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Nellie Campobello: Cartucho. Escribir en el cuerpo la violencia con la que se puede morir en la guerra

ENVIADO POR EL EDITOR EL Jueves, 23/01/2025 - 17:03:00 PM

Flor Vanessa Peña del Río*

 

Resumen

El texto analiza la obra Cartucho, Relatos de la lucha en el Norte de México, obra literaria de la escritora y coreógrafa Nellie Campobello, utilizando alternadamente la biografía de la autora, varios fragmentos del libro y la recreación de una entrevista que le hiciera el crítico literario Emmanuel Carballo.

Palabras Clave: Cartucho, Nellie Campobello, literatura sobre la revolución, Emmanuel Carballo.

 

Abstract

The text analyzes the work Cartucho, Relatos de la lucha en el Norte de México, literary work of the writer and choreographer Nellie Campobello, alternately using the biography of this author, fragments of the book and the recreation of an interview made by the literary critic Emmanuel Carballo.

Keywords Cartucho, Nellie Campobello, literature on the revolution, Emmanuel Carballo

 

Imagino que pudo haber sido una tarde, justo cuando el sol toma un color naranja en sus orillas y comienza a ser tragado por la tierra, instante en el que la sombra nace, persigue a su dueño y se engrandece detrás de él mientras el astro rey sigue muriendo lento e inacabable. Imagino como las sombras de los rumores se desplazan con el viento, llevando consigo las voces de las mujeres solitarias, enlutadas, desesperadas algunas y acostumbradas las otras a escuchar las palabras recurrentes de la guerra: “traen un muerto”.[1]

 

Dicen que el combate había sido en Parral, Chihuahua, fue tan recio que duró tres días, el cuerpo del ingrato no dejará mentir: balazos por todos lados le quemaron la carne, lo perforaron; la sangre que emanó de él y humedeció su ropa ya se tornaba negra, los huesos de su torso estaban pegados a la piel, el pantalón nada le sostenía, en realidad nunca lo hizo, siempre fueron los pantalones de un muerto.[2]

 

Agotados, los soldados que llevaban los despojos arrastraban los pies sobre la tierra, era un chasquido que se combinaba con la vegetación que a su paso iba cediendo, que se iba quebrando. La tierra parecía que estaba herida, sangrante. A lo lejos el corazón de una niña se había detenido por un momento, sus ojos petrificados veían al muerto y su aliento se quedó reprimido en la boca, fue como si ella también hubiese desfallecido.

 

María Francisca Moya Luna, Nellie Ernestina Francisca, o como mejor era conocida en el mundo de las letras y la danza: Nellie Campobello[3] había presenciado cómo el horizonte devoraba la vida de su amigo, un cartucho que no tenía nombre porque las cosas insignificantes de la guerra no necesitan ser recordadas ni nombradas.

 

Nellie en la mirada de Carballo[4]

La sangre derramada de un cartucho por entre las tierras de Chihuahua había quedado atrás, los años habían pasado y para 1960 el crítico literario Emmanuel Carballo entrevistaba a Campobello.

 

Mientras la mirada de Carballo se postraba sobre la figura de la coreógrafa, su mano sostenía la pluma que se deslizaba sobre la libreta de notas que reposaba en la pierna cruzada del entrevistador, a un costado la grabadora escuchaba atenta:

 

—¿Cuándo, dónde nació?

—Nací el 7 de noviembre de 1909 en Villa de Ocampo, al norte de la sierra del estado de Durango.[5]

 

La vida habría sido dura en ese tiempo, pues desde 1905 Francisco I. Madero había comenzado una campaña a favor del antirreeleccionismo en el estado de Coahuila. Movimiento que en 1909 fundó el Centro Antirreleccionista, el cual nombró como presidente del mismo a Emilio Vázquez Gómez, y a Madero como segundo al mando. Poco tiempo después se lanzaban oficialmente las candidaturas de Madero para presidente y de Gómez como vicepresidente de la república.

 

Las giras por el país no se hicieron esperar, como tampoco lo hizo la represión por parte del gobierno. El 7 de junio de 1910 Madero era arrestado en Monterrey, y trasladado a la prisión de San Luis Potosí, de donde el 5 de octubre escaparía con rumbo a la frontera estadounidense, poco tiempo después proclamaría el Plan de San Luis que desconocía a Porfirio Díaz como mandatario.[6]

 

Así comenzó a gestarse la guerra en el país que empezó apoyando el antirreeleccionismo de Madero para después convertirse en una lucha por hacer válidas las promesas de la Revolución, así lo reclamaba el Centauro del Norte que montaba álgido, fuerte y valeroso por entre las barrancas y los montes de Parral o Ciudad Juárez. “[Francisco Villa] encarnaba todas las virtudes y todas las lacras de la frontera: ‘era un guerrero, era anónimo, era presa de caza, era jinete, era traidor, contrabandista, inculto, ganadero, supersticioso, mujeriego, mestizo e indio ladino’”.[7]

 

Campobello había mentido, la verdadera fecha de su nacimiento había sido el 7 de noviembre de 1900 en Villa de Ocampo, Durango. Hija por incesto de Rafaela Luna Miranda, y su sobrino Felipe de Jesús Moya, a los 6 años de edad se había trasladado a Hidalgo del Parral, en la calle segunda del Rayo. No asistió a la escuela, su tía Isabel la había enseñado a leer y a escribir: “En los escasos rastros que poseemos de su letra, acusa una caligrafía redonda, de contornos generosos y con rasgos verticales muy fuertes, como si intentará rasgar el papel: los puntos sobre las íes no existen: están sustituidos por incisivas rayitas y no acierta con los acentos”.[8]

 

Para 1911 nacería la pequeña Soledad, o como más tarde se le conocería, Gloria Campobello. Gloriecita era hija de Ernest Campbell Reed, apellido que Nellie adoptó y que poco después de trasladarse a la Ciudad de México, en 1923, modificó al de Campobello. Su carrera como bailarina y coreógrafa la inició un año después de llegar a la ciudad en compañía de su hermana menor.[9]

 

En el campo de la literatura su primera obra publicada fue Yo, que apareció en 1929 bajo el seudónimo de Francisca;[10] le siguieron Cartucho. Relatos de la lucha en el Norte de México en 1931,[11] editada por Germán List Arzubide y reeditada en 1940 por el escritor Martín Luis Guzmán quien ejerció una gran influencia sobre Nellie y sobre su obra, tanto así que ésta fue modificada. Por ejemplo, en el análisis que hiciera Blanca Rodríguez Nellie Campobello: eros y violencia,[12] la autora habla de 33 relatos originales que se vieron tergiversados en la edición de 1940, en la cual se cambia la estructura de los relatos y del narrador, y se incrementa de 33 a 56 narraciones en total.

 

Seis años después de la aparición de Cartucho se publica Las manos de mamá que también se inserta dentro de la temática de la revolución, obra que alcanza, al igual que su antecesora, dos reediciones. Ambos trabajos, menciona Antonio Castro Leal en 1958, entran dentro de la categoría de “novelas de la revolución”.[13] Además de las obras antes mencionadas también escribió Tres poemas, Ritmos indígenas de México, Apuntes sobre la vida militar de Francisco Villa (1940), y en 1960 reúne su obra escrita entre 1929-1940 bajo el título de Mis libros.[14]

 

Carballo había detenido la grabadora, bajado la pierna que tenía entrecruzada, su mirada no dejaba de seguir los ademanes de Francisca, sus pies estaban quietos, el torso y las manos se movían cada vez que la coreógrafa respondía a las preguntas de Emmanuel; una sonrisa maliciosa se dibujó en la cara de ambos mientras acercaban a su boca el café que ya se había enfriado, aparentaban dar un sorbo, se observaban mientras un minino se paseaba indiferente por entre las piernas de Ernestina.

 

-¿Usted cree en los escritores que se hacen en las escuelas?

-El escritor no se hace con recetas de cocina. Eso no es posible. Los personajes y las anécdotas no se aprenden, se descubren.

-¿Cuál es la finalidad que persigue, a juicio de usted, el escritor?

-Un verdadero escritor debe decirle a su pueblo cuáles son sus limitaciones, sus debilidades. Aún no existe en México un grupo homogéneo de escritores que ayude a sus compatriotas.[15]

 

Habían pasado algunos años desde que Francisca Moya había dejado de ser una niña, sin embargo, la pluma con la que escribía Cartucho hacía que pudiera volver a escuchar y ver las escenas de la revolución que se paseaban por entre sus ojos y sus oídos. Alcanzar este nivel de imaginación[16] logró que la obra de Campobello fuese considerada como antecedente directo del cuento y del relato breve; su lectura provoca el goce de la experiencia, de la vivencia, de los sonidos, olores, de la transgresión de la sociedad, los poblados y los individuos, de la alteración de la cotidianidad, de las identidades y de los cuerpos de hombres, mujeres y niños convertidos en cartuchos. Cuerpos repletos de pólvora como las armas, municiones para la guerra, reservas al fin y al cabo para seguir el combate; crueles y brutales batallas que duran días y que pervierten el estado original del cuerpo vivo y muerto.

 

La escritora se enfrenta a la muerte fría e impávida la mayoría de las veces, si bien es cierto que su recurso narrativo es por medio de una niña, el personaje que crea a través de este “yo infantil” adquiere todas las características de un menor que vive en el norte del país, no se atemoriza ante los cuerpos destrozados, la sangre y las vísceras; no le aterra tocarlos, tal parece que la compasión es justificada.

 

Caminaban con enormes zapatos que la pequeña Francisca creía que eran “casas arrastradas torpemente” por las piernas de los dos indios mayos de cabello largo, ojos azules, piel blanca y nulo español; la jeringa de agua con la que los roseaba los hacia correr. La sensación de un cuerpo sin pulso se equipara con la fría mañana en que se encontraron a los dos mayos sin vida.

 

La guerra violentaba al cuerpo de Zequiel y de su hermano, que a la voz de disparen, apunten, fuego, habían sido impregnados de pólvora, los cartuchos se habían gastado. Una escena como esta hubiese petrificado a cualquiera, a la niña no le causa sorpresa y va en busca de sus amigos.

 

No me saltó el corazón, ni me asusté, ni me dio curiosidad; por eso corrí. Los encontré uno al lado del otro. Zequiel boca abajo y su hermano mirando al cielo. Tenían los ojos abiertos [...] No les pude preguntar nada, les conté los balazos, volteé la cabeza de Zequiel, le limpie la tierra del lado derecho de la su cara, me conmoví un poquito y me dije dentro de mi corazón tres y muchas veces: “Pobrecitos, pobrecitos”. La sangre se había helado, la junté y se la metí en la bolsa de su saco azul de borlón. Eran como cristalitos rojos que ya no se volverían hilos calientes.[17]

 

Diría Sophie Bidault de la Calle que dicho relato simboliza “la relación insólita de una niña con los cuerpos olvidados de la guerra”,[18] y de paso de la historia debido a que su voz se quedó perdida en las heridas de su cuerpo.

 

La mirada de María Francisca se mantenía en el suelo, parecía que había vuelto a oler la tierra de Chihuahua que se mezclaba con la sangre de los muertos. Su interlocutor no quiso interrumpir su pensamiento, pero el ronroneo del gato pardo que la acompañaba la sacó del

trancé.

 

—Nellie, ¿Le interesa la astrología?

—Desde niña la practico. Me aterra saber lo que va a ocurrir a las personas: lloro cuando no puedo auxiliarlas. (Llorar por la muerte de alguien es tonto: he visto morir a tanta gente que ya no me impresiona).[19]

 

Alguna vez López Velarde escribió que “las buenas mujeres y buenas cristiana[s] [...] no acostumbraban a escribir sobre cuerpos y soldados”, Campobello fue una excepción y por ello su obra destaca de entre muchas que se insertan en la categoría de la novela revolucionaria. “Nunca antes un escritor, menos una mujer, se había atrevido a detallar con tanta claridad su asombro ante la muerte”.[20]

 

Dentro del cuartel había trescientos cuerpos regados en el patio, en las caballerizas, en los cuartos; en todos los rincones había grupitos de fusilados, medio sentados, recostados en las puertas, en las orillas de las banquetas.

Sus caras, salpicadas de sangre, tenían el aspecto desesperado de los hombres que mueren sorprendidos. (A un muchachito de ocho años, vestido de soldado, Roberto Rendón, le tocó morir en el patio, estaba tirado sobre su lado izquierdo, abiertos los brazos, su cara de perfil sobre la tierra, sus piernas flexionadas parecían estar dando un paso: el primer paso de hombre que dio).[21]

 

Las palabras petrifican la acción de la guerra sobre el cuerpo, pues es lienzo y se escribe sobre él: “las caras salpicadas de sangre”; éste mismo queda perturbado en medio de moretones, hinchazón y putrefacción, la labor de Campobello es descifrarlo, la acción no le es difícil, el cuerpo de una niña entrando a la pubertad es cambiante y visible.[22]

 

La imagen queda plasma en la memoria para siempre, él fue como los otros niños que se unen a la guerra: débil de complexión, piel cobriza muchas veces a causa del ataque del sol sobre su cuerpo mientras labraba la tierra, y ahora cuando pelea. El pequeño cartucho vestía como soldado pero ni siquiera lo era todavía. Menciona Michel Foucault[23] que “el soldado se ha convertido en algo que se fabrica; de una pasta uniforme, de un cuerpo inepto se ha hecho la máquina que se necesitaba”.[24]

 

Sus piernas se quedaron flexionadas, la cara al suelo y los brazos abiertos, el soldado en formación, listo para ser parte de la máquina mayor, se quedó como una bala de salva, y su cuerpo en medio de la putrefacción de los demás había sido un cartucho desperdiciado.

 

Carballo había dejado atrás su pose inicial y escuchaba atento a Campobello que se hallaba recargada sobre el sillón de terciopelo; puso la espalda recta, tomó la pluma y la dejó caer sobre el papel, el tapón mordisqueado se movía al compás de la mano del entrevistador, quería dar la estocada final, levantó la mirada y volvió a observar a la centaura del norte:

 

— ¿Los hombres que hicieron la Revolución resultan atractivos personajes de novela?

—Los hombres de la Revolución, joven, no necesitan que los novelen: traen en sí mismos la novela. No tenían entrañas. Eran unos Nibelungos.[25]

 

“Cartucho no dijo su nombre. No sabía coser ni pegar botones. Un día llevaron sus camisas para la casa. Cartucho fue a dar las gracias”,[26] con el tiempo Cartucho desapareció, se quedó en medio de recuerdos inconclusos y a veces olvidados, siempre había sido serio así que su voz rara vez la escucharon los que lo rodearon, su cuerpo había quedado abandonado en medio de restos de héroes inmortales como Madero o el mismísimo Villa.

 

La obra de Nellie Campobello le da una voz y un cuerpo físico a Cartucho, éste que se materializa en pequeños relatos y descripciones de sus hazañas (en algunos casos), de sus desventuras, de su soledad y su tristeza: “un día cantó algo de amor. Su voz sonaba muy bonito. Le corrieron lágrimas por los cachetes. Dijo que él era un cartucho por causa de una mujer”.[27]

 

Imagino su vida antes de la guerra, quizás sencilla y conformista con lo que tenía, muy probablemente habría sido robusto, de piel morena, y de manos y pies callosos de caminar mientras labraba la tierra. Un día le regalaron unas gorditas de harina, él, las estrecho fuertemente a su cuerpo flaco, pálido y herido. Rafael observó a la niña, ya eran viejos conocidos. “Se hizo mi amigo porque un día nuestras sonrisas fueron iguales”.[28]

 

* Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.
[1] Nellie Campobello, Cartucho. Relatos de la lucha en el norte de México, pról. de Jorge Aguilar Mora, México, Era, 2000, p. 61.
[2] Texto basado en “Cuatro soldados sin 30-30”, ibidem.
[3] Blanca Rodríguez, Nellie Campobello: eros y violencia, México, UNAM, 1998, p. 19.
[4] En la segunda parte del trabajo uso como figura narrativa dentro del análisis al crítico literario Emmanuel Carballo, por ello me es preciso introducir una breve semblanza de su actividad profesional. Emmanuel Carballo nació en Guadalajara, el 2 de julio de 1929, abogado de profesión por la Universidad de dicho estado comenzó a escribir crítica literaria en 1949 para Ariel, publicación destinada a jóvenes escritores de Guadalajara, la ciudad de México y Hispanoamérica, dirigió la Revista Mexicana de Literatura. Fue profesor de literatura en la Escuela Vocacional del Instituto Tecnológico de la Universidad de Guadalajara, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), de la Escuela de escritores de la Sogem, obtuvo diversos reconocimientos como: el Premio Jalisco de Literatura en 1990, Premio Arlequín en 1999 y el Premio Nacional de Periodismo Cultura Fernando Benítez 2006, etc.; entre sus publicaciones se encuentran cuentos, ensayos y antologías, por ejemplo: Gran estorbo es la esperanza (1954), Ramón López Velarde en Guadalajara (1953) y La narrativa mexicana de 1910 a 1969 (1979). Murió el 20 de abril de 2014. Ixchel Cordero, “Emmanuel Carballo. Cada época tiene la crítica literaria que se merece”, disponible en http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/2706/pdfs/85_90.pdf, consultada el 7 de agosto de 2014. “Emmanuel Carballo”, disponible en http://www.literatura.bellasartes.gob.mx/acervos/index.php/recursos/articulos/semblanzas/1659-carballo-emannuel-semblanza, consultada el 7 de agosto de 2014.
[5] Emmanuel Carballo, Protagonistas de la literatura mexicana, México, Santillana, 2005, p. 378.
[6] Manuel Andrade Castro et al., Enciclopedia de México, México, Océano, 2000, t. II, p. 485.
[7] Sophie Bidault de la Calle, Nellie Campobello: Una escritura salida del cuerpo, México, Conaculta, 2003, p. 31, citado por Jorge Aguilar Mora, en “Prólogo” a Juan Bautista Vargas Arreola, A sangre y fuego con Pancho Villa, México, FCE, 1988, p. 8.
[8] Blanca Rodríguez, Nellie Campobello: eros y violencia, op. cit,. pp. 71-72.
[9] Idem.
[10] Idem.
[11] El primer manuscrito de Cartucho fue terminado de imprimir el 13 de octubre de 1931 en Jalapa, Veracruz, según palabras de la misma Campobello el motivo por el cual lo escribió fue: “Para vengar una injuria. Las novelas que por entonces se escribían, y que narran hechos guerreros, están repletas de mentiras contra los hombres de la Revolución, principalmente contra Francisco Villa. Escribí en este libro lo que me consta del villismo, no lo que me han contado”. Emmanuel Carballo, op. cit., p. 385.
[12] Ídem, p. 155.
[13] Clara Guadalupe García, Nellie. El caso Campobello, México, Cal y Arena, 2000, p. 122.
[14] Blanca Rodríguez, op. cit.
[15] Emmanuel Carballo, op. cit., p. 384.
[16] Al respecto de la imaginación Campobello, nos dice: “Intento abrir los nudos vírgenes de la naturaleza, referirme a la entraña de las cosas, de las personas, ver con ojos limpios el espacio que me rodea. Me sobra imaginación de novelista: todo lo convierto en imágenes”. Idem.
[17] Nellie Campobello, Cartucho. Relatos de la lucha en el norte de México, ed. cit., p. 64.
[18] Sophie Bidault de la Calle, op. cit.  
[19] Emmanuel Carballo, op. cit., p. 384.
[20] Sophie Bidault de la Calle, op. cit., p. 42.
[21] Nellie Campobello Cartucho. Relatos de la lucha en el norte de México, ed. cit., pp. 81-82.
[22] Sophie Bidault de la Calle, op. cit.
[23] Michel Foucault, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, México, Siglo XXI, 2003. 
[24] Idem.
[25] Emmanuel Carballo, op. cit., p. 384
[26] Nellie Campobello, Cartucho. Relatos de la lucha en el norte de México, ed. cit., p. 47. 
[27] Idem.
[28] Ibidem, p. 61.