El presente y los historiadores

ENVIADO POR EL EDITOR EL Lunes, 20/01/2025 - 16:38:00 PM

Halina Gutiérrez*

 

Resumen

Se indica en torno al libro Falsificadores de la historia, la vigencia del pasado en el presente, los usos de la historia para justificar a políticas y políticos, y la urgente necesidad que tiene el gremio para tomar postura ante las invenciones legitimadoras de los poderes en turno.

Palabras clave: falsificadores, historia, pasado y presente

 

Abstract

The validity of the past in the present, the uses of history to justify politics and politicians, and the urgent need among historians to take a stance before the legitimating inventions of the powers in turn are some of the themes confronted in this book Falsificadores de la historia.

Keywords: counterfeiters, history, past and present

 

Comentario al libro de Pedro Salmerón, Falsificadores de la historia y otros extremos, México, Itaca, 2015.

Hace exactamente tres años, un grupo de estudiantes de historia e historiadores, entre ellos nuestro autor, nos reunimos durante varias semanas para discutir la postura que como gremio debíamos tomar ante los hechos que estaban ocurriendo a nuestro alrededor. El país estaba cerrando un sexenio lleno de violencia que dejó 120 mil muertos y más de 26 mil desaparecidos. Las cosas, sin embargo, podían empeorar, como hemos podido constatar conforme avanza esta barbarie en que vivimos. El contexto eran las elecciones federales que estaban a punto de realizarse.

 

Veíamos con preocupación cómo a punta de propaganda vulgar y machacona, carísima, la Presidencia de la República estaba a punto de ser arrebatada a los ciudadanos y entregada a un grupo que prometía “cambiar a México”. El riesgoso panorama que se avistaba nos mantenía preocupados. De esas reuniones, después de discusiones y consenso, nació un documento que titulamos “La historia que necesitamos para el país que queremos”, el cual fue hecho público a los medios el 7 de junio de 2012. Nos sorprendió favorablemente ver que numerosos estudiantes y profesionales de la historia lo suscribieron, dejando claro así algo que creemos sigue siendo objeto de nuestras preocupaciones, y que Pedro pone de relieve en este cúmulo de textos reunidos en el libro que nos presenta hoy: si bien trabajamos con el pasado, los historiadores estamos íntimamente ligados a nuestro presente, nos preocupa, y sabemos que el conocimiento histórico tiene un papel social que no podemos obviar.

 

Aunque la mayoría de textos yo los había leído cuando fueron publicados en La Jornada o en El Presente del Pasado,[1] debo decir que volver a leerlos ordenados y con una estructura que les da continuidad como un todo me hizo recordar que nuestro oficio debería, necesita, trascender la academia. Debo admitir que muchas de las denuncias presentadas aquí me causaron sorpresa. ¿Cómo era posible que miembros de nuestro gremio se atreviesen a inventar falsedades de manera tan ligera? Personalmente me causaron asombro las enormes mentiras que estos autores que define se atreven a publicar como verdades. Y como bien deja claro en sus textos, lo más reprobable es que no se trata de desconocimiento de las metodologías para realizar una investigación, sino de intencionada falsedad que respalda los argumentos con los que la clase en el poder justifica las villanías por todos conocidas.

 

Me escandalizó de manera particular leer lo que cita José Manuel Villalpando cuando afirma que cuando se pierde una elección con un fraude probado, “históricamente no pasa nada”. Me escandalizó porque para alguien que ha estudiado procesos electorales tachados de fraudulentos, decir que no pasa nada es omitir a todo un sector de la sociedad y sus logros. Las reformas electorales y sus aplicaciones, si bien han tenido alcances limitados, han ido sentando la base para abrir nuevos canales institucionales de movilidad para la oposición. El año de 1988 definió el panorama electoral y político posterior.

 

Indignante resulta también traer a cuento el insulto que palabra por palabra nos profirió el señor Peña cuando dijo que su reforma energética seguía el espíritu de la reforma cardenista de 1938. ¿Cómo podíamos los historiadores quedarnos callados ante una mentira de ese tamaño? No lo hicimos, por supuesto, y tanto Pedro como otros colegas, Bernardo Ibarrola, Luis Fernando Granados, etcétera, denunciamos desde El Presente del Pasado semejante embuste.

 

Estamos ante un texto que consigue involucrar al lector en una cuestión que a todos nos atañe, y me parece que es la idea de fondo de estas denuncias: por qué debería interesarnos lo que unos y otros historiadores dicen sobre el pasado, cercano o remoto. ¿Por qué? Y esta compilación de textos responde con mucha claridad: entre otras cosas porque el conocimiento del pasado se ha usado, y se sigue usando, para promover políticas, defender posturas, candidatos, acciones de gobierno. El problema, dirá Pedro en sus textos, no es ese. El pasado ha resultado elemento legitimador para regímenes de todo tipo y en todas las épocas.

 

El problema es que ese uso del pasado se convierta en abuso en manos de quienes él llama atinadamente los falsificadores de la historia, que tergiversan o mienten descaradamente sobre hechos y acontecimientos pasados, a fin de defender o promover de manera engañosa, a políticos, sus acciones, sus reformas…sus asesinatos.

 

Pedro pone sobre la mesa una cuestión primaria: el historiador no puede inventar los hechos que no puede reconstruir a partir de sus fuentes. Podemos sacar conclusiones, anotar datos, comparar versiones, fuentes, pero siempre con el rigor metodológico y analítico. Si bien es cierto que las fuentes precisan interpretación, la invención, como lo dice el autor, no es un recurso admisible en este oficio. No estamos creando novelas, estamos intentando conocer realidades pasadas y de paso entender nuestro presente.

 

Una enorme virtud de estos textos es su aparición inicial en un medio de amplia difusión, como es La Jornada. ¿Por qué? Porque creo que la búsqueda de veracidad que defendemos al hacer nuestro trabajo no debe ser un asunto únicamente vinculado con nosotros, los historiadores. A todos nos afecta, por ejemplo, que EPN sostenga que la reforma energética aprobada hace dos años se hizo siguiendo el espíritu de lo que el presidente Cárdenas hizo en 1938. El hecho de señalar esas falsedades entre sectores de la población que no están vinculados con la historia es una manera bastante eficiente, creo yo, de hacer que el conocimiento del pasado cumpla el objetivo de ayudar a la sociedad a entender, a saber, a evaluar, a decidir desde el presente, y con sustento en el pasado, cuestiones que son fundamentales.

 

¿Por qué creo que es necesario un trabajo como el que nos presenta hoy Pedro? Porque la realidad que nos rodea es un verdadero estado de emergencia, que requiere la pericia de todo trabajador, de todo oficio, de todo especialista. No es un momento en el que podamos permitirnos despolitizar las discusiones públicas, incluidas las académicas, en aras de la racionalidad y neutralidad de las instituciones. Dejar de tomar postura sería no sólo imperdonable, sino de hecho inmoral.

 

Si el conocimiento histórico, como creemos muchos de nosotros, confiere legitimidad a los discursos y acciones del poder, y prepara las condiciones ideológicas y culturales para la permanencia de un estado de cosas o su cambio, entonces es deber del historiador poner en crisis las versiones estáticas del pasado que ya no respondan las preguntas fundamentales sobre el presente; pero sobre todo incorporar a nuevas versiones de ese tiempo pretérito las voces nacidas de entre quienes han sido y siguen siendo oprimidos. Y sin embargo, en esas nuevas versiones no se vale el revisionismo que inventa, que miente, y que busca desmantelar un pasado que legitima, sustenta y explica posturas y acciones que incomodan al Estado, como bien señala Pedro.

 

En el Observatorio de Historia (OH), y por extensión en El Presente del Pasado, creemos que tanto la disciplina de la historia como su objeto de estudio tienen una vida que se extiende hasta el presente, que influye de manera poderosa en nuestros actos y pensamientos, y nos acompaña todos los días. Tenemos la convicción de que el pasado, y lo que sabemos de él, sigue siendo hoy, aunque a veces no podamos o no queramos verlo.

 

Eso que desde el OH hemos intentado mostrar y discutir: las maneras en que el pasado tiene también un presente vivo, inmediato, palpable; Pedro lo consigue también de manera magistral con estos textos y agradecemos mucho que comparta con nosotros este esfuerzo.

 

Como hemos discutido muchas veces, ese acercamiento con el pasado no puede hacerse desde la indiferencia o el distanciamiento que con frecuencia distingue a mucho del trabajo académico. Dado que pertenece a nuestra vida, a nuestra cotidianidad, la actualidad del pasado y del conocimiento histórico exige —nos exige— una interpretación y una toma de posición desde y para el presente, lo cual implica que los historiadores tomemos posturas, muchas veces políticas, ante lo que ocurre en nuestro entorno, lo cual ha escandalizado e incomodado a quienes creen que el conocimiento sobre el pasado debe generarse de manera neutral.

 

Entendemos por eso que muchos de sus textos hayan causado polémica y reacciones airadas, porque no sólo ha tomado una postura política clara y definida, que algunos podemos compartir o no; pero respetamos, sino que además ha tenido el valor de denunciar en público el uso nocivo de una historia inventada, de una falsificación del pasado.

 

He dicho hasta aquí lo que me encanta de su trabajo, el cual —sigo diciendo— resulta necesario en nuestro presente; sin embargo, para abrir un poco la discusión quisiera ahora señalar algo que quizá no he comprendido del todo, y en las que sería muy interesante ahondar un poco. Hacer la denuncia de falsificaciones históricas ¿requiere en verdad nombres y apellidos? Esta fama de polémico que le persigue, y en la que se ha hecho de no poco detractores que han llegado al extremo del insulto ¿en verdad era necesaria? Yo, que suelo huir de las discusiones donde no se discute sino que se construye un muro infranqueable de razones inobjetables, siempre he creído que buscar convencer al que no quiere oír no es precisamente muy sano. Yo entiendo, lo dice en el libro, que el autor no escribe para esos falsificadores, sino para aquellos que los leen creyéndolos veraces, y sin embargo, la rudeza de su estilo de pronto me asusta un poco. ¿Por qué así y no de otro modo?

 

* Coeditora de El Presente del pasado, publicación del Observatorio de Historia, UNAM, disponible en https://elpresentedelpasado.files.wordpress.com/2016/05/te-3.pdf.
[1] Publicación del Observatorio de Historia, página web, https://elpresentedelpasado.com/ (nota del editor)