El nuevo y falso relato mexicano

ENVIADO POR EL EDITOR EL Lunes, 20/01/2025 - 16:45:00 PM

Sergio Hernández Galindo*

 

Resumen

El autor relaciona el cambio político y de poderes promovido desde el sexenio de Salinas de Gortari con una transformación cultural interesada en modificar la historia mexicana. Personas e instituciones se ponen al servicio de este proyecto e intentan modificar las creencias de la gente, recurriendo a la distorsión de los hechos.

Palabras clave: cambio político, transformación cultural, historia mexicana, distorsión de los hechos

 

Abstract

The author connects the political and power change promoted since the presidential period of Salinas de Gortari with a cultural transformation interested in modifying Mexican history. People and institutions are put to service this project and try to modify people’s beliefs, resorting to the distortion of facts.

Keywords: political change, cultural transformation, Mexican history, distortion of facts

 

Pedro Salmerón Sanginés, Falsificadores de la historia y otros extremos, México, Ítaca, 2015.

Falsificadores de la historia y otros extremos es un libro que reúne los diversos artículos que Pedro Salmerón Sanginés ha ido entregando para su publicación al diario La Jornada desde hace cuatro años. El acierto de esta publicación a cargo de la editorial Ítaca radicó en ordenar los textos del diario de manera temática, lo cual permite al lector entender de manera sistemática los argumentos que el autor ha mantenido de manera reiterada contra las interpretaciones sobre una serie de acontecimientos de la historia de México que han sostenido José Manuel Villalpando, Armando Fuentes Aguirre, Catón y Juan Miguel Zunzunegui —y que se han difundido de manera profusa en libros y medios electrónicos.

 

Pero además de recopilar los artículos de La Jornada centrados contra esos “falsificadores de la historia”, se reunieron en otros tres capítulos (“Fascismo, racismo y otros extremos”, “Historia y política” y “La Historia y los historiadores”) los textos y debates que han permitido a Salmerón forjarse como estudioso de la historia de México y asumir un compromiso perfectamente claro como historiador y como sujeto de esa historia.

 

Los escritos de Villalpando, Catón y Zunzunegui no sólo carecen de rigor analítico sino se sustentan, como demuestra Salmerón, en falsedades. Por ejemplo, en relación con el movimiento de Independencia sostienen que Agustín de Iturbide no sólo fue el consumador de la misma, sino “su hacedor, su único, verdadero autor”. Para ellos, el presidente Benito Juárez no es más que “un traidor que puso a la patria en riesgo de desaparecer y la entregó a la influencia yanqui”. La Revolución de 1910, según su punto de vista, fue “una matanza sin sentido, una matanza por el poder”. En cuanto al presidente Lázaro Cárdenas, esos autores consideran que la expropiación petrolera fue “sólo un golpe publicitario de nefastos resultados”.

 

¿Valdría la pena poner atención a estos “historiadores” que sostienen y divulgan no sólo interpretaciones sino falsedades de nuestra historia como las anteriores? Es importante el trabajo de disección de las posiciones de los falsificadores que Salmerón se echó a cuestas porque las interpretaciones que asumen no son ingenuas, se suman desde su vertiente académica a un proyecto de construcción de la nación acorde con los intereses impulsados desde 1988 por el gobierno de Carlos Salinas de Gortari. Pero además, y debido a lo anterior, cuentan con los recursos y los instrumentos del gobierno y de la iniciativa privada para que sus interpretaciones de la historia de México, aparentemente doctas, sean ampliamente difundidas en los medios de comunicación, sobre todo en los electrónicos.

 

Si la difusión de la “historia oficial” formó parte de la estructura de dominación de los gobiernos del PRI durante toda la mitad del siglo XX, esa historia dejó de ser útil y funcional para el proyecto de nación que impulsaron los dos últimos sexenios que encabezó ese partido a fin de siglo, proyecto al que se sumaron gustosos los llamados regímenes de la “alternancia” del PAN, encabezados por Vicente Fox y Felipe Calderón. La integración del país a los nuevos requerimientos y transformaciones de una nueva etapa de expansión del capitalismo mundial por todos los rincones del globo, a la cual el gobierno de Enrique Peña Nieto y sus aliados del llamado Pacto por México se han sumado, requiere de una nueva interpretación de nuestra historia —sin importar que sea falsificada—. Para la elaboración de esa “historia”, los falsificadores además han podido allegarse tanto de recursos oficiales y privados como encabezar instituciones públicas encargadas del estudio riguroso de la historia del país. José Manuel Villalpando fue el encargado de dirigir durante 2009 y 2010 la Coordinación Ejecutiva de la Comisión Nacional Organizadora de las Conmemoraciones del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución Mexicana; y de 2008 a 2013 fue director general, nada menos, que del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM).

 

Los falsificadores de la historia se nutren y abrevan de manera primordial del pensamiento conservador. No se trata de no debatir y estudiar las más diversas interpretaciones que sobre la historia surjan; ya que sin duda, como lo reitera Salmerón, son parte del trabajo de un historiador riguroso. Dentro de esta corriente de pensamiento, existen historiadores serios que han aportado valiosas herramientas de interpretación y análisis de la historia. Pero el análisis de interpretación nunca se puede sustentar en falsedades. Una de las características principales que permea la visión histórica de los falsificadores, como lo precisa también Salmerón, es la idea de combatir cualquier movimiento que cuestione el poder y los privilegios de las clases dominantes y su temor a la participación de la “muchedumbre”, de “la chusma” como sujeto de la historia. Este temor que empezó a permear el pensamiento conservador surgió como consecuencia de la rebelión de masas que desató la Revolución Francesa y tuvo en Edmund Burke (1729-1797) a uno de sus principales críticos. Burke fue testigo, desde su escaño en el parlamento inglés, del movimiento revolucionario francés, y se ha convertido en un pilar, mediante sus estudios filosóficos y políticos, de todo el pensamiento conservador desde el siglo XIX. Burke es sin duda un brillante pensador que al mismo tiempo de que se opuso rotundamente a la Revolución Francesa no sostuvo esa posición para el caso de la Independencia estadounidense ni sustentaba la permanencia de India dentro del Imperio Británico.

 

Como buen artesano de su profesión, Salmerón entiende y valora los aportes y perspectivas de historiadores de distintas corrientes historiográficas. Por esto sostiene que “el oficio del historiador consiste justamente en leer ajeno”, como le enseñó su maestro don Álvaro Matute en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. El preguntarse quién es el autor de tal libro o documento histórico, cuál es su posición, cuáles son sus intereses en su momento y que método seguía nos proporcionan elementos clave en el análisis historiográfico, herramientas que Salmerón ha sabido utilizar en sus diversos y ricos estudios de la historia de México.

 

Temas como la interpretación del historiador inglés Alan Knight sobre la Revolución Mexicana, los “buenos libros de historia” sobre México, el papel de la “verdad” en la historia; además de sucesos recientes como la reforma energética de Enrique Peña Nieto o la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, entre otros, constituyen el centro del análisis de los artículos de Salmerón que el lector podrá encontrar en el libro. Más que falsedades en estos casos, la interpretación histórica y el análisis político darán tela de donde cortar para la polémica y el debate serio.

 

No entraré en el análisis detallado en esta amplitud de temas, sólo me detendré en mencionar uno de los problemas que a Salmerón le preocupa: el ambiente antisemita y racista fomentado en los artículos del analista Alfredo Jalife-Rahme y que han derivado en negar el holocausto y la matanza de judíos. Como bien es sabido, cualquier crítica que cuestione a Jalife ha devenido en una retahíla de descalificaciones por parte de ese analista y de sus seguidores en las redes sociales con fuertes cargas de demencia y odio. En ese aspecto, el debate de ideas con Jalife está cancelado por lo que Salmerón se debió de “bajar” de esa polémica, pero ante la intolerancia y judofobia de Jalife, Salmerón cayó en una visión sesgada sobre el sionismo que posteriormente matizó. Desde mi perspectiva, lo importante no es sólo entender al sionismo como un sistema de ideas que pretenden la creación de una patria para el pueblo judío ─aspecto que Salmerón sobredimensionó─ sino desde una perspectiva histórica, como un poder dominante y opresor sobre el pueblo palestino. El sionismo encarna en el gobierno de Israel y en su aliado, los Estados Unidos, a los actores principales de esa dominación; por lo que, en otras palabras, debemos entender al sionismo —sin que esto signifique negar el holocausto del pueblo judío— desde una perspectiva histórica en la que el pueblo palestino se encuentra inmerso, como “víctima de las víctimas”.[1]

 

Como ésta, el libro de Pedro Salmerón abre otras discusiones. En este sentido, los artículos representan herramientas útiles tanto para la formación de futuros historiadores como para el ciudadano interesado en los problemas y en el futuro del país.

 

* Dirección de Estudios Históricos, INAH.
[1] Edward Said, Zionism from the Standpoint of Its Victims, Nueva York, Random House, 1979.