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El futuro ahora: la experiencia posnacional, 1982-2014

ENVIADO POR EL EDITOR EL Jueves, 23/01/2025 - 16:52:00 PM

Carlos San Juan Victoria*

 

Resumen

Se describe el proceso de integración de la soberanía nacional a la América anglosajona del norte y de los recursos conceptuales y políticos para que esta realidad se conciba como el presente inamovible y "perpetuo" que quiere controlar el flujo del tiempo (el pasado y sobre todo, el futuro) contra otras maneras de habitar el presente.

Palabras clave: soberanía, integración, tiempo presente, el presente perpetuo, América del Norte, posnacional.

 

Abstract

This text describes the process of integration of national sovereignty to Anglo-Saxon America, and the conceptual and political resources through which this reality is conceived as the immovable and "perpetual" present that wants to control the flow of time (the past and the future, above all) against other ways of living the present.

Key words: sovereignty, integration, Present, North America, post national

 

Este ensayo reflexiona sobre procesos actuales, de tres décadas a la fecha, donde grandes decisiones tomadas entre los gobiernos soberanos de México y Estados Unidos fueron creando un marco de acuerdos bilaterales que desborda al más débil, y lo colocan en un nuevo tejido político de carácter posnacional. Es una masa de experiencias no sólo de América del Norte sino que recorren un mundo unificado por los mercados globales. Se esbozan entonces en nuestro presente rasgos que anuncian un futuro anunciado: “Desde el siglo XVIII hasta la segunda mitad del siglo XX, el Estado-nación había extendido su alcance, sus poderes y funciones casi ininterrumpidamente”.[1] Pero de fines del siglo XX y en lo que va del XXI un nuevo futuro empezó a perfilarse: se pasó de lógicas mundiales alimentadas por entidades soberanas con rasgos diversos de autonomía y autocentradas, a los procesos actuales donde las élites de poder de los Estados-nación impulsan o se asocian en la construcción de órdenes globales y regionales. Con ello las antiguas atribuciones de las entidades soberanas, su autoridad sobre territorios y poblaciones, iniciaron un ciclo de transformaciones.[2] Este ensayo reflexiona en torno a dos dimensiones convergentes de ese proceso y de cara a la historiografía:

 

  1. El presente y las secuencias temporales. Las nociones al uso, y que cristalizan en el discurso político y la reflexión teórica, sobre “el presente” entendido, como veremos, en una perspectiva de temporalización, es decir, de construcción secular y subjetiva del tiempo, desde el cual se analiza la permanencia o transformación de los sistemas globales y los Estados- nación.

 

  1. El poder. Las fuertes constelaciones de actores e instituciones que han propiciado una experiencia de tres décadas, y que luchan por "presentes cargados de futuro", una posibilidad de las muchas que alberga el tiempo actual y que abren un periodo de modificaciones continuas. Inicia entonces un periodo a escala global y nacional de transformaciones donde los Estados-nación se modifican y se insertan en un entramado de decisiones más allá de las soberanías cerradas. Es su apuesta de futuro.[3]

 

Los procesos y su reflexión

En trabajos recientes hice la reconstrucción de una secuencia de coyunturas y eventos que cobraron gran visibilidad con las reformas constitucionales de 2013- 2014 en México.[4] Una cartografía temporal que establece la duración, los cambios y la unicidad de un periodo.[5] Su centro político es el enlace entre la estrategia unipolar de Estados Unidos de América (EUA), la potencia del siglo XX que intenta reciclarse al siglo XXI, y los esfuerzos de las élites mexicanas por asegurarse un lugar preferente en ese curso de las cosas, intentando asociarse en la construcción de sistemas de globalización específicos y reorganizando para tal efecto y con graves déficits el interior del Estado-nación mexicano. El siguiente cuadro resume sus rasgos.

 

Construcción política de un sistema de poder global 1982-2014


Hay en esos cuatro cortes temporales varias decisiones de gran calado tomados por las elites mexicanas y que fueron reclamados como ejercicios de soberanía plena, a la vez que se insertaba a la nación en el nuevo tejido del mundo global organizado por los EUA, muy inestable y con guerras por la hegemonía suprema. El pago de la deuda como quería la banca internacional y el gobierno de EUA y las políticas de ajuste internas se mostraron públicamente como decisiones del nuevo gobierno de Miguel de la Madrid, aunque con la sospecha permanente de la firma de una carta de intención con el FMI y el apoyo condicionado del Tesoro estadounidense. Igual ocurrió con el TLC, la firma del ASPAN y las recientes reformas estructurales, actos todos reclamados como de plena soberanía por los gobiernos en turno y sus simpatizantes, y de la misma manera diversos sectores de especialistas, periodistas y opinión pública insistieron en la fuerte presencia de los gobiernos y poderes de facto del vecino país del norte.

 

Lo fundamental es que se delimita a través de intensas y cambiantes coyunturas, un proceso con cierta “duración”. Con ello aludo a un curso de transformaciones que trasciende las coyunturas de origen, sujeto a accidentes, conflictos y regresiones, pero que tienen la capacidad para enlazarse. En ese lapso temporal de tres décadas se abrió paso una gran transformación que afecta a una cualidad sustantiva de los Estados-nación, a la articulación histórica entre autoridad, el territorio y la jurisdicción al interior de las soberanías y en sus relaciones mundiales. La presencia de ese corte temporal a escala mundial fue registrada en magnas obras como las de Hobsbawm, Krugman, Leo Panitch, Arrighi y Harvey.[6] Al respecto dice el gran historiador de la economía Josep Fontana:

 

Más allá de lo que mostraban los indicadores de la coyuntura había otros cambios estructurales que iban a durar y que son los que han llevado a fijar en esos años el inicio de lo que Paul Krugman llama "la gran divergencia", un fenómeno en el que seguimos inmersos en la actualidad y que tal vez haya que considerar como la característica más importante de la historia del último cuarto del siglo XX y de comienzos del XXI.[7]

 

Para el caso mexicano los “especialistas del presente”, los economistas, sociólogos y politólogos, advierten un escenario interno de cambios intensos a partir de la década de 1970, donde se fue acentuando la desigualdad. Tanto en su economía ahora exportadora, en la pluralidad política y su competencia electoral, en su ancha población de jóvenes sin opción de empleo, y los desplazamientos hacia el norte de ciudades y poblaciones. Y con respecto a su soberanía como Estado nación, es decir, a su capacidad de regular territorios, población y justicia, se mostró el contaste entre el clímax fundacional del cardenismo y las tendencias declinantes que se acentúan en la fase final del siglo XX y en el inicio del siglo XXI. Ese momento fundacional cardenista se expresó en tres dimensiones: la expropiación petrolera que afectó a empresas anglosajonas, las leyes reformistas que sometieron a los poderes internos en campo y ciudades y la cristalización durable de un imaginario popular de protección y pertenencia a una nación centralizada que restringió identidades locales, religiosas y étnicas y propició subordinaciones corporativas.

 

La unicidad de las tres últimas décadas como periodo se alimenta por la coincidencia de constelaciones de procesos globales y nacionales que modificaron al país con respecto al periodo de la posguerra dominado por el Estado fuerte, el desarrollismo y la unidad autoritaria de la nación. Se sincronizaron muchos procesos autónomos como los crecimientos de la población, el fortalecimiento de corredores fronterizos plurinacionales, de culturas imbricadas, el ascenso del sur mexicano hacia la frontera norte, las descentralizaciones económicas y de poder, el florecimiento de identidades regionales, religiosas y étnicas, por mencionar algunas de relevancia. En el escenario de los cambios intensos se va procesando tanto una diversidad de la nación como una tendencia posnacional. En la primera se descentraliza con riesgos de fragmentar la tendencia unitaria vivida desde la década de 1930 y se hace plural la nación unitaria mexicana. En la segunda se registra la construcción de una relación asimétrica, de poder, que altera su soberanía para cohesionar fronteras, poblaciones y territorios, a la vez que se fortalecen estos atributos en el vecino cada vez más próximo y menos distante. Aumentan sus fuerzas disruptivas y disminuyen sus capacidades cohesivas. Una creciente integración mexicana, económica, social y geopolítica a los EUA que contrasta con las tensiones y las fracturas nacionales, mientras poco a poco se va consolidando un bloque regional trilateral: la llamada América del Norte, sin que ello signifique la extinción de su Estado-nación, pero si una mutación de gran calado y la puesta en duda de su capacidad cohesionadora interna.

 

Este rápido bosquejo de las transformaciones actuales de la nación y la globalidad, en el caso concreto de México y los EUA, es el punto de partida para asomarse a dos de sus muchas facetas, que bien visto se pueden enunciar así: a) una pugna donde se despliega una hegemonía cultural actuante que entre otros ámbitos se expresa en el sentido de lo que se tiende a llamar el "tiempo presente", b) la constelación de los poderes que deciden el presente y abren el paso a una de sus tendencias dentro de muchas posibilidades en acto, para proyectarla a futuro. Hago estas aproximaciones con la ayuda teórica de algunos libros de Reinhart Koselleck y de sus comentaristas,[8] no como una “historia conceptual” de la nación y de la globalidad, una vía legítima y necesaria de la “historia de los conceptos”, sino desde los requerimientos artesanales de reconstruir tiempos y procesos, simples referentes que ayudan a la comprensión de realidades en movimiento.

 

¿Qué es el presente?

En el año de 1990 el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari decía al plantear su política de comercio exterior: La “velocidad de los cambios exige respuestas decididas en todos los frentes. México no se quedará afuera de la nueva configuración mundial en marcha. [...] Queremos ser parte del mundo actual, perdurando como mexicanos, más fuertes y soberanos ante las demás naciones, más justos ante nosotros”.[9] Años más tarde, 22 de manera exacta, resonaba esa intención de no quedarse afuera por parte de la nueva elite gobernante. Un presidente recién electo, Enrique Peña Nieto, concebía así el sentido de su tarea de gobierno: “Ahora, es tiempo de construir y de ganar el futuro. Hagamos de México un país no sólo orgulloso de su pasado, sino un país empeñado en mejorar su presente y conquistar su futuro [...] Transformar a México implica mover todo lo que se tenga que mover: la gente, la mentalidad, las instituciones”.[10]

 

En ambos personajes su momento es de urgencia, una sensación de que el tiempo transcurre muy rápido, y que esa aceleración requiere de grandes decisiones en el ahora para atrapar a un futuro que ya se esboza y está a la mano. Estos presidentes, preocupados por no habitar un presente atrapado sólo en su pasado, y dispuestos a la innovación, se arropan sin saberlo en la noción originaria y antigua del tiempo moderno nacida a fines del siglo XVIII en Europa, con dos componentes sustantivos: a) la aceleración del presente que reorganiza sus relaciones con el pasado y el futuro, una aceleración donde late el nuevo dios secular que dirige los destinos del mundo, el progreso. Nació conceptualmente de la lectura kantiana de la revolución francesa: el arribo de un tiempo nuevo, sin redes sagradas de protección, que se puede auto construir por la mano secular del hombre y orientado a la conquista del futuro:

 

[...] Kant ve en la Revolución Francesa el acontecimiento capaz de conectar las ideas prácticas con la experiencia histórica [...] El progreso constante del género humano es posible porque el hombre tiene el deber de actuar en este sentido en la serie indefinida de las generaciones y en todo el ámbito de las relaciones sociales en la Tierra. Existe un “fundamento subjetivo” en el deseo de los hombres racionales que están promoviendo el progreso y lo que Kant llama la “historia del tiempo futuro”.[11]

 

A partir de la década de 1980 los primeros síntomas de una globalización en marcha fueron las revoluciones tecnológicas que incrementaron la conectividad, las comunicaciones y las decisiones en las metrópolis de todo el mundo. Se desplegó entonces una aceleración intensificada en varios planos de la vida social y natural como bien indica Hartmut Rosa: “Por consiguiente, es evidente que la aceleración tecnológica es una característica crucial de relación de la sociedad moderna con la naturaleza, mientras que la aceleración del ritmo de vida es de primordial importancia para la personalidad en la modernidad tardía. Además, la aceleración general del cambio social está íntimamente relacionada con las transformaciones culturales y estructurales”.[12]

 

La aceleración, sin embargo, aumenta la contingencia de la vida social, pública y privada, según advierte Rosa, y desata contra tendencias para frenarla. Crea sociedades con una masa crítica de corto circuitos. Y también se incrementa la potencia deconstructiva y transformadora de la sociedad de mercado sobre la pluralidad de formas de vida de las sociedades realmente existentes.

 

El segundo rasgo de la sensibilidad moderna del tiempo es poco considerado pues más que legitimar, abre posibilidades de crítica a los presentes hegemónicos, se habla entonces de b) la yuxtaposición de diversos estratos temporales, la convivencia de culturas y generaciones distintas:

 

Toda comparación de nuestra época con otros momentos de cambio en la historia de los pueblos y de los siglos se queda pequeña. [...] nuestro tiempo ha unido en las tres generaciones que ahora conviven algo completamente inconciliable. Las enormes tensiones de los años 1750, 1789 y 1815 prescinden de cualquier solución de continuidad y no aparecen como una sucesión, sino como una yuxtaposición en lo que los hombres que ahora viven son, en cada caso, abuelos, hijos o nietos.[13]

 

Si el primer rasgo de la aceleración del presente forma parte de los imaginarios del tiempo lineal y homogéneo, grandes continuos que unifican la experiencia y permiten imaginar y desear a la nueva utopía, la del progreso, o su nombre actual, la modernización; el segundo rasgo advierte que lo hace al precio de que lo homogéneo convive con la diversidad cultural de la experiencia humana, que el mundo feliz de Occidente se articula con situaciones de degradación humana y de la naturaleza y que la sincronía se carga de asincronías derivadas de una complejidad creciente. Más adelante retomaremos el asunto.

 

En el periodo de globalización neoliberal las mentalidades de la élite gobernante se aferran a uno de los asuntos clásicos del “tiempo moderno”, presentes desde su fundación, ahora acelerados de manera intensa por las revoluciones tecnológicas, comunicativas y de poder contemporáneas, para legitimar sus decisiones orientadas a este único futuro que es la transformación mercantil del mundo. Los momentos de crisis o del surgimiento de los grandes acontecimientos de malestar o rebeldía social, cuando las asincronías fracturan las sincronías, les recuerdan que su viaje imparable al progreso carece de garantía.

 

Pero la construcción continua de la hegemonía cultual requiere de otro imaginario. Deben habitar un "presente" que se imagina a sí mismo preñado de cierto futuro y que requiere de un pasado que legitime esta tendencia. Esa inclinación de origen se vuelve una ola expansiva en los procesos contemporáneos regidos por la aceleración. Esa hegemonía cultural se ha mostrado en diversos aspectos:

 

—       El sentido común de que no hay otra opción más que el ciclo dominante de la expansión de mercados en la subjetividad, la naturaleza y las tecnologías, una "naturaleza humana" que por fin se ha liberado de ataduras sagradas o seculares.[14]

—       La creciente subordinación de los Estados nacionales al nuevo orden financiero y de inversiones, como lo demostró la fallida rebelión griega en su intento por liberarse del peso de una deuda exorbitante.[15]

—       El reformateo de las subjetividades para adaptarlas a mundos de consumo y de vida ligera sólo realizables para segmentos selectos en un mundo cada vez más desigual.

—       El desprestigio o la eliminación de opciones diferentes al canon occidental dominante como es el caso del "populismo" en una cultura de masas vigente que todo lo hizo "pop", hasta el diseño de "marcas de individualización" para el consumo de masas de los mercados globales.[16]

 

De ahí que el presente cotidiano se vuelva una pugna intensa por asegurar la prevalencia de estas y no otras tendencias. De ese modo, y cabalgando la incertidumbre del ahora, se afianzan presentes hegemónicos y sus pretensiones de colonizar el pasado y acotar las múltiples posibilidades del futuro al curso de sus intereses. Es el "presente perpetuo". De manera primordial se fue imponiendo esta “historia del futuro” que imaginó Kant escrita por la hegemonía de hoy. “Si de hoy en adelante el futuro es presente es porque el presente es el futuro de la humanidad. El presente perpetuo no sabría aprovechar mejor ganga”.[17] Pero también es un presente de “movilización total”, siempre hacia adelante, en lucha abierta contra la “conservación” y por el “progreso”. Brillante, sólo que ignora los saldos en contra a lo largo de su despliegue por dos siglos y los rasgos acentuados por la globalización que intensifican su velocidad en condiciones de riesgo.

 

Por otra parte, los presentes hegemónicos se fueron construyendo de manera polémica como diagnóstico y cura de los problemas urgentes e inmediatos y también en la reinterpretación del pasado. Nada novedoso. Es la condena secular del tiempo moderno que debe auto construirse en el flujo temporal. De ahí que en tiempos acelerados se acentúe su carácter polémico y sus esfuerzos para generar los consensos en la opinión pública. Una lucha continua para fundamentar desde la complejidad temporalizada de los Estados-nación, las nuevas decisiones globales. Y que ahora se ayudan de esa transformación intelectual en los países europeos y de Norteamérica que consolidó casi como naturaleza de este presente, su condición líquida, que penetra, desarticula y abre brechas para la continua elaboración de la cadena temporal. Las tradiciones perecen o se reinventan, todo es ingeniera constructivista. En esa lógica hegemónica del consenso se insertan también los conocimientos especializados, los grandes personajes que reinterpretan, las complejas maquinarias mediáticas y sus traducciones en imágenes y en lenguajes cotidianos.

 

La historia, que en las culturas antiguas estuvo relacionada con actos de poder en su calidad de magister vita, recipiente de las experiencias pasadas que orientaban a presentes caóticos y futuros inciertos,[18] ahora se desplaza a estas reelaboraciones de las sociedades plenamente temporalizadas para adecuar el pasado al gusto del presente perpetuo. “Es tiempo de romper, juntos, los mitos y paradigmas, y todo aquello que ha limitado nuestro desarrollo”,[19] dijo Peña Nieto al inicio de su gobierno, y con ello daba continuidad a la temporada de liquidación- reelaboración de los imaginarios nacionales previos, sus tejidos legales e institucionales y las identidades de pertenencia creadas por los grandes eventos fundadores de las revoluciones, la justicia social y la conquista de la soberanía plena. El nuevo mito fundacional, una democracia que costó esfuerzos de generaciones y que ahora se destiñe en cada jornada electoral, no alcanza para sostener al tiempo nuevo.

 

Por eso cuando se afirma que toda historia se hace desde el presente, no se dice una certidumbre, sino que se plantea un problema. ¿De qué presente hablamos? ¿Desde que presente se observan las transformaciones actuales en las naciones y el globo? Hay ya una diversidad nominal que enuncia la relación compleja entre historia y presente, por ejemplo las propuestas de “historia del tiempo presente” y un largo etcétera, pertinentes para el estudio de ese periodo de tres décadas del que hablo.

 

Otras maneras de habitar el presente

Por el momento quisiera señalar algunos aspectos genéricos que permiten un traslado epistemológico de esa relación entre presente e historia. Por un lado, la posibilidad de ―viviendo inmerso en ese periodo aludido― lograr cierta distancia, un mínimo desapego. Aludo a la experiencia de vivir y confrontar la experiencia hegemónica desde sus periferias y en resistencia a ella. Es decir, a la vivencia de otras posibilidades del presente. Es el registro por actores y testigos sociales que dieron cara a su paso demoledor y que en muy diversos ámbitos de la nueva sociedad global aprendieron y se apropiaron de sus tecnologías para ensayar formas nuevas de comunicación y de acción. Es el caso de las redes de Internet. Pero también aprovechaban los nuevos campos de experiencia como el renovado peso de los derechos humanos. Por eso, me parece, Koselleck afirmará que la perspectiva compleja del presente, su opción crítica y de largo plazo es un atributo de los derrotados.[20]

 

De ahí nace otra perspectiva del presente y de la cadena temporal. Un mirar hacia atrás que resignifica a este presente hegemónico y lo abra a la complejidad y a la pluralidad de los tiempos y las opciones. De ahí la posibilidad de colocar a un evento como las reformas estructurales del 2013-2014 no sólo en otra concepción del presente, sino también en un periodo específico, otra combinatoria de corte y continuidad con el México de la posguerra y del ciclo 1917-1940. En otras palabras, encontrar una perspectiva y otra secuencia temporal que deconstruya la ambición hegemónica del “tiempo perpetuo” y lo haga un tiempo "temporalizado", construido, contradictorio y finito.

 

El segundo aspecto es lo que Benjamin llamaba “la oportunidad del ahora”. La posibilidad de que eventos en apariencia sólo de coyuntura, propicien que emerja una larga estela temporal donde se hacen visibles los tejidos del poder. Es el caso de estas reformas de 2013-2014. Y también de que los flujos homogéneos, lineales y evolutivos del tiempo hegemónico se detengan un momento, muestren sus fisuras y aflore el acontecimiento, las tensiones y contradicciones hasta entonces ocultas y el discurrir de otros tiempos emancipatorios. Fue el caso pionero del neozapatismo en 1994 y la vigencia de un pasado vivo y contemporáneo, la sincronía de lo asincrónico, el de los pueblos originarios. Con esta dimensión del acontecimiento se abre una posibilidad de conocer el presente y de interrogar al pasado que es negada cuando domina la normalidad de los autodenominados vencedores. A ese presente Walter Benjamin lo nombró el tiempo ahora, inmerso en el acontecimiento o en personajes y documentos, y que adquiere esa perspectiva del rayo, de iluminar desestructurando, o de mostrar tendencias hasta entonces ocultas en los procesos vividos y que portan las posibilidades de que el ahora, sea de otro modo.

 

Durante sus últimos años, Benjamin se refirió con cierta frecuencia al “ahora de la posibilidad de conocer”. Cada ahora, sostiene, “es el ahora de una posibilidad específica y particular de conocimiento”. Su convicción filológica más profundamente sentida era, por eso, que ningún documento del pasado ―reciente o remoto― es igualmente comprensible en todo momento. Cada documento, cada obra, cada poema tiene lo que él llama un “índice histórico”, una secreta conexión con el presente.[21]

 

El “ahora” del neozapatismo y los pueblos originarios abre la comprensión de las fuerzas desestructurantes y alternativas, muy diferente al “ahora” de las reformas que remite a otra comprensión, la que se muestra en ese tiempo que se quiere lineal e imparable, el tiempo del poder y su ambición de futuro.

 

Poderes y futuro

En el curso de estas tres décadas se impuso la idea del achicamiento, la debilidad y el desfondamiento del Estado. Una imagen acompaña este ciclo de cambios: la de los Estados- nación que “por arriba” son fracturados en los bloques globales, mientras que por “abajo” un afloramiento de identidades y poderes locales los desfondan. Sin embargo la lucha por el presente que impone su futuro se hizo y se hace mediante una confluencia sin paralelo de poderes, la revitalización y la revolución empresarial, material y simbólica, y una reingeniería de los Estados que los convierte en locomotoras que se lanzan hacia la construcción hoy de ese futuro.

 

Los procesos concretos aunque parecen responder a ese esbozo de fracturas y reducciones estatales tienen matices sustantivos que los hacen complejos. Una bibliografía en aumento[22] advierte sobre esta reestructuración silenciosa del Estado y su asociación clasista.

 

a) Un proceso decisorio posnacional donde intervienen constelaciones de poderes públicos y privados, globales y locales: empresas trasnacionales, organismos internacionales de nuevo tipo, centradas en el tejido global como la Organización Mundial del Comercio, bufetes de especialistas donde sobresalen los abogados que intentan sistematizar una normatividad trasterritorial, los grandes poderes oligárquicos de las naciones, el nuevo sistema financiero dominado por las sociedades de inversión, las áreas de expertos financieros, económicos y de materias diversas en los Estados. Esta diversidad de flujos y fuentes del nuevo orden tienden a concentrarse y a confluir cuando se abren coyunturas de acuerdos entre los Estados-nación, sea de manera bilateral o multilateral. Aunque abierto a muchos afluentes, se concentra en Estados transformados al menos en dos vertientes: una concentración de poder en el Ejecutivo federal en desmedro de los otros dos poderes republicanos, y que además ocurre sin transparencia pública, al margen de la exposición pública en elecciones, congresos y opinión pública, es decir, sin control y consenso republicano.

b) Luego una “producción de Estado” en áreas ejecutivas de operación, y en entramados legales e institucionales, que fortalecen a los brazos de Estado que sostienen a los sistemas globales a costa ―incluso― de sus atribuciones y del ejercicio equitativo y de intención redistributiva de los presupuestos. Es el caso de la creciente aceptación de leyes creadas en el derecho privado, de corte corporativo, como leyes públicas, y que se concentran en las “garantías a la inversión privada”. O bien las erogaciones crecientes en infraestructuras para cierto tipo de crecimiento asociado a grandes proyectos de inversión privada y a la prioridades de “seguridad nacional” de bloques regionales. Esta producción de Estado se acompaña de una fractura y destejido de las instancias gubernamentales en la vida económica y social de las grandes mayorías.

c) Finalmente la recreación y amplificación de la relación asimétrica de poder entre los EUA y México, que sirvieron de laboratorio para recrear tratos formales e informales que rehicieron las relaciones de poder entre Norte y Sur a escala global, tanto en el tratamiento de la deuda con ajustes estructurales, la apertura indiscriminada de mercados de bienes, inversiones y servicios, y la subordinación geopolítica a sus políticas de seguridad y energía.

 

Esta caracterización de la etapa posnacional poco tiene que ver con la muy interesante idea de Habermas,[23] donde las normatividades de coordinación e integración de “constelaciones posnacionales”, en corte federativo y de asociación, y con fundamento común en preservar la paz y los derechos humanos, y que se elaboran en una profundización de la democracia deliberativa generadora de consensos ―que coincidió con la fase más interesante de la edificación de la Unión Europea hasta años después de los tratados de Maastricht―. Y tiene afinidades con las reflexiones posteriores y ante procesos más descarnados, donde se afirmaron rasgos de poder y de relaciones asimétricas y que ahora culminan con el “caso griego”, donde afloran estas construcciones de poder que imponen sus condiciones, se les nombra como “posdemocráticas” y analizan a la globalización en sus lógicas de constelaciones de poder.[24]

 

¿Qué se advierte en esta manera ya posnacional de tomar decisiones? Las reformas de 2013- 2014 se presumieron como un lúcido ejercicio de construcción democrática de consensos entre el nuevo gobierno y los tres partidos principales. Pero estuvieron marcados por una ruta de más de diez años, con gobiernos cambiantes, tras las grandes reservas mexicanas de hidrocarburos, los yacimientos transfronterizos. En ese sentido prolongaron formas de trato establecidas desde 1982 con la negociación de la crisis de la deuda, y que se repitieron en las otras fases señaladas del periodo aludido. Su esencia: la concurrencia de esas constelaciones de poderes privados y públicos que incidieron en los acuerdos bilaterales y secretos entre ejecutivos, donde una de las partes afronta condiciones de crisis y de urgencia, como le ocurrió a México en los años de la crisis de la deuda y luego con el rescate bancario de 1995. Hablamos de un proceso que ahora se discute ya como “posdemocrático” y que concentra estas decisiones estratégicas en reuniones presidenciales y mediante el trabajo de comisiones de expertos; o bien, en decisiones de organismos supranacionales fuera de todo control, ya sea electoral ―no figuran en las plataformas electorales para elegir presidentes―, ciudadano ―a la fecha las peticiones de información sobre el Acuerdo Tras-Pacífico no tienen respuesta y sí desmentidos a la información que filtra Wikileaks― o de los otros poderes de la república.

 

El protagonismo de los ejecutivos fuertes propicia una “producción de Estado”, tanto en el plano internacional como en el nacional, inserta en redes espesas de tratados económicos y políticos. La relación bilateral México-EUA colocó tres longitudes que reformularon las relaciones de poder entre el Norte y el Sur. Las políticas de austeridad y su evolución en el Consenso de Washington (macroestabilidad para los flujos financieros) junto con el Tratado de Libre Comercio y la integración de mercados públicos y privados, el libre flujo de capitales y la integración vía servicios; la evolución del ASPAN como integración geopolítica y la apertura de Pemex a la inversión privada. Se establece entonces un Constituyente permanente nacido en la construcción política de la globalidad estadounidense, y que rehace la soberanía y la jurisdicción estatal en México en clave de privatizaciones e integraciones intensas, orientadas a fortalecer las “garantías al capital”, la seguridad nacional y los requerimientos geopolíticos. ¿A qué se hace referencia con la jurisdicción estatal? Al corazón de la soberanía, a sus atribuciones legislativas, judiciales, militares y policiacas y administrativo presupuestales.

 

Todo ello va cristalizando en el presente el futuro deseado por estas constelaciones de poderes. Por un lado la creciente integración al bloque de América del Norte, tres grandes ramas que abrazan a México, en alianza productiva con sus élites, en el plano económico, de seguridad energética y geopolítica. Por otro lado la cesión creciente de atribuciones soberanas en políticas económicas autónomas, en geopolítica y seguridad, en la regulación de los usos territoriales, la explotación de los recursos internos y el cuidado humano y ambiental, el aceptar fallos judiciales en tribunales estadounidenses y la presencia dominante de organismos de inteligencia, bases militares y fuerzas policiacas armadas. Por ambos lados ese futuro se afianza ahora.

 

* Dirección de Estudios Históricos, INAH.
[1] Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, Buenos Aires, Crítica/ Grijalbo Mondadori, 1998, p. 568.
[2] Esta tesis que comparto es desarrollada en Saskia Sassen, Territorio, autoridad y derechos, de los ensamblajes medievales a los ensamblajes globales, Buenos Aires, Katz, 2010.
[3] Por Estado-nación hago referencia a la “comunidad imaginaria” con tres atributos que le reconoce la tradición intelectual del state building: capital coercitivo, de control del excedente social y finamente, el simbólico identitario. Véase Pier Paolo Portinaro, Estado. Léxico de política, Buenos Aires, Nueva Visión, 2003.
[4] Carlos San Juan Victoria, “Reformar en la época posnacional”, en El orden del mercado, el desorden de la nación, México, Ítaca, 2015; “Más allá de la nación”, en El Correo del Sur, suplemento de La Jornada de Morelos, núm. 451, 9 de agosto de 2015.
[5] Los enlaces diacrónicos que dan lugar a la duración, el cambio y la unicidad, los plantea Koselleck en un experimento lógico para mostrar cómo todas las dimensiones del tiempo están contenidas en el presente. Reinhart Koselleck, Los estratos del tiempo, estudios sobre la historia, Barcelona, Paidós Ibérica, 2001, pp. 115-119.
[6] Es la idea del “siglo XX corto” de Hobsbawm, op. cit. Y también la idea de Giovanni Arrighi en El largo siglo XX, dinero y poder en los orígenes de nuestra época, Madrid, Akal, 1999; David Harvey, Breve historia del neoliberalismo, Madrid, Akal, 2007; Leo Panitch y Sam Gindin, La construcción del capitalismo global, la economía política del imperio estadounidense, Madrid, Akal, 2012.
[7] Josep Fontana, Por el bien del imperio, una historia del mundo desde 1945, Barcelona, Pasado & Presente, 2012, p. 565; Paul Krugman, Después de Bush, Barcelona, Crítica, 2008.
[8] Reinhart Koselleck, Futuro pasado, para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós Ibérica, 1993; del mismo autor, Los estratos del tiempo: estudios sobre la historia, op. cit., 2001; e Historia, historia (2ª ed.), Madrid, Trotta, 2010.
[9] Carlos Salinas de Gortari, “Discurso pronunciado en la entrega de las conclusiones del foro de consulta”, en El comercio de México con el mundo, ¿hacia dónde se dirige?, México, Senado de la República, 1990, pp. 91-94.
[10] Enrique Peña Nieto, “Discurso íntegro del Presidente Peña Nieto a la Nación”, 1 de diciembre de 2015, disponible en http://www.excelsior.com.mx/2012/12/01/nacional/872692 
[11] Sandro Chignola, “Temporalizar la historia. Sobre la Historik de Reinhart Koselleck”, en Isegoría. Revista de Filosofía Moral y Política, núm. 37, julio-diciembre, 2007, p. 11-33.
[12] Hartmut Rosa, “Aceleración social: consecuencias éticas y políticas de una sociedad de alta velocidad desincronizada”, en Persona y Sociedad, vol. XXV, núm. 1, 2011, pp. 9-49.
[13] C. T. Perthes, citado en Reinhardt Koselleck, Historia, historia, ed. cit.
[14] Marshall Sahlins, La ilusión occidental de la naturaleza humana, México, FCE (Umbrales), 2011.
[15] Yannis Stravrakakis, "La sociedad de la deuda, Grecia y el futuro de la posdemocracia", en El Síntoma griego, posdemocracia, guerra monetaria y resistencia social en la Europa de hoy, Madrid, Errata Naturae, 2013, pp. 7-22.
[16] Peter Sloterdijk, Sobre la mejora de la buena nueva, el quinto evangelio según Nietzsche, Madrid, Siruela, 2005, p. 95.
[17] Jeróme Baschet, “Algunas observaciones sobre la relación pasado/ futuro”, en Relaciones, Estudios de Historia y Sociedad, vol. XXIV, núm. 93, invierno, 2003, p. 231.
[18] “En los textos del periodo Zhou Oriental queda claro que había personas que poseían conocimientos del pasado y que, por consiguiente, podían deducir de la experiencia del pasado y predecir el resultado de las acciones que observaban”. K.C. Chang, Arte, mito y ritual, el camino a la autoridad política en la antigua China, Buenos Aires, Katz, 2006, p. 112.
[19] Enrique Peña Nieto, op. cit
[20] “[...] conmociones ante un acontecimiento experimentado por los afectados como el punto álgido de toda la historia anterior, ya pertenezcan a los vencedores o a los vencidos, aunque frecuentemente fueron los vencidos quienes estuvieron en mejores condiciones para escribir la mejor historia y la más clarividente. Esto vale tanto para Tucídides como para el Marx del 18 de Brumario, que escribió como un vencedor aunque era un vencido”; Reinhart Koselleck, Los estratos del tiempo, ed. cit., p. 121.
[21] Leland de la Durantaye, “El libro perdido de Walter Benjamin: una historia de detectives, editores y tortugas”, disponible en http://www.nuevacronica.com/cultura/el-libro-perdido-de-walter-benjamin-...
[22] Véanse las notas 6 y 7, añado otros dos: A. Appadurai, La modernidad desbordada: dimensiones culturales de la globalización, Montevideo/ Buenos Aires, Trilce/FCE, 2001; Giacomo Marramao, Pasaje a Occidente, filosofía y globalización, Buenos Aires, Katz, 2006.
[23] Jürgen Habermas, La constelación posnacional, Buenos Aires, Paidós, 2000.
[24] Véase al respecto la reflexión colectiva de connotados intelectuales europeos sobre la crisis griega y la neoliberalización de la Unión Europea, en VV. AA., El síntoma griego, posdemocracia, guerra monetaria y resistencia social en la Europa de hoy, Madrid, Errata Naturae, 2013.