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Comentarios al texto de Viviana Bravo, “Lucha de calles en Santiago de Chile: voces y trayectorias de la protesta social. 1940-1990”

ENVIADO POR EL EDITOR EL Martes, 14/01/2025 - 18:32:00 PM

Yair Vázquez Camacho*

 

Resumen

El autor revisa de manera minuciosa la propuesta de análisis planteada por Viviana Bravo y es el pretexto para debatir en torno a la lucha de masas en Santiago de Chile y la Ciudad de México. Destaca la propuesta de una memoria política consolidada desde la memoria social.

Palabras clave: lucha de masas, revueltas, Santiago de Chile y Ciudad de México, memoria política, memoria social

 

Abstract

The author examines thoroughly Viviana Bravo’s analysis proposal and is the excuse to discuss abaout mass rebellion, on Santiago de Chile and Mexico City. It stands out the idea of a political memory consolidated since social memory.

Keywords: Massess, Rebellion, Santiago de Chile and Mexico City, political memory, social memory

 

El texto titulado “Lucha de calles en Santiago de Chile: voces y trayectorias de la protesta social. 1940-1990” forma parte del proyecto de investigación de Viviana Bravo. Si bien lo que nos presenta son reflexiones y preocupaciones iniciales, la propuesta de investigación luce interesante y arriesgada. Al leer sus páginas se aprecian —de manera explícita e implícita— autores (y sus conceptos) del materialismo histórico: Karl Marx, Antonio Gramci y Henri Lefebvre; de la historia social británica como Eric Hobsbawm, E.P. Thompson y George Rudé; del círculo de Birmingham como Raymond Williams; de la teoría de los “nuevos movimientos sociales”, como Alain Touraine y Manuel Castells; de autores latinoamericanos como Bolívar Echeverría, Carlos Monsiváis, Adolfo Gilly y Octavio Paz; así como algunos destellos y relámpagos de la Escuela de Frankfurt, específicamente de Walter Benjamin. Viviana tiene el acierto de retomar, articular, criticar y reactualizar de manera creativa y novedosa algunas de sus categorías analíticas. Debido a esta pluralidad de perspectivas, no es posible encuadrarla en alguna de estas perspectivas teóricas, ni mucho menos disciplinarias: en su trabajo encuentro el oficio de una historiadora que también es socióloga, politóloga, geógrafa y urbanista; pero ella misma señala —y con ello nos deja claro—, su trabajo es el de una cartografía antropológica y geográfica.

 

Sin embargo, uno de los elementos —mas no el único— que torna novedosa y necesaria la propuesta de investigación de Viviana es el rescate del pasado en el presente de las tradiciones y memorias políticas de lucha y resistencia de sujetos, grupos y colectivos sociales que han quedado marginadas, relegadas y oscurecidas por el poder político y por buena parte de la historiografía tradicional. Esto es lo que se nos presenta hoy con urgencia a historiadores, sociólogos, antropólogos y latinoamericanistas, frente a un presente revuelto y convulso que vivimos tanto en México como en Chile, y en América Latina en general.

 

En este sentido la propuesta de investigación de Viviana adquiere relevancia, ya que propone desarrollar no sólo una exhaustiva reconstrucción histórica, análisis y explicación de las jornadas de protesta popular acontecidas en Santiago de Chile entre 1940 y 1990, sino el rescate, análisis y visibilización del vasto entramado hereditario creado y reactualizado entre sujetos, experiencias, formas y trayectorias de confrontación, todas ellas expresadas en distintas tradiciones de las protestas urbanas chilenas de la segunda mitad del siglo XX, entre las que la autora señala la tradición política de la asamblea (y sus apasionadas discusiones, la de la mano alzada, de los pliegos petitorios y los boletines informativos propia del movimiento obrero y sindical y, aún más, del estudiantil); la tradición clandestina conspirativa, propia de la formación de partidos políticos de raíz marxista y del trabajo militante de la “lucha de masas”; la tradición comunitaria, tejida en torno a —y en diálogo con— religiosos y pobladores organizados para vivir y subsistir y que vemos en las comunidades de base, donde se comparten la comida, la escuela de los niños y la compra en el mercado, así como la esperanza y el dolor de la muerte en romerías, velatorios y procesiones; la organización callejera, tradición política que en distintos momentos de la historia de Chile, supo armar la revuelta, hacerse escuchar en plena vía pública, acosar a las fuerzas del orden, formar piquetes, dispersarse, encender fuego y destruir símbolos del poder; y la tradición del arte popular comprometido, que no habló con discursos ni con acciones audaces, pero llenó el alma de los protagonistas de esta historia con una fuerte presencia en distintos circuitos y rincones populares, a través del canto en el transporte público y las peñas, de Víctor y Violeta, del teatro y la danza, la pintura mural y las arpilleras.[1] De la riqueza de todas estas tradiciones brotó un amplio repertorio de acciones políticas y formas de lucha que jugaron distintas funciones sociales, una de las cuales fue, como bien señala la autora, no sólo la constitución histórica misma del sujeto político, sino también la subversión de los regímenes de disciplinamiento social y espacial; esto es, la lucha de calle, las protestas que rompieron la rutina, el apaciguamiento, la presión de la vida cotidiana en dictadura y abrieron múltiples horizontes de posibilidad para el presente vivido y el futuro deseado.

 

En términos teórico-metodológicos son dos los ejes en que se mueven las preocupaciones de la autora: el primero, centrado en indagar la dinámica interna y descubrir la pluralidad de elementos analíticos, orientaciones, significados y relaciones que convergen en la protesta. Y el segundo, dirigido a establecer una mirada de conjunto para caracterizar los hechos y sus consecuencias histórico-políticas.[2] Otro elemento interesante de ese proyecto de investigación es su análisis historiográfico —estado de la cuestión—, en el que la autora hace un recorrido exhaustivo y puntual por los trabajos y estudios que abarcan la temática y la temporalidad de su proyecto de investigación. De ellos señala, en primer lugar, los estudios del conflicto social chileno —centrados en el movimiento obrero desarrollado en los centros mineros, puertos y ciudades de fines del siglo XIX a las tres primeras décadas del XX—, cuyos trabajos fueron inspirados por la escuela marxista ortodoxa y su interés por desentrañar y afirmar su papel como vanguardia de la clase trabajadora dentro de las estructuras económicas omniexplicativas. Luego menciona los trabajos sobre los sectores populares, que han otorgado énfasis a las matrices culturales comunes que identifican el ethos social del sujeto popular: códigos compartidos que favorecen cierta constitución de identidad y mecanismos de sociabilidad abordando otras formas de protesta como el motín urbano, el levantamiento minero y el bandolerismo rural registrado desde mediados del siglo XIX. Después anota los estudios desde la teoría de los movimientos sociales o la sociología de la acción, propuesta por Alain Touraine, de los que critica la separación radical entre la acción social y política, en primacía de la segunda, que llevó a los seguidores de esta corriente a conclusiones erróneas como que en Chile no existían movimientos sociales, y si lo existían eran de tipo “expresivo- emocional antes que reivindicativo-instrumental”.[3] De estos y otros trabajos la autora destaca algunos elementos, encuentra algunos vacíos y lagunas, pero sobre todo debate y discute, y llega a la conclusión de que los años que abarcan su periodo de investigación siguen estando centrados en generalizaciones de una investigación histórica enfocada en las diversas crisis y transformaciones del Estado y las clases dirigentes; en los debates de corte político- ideológico, desde sus implicaciones en el sistema electoral o en la evolución de los partidos políticos. Por tanto, la autora señala que el proceso de politización y presencia pública de las grandes mayorías durante el tiempo que va del ascenso del movimiento popular y el proceso de democratización social que culminará en el gobierno de la Unidad Popular (UP) y la vía chilena al socialismo continúa relegada al “olvido” y sus protagonistas condenados al papel de actores secundarios.[4] Por ello, rescatar y visibilizar este denso entramado de experiencias, acciones sociales y políticas, legadas, transmitidas y resignificadas en cada presente-pasado, es la tarea central del proyecto de investigación.

 

Otra de las pretensiones que señala la autora es ampliar la investigación a otras ciudades latinoamericanas, como Ciudad de México, Bogotá y Buenos Aires. De esto he de decir que no sólo son viables, sino infinitamente productivos tanto en la exploración como en el estudio, ya que en el periodo 1940-1960 la ciudad de México, al igual que Santiago de Chile, tuvo un elevado crecimiento poblacional y del mercado interno, además de que afloraron las contradicciones y desigualdades sociales del “milagro económico mexicano”, expresadas en los movimientos de 1958-1959, donde ferrocarrileros, telegrafistas, telefonistas, médicos y estudiantes tomaron las calles y las fábricas con una ola de huelgas, paros, mítines y marchas, cuyo escenario principal fue la ciudad. Ilán Semo califica estas décadas como el ocaso de los mitos del “milagro económico”, de la modernidad, de la democracia y del progreso, y señala que en los años cincuenta y sesenta:

 

Los obreros [estudiantes y maestros] en huelga, en la calle, la intransigencia empresarial, la violencia militar y los presos políticos [...] éstos eran algunos de los rasgos más distintivos del ‘milagro’ [...] La ciudad es un pulpo insaciable, yuxtaposición y mosaico de clases sociales con olor a campo hacinado. Proletarias, lumpenarias [...] fragmentadas en contradicciones insuperables, sofocantes; en crecimiento voraz, saturadas del vigor egoísta propio del pequeño burgués campesino y urbano [...] La ciudad es la gran arena de la época. Las urbes son el microscopio de la historia moderna. En ellas se agolpan los sucesos, se amontonan los resentimientos, se entretejen, estallan y plasman, en una espiral interminable de contradicciones. Aquí la historia se hace nudo de lugares y tiempos diversos. Las victorias de un poder sobre otro, de una fracción sobre otra, del Estado o los ciudadanos, de una concesión más, de una menos, de un genocidio o del eterno certamen entre las ideologías; quedan sellados en la ciudad. Al historiador le resta desenredar el nudo, descifrar los signos.[5]

 

De manera análoga a todo lo sucedido en la ciudad de Santiago de Chile, los estudiantes del Distrito Federal protestaron por el alza del trasporte y se enfrentaron a los “gorilas”; se proscribió el Partido Comunista Mexicano (PCM), se allanaron sus locales y se detuvo a sus militantes; en 1941 se añadió un artículo —el 145 y 145bis— a la Constitución, llamado de “disolución social”, que prohibía la reunión de dos o más personas y fue derogado hasta 1970; se acusó a los obreros y estudiantes de rojos, comunistas, desestabilizadores y de ser “parte de una conjura internacional comunista”; también en la Ciudad de México los sujetos, grupos y colectivos de explotados, marginados y agraviados respondieron con lucha de calles para revertir decretos y frenar la explotación, para oponer otros proyectos de vida; así como también seguramente algún funcionario del gobierno capitalino, o responsable de policía —como el superintendente de bomberos de Chile que señala la autora—, comparó lo ocurrido con otras luchas en otros tiempos, de un pasado quizá inmediato o quizá lejano.

 

Ciclo abierto de crisis, confrontación, politicidad y lucha de calles en la Ciudad de México que culminó con la masacre estudiantil de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, con su réplica en el jueves de corpus de 1971, y que abrió otro ciclo de violencia y confrontación en el que estudiantes, profesores, normalistas y campesinos se radicalizaron y optaron por la vía armada, creando agrupaciones guerrilleras rurales y urbanas; estos procesos tuvieron como respuesta por parte del Estado la guerra sucia de los años 1970-1980, traslapada con la insurgencia sindical independiente de 1970 a 1976, donde nuevamente los obreros tomaron las calles de la ciudad.

 

Así, la historia de la Ciudad de México, “cepillada a contrapelo”, se revela como dialéctica de violencia/resistencia, constante en la historia social y política mexicana. Las grandes diferencias, por supuesto, es que mientras el capitalismo y sus reformas privatizadoras de derechos sociales han sido impuestas paulatinamente con detenciones, golpes, torturas, desapariciones forzadas, asesinatos y masacres que no cesan en el presente mexicano, en Chile se consolidaron a través del golpe de Estado militar de 1973, en el cual —como bien señala la autora— no solo se quiso borrar la historia de politización, solidaridad y triunfo de la Unidad Popular (UP), sino que se pretendía despolitizar a la sociedad, aniquilar al enemigo interno, pero sobre todo refundar el capitalismo por medio del “experimento neoliberal” que diez años más tarde padecería toda América Latina.

 

Por último, me gustaría señalar la articulación de conceptos y categorías analíticas que retoma y presenta la autora a lo largo del proyecto de investigación: politicidad de las calles (experiencias colectivas que inciden en la sociedad y expresión de sujetos colectivos construidos históricamente por esa politización);[6] lucha de calles (campo múltiple de fuerzas, donde se expresan materialmente las contracciones sociales, se confrontan proyectos hegemónicos y contrahegemónicos y se manifiesta la disputa y la tensión subyacente a la dominación);[7] repertorios de acción política (diferentes formas de lucha que se manifiestan en la confrontación de calles); puesta en práctica de lo político (entendida como acción social contenciosa);[8] hermenéutica urbana (la ciudad como texto que se puede leer e interpretar, lo que ella misma llama cartografía antropológica y geográfica);[9] y el concepto de tradición (entendida como una fuerza activamente configurativa que moldea el presente desde atrás). Planteamiento que —como señala la autora— tienen mayor relación con las articulaciones y significados de lo que se trasmite dentro de un conjunto de prácticas que con las “repeticiones” de viejas formas en escenarios nuevos.[10]

 

Este último concepto, y la lectura en general de la propuesta de investigación de Viviana, me hizo reflexionar en torno a un conjunto de estudios y conceptos que estoy trabajando en mi tesis doctoral, pues empatan muy bien y se articulan con el proyecto aquí comentado; quizá no son del agrado de la autora o le resultan problemáticos pero los considero pertinentes: se trata de los estudios de memoria social y/o colectiva. Los considero pertinentes para esta propuesta de investigación, sobre todo cuando se toma en cuenta la multiplicidad operativa de la memoria en tanto

 

contenido vivencial, como función recuperadora del recuerdo o discriminadora mediante el olvido, como suministradora de pautas para la acción, como potencial en la constitución del hombre como ser histórico en tanto soporte de la temporalidad, de la continuidad de la identidad individual y colectiva, y [como elemento] clave para los procesos de reproducción social como son: la identidad, integración grupal, acción pública, social y política.[11]

 

Memoria social analizada, entendida también como “acumulación-apropiación-[transmisión] de experiencias plurales: clasistas, étnicas, de género, etc. y tiempo de lo múltiple y lo diverso, lo cual tiene como núcleo la resistencia a la dominación, al poder expresado en la racionalidad instrumental, abstracta y homogeneizante”.[12] Memoria social entendida como acto, como ejercicio, como práctica social, expresada en acciones políticas concretas en el espacio público; en este sentido, no se trataría únicamente de una memoria transmisora de experiencias de generación en generación, ni exclusivamente de una memoria para disputar los sentidos del pasado en el presente, sino también de una puesta en acto de memoria política, para incidir y transformar el presente y abrir horizontes de posibilidad hacia el futuro.

 

Por todo lo anterior, considero que la propuesta de investigación de Viviana, apunta a convertirse en un gran aporte no solo para la historia social chilena, sino para la historiografía de los movimientos sociales y políticos latinoamericanos en clave comparada.

 

* Escuela Nacional de Antropología e Historia, INAH.
[1] Viviana Bravo, “Lucha de calles en Santiago de Chile: voces y trayectorias de la protesta social 1945-1990”, ponencia presentada en Conversatorio Revista Con-Temporánea, DEH- INAH, México, 5 de julio de 2015, pp. 21-22.
[2] Ibidem, p. 3.
[3] Ibidem, pp. 5-6.
[4] Ibidem, p. 8.
[5] Ilán Semo, “Introducción”, en México un pueblo en la historia. El ocaso de los mitos 1958- 1968, Enrique Semo (coord.), México, Alianza, 1989, t. 6, pp. 14-15.
[6] Viviana Bravo, op. cit., pp. 1-2.
[7] Ibidem, pp. 2-3.
[8] Ibidem, p. 22.
[9] También llamada hermenéutica de la ciudad, hermenéutica de los lugares o hermenéutica de los cuerpos urbanos.
[10] Ibidem, p. 21.
[11] Julio Arostegui, “Retos de la memoria y trabajos de la historia”, en Pasado y Memoria, Revista de Historia Contemporánea, núm. 3, España, Universidad de Alicante, 2002, pp. 12-13, 22-23.
[12] Sergio Tischler V, “Memoria y sujeto. Una aproximación desde la política”, en Memoria, tiempo y sujeto, México, BUAP, 2005, p. 106.