Las revistas del INAH como un bien público
ENVIADO POR EL EDITOR EL Lunes, 30/11/-0001 - 00:00:00 AMCarlos San Juan Victoria*
Buenas tardes, estimados colegas y amigos de las revistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Quisiera, bajo el título de esta comunicación, “Las revistas del INAH como un bien público”, platicarles —con base en nuestra experiencia de 10 años haciendo la revista Con-temporánea de la Dirección de Estudios Históricos— algunas reflexiones y sugerencias en torno al tema que nos convoca: la “Comunidad de saberes y retribución social mediante la producción académica de las revistas científicas”.
Como resultado de rondas de intercambio con el equipo de trabajo compuesto por ocho investigadores y una coordinadora editorial, que integran nuestro Consejo de Redacción, les expongo los siguientes cuatro puntos.
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De entrada, sí creemos que las revistas del INAH son un bien público: se crean con recursos públicos, además, los que participan, en general, somos pagados por una institución pública, y, en nuestro caso, la historia que difundimos trata sobre la historiografía nacional e internacional; los nuevos aportes de la disciplina; los problemas nacionales o de regiones y segmentos sociales, y en alguna medida, nos proponemos colaborar en la atención, conocimiento e incluso resolución de algunos de los problemas de nuestra sociedad. Esta noción de lo público es, ante todo, un compromiso ético que nos orienta.
Agregaría un muy importante rasgo para cerrar el ciclo de lo público: creemos que es esencial el esfuerzo de difusión no sólo entre los pares académicos, sino en el acceso gratuito y de amplio espectro (estudiantes, profesores, asociaciones, instituciones, poblaciones) que nos permita llegar a nuevos públicos. Ahí reside un asunto que no desarrollaré, pero sí menciono: la renovación de los lenguajes, hacerlos cada vez menos especializados y más narrativos.
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Bien mirado, este planteamiento nos ayuda a comprender la llamada “retribución social”, que es parte sustantiva del INAH desde su origen y ahora, un componente esencial de la política pública que realiza la Secretaría de Ciencias, Humanidades, Tecnología e Innovación, la Secihti.
El INAH desde su inicio cultiva múltiples disciplinas con sus propias agendas de intereses e innovación, y además, es una institución de servicio público al cuidado de nuestro patrimonio cultural, y desarrolla estudios que beneficien a las poblaciones de nuestra nación. Trabaja con herencias pétreas y también con culturas vivas. Comparte con universidades y centros de investigación el desarrollo disciplinario, y las enriquece con las aplicaciones que, en ocasiones, fortalecen su función pública. Combinar y no separar la generación de conocimientos y las experiencias de intervención o aplicación de estos saberes es de las mejores entre sus varias tradiciones.
Por su parte, la Secihti se propone orientar a las ciencias y humanidades, a las tecnologías y a las innovaciones; a tratar los problemas de la nación y de la sociedad actual para desarrollar nuestros conocimientos y sus posibles aportaciones. Esperamos que en algún momento el INAH convoque a sus diversas partes para lograr un acuerdo sobre sus prioridades al respecto. Sólo así, en diálogos y acuerdos, es posible contar con una “tarea común”.
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Con base en este cambio de rumbo que empezamos a vivir con el anterior Conahcyt y que ahora es parte sustantiva de la nueva secretaría, creo que llegamos al corazón de un problema que habrá que reflexionar y, sobre todo, que nos permite aprovechar nuestras propias experiencias para mejorar nuestros trabajos.
Como pregunta, se puede formular así: ¿La “retribución social” puede confrontarse con la libertad de investigación, la individualización de los temas a tratar, la especialización cada vez más fuerte, o por el contrario, puede ser la ruta para tratamientos integrales de los asuntos que trabajamos; reforzar los contactos, en nuestro caso, con las innovaciones historiográficas sólo que ahora enriquecidas con el contacto con las realidades y las demandas de la sociedad, la vía universal para no repetir o imitar, sino para crear conocimientos propios y sobre todo, para crear renovadas “comunidades de los saberes”?
Creemos que ambos caminos están abiertos.
Uno es el de la inercia de un modo de hacer las cosas iniciado en los años noventa del siglo pasado hasta el 2018. Fue importante que se reconociera el valor de las ciencias, humanidades y tecnologías, pero a la vez favoreció el desarrollo de academias centradas en sus propias agendas y en sus circuitos de comunicación orientada al diálogo entre los pares dentro de las academias. Hubo actualización de conocimientos que, sin embargo, se alejaron del contacto con los problemas de sus sociedades. En ese ambiente prosperó la individualización extrema de las investigaciones y una especialización que fragmentaba la capacidad institucional y colectiva para responder a su función pública.
Pero también es posible que logremos concretar, en el caso de las revistas INAH, una política editorial donde la enorme riqueza diversificada de las investigaciones y sus lazos académicos, la acumulación lograda de conocimientos, se enlace, con tres asuntos centrales: crear renovadas “comunidades de saberes”, apoyar al servicio público del INAH y, ya encaminados, ser parte de una política cultural que favorezca el surgimiento de conocimientos enraizados en nuestras realidades y en nuestros problemas.
Contamos con fuertes tradiciones de trabajo colectivo, sea mediante seminarios, talleres, coloquios, líneas de investigación, convocatorias a temas unitarios, donde, sin perder la inquietud y búsqueda de cada uno, se fomenten contextos donde los individuos tejan sus coincidencias con otros y se rehagan las formas de trabajo colectivo, y como un desafío ético, se pregunte y reflexione acerca de las posibles aportaciones al INAH y a los problemas de la sociedad y la nación.
En nuestro caso, hemos publicado números que llamamos “misceláneos”, que carecen de un centro temático, pero muestran la diversidad vigente en el campo de la historia. Estamos interesados en la “reflexión sobre la historia”, es decir, la llamada historiografía, y la recuperación de sus momentos más creativos, sobre todo, para propiciar una historia que no copie innovaciones, sino que las cree. Tenemos números sobre acontecimientos como la tragedia de Ayotzinapa o los movimientos sociales, la relación entre memoria de los pueblos y movimientos con el tejido de la historia.
Hago breve referencia a dos experiencias últimas que hemos tenido, una relacionada con la historia ambiental. Es un caso muy avanzado en varios planos, primero, porque la historia ambiental académica logró convocar a una amplia gama de estudiosos de instituciones diversas y, a la vez, participaron especialistas pueblerinos en rituales como los granceros. Fue una puesta en común en diálogo intercultural sobre las aportaciones de los pueblos no sólo a la historia ambiental sino también a problemas acuciantes como el acceso al agua.
También puedo comentar nuestro último número donde se aborda un asunto, digamos, muy avanzado, una continuidad renovadora de los feminismos que, sin dejar sus temáticas de género, abordan un asunto espinoso como reducto del pensamiento conservador, la maternidad y el cuidado, para darle un giro progresista que afecta a las mujeres, a los hombres y al vivir en común de las sociedades: quien cuida a niños, enfermos y viejos bajo la evidencia de que gran parte de ese esfuerzo recae en el trabajo invisible de las mujeres.
Bajo la coordinación de Lilia Venegas de la DEH y de Tine Davids, de la Universidad de Radboud en Países Bajos, se realizó otra gran convocatoria donde revisan el trayecto histórico y los problemas actuales de ese trabajo del cuidado esencial para la reproducción de las sociedades y que ahora requiere de reconocer el trabajo femenino, modificar los roles de género para que los hombres participen cada vez más, y de reorientar la acción del Estado y de las políticas públicas. Este número recorre todo el ciclo de una revista como bien público, se rehacen las comunidades de saberes, se detectan problemas centrales de la sociedad y se abonan pistan para lograr transformaciones que le resuelvan. La retribución social pasa al centro de la escena.
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Termino, ahora sí, esta intervención. Creo que el INAH y sus revistas tienen la enorme posibilidad de no repetir las inercias sino, por el contrario, de concretar una política editorial que renueve las comunidades de los saberes, con mayores intercambios interculturales, con voces de los actores sociales, de sus críticas y de sus propuestas, en torno a la enorme problemática del patrimonio cultural.
Hacia el interior del INAH nos podemos beneficiar del trabajo colectivo e interdisciplinario en torno a problemas comunes, donde se rescate la experiencia vivida por sus revistas. En nuestro caso, nos interesa el intercambio de saberes que son propios de una institución como el INAH, por ejemplo, acercarnos a una historia, antropología y arqueología que se fusionen en la reconstrucción de un tiempo mexicano muy propio y de larga duración. O bien, el trato con las áreas más ligadas al servicio público, como la restauración, la arquitectura y los centros regionales del INAH. Y también dar el micrófono a las voces pluriculturales y sus conocimientos e inquietudes sobre patrimonios históricos asentados en su propiedad ejidal o comunal.
Hacia afuera, insisto, escuchar las voces de las poblaciones. Ahora que se reconoció, por la UNESCO, la ruta sagrada de los Wixárica como patrimonio inmaterial de la humanidad, ellos dijeron: ¿por qué inmaterial, si son rituales inmersos en montañas y valles, animales y plantas sagradas, ahora amenazados por el turismo y la minería? Y lo preguntaron ya como sujetos de derecho público reconocido en nuestra constitución vigente.
Es indispensable que el INAH proponga e invite al diálogo en torno a las grandes prioridades con respecto al cuidado del patrimonio en sus múltiples dimensiones.
Como revista, tuvimos una experiencia nutricia cuando el país fue conmovido por los sismos de septiembre de 2017. Con entrevistas en campo intentamos recuperar los testimonios de las muy diversas especialidades y oficios de nuestra institución para dar cuenta, con sus errores e interferencias, de cómo se convertía el INAH en una colmena diligente que intentaba —con la ayuda de los pueblos y con sus reclamos— rescatar los patrimonios religiosos de muchas regiones del país. Hubo una tarea común y la diversidad de sus habilidades se combinaron, no sin jaloneos, para asumirla. Al respecto publicamos dos libros y un periodiquito.
Ahora, cuando transitamos hacia una reorganización profunda de la ciencia, las humanidades y la tecnología, hay la posibilidad abierta de reinventar la tarea común y fortalecer el cruce de las muchas partes que integran al INAH. Las revistas pueden ayudar —y mucho— a lograr un nuevo y vigoroso tejido.
Por su atención, muchas gracias.
* Investigador de la Dirección de Estudios Históricos