Luis Mora (Testimonios), 2015.


Graciela de Garay*

 

Aquellos niños del exilio. Cotidianidades entre el Cono Sur y México, obra de Silvia Dutrénit, publicada en México por el Instituto Mora en 2015, dentro de la colección Testimonios, es un ejercicio reflexivo entre la memoria colectiva y la historia. El libro reúne trece entrevistas de historia oral realizadas a los niños del exilio de la segunda generación de uruguayos, chilenos y argentinos. La autora asume el concepto académico de segunda generación que identifica a sus integrantes con la trayectoria exiliar de la familia. Esto quiere decir que son parte de la segunda generación tanto aquellos que nacieron en el país de sus padres y los acompañaron desde pequeños hasta adolescentes, como también quienes nacieron en el país receptor en los años del exilio.

 

El reto de esta investigación se ubica, a mi juicio, en comprender los procesos de simbolización que hicieron legibles y negociables, a quienes llegaron a tierra incógnita, los esquemas sociales, ideológicos e intelectuales propios del país de acogida. Me refiero a la identidad, la interacción social y la historia, aspectos medulares de todas las comunidades humanas.[1]

 

De entrada, el lector se pregunta: ¿es posible hacer historia a través de los ojos de los niños, hoy mujeres y hombres adultos de segunda generación que vivieron uno de los grandes acontecimientos del siglo XX: el exilio del Cono Sur latinoamericano? Responder esta cuestión implica pensar en el acontecimiento como el gran quiebre que produce una diferencia, porque desestructura el tiempo lineal y genera memorias colectivas, diversas y cambiantes,[2] ávidas de ser escuchadas por sus contemporáneos, pero susceptibles al desvanecimiento con el tiempo y la distancia. Además, se debe reconocer que el entrevistado habla sobre el pasado desde el presente. De ahí, la preocupación de trabajar con las huellas de la memoria y admitir que las historias contadas no son el pasado ni su copia, sino son representaciones, o mejor dicho, relatos, rememoraciones, y como memorables, subjetivas.

 

Pero más que recordar, Silvia Dutrénit invita a sus interlocutores a explicar y comprender sus vivencias, aunque en el regreso simbólico al pasado los obliga a partir de los sentimientos encontrados, y éstos reviven los recuerdos. Además, conviene señalar que las emociones cuestionan la supuesta racionalidad de la política, sobre todo ahora que vivimos una época profundamente emocional. ¿Cómo acercarse entonces a ese pasado visto como tiempo presente y que el historiador francés François Bédarida definió como la experiencia vivida por las diversas generaciones que coexisten en un determinado momento histórico? Para Julio Aróstegui, el presente es, antes que nada, una construcción cultural. Con el paso del tiempo los hombres insisten en distinguir su experiencia vital como una historia de un presente histórico todavía en construcción.[3]

 

¿Qué hace entonces tan diferente y especial a la historia contemporánea o historia del tiempo presente, como ahora se le prefiere llamar? De acuerdo con el historiador francés Pierre Nora, nunca antes la humanidad había visto su presente tan cargado de un sentido histórico. Las guerras mundiales, las conmociones revolucionarias, los movimientos estudiantiles de 1968, la rápida penetración de las economías modernas en las sociedades tradicionales, todo aquello que hoy entendemos como mundialización, garantizó el ingreso estrepitoso de la gente común a la historia; antes la retaguardia de los acontecimientos; mientras, los movimientos de la colonización y luego la descolonización integraron a las sociedades enteras que dormían el sueño de los pueblos sin historia —o el silencio de la opresión colonial— dentro de la historicidad occidental. Y esto fue suficiente, a juicio de Nora, para imprimir a la actualidad una identidad particular. Esta circulación generalizada de lo vivido como historia se manifestó entonces como un fenómeno nuevo: la explosión del acontecimiento que los medios se encargaron de consagrar.[4]

 

Ciertamente, un acontecimiento memorable en América Latina fue la década sombría de 1970, cuando las dictaduras del Cono Sur, principalmente de Argentina, Chile y Uruguay expulsaron de su territorio a los disidentes que, identificados con ideologías de izquierda, esperaban cambiar el mundo. El acontecimiento rompió de nueva cuenta el tiempo largo y quieto de las playas latinoamericanas.

 

En el siglo XX, el acontecimiento —antes ignorado por su corta duración e insignificancia— invadió la historia tradicional identificada con la larga duración y hecha a partir de la continuidad de sucesos, a la manera de las cuentas de un collar. El tiempo lineal se desestructuró y los relatos singulares deshilaron biografías, autobiografías e historias de vida. Diversas y múltiples voces lucharon por hacerse oír y reclamaron en la esfera pública, espacios políticos, éticos y estético para subvertir las fronteras nunca claras, entre lo público y lo privado, además de alterar la distinción imprecisa entre el centro y el margen. Así sobrevino el retorno del sujeto, a partir del reconocimiento del otro, de la diferencia y el predominio de lo social sobre lo público. Las palabras dejaron de ser hojas en el viento porque reafirmaron su posición como fuentes vivas capaces de garantizar el “haber visto” y el “haber vivido” con testimonios sustentados en la voz, la memoria y las emociones del que cuenta una historia a partir de su propia historia. El desbordamiento de los límites del “espacio biográfico”[5] entendido como giro subjetivo implicó, como efecto tardío, las “transformaciones de la intimidad”, que algunos designaron como la “nueva intimidad pública”.

 

El sentimiento de que nada sucede o la idea del transcurrir lento de la historia cambió con la aceleración de los tiempos en el siglo XX. La esperanza de entender y descifrar el caos precipitó la urgencia de escuchar a los testigos, calmar sus aflicciones y atender sus clamores de justicia social. Disponer de fuentes vivas que pudieran relatar vivencias extraordinarias o episodios de la historia parcialmente comprendidos por sus coterráneos o peor aún ignorados por las jóvenes generaciones imprimió un carácter especial a la historia contemporánea. Se comprendió entonces que la historia de lo coetáneo abarcaba un periodo en el que es posible la comunicación entre los testigos de un hecho y los estudiosos de éste, lo cual tuvo una gran influencia en la forma de pensar y escribir la historia.

 

Pero eso no es todo: el historiador alemán Alexander von Plato se preguntó si la experiencia subjetiva se mantendría como un tópico de la historiografía después de la muerte de los testigos.[6] Para afirmar su argumento, Von Plato citó al renombrado historiador alemán Reihart Koselleck, quien al escribir sobre la Shoah advirtió que con el cambio generacional también cambian los temas de investigación. Del pasado reciente de los supervivientes se desprende una historia pura, desprovista de experiencias; y junto al recuerdo que muere también crece la distancia y se modifica su categoría. Pronto sólo quedarán registros fotográficos, películas y memorias. En principio, esta reflexión parece indicar que Koselleck privilegia una historia sin experiencia como un camino para avanzar hacia la ciencia real. Éste no es el caso, aclara Von Plato, porque Koselleck piensa que todas las estrategias de los historiadores para acercarse al pasado, en particular las acusaciones —o atribuciones de culpa—, pronto pierden su significado político-existencial y sus vínculos se debilitan en favor de la investigación y el análisis científico.

 

Cuánto perderíamos si todas las experiencias y compromisos morales del pasado se ignoraran como objetos de la historiografía, no sólo en los archivos y los recuerdos, sino también en los relatos de testigos y en el análisis de sus declaraciones, así como del contexto de producción de la experiencia. La realidad es que ahora se dispone de poderosas técnicas audiovisuales para exponer mejor que antes las experiencias de generaciones pasadas y lograr, con los medios audiovisuales que los testigos no mueran como ocurría antes. Pero lo importante está en saber qué ocurriría si se acumularan testimonios sin contexto. Los testimonios perderían su sentido, aunque técnicamente la precisión de su transferencia quedara garantizada por los sistemas audiovisuales. Los testigos se convertirían, con ayuda de los medios, en los depositarios de verdades-espectáculo para el consumo. Y, sin análisis sobre lo dicho por los testigos se eliminaría cualquier puente o vínculo de entendimiento entre la experiencia de una generación y las siguientes.

 

La realidad es que el acontecimiento como enigma deja huellas en la memoria colectiva, siempre escindida, que el historiador debe contextualizar históricamente para analizar e interpretar. De hecho, los historiadores que trabajamos con fuentes orales estamos conscientes de la corta vida de casi todas las memorias. Quizás, algunas apenas duren una generación y cambien con la siguiente sin llegar a unificarse por completo o alcanzar su conciliación.

 

El relato de Aquellos niños muestra que la memoria, como fenómeno de corta duración, es mucho más difícil de interpretar dadas sus ambigüedades, ambivalencias, contradicciones y complejidades; pero esto no quiere decir que se deba ignorar. Finalmente, no hay historia sin memoria y la memoria forja la historia. Pero ¿cómo entonces vincular la memoria de la experiencia con la ciencia histórica? El reto fundamental de la historia oral es trabajar con la memoria de las personas sobre las experiencias vividas y lograr que éstas sean comunicadas. La realidad es que lo vivido por el entrevistado no se puede transmitir a ninguna persona si no es narrado. Esto quiere decir que se debe elaborar y otorgar un sentido a la experiencia para convertirla en algo en el momento que se consigna la entrevista. Al relatar sus vivencias, el entrevistado las transforma en lenguaje a la vez que selecciona y organiza algunos de sus significados en el proceso dialógico de la entrevista. Finalmente, las historias contadas están destinadas o dirigidas no sólo al que pregunta, sino también a esa comunidad virtual que el narrador ubica en la posteridad.

 

Lo fundamental es aceptar que las entrevistas de historia oral, como cualquier fuente histórica, sirven como vías para representar el pasado que ya no existe. Esto significa que los relatos corresponden a diferentes versiones o representaciones de la realidad, por eso al investigador no le compete juzgarlas. Conocer diferentes e incluso contradictorias versiones de un hecho es importante porque permite compararlas entre sí. Por eso más que compilar una gran variedad de relatos sobre lo acontecido, el historiador oral debe reunir esos registros para dar cuenta de un acontecimiento o de una coyuntura del pasado.

 

Ahora bien, si las entrevistas de historia oral nos permiten acercarnos a la realidad presente o pasada conviene saber qué se aprende de los recuerdos transformados en lenguaje. Esto no quiere decir que el lenguaje sirva para traducir o copiar exactamente retazos preexistentes de un saber guardados en un archivo. Los pedazos de ese saber e ideas se materializan cuando la persona habla. El significado se construye en el propio relato en el marco de la interacción subjetiva que implica la entrevista; por ello se dice que el lenguaje produce retazos de racionalidad.

 

Pero ¿qué se aprende de los relatos de los entrevistados? Una de las posibles respuestas a esta pregunta, de acuerdo con la historiadora Verena Alberti, se puede advertir “cuando lo narrado va más allá del caso particular y nos ofrece una clave para entender la realidad”.[7] Cuando el relato deviene “citable”. Con apoyo en la teoría literaria, la investigadora recomienda identificar el sistema de conceptos bajo el cual el narrador construye su relato. Y aun cuando éste tiene plena libertad de elección, el número disponible siempre es limitado. En este sentido, Alberti propone dos vías de análisis: por un lado, retoma la idea de conceptos abstractos elaborada para la teoría de los mitos de Claude Lévi-Strauss, que implica unidades de oposición; y por otro —con propósitos diferentes, porque tiene relación con la teoría de la historia, y nada que ver con la teoría literaria o con la teoría de los mitos—, Alberti sugiere la teoría de Reinhart Koselleck, que identifica cinco categorías relativas a las condiciones de aparición de los acontecimientos en el pasado: 1) la inevitabilidad de la muerte y la posibilidad de matar y de ser muerto, situaciones presentes en multitud de relatos conocidos; 2) la secuencia de generación, y la oposición entre las siguientes categorías: 3) amigos y enemigos; 4) fuera y dentro, o público y privado, y 5) arriba y abajo en las organizaciones políticas. Desde luego, las cinco categorías deducidas por Koselleck o los pares de opuestos de la teoría de los mitos elaboraba por Lévi-Strauss no contienen todas las posibilidades, pero ofrecen múltiples y diversas pistas para leer las sendas de la memoria.

 

Al teorizar acerca de la cotidianidad vivida en México reflejada en las entrevistas de Aquellos niños se puede detectar en las historias reunidas su vinculación con sistemas de conceptos o pares de opuestos básicos; ello ayuda a comprender la memoria del exilio como acontecimiento entre la vida y la muerte. Para algunos narradores, el país de acogida representa una escala en un viaje de retorno, y, para otros, el destino final de una trayectoria incierta, de cuyos orígenes sólo tienen el legado de los padres —por las huellas de la posmemoria—, al cual lo hacen perdurar a través de la reinterpretación. El enigma se reduce a ser extranjero o nacional, ser local o diferente, ser político o apolítico, ser cosmopolita o nativo; a final de cuentas: a convertirse en “rizoma”, sin centro ni subordinación en la clasificación jerárquica, como dirían los filósofos Gilles Deleuze o Félix Guattari, en un mundo globalizado que comprime espacio y tiempo, aunque el reto siga siendo el mismo: la unidad en la diversidad.

 

Este ejercicio introspectivo demuestra, como señala Alessandro Portelli, que la memoria es ambigua, compleja, contradictoria y que, a diferencia de la memoria monumental complaciente, las sendas de la memoria colectiva transgresora ayudan a construir la ciencia de la historia siempre provisional e imperfecta. En conclusión, el acontecimiento es un enigma irresoluble porque se hace y se deshace. El acontecimiento monstruo requiere del trabajo hermenéutico del historiador para vislumbrar en sus huellas narrativas sus inagotables sentidos y aproximarse a la verdad, razón vital de la existencia humana.

 

* Instituto de Investigaciones Doctor José María Luis Mora.
[1] Marc Augé, Hacia una antropología de los mundos contemporáneos, 2ª ed., traducción de Alberto Luis Bixio, Barcelona, Gedisa (El Mamífero Parlante), 1998, p. 15.
[2] François Dosse, “El acontecimiento histórico entre Esfinge y Fénix”, Historia y Grafía, núm. 41, julio-diciembre, 2013, pp. 13-42.
[3] Graciela de Garay, “Prólogo. ¿Por qué estudiar la historia del tiempo presente?”, en Graciela de Garay (coord.), Para pensar el tiempo presente. Aproximaciones teórico-metodológicas y experiencias empíricas, México, Instituto Mora (Historia Oral), 2007, pp. 12-13.
[4] Pierre Nora, “Le retour de l’événement”, en Jacques Le Goff y Pierre Nora (coords.), Faire de l’historie. Nouveaux problèmes, París, Gallimard, 1974, pp. 285-286.
[5] Leonor Arfuch, Memoria y autobiografía. Exploraciones en los límites, Buenos Aires, FCE, 2013, pp. 19-20.
[6] Alexander von Plato, “¿Qué pasa con la experiencia en el proceso de transición a de la historia contemporánea a la historia pura?”, Historia, Antropología y Fuentes Orales, vol. 1, núm. 33, 2005 pp. 49-52.
[7] Alberti Verena, “Más allá de las versiones: las narrativas en la historia oral”, Historia, Antropología y Fuentes Orales, vol. 1, núm. 33, 2005, p. 33.