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Comentarios a pie de foto. Testimonio

ENVIADO POR EL EDITOR EL Jueves, 16/01/2025 - 12:33:00 PM

Yuri Valecillo*

 

Toda experiencia fotográfica va cargada de un inusitado esfuerzo que no sólo se traduce en el instante de la toma, en el momento inapelable que se acciona el disparador, sino en la connotación posterior a este hecho. Cualquier muestra de sensibilidad y pasión son expuestas en un instante quizá irrepetible. La foto responde a un azar, pero al mismo tiempo a un saber mirar más allá de la superficie de los hombres y las cosas, un saber penetrar donde revolotea el alma.

 

De igual manera que el escritor, a través de sus escritos, deja al desnudo sus ideas, sus fantasmas y sus sueños, el fotógrafo a través de la imagen desarrolla un discurso con pocos signos, pero infinidad de tonos íntimos, que producen un enorme impacto en la retina y las neuronas del espectador. Lo que el escritor hace con palabras el fotógrafo lo realiza con imágenes.

 

La imagen fotográfica no es sólo lo que se busca, sino también lo mucho que se encuentra. El fotógrafo es una especie de cazador furtivo de imágenes. Ve el mundo fragmentado en encuadres paradójicos y contrastantes. Para el fotógrafo el entorno no es un todo, es apenas un sublime, o trágico, rompecabezas de imágenes que pasan de manera subrepticia delante de nuestros ojos. Un fotógrafo es un ser atento que intenta congelar (o laminar en una foto) dichas imágenes, las cuales podrán ser parecidas, pero nunca iguales.

 

El fotógrafo puede estar al acecho de los hechos noticiosos. Esperar, trabajar con horario asignado y utilizar equipo apropiado; no obstante, si la intrepidez, la pericia, la ruptura con los cánones establecidos a la hora de mirar, la entrega a su labor y la suerte no están de su lado es difícil que su trabajo fotográfico sea aceptable. Cualquiera puede tomar fotos, y son muy pocos quienes pueden convertir esa actividad mecánica de "hacer fotografías" en un acto de vida con marcada fuerza estética y denodada maestría discursiva.

 

Un fotógrafo impulsado por la pasión y la inteligencia trata de ver el reverso de la urdimbre social, intenta captar con sus fotos el lado oscuro de las almas, de los objetos y la naturaleza. Nunca se conforma. El fotógrafo, animado por su implacable don de mirar más allá de las apariencias potables de todos los días, se infiltra en las oscuridades jabonosas del medio que lo rodea para dar con la imagen inusitada, inesperada y poco habitual.

 

Por ejemplo, la foto de un político en su hamaca, durmiendo a pierna suelta, es un acto que rompe con lo establecido. Un político vende la imagen de ser infalible e incansable. Pillarlo en una actitud contraria, donde al militante disciplinado y activo se le escapa su oficio y la imagen falsa que lo postula al mundo como un modelo contrario a la burocracia. Siempre será común ver un bombero apagando un fuego, lo complicado será verlo encendiendo un cigarrillo entre las llamas. Pero justo ahí está la toma, ahí en esa imagen paradójica está la fotografía. En muchos casos el fotógrafo desaparece para dar paso a la imagen por la cual estuvo a punto de perder la vida.

 

Es común pensar en un sacerdote encabezando una procesión religiosa o bautizando un niño; pero muy pocos ojos ven un cura frente a un tribunal o encabezado a pobladores en tomas de tierra en Brasil por personas que carecen de ella. Con esa mística y esa suerte, el fotógrafo capta la imagen contraria: un religioso en una trinchera —exponiendo su vida, o no, en una batalla—, y a partir de ese acto fotográfico lo que era privativo de unas pocas miradas se convierte en una visión común a todos. A muchos de nosotros ésta nos impacta de diferentes formas; no sólo la toma como tal, sino también el riesgo del hombre de la cámara, sin mencionar esas otras sensaciones al ver congeladas las llamas y la sangre, al escuchar —sin necesidad de audio— los lamentos de un ser humano acribillado por las balas. Aquí la intrepidez, la inteligencia y la suerte jugaron un papel cardinal en el oficio de ser fotógrafo. Otro ejemplo lo tenemos en el fallecido Korda (Alberto Díaz Gutiérrez), cuyas fotos de la revolución cubana, comandada por Fidel Castro, van más allá de la foto-testigo. Korda no se pillaba los dedos con mucha intelectualidad que se diga; era un hombre llano, alegre y sus fotos tienen un espíritu grave, pero están cargadas de una enorme intuición vital.

 

En lo particular me resulta embarazoso hacer planteamientos equilibrados acerca de mi trabajo, pero es todavía más complicado esperar semanas, meses o años para encontrar una imagen desconocida de seres, objetos o de la naturaleza, diferente a imágenes demasiado conocidas. Mi trabajo se ha nutrido de la calle, de la gente que tiene ideales, que lucha por hacer del mundo un lugar más lleno de justicia. Trato de que la foto posea arte y parte. Que sea un instrumento visual para evidenciar el desequilibrio político, social y cultural que aqueja a muchas ciudades latinoamericanas.

 

Los últimos veinticinco años de miradas se vienen paseando por Latinoamérica y el Caribe, nada me ha sido ajeno en esas grandes extensiones geográficas. México, y en particular su capital, son un espacio principal para enfrentarnos con nuestra manera de ver y vernos, las dimensión espacial, sus contrates sociales, las multitudes que se movilizan con la decisión de atrapar alguna esperanza en un mundo tan dramáticamente distribuido y, sin embargo, fascinante; y después de casi un cuarto de siglo apenas lo voy descubriendo, la ciudad como una cebolla llena de capas, pero éstas son callejones, paredes, pequeños talleres, titulares de prensa en un ventorrillo, madres que lloran, frutas brillantes en mercados de calle.

 

La Ciudad de México no se ofrece, no es el Caribe con cuyos códigos de vida y existencia nací y los llevo desde siempre, la ciudad me fue descubriendo y yo a ella. Contactos, suspicacias, colegas de esfuerzo, recomendaciones de algunas lecturas con la cual le voy dando carnadura no sólo visual a lo que miro y expongo ante otros ojos. Ciudad de México está ahí, y en esa inmensidad de mundo urbano el fotógrafo sólo va haciendo una biopsia visual de lo ocurrido —inclusive de sus monumentos colosales—. Así, frente a todo este gigantesco cuerpo social, urbano y humano voy tomando pruebas muy reducidas, muy pequeñas, que quizás sólo están en la memoria de quien tomo una imagen. Leyó con alegría Las batallas en el desierto y se quedó mudo ante una descripción maravillosa de un tiempo que no pasó para su mirada —en este caso mi mirada.

 

A través de la fotografía convertimos a los objetos en nuestros conejillos de Indias predilectos y no sólo los clasificamos, archivamos y fichamos jóvenes, enfermos, agotados por el tiempo o vigorosos, nuevas o destartaladas construcciones, multitudes o individualidades; también mantenemos vivos y presentes a quienes ya partieron de este mundo que pisamos. Por eso no parece descabellado catalogar la fotografía como un instrumento de vida.

 

Una nueva y distinta lógica nace después de la invención de la fotografía, que paraliza, congela, detiene, reduce o amplía un instante que no sólo pasa a través del lente de la cámara fotográfica, sino permanece en la impresión e impresiona. El fotógrafo invita a ver lo que durante una fracción de segundo fue su privilegio visual, esa imagen se multiplica y desde el momento que la ve el ajeno comienza a tener muchos, o muchísimos, testigos que se trasladan a un hecho o a un lugar, con un lenguaje que puede ser leído con herramientas distintas al alfabeto cotidiano o conocido. Cualquier mortal, sin importar que hable ruso o español, tiene el privilegio de dar su lectura de lo que contempla: la ausencia del fotógrafo en la imagen dada, en la imagen que está ahí frente a tus ojos, la prueba única de su presencia como dueño vivencial y no sólo visual de un instante.

 

“EXPEDIENTE URBANO 2016”, Yuri Valecillo

 

* Fotógrafo