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La reinvención de la naturaleza americana: las revoluciones ecológicas del siglo XVI

ENVIADO POR EL EDITOR EL Jueves, 11/04/2024 - 13:29:00 PM

Marta Martín Gabaldón, Huemac Escalona Lüttig y Raquel E. Güereca Durán, Impacto ambiental y paisaje en Nueva España durante el siglo XVI, México, UNAM (México 500, 10), 2021.


Eduardo Eattan Puente Pastrana*

 

A la invención de América siguió́ la “reinvención” de su naturaleza. El famoso “encuentro entre dos mundos” no se restringió́ a la violenta colisión entre civilizaciones, sino que realmente significó el inicio de la quinta gran transformación antrópica de la biosfera.[1] Una “revolución biológica” que inició en las Antillas, recorrió el septentrión novohispano y se extendió más allá de las regiones equinocciales, pero cuyos alcances finales le darían la vuelta al globo, convirtiéndose en una verdadera “revolución ecológica” y en algunos casos hasta “geológica”. Cuando a las conquistas militares y espirituales siguieron las biológicas[2] y ambientales,[3] la naturaleza americana se convirtió efectivamente en la “arena de combate” entre dos maneras antagónicas de interactuar y manejar la enorme diversidad de ambientes y sus recursos naturales; la mesoamericana y la cristiana a través de sus conquistadores. El resultado fue la reconfiguración de los paisajes ecológico-culturales mesoamericanos; la “reinvención” de una naturaleza completamente nueva tanto para conquistados como para conquistadores.

 

Esta revolución ecológica de larga duración es tan grande y compleja que intentar realizar una “síntesis amplia” se convierte en tarea difícil y, sin embargo, ese es precisamente uno de los aciertos del libro Impacto ambiental y paisaje en Nueva España durante el siglo XVI. Sus autores, los historiadores Marta Martín Gabaldón, Huemac Escalona Lüttig y Raquel E. Güereca Durán, articularon un cuadro histórico capaz de mostrarnos los tres grandes ámbitos de este proceso: 1) la transformación de las practicas agrícolas y el manejo del agua; 2) el impacto de la ganadería extensiva y la implementación de la arriería sobre los paisajes, y 3) la fundación de reales de minas en el septentrión novohispano. Esto sin caer en ciertos centralismos comunes en la historia ambiental de México y, como otro acierto más del texto, si integra en su argumentación a las regiones “periféricas”, frecuentemente excluidas en nuestra —aún en ciernes— historiografía ambiental, entre ellas: la Mixteca oaxaqueña y el valle del Mezquital.

 

América experimentó en el siglo XVI “la mayor revolución biológica desde finales del Pleistoceno” (p. 25); sin embargo, nuestros autores subrayan que las sociedades mesoamericanas ya habían impregnado una huella profunda sobre los paisajes mucho antes de la caída de Tenochtitlan. El paradigma del “ecologista primitivo” como se veía a estas sociedades, común en ciertas historias ambientales, se desvanece frente a los múltiples ejemplos que nos ofrecen en el texto. El paisaje aterrazado de la mixteca oaxaqueña, verbi gratia, o las modificaciones del sistema lacustre durante el Posclásico en la Cuenca de México, mismo que algunos autores reconocen como una forma de dominación de las aguas[4] o inclusive como un “imperialismo hidráulico”.[5] En efecto, desde las cumbres más altas hasta las entrañas de la tierra, la mano del hombre ya estaba presente y, sin embargo, nuestros autores concluyen que fue precisamente la ausencia de estas manos, que “transforman los ecosistemas de formas específicas” (p. 33), un factor clave en la estrepitosa transformación de los paisajes durante el siglo XVI.

 

Efectivamente, la caída demográfica de las poblaciones indígenas tras las guerras de conquista y los azotes de las constantes epidemias fue la punta de lanza para la desarticulación de sus formas de organización socioterritorial y el reemplazo de sus sofisticadas prácticas agrícolas, y por lo tanto impidieron continuar en muchos casos con un manejo de los recursos naturales más “sustentable”. Algunos ejemplos son el cultivo de “las tres hermanas” en unidades de producción familiar mejor conocidas como huertos solares, o el sistema de “roza, tumba y quema” que, en acción con su conocimiento edafológico, permitía a las selvas tropicales continuar con sus ciclos de sucesión ecológica. Además, la ausencia de estos actores funcionó como catalizador para otros procesos como la introducción y uso intensivo de animales para arar la tierra y transportar mercancías.

 

Las consecuencias edafológicas de estas prácticas las observamos en paisajes como el del valle del Mezquital, víctima del monocultivo a grandes escalas que implementaron haciendas y monasterios, y de la pavorosa plaga de ovejas que “entre 1530 y 1565 alcanzó los dos millones de cabezas de ganado” (p. 50).

 

Los cambios en la organización territorial y en la propiedad comunal de los recursos naturales, subrayan nuestros autores, trastocaron las unidades sociopolíticas mesoamericanas: los altepetl. El sistema de la encomienda, “como instrumento de dominio y reorganización territorial” (p. 36), exigió la agrupación de pueblos dispersos en sierras y montañas para poder explotar la ya menguada población indígena en plantaciones de monocultivos y haciendas ganaderas. El abandono de los ecotonos de transición y la creación de las principales capitales novohispanas sobre llanuras y valles, con la excepción de aquellos asentamientos cercanos a los reales de minas, tuvieron su origen en estas circunstancias.[6] Así, mientras las sierras y montañas del sur se despoblaron, otras en el norte se convertían en importantes ciudades conforme la búsqueda de metales preciosos marcaba los pasos del avance colonizador sobre los ecosistemas septentrionales.

 

Sin embargo, como en toda historia los matices son múltiples, estos procesos favorecieron a su vez la diversificación de técnicas y alimentos. Los templos de los monasterios, comentan nuestros autores, fueron “auténticas escuelas prácticas de agricultura hispana [...] donde la destreza indígena y sus propios sistemas agrícolas ayudaron a reducir el tiempo requerido en la formación de bancos genéticos de las especies que venían del viejo continente” (pp. 27-28). Al mismo tiempo, infinidad de especies cruzaron el Atlántico enriqueciendo el mapa alimenticio, medicinal y cultural del mundo. El maíz, el frijol y el cacao son algunas de las especies que se originaron (domesticaron) en Mesoamérica y que ahora están en la cima del consumo mundial.  Ese intercambio transoceánico[7] característico de la quinta gran transformación antrópica de la biosfera que mencionamos al inicio de estas reflexiones.

 

¿Conclusiones? Martha Martín Gabaldón, Huemac Escalona Lüttig y Raquel E. Güereca Durán nos ofrecen con “visión de águila”, amplia y precisa, un magnífico ensayo donde convergen plagas de ovejas, epidemias letales, valles erosionados, pero también saberes asimilados y nuevos paisajes ecológico-culturales. Estas revoluciones ecológicas continúan hasta nuestros días. Somos el resultado de ese impacto ambiental que inició en el siglo XVI, pero está en nosotros continuar o revertir sus efectos sobre la naturaleza. Cuando insistimos en hacer “productivas” a las selvas tropicales, cuando conceptualizamos los ecosistemas septentrionales como espacios “vacíos”, o cuando nos obstinamos en contravenir la naturaleza hidrológica de una región, estamos prolongando esa conquista ambiental que inició en el siglo XVI, cuyos escenarios actuales son mucho más dramáticos a los que nos mostraron nuestros autores. ¿Soluciones? Algunas las encontraremos en los pueblos indígenas y su relación con la naturaleza. Después de todo, las regiones mejor conservadas en el país actualmente son aquellas que permanecen bajo el cuidado y manejo de las comunidades indígenas.

 

* Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.
[1] András Takács-Sánta, “The major transitions in the history of human transformation of the biosphere”, Human Ecology Review, vol. 11, núm. 1, 2004.
[2] Noble David Cook, La conquista biológica. Las enfermedades en el nuevo mundo, 1492-1650, Madrid, Siglo XXI, 2005.
[3] Sergio Miranda Pacheco, La caída de Tenochtitlan y la posconquista ambiental de la cuenca y ciudad de México, México, DGPFE-IIH-UNAM (México 500, 14), 2021.
[4] Teresa Rojas Rabiela, José Luis Martínez y Daniel Murillo Licea, Cultura hidráulica y simbolismo mesoamericano del agua en el México prehispánico, México, El Colegio de Michoacán, 2010.
[5] Annabel Villalonga Gordaliza, “Imperialismo Hidráulico de los aztecas en la Cuenca de México”, Tecnología del agua, año 27, núm. 288, 2007.
[6] Gustavo G. Garza Merodio, Geografía histórica y medio ambiente, México, UNAM, 2012, pp. 39-46.
[7] Alfred Crosby, El intercambio transoceánico. Consecuencias biológicas y culturales a partir de 1492, México, UNAM, 1991.