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La Tierra Caliente de Michoacán y Guerrero. Una historia de larga duración: clima, orografía y sociedades

ENVIADO POR EL EDITOR EL Jueves, 04/04/2024 - 14:22:00 PM

Francisco Antonio Aguilar Irepan*

 

Resumen
El objetivo del artículo es mostrar cómo distintos grupos sociales han habitado la Tierra Caliente de Michoacán y Guerrero en la época prehispánica, el periodo virreinal y la época independiente, adaptándose y aprovechando el clima, los recursos naturales, minerales y acuáticos que ese territorio posee, mismos que han sido utilizados, transformados y explotados a lo largo de los siglos.

Palabras clave: Tierra Caliente, recursos, región, población.

 

Abstract
The objective of the article is to show how different social groups have inhabited the Tierra Caliente of Michoacán and Guerrero in the pre-Hispanic era, the colonial period and the independent era, adapting and taking advantage of the climate, natural, mineral and aquatic resources that said territorial space possesses, which they have used, transformed and exploited over the centuries.

Keywords: Tierra Caliente, resources, region, population.

 

La tierra es muy doblada, grandes sierras
sin árboles, llenas de sabandijas y mosquitos,
tierra para quien no ha nacido en ella inhabitable,
y para los nacidos insufrible
.
Diego de Basalenque
[1]

 

Introducción

 

La finalidad del siguiente artículo es mostrar cómo ha sido ocupado, reconfigurado, modificado y resignificado el espacio geográfico del territorio denominado Tierra Caliente, que se ubica en Michoacán y Guerrero, México, desde la época prehispánica hasta los albores de la independencia nacional. Se expondrá cómo distintos grupos sociales se han adaptado, aprovechando el clima y los recursos naturales, lo cual ha resultado en transformaciones socioespaciales reflejadas en el paisaje calentano.

 

A dicho territorio se le ha categorizado como una región, término empleado para definir un espacio geográfico en el que es posible identificar la asociación de elementos naturales y culturales que le imprimen ciertos rasgos de homogeneidad al interior y de contraste frente a los espacios geográficos vecinos.

 

El elemento más sobresaliente de la Tierra Caliente es su clima. La temperatura promedio anual es de 30 °C, con incrementos sustanciales entre mayo y agosto que alcanzan hasta los 44 °C. La extremosidad del clima es consecuencia de su ubicación geográfica, pues queda enmarcada dentro de dos cadenas montañosas: hacia el norte, el Eje Neovolcánico, con elevaciones de casi 4 000 metros de altura sobre el nivel del mar; y al sur, la Sierra Madre, con montañas de 3 000 m s. n. m. Ambas cadenas impiden la circulación de las masas de aire oceánico procedentes del Pacífico y golfo de México, causando también un sistema irregular de lluvias. Diego Garcés, corregidor de Ajuchitlán en 1580, señalaba que “llueve siempre de noche [...] con grandísimos truenos que hacen temblar las casas y con hartos rayos”.[2] La importancia de las lluvias es tal, que durante la temporada de secas el paisaje calentano suele ser gris y árido, mientras que durante las lluvias todo se viste de tonalidades verdes.

 

La delimitación geográfica de la Tierra Caliente para el presente artículo comprende los municipios actuales de Ajuchitlán, Pungarabato, Coyuca, Cutzamala, Tlapehuala y Zirándaro, en el estado de Guerrero, así como Churumuco, Huetamo y San Lucas, en Michoacán. En dichos pueblos existen fuertes lazos de identidad, gestados desde la etapa prehispánica y sustentados en factores climáticos, sociales y culturales.

 

La región calentana cuenta con subprovincias fisiográficas de diferente origen geológico que le conceden una amplia diversidad de vida silvestre. Su historia geológica está reflejada en un relieve de cordilleras de mediana altura que van de los cien hasta los mil metros. Su orografía va en descenso progresivo desde la altiplanicie central hacia el sur, hasta las planicies de aluvión del Balsas, cuya parte más estrecha comprende las llanuras de Huetamo y San Lucas. Desde allí se ensancha para dirigirse a los municipios de Guerrero.

 


Figura 1. Ubicación geográfica de los municipios que integran la Tierra Caliente. Fuente: elaboración propia a partir de información obtenida del Archivo Histórico de las Localidades Geoestadísticas (AHLG-INEGI).

 

En su orografía, un tanto accidentada, destacan los cerros de El Carrizo, Pueblo Viejo y El Tecolote, en Pungarabato; El Balcón, El Guarniba y el Guajolote, en Ajuchitlán, así como La Estrella, El Carrizo y El Azul, en Zirándaro. En la zona de Michoacán destacan las elevaciones de Dolores, Turitzio, La Mesa y Zacanguirete, en Huetamo; La Silla y La Cruz, en San Lucas, y Cochitiro, Curipan y Tzicuindo, en Churumuco.

 

El principal río de la Tierra Caliente es el Balsas, eje articulador de la región, nutrido por un conjunto de afluentes que nacen en las partes altas y que al ir bajando se encuentran con otros más pequeños que siguen su cauce por valles estrechos. Durante su trayecto, el Balsas recibe los afluentes del Amuco, Las Truchas y Tepehuaje, en Ajuchitán; Placeres del Oro y Chiquito, en Coyuca; en Zirándaro, El Cujaran y La Parota; en San Lucas, La Bolita y Cutzamala; El Poturo, La Palma, Huaro y Salitre, en Churumuco, y en Huetamo, el Carácuaro, el San Jerónimo y La Quetzeria.[3]

 

La base geológica de la Tierra Caliente consiste ante todo de rocas ígneas extrusivas. Algunas de ellas como la andesita, la riolita y el basalto tienen su origen en el Terciario; otras se formaron durante el Cuaternario, como calizas, lutitas y pizarras. Esas características propiciaron la formación de macizos calcáreos erosionados que han originado a su vez cuevas y abrigos rocosos, y de depósitos de mármol, plomo, zinc, manganeso, así como de yacimientos metálicos de oro, plata y cobre. En un informe elaborado por Vasco de Quiroga hacia 1533 se menciona que en Coyuca había minas de cobre y de oro, además de yacimientos de cobre en Cutzio, Guayameo, Pungarabato, Coyuca y Ajuchitlán.[4] Cabe señalar que en la Tierra Caliente nunca se ha encontrado cobre puro, pues siempre está asociado con minerales como óxido “negro”, malaquita “verde” o azurita “azul”.

 

Otro mineral abundante en la Tierra Caliente es la cal, de cuya amplia explotación se tiene largo registro en poblaciones como Chihuero y San Lucas Michoacán. Se acostumbraba extraer las piedras calizas de los afloramientos para después picarlas y posteriormente quemarlas al aire libre, según contaron algunos informantes de ambas poblaciones que todavía hacían dicho proceso a mediados del siglo pasado.

 

Esta región cuenta también con algunos depósitos de sal, la cual se empleaba para la conservación de alimentos y para el proceso de la amalgama por azogue en la extracción de plata. En Zirándaro, la sal se producía de forma moderada para el consumo interno y para el pago de los tributos a los españoles a finales del siglo XVI, mientras que lo sobrante se vendía a las Minas del Espíritu Santo. La sal se obtenía de unas fuentes calientes en el barrio de Etúcuaro, palabra de origen tarasco y que se traduce como “lugar de sal”.[5]

 

El proceso de obtención de la sal consistía en extraer agua de un pozo, después regarla en cavidades poco profundas que se hacían en la tierra y dejarla secar, mojarla de nuevo y ponerla en unos cestos con punta en la parte baja, a manera de nasas, por donde escurría el agua. Ulteriormente ponían a cocer aquella agua destilada hasta que se cuajara y quedaran sólo los cuadros de sal.[6]

 

Los suelos que predominan en la región son de tipo regosol, ricos en limos, pero con gran cantidad de rocas y un drenaje deficiente. Generalmente son someros, por lo que su fertilidad y rendimiento agrícola y forestal son variables y su producción está condicionada por su profundidad y pedregosidad, a la vez que son sensibles a la erosión. También hay suelo de tipo litosol, el cual se encuentra principalmente en las barrancas y lomeríos, así como algunos terrenos planos. Éstos son suelos degradados, con un espesor menor a 10 cm. En ellos crecen bosques y se puede cultivar maíz o nopal. Hay también suelo tipo feozem, rico en nutrientes y materia orgánica. Además, en la zona se encuentra el tipo vertisol, rico en limos pero, de nuevo, rocoso y con drenaje deficiente, lo cual dificulta la producción agrícola.[7]

 

La diversidad de suelos favorece el cultivo de algodón (Gossypium), fibra textil que podía cultivarse sobre todo en las vegas de los ríos cercanos a Ajuchitlán, Cutzamala, Pungarabato, Cutzio y Zirándaro.[8] El algodón se usaba como materia prima en la fabricación de una amplia variedad de vestimentas: mantas, capas, enaguas y huipiles para los hombres y mujeres de la élite, pantalones y taparrabos para los maceguales. Con telares de cintura se hilaban varias tiras o franjas, llamadas “piernas”, que se unían para obtener una manta de mayores dimensiones. Hacia 1940 en Cutzamala aún se cultivaba algodón y se teñía de color anaranjado con una yerba llamada juanduro.[9]

 

Esta zona geográfica también era propicia para el cultivo de calabazas, que se utilizaban como alimentos y recipientes. La corteza de algunas era de tan buena calidad que servía para fabricar jícaras, y se decoraban con tintes vegetales o animales. Se cultivaban muchas variedades de chía: del aceite de una, cuya semilla tenía el tamaño y color de la mostaza, se obtenía uno de esos pigmentos; una se molía con harina para preparar una bebida; otra daba un grano blanco y ancho.[10] También fueron importantes el cacao y una especie de tabaco silvestre que se usaba como medicina y, quizás, para actividades rituales.[11]

 

Además, crecen árboles de cascalote (Caesalpinia coriaria), una corteza leguminosa que posee grandes concentraciones de taninos. Su fruto es una vaina enroscada en forma de oreja retorcida; de ahí su nombre en náhuatl. Se usaba para obtener pigmentos de color negro y para curtir pieles. En la actualidad se le asignan propiedades cicatrizantes, para curar la fiebre y problemas de infecciones en la piel. Es probable que estas cualidades ya fueran conocidas por los habitantes de la Tierra Caliente desde antes del arribo de los españoles. Otras especies útiles de la flora local son el mezquite, el copal, el tepehuaje, el cacahuananche, el cueramo, el cuitaz, la palma real, el huizache y el árbol de Brasil, cuyo extracto se usaba como pigmento de color rojo.

 

Encontramos las primeras huellas del poblamiento humano de la región 1 en las manifestaciones gráfico-rupestres en abrigos y cuevas en las inmediaciones de la barranca de Huarimio. Las cuevas del Respaldito contienen ocho grafismos y vestigios; la del Capirito, grafismos pintados y grabados en la pared norte que conforman seis paneles homogéneos. Las representaciones se dividen en tres bandas horizontales; en la inferior se dibujaron figuras antropomorfas, signos geométricos y figuras zoomorfas; la intermedia presenta una elevada densidad de grafismos geométricos y grabados pintados, y en la superior aparece una escena de cacería. Las Manos es un abrigo de alrededor de diez metros de largo por cuatro de ancho, en cuya pared fueron pintadas diez manos en negativo. En una segunda sala está pintada la mano de un niño con la misma técnica del negativo. En otro sitio llamado Puerto de la Guacamaya, que está en un acantilado, el estilo de los grafismos hace suponer que se trazaron en una época diferente.[12]

 

Como características generales puede mencionarse lo siguiente: todos los paneles mencionados poseen iluminación natural, aunque sea débil; es notorio el uso de las particularidades topográficas del soporte rocoso para representar las escenas; todas las representaciones antropomorfas aparecen en forma dinámica o estática, y las imágenes zoomorfas se ejemplifican con cérvidos de colas erguidas que acentúan el dinamismo, ranas y lagartijas.

 

Las sociedades que habitaron la región en el periodo Formativo o Preclásico (1500 a. e. c.-200 d. e. c.), según las arqueólogas Faugère y Darras, tuvieron contacto y posiblemente formaron parte de la cultura mezcala, caracterizada por su cerámica trípode, en la que predomina la decoración geométrica en colores negro y anaranjado, así como por sus figurillas antropomorfas en piedras verdes (jadeíta, riolita, serpentina) con rasgos muy esquematizados y trazos rectilíneos.

 

La presencia de sitios arqueológicos durante el Formativo en la región calentana se ilustra con dos lugares, uno identificado por Jay Silverstein en las inmediaciones del actual pueblo de Cutzamala[13] y el segundo, el sitio conocido como La Quesería, al sur de Coyuca de Catalán, del cual Meanwell sostiene que fue ocupado desde el Preclásico tardío y continuó siendo habitado hasta el Clásico.[14] Ambos sitios evidencian una relación entre la morfología fluvial de los ríos, pues se localizan en las terrazas más bajas de los ríos, donde las planicies se inundaban ocasionalmente, permitiendo actividades como la agricultura y obtención de materias primas empleadas en la elaboración de objetos cerámicos.

 

Durante el Clásico (200-700) se configuró un patrón de asentamiento en las márgenes de los numerosos ríos de la región aprovechando las llanuras aluviales, mientras que las laderas de los cerros y las pequeñas colinas naturales fueron utilizadas para la edificación de plataformas utilizadas como centros ceremoniales planificados. Además es notorio el aumento en el número y el tamaño de los sitios. Los asentamientos de dicho periodo son: Charácuaro, Purechucho, San Jerónimo y Santiago (Huetamo); Ateño, Pungarabato e Itzímbaro (Ciudad Altamirano); Mexiquito (entre Cd. Altamirano y Aratichanguio); El Huizachal, Hacienda de Urerio, Chumbitaro, El Cuajilote y Tiringueo, (San Lucas); Catatemba, El Quimis, San Agustín y Pandacuareo (Zirándaro); Amuco, El Respaldo y Sacapuato (Coyuca); El Embarcador (Ajuchitlán); Cerro de Cutzamala, El Barco y San Antonio (Cutzamala).[15] Por su parte, Lister menciona los sitios de El Cubo Viejo, Citahua, Cuadrillo de Santo Tomás, Jario y Las Yácatas de la Laguna, sin señalar su ubicación precisa, pero los tiestos cerámicos son similares a los de los sitios anteriores.[16]

 

En sitios como Citahua, Purechucho y Pandacuareo se encontraron espacios rectangulares y en forma de H que se asemejan a los juegos de pelota de otras regiones de Mesoamérica. Varios de ellos son sitios monumentales, o como los denomina Lister, “pirámides asociadas con plataformas”. En la región, a esas estructuras monumentales se les llama yácatas (término tarasco que significa “amontonamiento de piedras con tierra”). La edificación de tales estructuras se basa en la arquitectura de tierra, que consistía en poner sobre una base de piedras una mezcla de tierra con algunas gravas, fragmentos de adobe y algunos otros elementos que parecen haber sido construidos mediante la técnica del apisonado. Después se construía el exterior de la estructura, que podía ser un apisonado de tierra más fino, un recubrimiento de cal, adobes o piedras careadas.[17]

 

Las descripciones de los sitios de la Tierra Caliente durante el periodo Clásico centradas en la arquitectura y los objetos cerámicos permiten plantear que los habitantes de entonces explotaron las materias primas aledañas a sus poblados para la elaboración de pigmentos y vasijas cerámicas. Además, es posible que dichas poblaciones intercambiaran productos locales con otras regiones, ya que en la zona se encontraron materiales alóctonos como conchas marinas y obsidiana verde, gris y negra.

 

La población de estos sitios siguió en aumento durante el Epiclásico (700-900) y Posclásico temprano (900-1200), y muchos ocupantes del periodo anterior aún formaban parte de las organizaciones políticas de aquellos tiempos. Otros se fueron incorporando a la vida del Balsas medio, como los sitios de San Miguel Totolapan y Barrio Alto, donde se encontraron objetos de metal como pinzas, punzones, agujas y cascabeles de cobre.[18] Los datos obtenidos sobre estos periodos nos sugieren que el aprovechamiento de los recursos por los habitantes del Balsas medio fue en aumento, debido a que ya se había perfeccionado la extracción y el procesamiento de objetos metálicos. A su vez, esto fomentó las relaciones de intercambio con otras regiones.

 

Durante el Posclásico tardío (1200-1521) se mantuvo el patrón de asentamiento de los pueblos de la Tierra Caliente que venía desde el Clásico, caracterizado por que los sitios estaban en las riberas de los ríos de la zona, aprovechando las llanuras aluviales, mientras que las laderas de los cerros y las pequeñas colinas naturales fueron utilizadas para la edificación de las plataformas sobre las que construyeron montículos rectangulares, en Cutzamala, y cuadrangulares en Totolapan.

 

La gran cantidad de población y la amplia variabilidad de materias primas hicieron de la Tierra Caliente un área trascendente y de interés para los tarascos y los mexicas, entidades políticas que estaban en proceso de expansión. Durante el último tercio del siglo XV, sus fronteras colisionaron, ya que cada uno fue incorporando pequeñas poblaciones con la intención de establecer puntos de control para vigilarse mutuamente. Por ejemplo, Alahuiztlan fue uno de los líderes en producción de sal en el oeste del imperio mexica, y Oztuma se convirtió en un fuerte para proteger ese punto.

 

Mientras tanto, los tarascos emprendieron la conquista de la Tierra Caliente durante el gobierno de Hiquíngaxe, Hiripan y Tangáxoan, en la búsqueda de expandir su territorio y tratando de obtener recursos que faltaban en la cuenca de Pátzcuaro, así como para detener el avance de los mexicas. La anexión de aquella región al Estado tarasco es descrita como parte de dos campañas y en dos momentos, según la Relación de Michoacán. En la primera campaña participaron los principales “Cupáuaxanzi [quien] se asentó en la Uacanan; Zapíuatame Zangueta se asentó en Paracho Chapata. Y Atache Hucáuati [...] en Chupingo Parápeo; Utume y Catúquema también”;[19] sitios desde donde sometieron Puréchuhoato, Cauingan, Tucúmeo, Marita Angápeo, Etúcuaro, Apérendan, Zacango, Cúseo. La segunda campaña llevó a la conquista de “Cuyucan, Apázingani, Púngarihoato, que son pueblos de la Tierra Caliente. También Ambezio, Tauéngohoato, Tiríngueo, Charácharando, Zacápuhoato”.[20]

 

Para afianzar la zona de la Tierra Caliente el gobernante central (cazonci) que residía en Tzintzuntzan designó como caciques a los combatientes que habían participado en las guerras, así como a los antiguos gobernantes que aceptaron incorporarse a la política tarasca a través del pacto de obediencia, en el que además se comprometían a mantener el orden, adoptar a Curícaueri y Xarátanga como deidades principales, mantener encendidos sus fuegos diariamente, participar en la guerra y cultivar sementeras para alimentar a los guerreros que defenderían y acrecentarían sus dominios. Además, el sometimiento al poder chichimeca implicó la reestructuración de algunos pueblos y la fundación de otros, dando paso a una nueva reconfiguración política que se sustentó en el poder de los caciques. En efecto, algunas de las poblaciones de la Tierra Caliente sirvieron como base para los ejércitos y ejercieron el control directo de una gran variedad de productos que se producían en la región calentana.

 

La Tierra Caliente estuvo habitada por una población multiétnica. Por ejemplo, en Ajuchitlán se registraron dos lenguas maternas, la tarasca y la cuitlateca, además del chontal en Pungarabato, Tlalchapa, Tlapehuala y Coyuca. Por su parte, la región michoacana de los municipios de Huetamo y San Lucas estaba habitada por tarascos, otomíes y matlatzincas (pirindas), quienes habían salido de Toluca debido a la incursión mexica en dicha zona. De igual manera, un grupo de apanecas procedentes de Zacatula se asentó en la zona de Zirándaro-Guayameo.[21] Allí convivieron grupos de muy distintos rasgos culturales, que variaban en la lengua, los atuendos y la construcción de sus viviendas. Pese a sus diferencias, lograron convivir hasta identificarse como una sola unidad política, que contaba con abundantes recursos minerales y agrícolas.

 

Por las huellas del paisaje calentano durante el periodo prehispánico se deduce que la región experimentó una continua aunque coherente explotación, pues no se nota una gran perturbación. La mayoría de las sociedades que residieron en ella, parece ser, rendían una especie de culto a los cuerpos de agua y a la orografía.

 

Tras el arribo de los españoles a la Tierra Caliente ocurrieron distintos cambios. Aumentó la explotación de las minas de plata y cobre, a la vez que la región se convirtió en una importante área ganadera y agrícola con la incorporación de nuevos productos. Se establecieron relaciones de encadenamiento económico y cultural. Considérense, por ejemplo, los artefactos de cobre que usaban los gobernantes de Atoyac, Jalisco, cuya tradición continuó en piezas metálicas que seguramente se exportaron hasta España.

 

Para la imposición de las cargas tributarias, a finales de 1523 llegó al territorio michoacano Antonio de Caravajal. Su objetivo era visitar los pueblos para repartirlos después en encomiendas. Para informarse, se entrevistó con los caciques de los pueblos, quienes le reportaron el número de casas que tenía cada uno a su cargo y cuál era la jerarquía de sus poblados. Caravajal arribó ese año a la Tierra Caliente, junto con otros tres españoles y un negro llamado Juan Garrido.[22]

 

El reparto de las encomiendas en la Tierra Caliente ocurrió de la siguiente manera: Ajuchitlán fue dado a Martín Cristóbal de Gamboa y en 1533 pasó a manos de la Corona, convirtiéndose en corregimiento. Coyuca parece haber sido entregada primero a Guillén de la Loa y después a Pedro de Meneses; posteriormente hubo una disputa entre los hijos de ambos, en la cual vencieron los del segundo, pues la encomienda pasó a su hijo Cristóbal de Soto y de ahí a su hijo Rodrigo de Meneses, quien poseía la encomienda en 1565. Cutzamala fue encomendada a Juan de Burgos, conquistador y primer tenedor, quien renunció a la encomienda; Antonio de Mendoza se la entregó entonces a Francisco Vázquez de Coronado, gobernador de la Nueva Galicia y uno de los impulsores de la existencia de Cíbola; a su muerte, pasó a su nieto Bernardino de Bocanegra. La encomienda de Pungarabato se dividió en dos partes: una de ellas fue para Fernando Alonso y la otra para Pedro de Bazán. Por su parte, la encomienda de Zirándaro-Guayameo se le dio a Gil González de Benavides y para 1565 ya era corregimiento.[23]

 

Una parte de la encomienda de Cutzio-Huetamo fue dada a Nicolás de Palacios Rubios, quien fue camarero de Hernán Cortés, y la otra parte pasó a Alonso Martín Asturiano. Asturiano tenía un socio en las minas de Coyuca a quien le proporcionaba alimentos para los esclavos. En 1528, Palacios perdió su encomienda a manos de Gonzalo Ruiz. La parte de Asturiano pasó en octubre de 1530 a Ruy González, que en noviembre de ese mismo año cambió sus otras encomiendas para que Ruiz quedara como único encomendero de Cutzio. Hacia 1535 Ruiz perdió la encomienda debido a la inestabilidad política que se vivía en la Nueva España y la recuperó el 3 de diciembre de 1541. Después pasó a manos de Francisco Ruiz, y en 1564 la tenía su hermana Juana Torres. En 1566 pasó a la Corona junto con Guayameo y Zirándaro. Antes de 1579 se le asignó a Luis de Velasco el joven. Sinagua quedó encomendada a Juan de la Plaza, quien en 1542 era vecino de Zacatula y había participado como uno de los soldados que llevaban caballo cuando Cristóbal de Olid arribó a Michoacán. Para 1565 ya era corregimiento.[24]

 

Durante los primeros cuarenta años la economía calentana se orientó exclusivamente a la explotación de los yacimientos de metales y de la mano de obra. El encomendero se aprovechaba del tributo y de los servicios de la población indígena a cambio de la administración y la evangelización. Los encomenderos no residieron en los pueblos de la Tierra Caliente, pues la mayoría de ellos tenía cargos políticos en otros lugares o seguían activos en la conquista de nuevos territorios para la Corona española. Así, enviaban algunos personajes para que administraran sus encomiendas, tal como sucedió con Juan Martín Calvete, quien hacía lo correspondiente con la encomienda de Cutzio.

 

Dentro de las encomiendas, los caciques llevaban la cuenta de los habitantes de sus pueblos. Además, avisaban sobre el despoblamiento de algunos sitios a causa de las enfermedades y de que los indios se refugiaban en los montes para no someterse a los españoles. De este modo, los caciques fueron el eslabón que unía a su gente con los oficiales del gobierno español que estaban en otros lados, como corregidores, encomenderos, oidores y el virrey. Posteriormente algunos de los caciques se hicieron acreedores a beneficios como poder andar en una jaca o bien en un caballo con silla y freno, permitiendo así que este tipo de animales se criaran en Tierra Caliente.

 

Hacia 1540 la Tierra Caliente estaba plenamente integrada a la provincia de Michoacán. Comenzó entonces una serie de cambios en la jurisdicción territorial de los pueblos, pues algunos de ellos se vieron afectados o favorecidos con las congregaciones que iniciaron los agustinos, evangelizadores de la zona. En la mayoría de los pueblos, los frailes (con la ayuda de las autoridades indígenas, los encomenderos y corregidores) promovieron la edificación de edificios religiosos para la doctrina de los indios.[25] También hubo cambios políticos a nivel local a mediados del siglo XVI con la introducción de los gobernadores indios y el establecimiento de los cabildos.

 

Una primera etapa de congregaciones de los pueblos de la Tierra Caliente se había llevado a cabo antes de 1548, pues tomando como base el sitio arqueológico del Posclásico tardío y la información de los pueblos que brinda la Suma de Visitas tenemos que varios de los pueblos ya estaban en zonas llanas. Por ejemplo, Ajuchitlán ya estaba asentado donde permanece hasta la actualidad, a 250 metros sobre el nivel del mar, junto a un río caudaloso por la parte norte y a otro pequeño, conocido actualmente como Las Truchas; Coyuca, junto a un río de gran caudal, en tierra plana y muy fértil; Cutzamala, en tierra llana, junto al río que baja desde Pungarabato; Pungarabato, también en tierra llana; Zirándaro, en la ribera del Balsas; Cutzio, en tierra llana y fértil para lo que se quiera sembrar y por en medio del pueblo pasa un arroyo que nace de unas fuentes cerca de ahí.[26]

 

Contamos con información fragmentada de los tributos pagados por los pueblos de la Tierra Caliente a partir de 1528, pero a través de la cual se puede sugerir que durante la década de 1528 a 1538 la mayoría de los pueblos pagaba tributos en especie, como cargas de mantas, de enaguas, de camisas para esclavos, de xicoles, de mástiles, así como productos agrícolas como maíz, ají, frijol, calabaza y chía. Además, gallinas de Castilla y de la tierra, huevo y pescado, pinol, miel y tamales, ollas y comales de cerámica y jícaras pintadas, pares de cotaras y panecillos de cera. Y de poblados como Coyuca y Cutzamala, cargas de sal.[27]

 

Después de 1538 los habitantes solicitaron eliminar o disminuir la demanda de algunos productos, pues consideraban excesivas las cargas impuestas. A cambio, se les obligó a algunos indios a trabajar en las minas de Taxco. Allí acudieron cuarenta indios de Ajuchitlán y de Cutzamala a partir de 1537 y hasta 1544; en 1537 acudían treinta indios de Coyuca a las minas de Amatepec; para 1542 se mandaban cuarenta indios de servicio diariamente a las minas de Acayo; para 1550 eran cuarenta indios los que iban a trabajar a las minas del Espíritu Santo; el mismo año, Cutzamala enviaba ochenta indios a las minas de Taxco, y Huetamo, cuarenta.[28]

 

Para inicios de la década de 1540 ya se tributaban productos que habían sido llevados a la región por los conquistadores: caña, melones, limas, limones, cidras y plátano. Durante ese mismo periodo se mandaban, cada treinta días, veinte tamemes cargados con cobre a la Ciudad de México, llevando cada uno de ellos dos arrobas. En 1550 se mantenía el número de cargadores pero ya se habían reducido los días a veinte. Ese mismo año Pungarabato enviaba cincuenta indios a las minas.

 


Figura 2. Pueblos y centros mineros mencionados en el texto. Fuente: elaboración propia a partir de datos obtenidos del Archivo Histórico de las Localidades Geoestadísticas (AHLG-INEGI).

 

Hacia 1550 se nota un nuevo cambio: los indios dejaron de acudir a las minas y comenzaron a pagar el tributo en dinero y en maíz. De la primera forma generalmente se pagaría tres veces por año, y de la segunda, durante las cosechas. Es notorio que, en Ajuchitán, cada vez que se hacía una nueva tasación era en decremento: en 1549 daban 1 500 pesos de oro común; en 1566, 1 413 pesos y un tomín; y en 1569, 1 109 pesos de oro común. Coyuca fue una de las últimas poblaciones donde se les siguió obligando a que pagaran su tributo en prendas de algodón, por lo que en marzo de 1559 pidieron una conmutación sobre los tributos pagados, y los administradores accedieron a que el pago se redujera. Finalmente, en 1566 ya se había “monetarizado” el pago del tributo en Zirándaro, dándose 407 pesos y dos tomines de oro común, además de 175 fanegas de maíz. Un año después, en Coyuca se pagaban 557 pesos y cuatro tomines, además de 223 fanegas de maíz.[29]

 

Entre las cantidades tributadas es muy notorio que desde 1528 los pobladores de Zirándaro abastecieron a las minas de Coyuca de alimentos, prendas de vestir para los trabajadores y sal. Y la encomienda de Sinagua fue la única donde se menciona que se tributaron tejuelos de oro de diez pesos y dos tacillas de plata, hasta que se monetarizó su tributo en febrero de 1563. La monetarización también se impuso en el pago de salarios de las autoridades indígenas, pues en febrero de 1552, las autoridades de Ajuchitlán (alcalde, alguaciles y mayordomos) recibían un pago de seis pesos, y el escribano, de dos.[30]

 

Otros contrastes con el periodo prehispánico fueron la explotación y uso de los metales introducidos por los españoles, lo cual sin duda fue un rompimiento con la tradición indígena, que los usaba y extraía de manera diferente a los conquistadores. Además, la distancia que los indígenas debían recorrer para llegar a las minas y a donde se transportaban los metales era algo nuevo. Por ejemplo, Coyuca estaba a veintidós leguas de las minas de Taxco, a treinta leguas de Michoacán y a veinte de las leguas de Sultepec. Pungarabato estaba a diez leguas de las minas del Espíritu Santo, a treinta de Pátzcuaro, a veintidós de Taxco y a diecinueve de Sultepec. Cutzamala estaba a treinta leguas de Michoacán, a veinte de Taxco, a dieciocho de Sultepec y a diez de Espíritu Santo. Zirándaro estaba a veinte o veintiséis leguas de Michoacán, a tres del Espíritu Santo y a cuarenta de la Ciudad de México, aunque por un mal camino. Huetamo estaba a cinco leguas de Espíritu Santo y a cuatro jornadas de Pátzcuaro.[31] Y todas esas distancias eran recorridas por los indígenas para laborar o tributar.

 

Otro problema suscitado fue la despoblación de la región calentana. Por ejemplo, se estima que en Cutzio el número de tributarios disminuyó de 1 524 a 1 100, es decir, 27.8 %. En Ajuchitlán, bajó de 2 073 a 830, es decir, 59.9 %. Coyuca pasó de 1 092 a 350, es decir, perdió 97.7 %; y Pungarabato, de 2 109 a 549. Todo esto sólo durante el siglo XVI.

 

Las epidemias que asolaron la Tierra Caliente fueron decisivas en el despoblamiento de la región. Las principales enfermedades que atacaban a los nativos eran viruela, tabardete, cámaras de sangre, pechugueras y dolor de costado;[32] sin embargo, pudo haber otros factores. En Coyuca, por ejemplo, “han muerto muchos indios por haber andado en las minas de plata, oro y cobre”, y algunos huyeron a otros sitios de la Nueva España, pues se desplazaban, según el mismo testimonio, como “gitanos con sus hatillos y mujeres y con sus hijos a cuestas”.[33]

 

Fuera del comercio del algodón, las corrientes de intercambio que se desarrollaron durante la época prehispánica cayeron en desuso durante el siglo XVII, sustituidas sobre todo por la crianza de ganado bovino. Un ejemplo de esos cambios fue el caso de Cutzian. En tiempos prehispánicos y en los años inmediatos al contacto con los españoles, allí producían principalmente metales, pero durante el periodo virreinal se convirtió en una de las principales estancias ganaderas, cambiando por completo el uso del suelo.[34]

 

Esos cambios se aceleraron a fines del siglo XVIII, con la migración de mestizos a la Tierra Caliente, quienes introdujeron grandes cantidades de ganado y causaron toda una revolución agrícola, pues se abandonó el sistema de roza, tumba y quema, que limitaba la superficie cultivable a una o dos hectáreas por trabajador, en favor de nuevos métodos que permitieron triplicar dicha superficie en los valles. Durante aquel periodo también se dio un fuerte impulso al cultivo de caña de azúcar.

 

Reflexión final

A lo largo del texto se ha presentado cómo distintas sociedades se han apropiado de la Tierra Caliente y sus recursos. El territorio ha sido escenario y actor de transformaciones a lo largo de milenios, de una manera pausada (su composición geográfica) y rápida (por las acciones y transformaciones de las sociedades que la han habitado) al mismo tiempo.

 

También hemos visto cómo individuos de otras regiones han recibido influencia de la Tierra Caliente. Así pues, la civilización del Balsas debe ser entendida desde la larga duración, considerando que la formación de su paisaje y entorno natural ha tomado siglos. Por otra parte, desde la mediana duración se deben comprender las transformaciones que han causado las distintas sociedades allí asentadas; y desde la corta, cómo en ciertos momentos el arribo de grupos humanos ha modificado el uso de los recursos y materias primas de la región calentana.

 

* Doctor en Historia, El Colegio de Michoacán.
[1] Diego de Basalenque, Historia de la provincia de San Nicolás de Tolentino de Michoacán, del orden de N. P. S. Agustín, México, Tip. Barbedillo y Comp., 1886, p. 94.
[2] Diego Garcés, “Relación de Ajuchitlán y su partido”, en René Acuña (ed.), Relaciones geográficas del siglo XVI. Michoacán, México, UNAM, 1987, p. 30.
[3] Según las bases de datos que proporciona el INEGI.
[4] Benedict Warren, “Minas de cobre de Michoacán, 1533”, en Lorena Mirambell Silva (coord.), La arqueología en los Anales del Museo Michoacano: épocas I, II, México, INAH, 1993, p. 582.
[5] Bartolomé Díaz Borrero, “Relación de Sirandaro y Guayameo”, en René Acuña (ed.), Relaciones geográficas del siglo XVI. Michoacán, México, UNAM, 1987, p. 267.
[6] Garcés, “Relación de Ajuchitlán...”, p. 43.
[7] Según las bases de datos que proporciona el INEGI.
[8] Garcés, “Relación de Ajuchitlán...”, p. 37; Díaz Borrero, “Relación de Sirandaro...”, p. 265.
[9] Pedro Hendrichs Pérez, Por tierras ignotas. Viajes y observaciones en la región del río de las Balsas, t. I, México, Cvltvra, 1945, p. 105.
[10] Garcés, “Relación de Ajuchitlán...”, p. 42.
[11] Idem.
[12] Brigitte Faugère y Veronique Darras, “Las obras rupestres de Huarimio, Tierra Caliente de Michoacán”, Arqueología, vol. 28, 2002, pp. 21-48.
[13] Jay Silverstein, “A study of the Late Postclassic Aztec-Tarascan frontier in Northern Guerrero, México: The Oztuma-Cutzamala”, tesis de doctorado, Universidad de Pennsylvania, 2000, pp. 255.
[14] Jennifer Meanwell, “El Proyecto del Balsas Medio: una investigación sobre funcionalidad y cronología de la cerámica”, FAMSI, 2007, p. 9, disponible en http://www.famsi.org/reports/06021es/.
[15] Douglas Osborne, “An archaeologic reconnaissance in Southeastern Michoacan, Mexico”, American Antiquity, vol. 9, núm. 1, 1943, pp. 59-73.
[16] Robert Lister, “Archaeology of the middle Río Balsas basin, México”, American Antiquity, vol. 13, núm. 1, 1947, pp. 67-78.
[17] José Luis Punzo Díaz et al., “Primeros datos sobre el uso de adobe y cal en época prehispánica en la región michoacana del río Balsas medio, México”, ponencia en el 15º Seminario Iberoamericano de Arquitectura y Construcción con Tierra, Cuenca, 2015, p. 6.
[18] Osborne, “An archaeologic reconnaissance...”, pp. 63-64.
[19] Jerónimo de Alcalá, Relación de Michoacán, versión literaria de Rafael Tena, México, Secretaría de Cultura / INAH, 2018, p. 189.
[20] Alcalá, Relación de Michoacán, p. 190.
[21] Garcés, “Relación de Ajuchitlán...”, p. 29; Díaz Borrero, “Relación de Sirandaro...”, p. 263.
[22] “Relación...”, p. 262.
[23] Benedict Warren, La conquista de Michoacán: 1521-1530, Morelia, Fimax, 1989, pp. 217-237.
[24] Francisco González de Cossío (ed.), El libro de las tasaciones de pueblos de la Nueva España: siglo XVI, México, Archivo General de la Nación, 1952.
[25] Basalenque, Historia de la provincia..., p. 103.
[26] Francisco del Paso y Troncoso (ed.), Papeles de Nueva España. Geografía y estadística. Suma de visitas de pueblos por orden alfabético, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1905.
[27] González de Cossío (ed.), El libro de las tasaciones...
[28] Del Paso y Troncoso, Papeles de Nueva España...
[29] Del Paso y Troncoso (ed.), Papeles de Nueva España...; González de Cossío (ed.), El libro de las tasaciones...
[30] Carlos Paredes, “Y por mi visto...” Mandamientos, ordenanzas, licencias y otras disposiciones virreinales del siglo XVI, vol. 1, México, CIESAS / UMSNH, 1994.
[31] González de Cossío (ed.), El libro de las tasaciones...
[32] Idem.
[33] Garcés, “Relación de Ajuchitlán...”, pp. 30-31.
[34] Eric Léonard, Una historia de vacas y golondrinas. Ganaderos y campesinos temporeros del Trópico Seco Mexicano, México, El Colegio de Michoacán / Institut Français de Recherche Scientifique pour le Développement en Coopération / FCE, 1995, p. 32.