El fuerte latido del comunismo en América Latina
ENVIADO POR EL EDITOR EL Jueves, 19/12/2024 - 12:50:00 PMPatricio Herrera González (coord.) y Santiago Aránguiz Pinto (comp.), El comunismo en América Latina. Experiencias militantes, intelectuales y transnacionales (1917-1955), Valparaíso, Universidad de Valparaíso, 2017.
Verónica Oikión Solano*
El libro aquí reseñado es producto del Seminario Internacional “El comunismo y su impacto en América Latina y el Caribe: 1917-1948”, realizado en la ciudad de Santiago de Chile en agosto de 2015, bajo la enjundiosa batuta del doctor Patricio Herrera González. El espíritu que impregna el contenido del libro se inspira en el centenario de la Revolución rusa. Su título ya nos anima a debatir sobre si podremos dejar atrás la simple enunciación estigmatizada (con cierto tufo anticomunista) de “comunismo” que por décadas ha primado en distintos ámbitos, tanto políticos como académicos, para dar un paso hacia una mayor consistencia interpretativa para hablar de comunismos, en tanto que las experiencias de que trata en conjunto la obra son diversas, pero a la vez mantienen su unidad político-ideológica en su propio origen comunista. La obra misma expresa esa diversidad poliédrica en su riqueza militante e intelectual y, además, las miradas de las y los autores en conjunto también articulan —de manera explícita o implícitamente, y desde distintas atalayas metodológicas— los enlaces transnacionales que la Tercera Internacional Comunista (Comintern, IC) y el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) pretendieron implantar en los espacios latinoamericanos a manera de una urdimbre interconectada en pro del proletariado mundial.
El volumen cuenta con un prólogo en forma de breve presentación y el capitulado está estructurado en cuatro partes. La primera se titula “Recepciones del comunismo en América Latina”, y se integra con los siguientes capítulos: “El Partido Socialista colombiano: tensiones y rupturas en el proceso de definición del socialismo (1919-1924)”, de Edgar Andrés Caro Peralta; le sigue Santiago Aránguiz Pinto con “El ‘viaje revolucionario’: el relato testimonial como ‘utopía realizada’, Rusia soviética y la prensa comunista chilena (1922-1927)”; Rolando Álvarez Vallejos explica “La bolchevización del Partido Comunista de Chile: antecedentes (1920-1927)”, y Gerardo Leibner cierra con “Repensar la dependencia ideológica y el eurocentrismo en el comunismo uruguayo (1934-1955)”. La segunda parte se denomina “Comunismo y su dimensión cultural”, y en ella están integrados Patricio Gutiérrez Donoso con “Heterodoxia y marxismo en José Carlos Mariátegui”; “Las editoriales comunistas en América Latina durante la década de 1930. La teoría para la acción revolucionaria”, de la pluma de Sebastián Rivera Mir; Manuel Loyola estudia “La Asociación de Amigos de la Unión Soviética en Chile (1927-1943)”, y Carine Dalmás se aproxima a “Jorge Amado, Pablo Neruda y la conformación del frentismo cultural de los comunistas en América Latina (1939-1945)”. El contenido del tercer apartado se refiere a “Comunismo, militancias y estructura partidaria”, y lo componen “Las crisis del Partido Comunista de la Argentina durante la década de 1920: acerca de los orígenes de la dependencia hacia Moscú”, de Víctor Augusto Piemonte; “Un episodio de las políticas del ‘tercer periodo’ de la Internacional Comunista: elecciones presidenciales en Chile, 1931”, de la autoría de Sergio Grez Toso; Joaquín Fernández Abara escribe “En la lucha contra el ‘pulmón de la conspiración fascista en América Latina’. Los comunistas chilenos ante el proceso político argentino y el gobierno de la Revolución de Junio (1943-1946)”, y Ana María Cofiño se concentra en “Las rojas mujeres comunistas en Guatemala (1923-1954)”. La última parte, con el enunciado “Comunismo, disidencias y perspectivas transnacionales”, cuenta con Juan Carlos Yáñez Andrade, quien desarrolla “El comunismo chileno en los archivos de la Organización Internacional del Trabajo (1922-1927)”; Patricio Herrera González profundiza en “La unidad obrera latinoamericana y las tensiones del comunismo regional e internacional (1935-1938)”; Alexandre Fortes se refiere a “Los comunistas y la clase trabajadora brasileña (1922-1945)”, y Jody Pavilack nos acerca a “Henry A. Wallace y sus ‘amigos’ en América Latina (1940-1949)”.
Al final, hubiese sido muy provechoso que el volumen nos entregara un epílogo para destacar las ideas centrales que robustecen los enfoques sobre los comunismos latinoamericanos, así como la valía del trabajo empírico aportada por las y los autores respecto de la problemática central de la obra. Es decir, cómo, con renovadas herramientas teóricas y metodológicas, se perfilan novedosas líneas de investigación internacional con soporte académico (proyectadas por distintos centros e institutos universitarios) para desentrañar las claves de un ideal societario insertado vehementemente en la militancia comunista latinoamericana. Una recapitulación del libro podría haber subrayado cómo se van delineando y encontrando las genealogías comunistas latinoamericanas que abrevaron del pensamiento político, económico y filosófico materializado en 1917 con la toma del poder bolchevique en la Rusia zarista. Sabemos que el imaginario de la patria comunista a nivel planetario tuvo un fuerte e inusual impacto en miles de mujeres y hombres latinoamericanos que fervientemente creyeron en el desafío comunista frente al capitalismo mundial.
Se echa en falta un índice analítico, que hubiese sido útil para estudiantes y especialistas en la búsqueda y ubicación de personajes, instituciones y organismos relacionados con las temáticas que confluyen en los comunismos latinoamericanos del periodo acotado en la obra. Esto tiene su razón de ser, porque en pleno siglo XXI estamos redescubriendo a mujeres y hombres que ejercieron su comunismo en libertad, y, por ende, sus deslindes y rebeldías fueron objeto de ocultamiento, estigmatización o ninguneo durante décadas por los aparatos dogmatizados de los partidos comunistas de la región. De igual manera, con un índice como guía hubiese sido más fácil rastrear puntualmente los procesos de articulación y el reconocimiento —a distintas escalas— de hasta dónde se articularon vínculos con organizaciones sindicales, campesinas, urbano-populares, de carácter intelectual y artístico, etcétera, así como las azarosas vías de enfrentamiento contra el poder político y la autoridad instituida a partir de las complejas dinámicas regionales comunistas plasmadas en los capítulos del libro. Por otra parte, desde mi punto de vista, el libro tendría una mejor y cuidada presentación si se hubiesen subsanado diversas erratas y quitado a algunos de los capítulos su carácter de ponencias del evento referido; es posible que los editores no contaran con el tiempo suficiente para realizar a profundidad la labor de edición.
La “Introducción”, a manera de balance bien articulado, es de la pluma de Barry Carr, y se titula “Escribiendo la historia de los comunismos en las Américas: retos y nuevas oportunidades”; en ella su autor precisa algunos de los haberes y faltantes en el estudio de los comunismos latinoamericanos. No obstante, en su valoración se aprecia un vacío evidente que el mismo Carr ya había considerado anteriormente. Me refiero a las carencias en torno a estudios biográficos y la inexistencia de análisis de figuras y actores protagónicos cuyo papel fue significativo en la construcción de los comunismos latinoamericanos y en la indagación sectorial y de grupos, como fueron los cuadros femeninos. Carr, en su momento, hizo notar la falta de estudios relevantes para entender, por ejemplo, qué significaba ser comunista en México, y comprender el compromiso de su militancia, así como para hurgar en su propio imaginario comunista. Carr enlistó algunos personajes claves en la historia del Partido Comunista Mexicano (PCM) que aún no cuentan con estudios biográficos o acercamientos a su actividad política y militante. Del sector femenino sólo mencionó a Concha Michel,[1] dejando de lado la alusión a los valiosos aportes de mujeres comunistas valientes que remaron a contracorriente incluso en su propio partido, como lo fueron Consuelo Uranga, Esther Chapa y Cuca García, y que hasta la fecha se mantienen marginadas de las historias del comunismo mexicano.
Como toda obra colectiva, El comunismo en América Latina... hace más énfasis en algunas problemáticas y otras quedan un tanto soslayadas. Es el caso de las comunistas latinoamericanas, pues el único capítulo que las enfoca de manera particular es el de la autoría de Anamaría Cofiño en torno a las rojas guatemaltecas durante el periodo de 1923 a 1954.[2]
Si revisamos los países que fueron atendidos en el libro, nos encontramos con algunos faltantes: Panamá, Costa Rica y Honduras, en la región centroamericana, y Paraguay, Ecuador y Venezuela, en Sudamérica, por citar sólo algunos; los casos de los partidos comunistas de México y Cuba son referidos por Barry Carr debido a sus propios estudios, pero no cuentan con sus respectivos capítulos.
Todo ello podría dar pauta para continuar con el espíritu albergado en este libro con el afán de profundizar y concebir una obra colectiva enciclopédica en torno a los comunismos en América Latina y el Circuncaribe; así se podría abarcar un periodo de larga duración para entender las redes transnacionales latinoamericanas en la construcción del comunismo, sus encuentros y desencuentros, así como sus debates, expresiones y representaciones discursivas mediante la prensa y las publicaciones militantes, ya fuese desde sus orígenes y su impacto regional a partir del triunfo de la Revolución bolchevique —delineando sus altibajos, triunfos y derrotas en el largo peregrinar del siglo XX—, hasta la caída del Muro de Berlín, la desaparición de la Unión Soviética, la eliminación o desarticulación de los partidos comunistas en la región latinoamericana y la crisis del socialismo realmente existente.
En este tenor, es obvio que las y los investigadores interesados en las problemáticas comunistas latinoamericanas y sus repercusiones trascendentes allende nuestro continente deberíamos plantear enfoques transnacionales más inclusivos y comparativos para descubrir las mixturas y combinaciones que derivaron en intensas conexiones y relaciones entre militancias y simpatías comunistas de la región, muchas veces volcadas en la configuración de movimientos societarios activos que plantaron la cara revolucionaria frente a las órdenes sociales conservadores, dictatoriales y represivos. Además hay que atender, por otro lado, la interrelación, los enlaces y sus repercusiones positivas o negativas que proyectaron los agentes o delegados de la IC en sus respectivas comisiones latinoamericanas.[3] Se debe valorar inclusive sus injerencias dogmáticas y apreciaciones sesgadas. De igual forma, hay que centrarse en las condenas a priori y la estigmatización ideológica, que estuvieron a la orden del día en boca de las dirigencias comunistas, las cuales no dejaron de levantar el índice de fuego para reprobar y censurar otras rutas del pensamiento comunista, como la de los anarquistas y la de los trotskistas.
Por supuesto, otros elementos que no podrían quedar al margen son los vasos comunicantes y las particulares dimensiones generadas entre cada partido comunista y la prolongada radiación de las estrategias desde el bastión de la Internacional Comunista del PCUS, así como el peso específico que supuso el Partido Comunista estadounidense y su interés por hegemonizar estratégicamente al resto de los enclaves comunistas del continente.
Apenas apunto algunas de las múltiples fisionomías de los comunismos latinoamericanos que pueden ser atendidas por nuevas líneas de investigación consistentes y de mayor envergadura, empero, quiero ser enfática en que El comunismo en América Latina... es un aporte transnacional relevante en la larga ruta por aprehender los despliegues amestizados latinoamericanos del ideal comunista; modelado y transfigurado dialécticamente en la ruta complejizada de la Revolución rusa y su aspiración dictatorial del proletariado. Explícita o implícitamente, el contenido de los capítulos de El comunismo en América Latina... nos abre ventanas hermenéuticas insólitas para volver a reparar en el concepto de Revolución en el siglo de las revoluciones, y para repensar de nueva cuenta si la humanidad planetaria debería aspirar, en nuestra era globalizada, a la insospechada dimensión revitalizada de la revolución mundial.
De igual manera, el libro en su conjunto exhibe nuevas posibilidades heurísticas en la cimentación metodológica de nuestro sujeto histórico primordial, al revisar y construir (con fuentes documentales, hemerográficas, epistolares, memorísticas y testimoniales que en diversas partes del mundo se siguen localizando y abriendo) un conocimiento más comprensivo y analítico de la “rojería”[4] internacional, no sólo en la perspectiva histórica del siglo XX, sino también en el horizonte de nuestro siglo XXI a la luz de la historia del tiempo presente, para entender cómo las rojas y los rojos —las izquierdas militantes y los grandes contingentes sociales— siguen aspirando y movilizándose por un mundo mejor y menos desigual.
* El Colegio de Michoacán.
[1] Barry Carr, “Hacia una historia de los comunismos mexicanos: desafíos y sugerencias”, en Elvira Concheiro, Massimo Modonesi y Horacio Crespo (coords.), El Comunismo: otras miradas desde América Latina, México, Ceiich-UNAM (Debate y Reflexión, 9), 2007, pp. 522-523.
[2] Por fortuna, la historia de las mujeres, y, de manera específica, la historia de las mujeres comunistas en América Latina va abonando parte de la deuda de invisibilización de las comunistas en una obra colectiva de reciente aparición, que descentra el orden social patriarcal y los enfoques androcéntricos y machistas de las dirigencias de los partidos comunistas con dominancia masculina. Véase Adriana Valobra y Mercedes Yusta (eds.), Queridas camaradas. Historias iberoamericanas de mujeres comunistas, Buenos Aires, Miño y Dávila Editores, 2017.
[3] Un ejemplo interesante es el estudio sobre Edgar Woog, alias Alfred Stirner, delegado de la IC ante el PCM en los años veinte. La profunda investigación se llevó a cabo durante varios años por Rina Ortiz Peralta y Enrique Arriola. Sus resultados seguramente vendrán a modificar apreciaciones y problemáticas que la historiografía sobre el comunismo en México no ha resuelto del todo.
[4] “Rojería”, concepto utilizado por el investigador mexicano Óscar de Pablo para elaborar las trayectorias colectivas e individuales de organismos y militantes de la izquierda mexicana en su consistente diccionario La rojería. Esbozos biográficos del comunismo mexicano (México, Debate-Random House, 2018).