El género Monsiváis

ENVIADO POR EL EDITOR EL Jueves, 09/01/2025 - 18:23:00 PM

Juan Villoro, El género Monsiváis, México, Secretaría de Cultura / INAH, 2017.


Carlos San Juan Victoria*

 

Con una narración circular, que inicia y termina en medio del grupo variopinto de gente a la espera de ser recibida por Monsiváis en su casa de San Simón, Portales, Juan Villoro tira su red para atrapar al polígrafo que escribió de todo, menos de futbol. “Lo recuerdo entreabriendo la puerta para decir: vuelve mañana. En la mayoría de las circunstancias, esta respuesta decepciona. Tratándose de Monsiváis ya era una costumbre, tan extraña e irrenunciable como la de darse toques eléctricos en las cantinas” (p. 83).

 

El género Monsiváis, libro que surgió de una conferencia magistral en el marco de la Cátedra Monsiváis de la Dirección de Estudios Históricos del INAH, intenta —con lúcida y risueña brevedad— capturar la forma de un escritor multiforme y prolífico, pegado a la piel de los sucesos pero que se distanció reflexivo; atento a su riqueza caótica y fugaz, pero en busca de la perla de su sentido.

 

“Las crónicas de Monsiváis importan más por lo que él pensó de los acontecimientos que por los acontecimientos mismos. En ese sentido, tienen algo de ensayos dramatizados, donde la historia es una oportunidad para opinar” (p. 47).

 

El ensayo de Villoro no es una tarea estricta de “análisis del discurso”. Villoro establece un vínculo entre su forma escrita, el personaje que se autoconstruye y los ambientes diversos que le toca vivir y que lo alimentan. Enlaza su variedad de temas, registros y recursos literarios con su calidad nómada que recorrió y conectó mundos distantes. Monsiváis trató con empresarios y políticos, tejió amplias redes en la republica de las letras del fin de siglo, los movimientos sociales y su vocación perdedora, el mundillo de artistas, luchadores y vedettes, los múltiples foros de debate oral y escrito. “Antes de Google, ya se comportaba como un motor de búsqueda, estableciendo vínculos impensados entre muy diversos ámbitos de la cultura y reuniendo objetos heteróclitos que al cabo de los años adquirieron lógica retrospectiva y ahora integran un museo” (p. 79).

 

Diseccionar un río

Uno de los rasgos de ese género irrepetible sería su calidad de río nutrido por muchos afluentes, de un flujo sin fin nacido de la comunicación constante, de la charla de tertulia, de las conferencias improvisadas, de las voces de las manifestaciones, de las llamadas telefónicas, de su cristalización momentánea en cientos y miles de cuartillas, y que regresaban otra vez, ya con la marca influyente de la M, hacia las aguas originarias de las muchas voces. Un círculo comunicativo.

 

Su habilidad mayor, explica la privilegiada prosa de Villoro, refiere a la creación de narraciones creíbles del acontecer que a la vez son editoriales cargadas de opinión subjetiva. “En su registro de la manifestación del silencio se describe a sí mismo en tercera persona, siguiendo el recurso de Norman Mailer en Los ejércitos de la noche. En ese texto capital pone en tela de juicio la imparcialidad del cronista” (p. 63).

 

Así sus escritos, anclados en “el presente histórico que favorecen los cronistas”, se forman con varias capas: transmiten la sensación de “algo vivido”, la experiencia directa, el cronista como fiel testigo; luego los injertos que trastocan ese hiperrealismo, por ejemplo, las voces corales anónimas que atrapan creencias colectivas en juego; las ideas de otros escritores al respecto, el cronista que toma la palabra y opina con la fuerza de un moralista y un juez; el creador de ideas, no de ocurrencias, que plantea el sentido del acontecer. “Monsiváis construye sus crónicas a partir de lo que otros y de lo que él mismo pueden decir sobre el tema. En ese sentido se trataba de crónicas comentadas, donde lo más importante es la interpretación del suceso” (p. 43).

 

En sus crónicas hay la modernidad del ensayo y el periodismo estadounidense más avanzado de los años sesenta, las posiciones de las vanguardias mexicanas que en la segunda mitad del siglo XX critican la ideología y el arte oficial, el autoritarismo político, la censura y el autoritarismo. Pero también una vieja querencia de los polígrafos mexicanos, tan antigua como El periquillo sarniento, por hacer confluir la cultura de las elites y la cultura popular. Advirtió en sus múltiples registros al humor corrosivo, la canción romántica, las caricaturas, la carpa, la televisión y el cine; una gramática indispensable para entender el país, sus épocas, los talantes y las emociones colectivas. “Para conocer un país hay que saber de qué se ríe la gente”, El Fisgón dixit, cita Villoro.

 

El “doctor honoris causas perdidas”, según se autonombró y recupera Villoro, siguió paciente la huella de las grandes conmociones sociales que sacudieron la conciencia del país, desde las luchas magisteriales hasta el neozapatismo y el desbordamiento social en las elecciones de 2006. Villoro resalta que no hay el intento militante de una mirada acrítica, sino el distanciamiento de quien conoció dogmatismos cerrados y exagerados optimismos. “Para ponerse a salvo del sentimentalismo o del comité central que todo analista lleva en su interior, Monsiváis asumió la solidaridad como una forma de la crítica: apoyaba su causa, pero la sometía a los mismos cuestionamientos a los que se sometía a sí mismo”. (p. 63)

 

Espigar

El ensayo de Villoro aporta una agenda abierta para intentar cerrar los muchos huecos que nos deja la ausencia de Monsiváis. “Sus miles de cuartillas llegaban con la constancia de una lluvia” (p. 80). Le pide a la cátedra mantenerse como un foro de rebeldías y de la afilada crítica que animó a nuestro personaje. Y sugiere temas para realizar un diálogo constante con su obra. Menciona, por ejemplo, cierto temple conservador que le impidió valorar la crítica de Mariano Azuela a la revolución vuelta gobierno, rechazar la crítica de Ibargüengoitia a la “tediosa dramaturgia” de Alfonso Reyes, evitar la confrontación directa en lo social y político, y propiciar la formación de “complejos equilibrios” para caminos reformistas, apoyar a la izquierda “caudillista” del presente, no comprender las innovaciones de José Agustín, su tratamiento lateral de la homosexualidad (p. 68).

 

Ver el espanto

A consideración de este comentarista, la presentación de El género Monsiváis se hizo en un clima cargado de repeticiones. Ocurrió en el auditorio Torres Bodet del Museo Nacional de Antropología que, a diferencia del país, cruzó indemne el terremoto ocurrido ocho días antes. Un público nutrido se atrevió a permanecer sentado y disfrutar un banquete de la palabra con Luis Barjau, Diego Prieto, Emiliano Ruiz Parra y Juan Villoro en sus varios acercamientos al género Monsiváis. Aún impregnado por la conmoción íntima del sismo apenas vivido, Juan Villoro leyó a final un poema “del género de las repeticiones” según lo clasificó:

 

Eres del lugar donde recoges la basura.
Dos rayos caen en el mismo sitio.
Porque viste el primero, esperas el segundo.
Y aquí sigues.
Donde la tierra se abre y la gente se junta.
Otra vez llegaste tarde.

 

Hacía 32 años, en esas repeticiones del tiempo que nos asombran, Monsiváis hacía lo mismo escribiendo sus ensayos a pocas horas y en los días siguientes al gran estremecimiento. Con una claridad que alumbró los nubarrones de confusión y terror de entonces, vio en los miles de gentes que acudieron a contener la muerte, la posibilidad que había estado oteando en su persecución de los movimientos: un orden social que se imponía al desastre y a la irracionalidad institucional, una manera colectiva de ocupar el espacio público que le daba poder a la sociedad.

 

A 32 años de escribir de cara al espanto, sus palabras resuenan ahora lúcidas y actuales, se repiten cargadas de sentido y expresan una idea para los ya presentes y los no nacidos aún, que anima a encarar el futuro: “El 19, y en respuesta ante las víctimas, la ciudad de México conoció una toma de poderes, de las más nobles de su historia, que trascendió con mucho los límites de la mera solidaridad, la conversión de un pueblo en gobierno y del desorden oficial en orden civil”.

 

* Dirección de Estudios Históricos, INAH.