Representaciones de la mujer y la maternidad en el imaginario anarquista. México: 1917-1928

ENVIADO POR EL EDITOR EL Martes, 30/11/-0001 - 00:00:00 AM

Perla Jaimes Navarro*

 

Resumen
El presente trabajo se basa en una revisión de la prensa anarquista urbana editada en el México posrevolucionario, entre los años de 1917 y 1928. Tiene como propósito mostrar el papel asignado a la maternidad como parte fundamental de ser mujer dentro de la militancia libertaria, por habérsele atribuido las responsabilidades no sólo de cuidado y crianza, sino de formar nuevas generaciones bajo los ideales del anarquismo. Tomando como base las notas y artículos relativos a la denominada “cuestión de la mujer” publicados en sus medios de propaganda, analizaremos los diferentes discursos del anarquismo mexicano en torno a temas como la maternidad, el control de la natalidad y el uso de métodos anticonceptivos, muchos de los cuales hacían eco de las ideas expresadas por personajes destacados de la ciencia y el feminismo de la época.

Palabras clave: maternidad, militancia, anarquismo, feminismo.

 

Abstract
This paper is based on a review of the urban anarchist press published in post-revolutionary Mexico, between 1917 and 1928. Its purpose is to show the role assigned to motherhood as a fundamental part of being a woman within libertarian militancy, for having been attributed the responsibilities not only of care and upbringing, but of forming new generations under the ideals of anarchism. Based on the notes and articles related to the so-called "women's question" published in its propaganda media, we will analyze the different discourses of Mexican anarchism around issues such as maternity, birth control and the use of contraceptive methods, many of which echoed the ideas expressed by prominent figures of science and feminism of the time.

Keywords: motherhood, militancy, anarchism, feminism.

 

Introducción

Debido a los cambios económicos y sociales que ocurrieron en México a partir del último tercio del siglo XIX, además del proceso de modernización urbano y el crecimiento industrial, se incrementó la presencia y visibilidad de las mujeres en los mercados de trabajo de las ciudades. Luego de los años convulsos de la Revolución y del estancamiento en la vida económica nacional, los diferentes gobiernos procuraron impulsar el crecimiento económico y la industrialización. En este nuevo escenario, la presencia de las mujeres —incluyendo a las que también eran madres— fuera del ámbito doméstico se fue haciendo más notoria y cada vez con mayor frecuencia se les veía asumiendo el papel de proveedoras económicas de su hogar.[1] Si bien la presencia de las mujeres en los mercados de trabajo ha sido constante a lo largo de la historia, ellas no siempre eran reconocidas como parte de la fuerza laboral de sus países, quedando sus actividades económicas en la informalidad, o bien, reducidas a labores consideradas propias de su sexo; es decir, cocineras, lavanderas, cuidadoras de niños, etcétera.

 

En ese contexto, las organizaciones de izquierda fueron prestando cada vez mayor atención a aquel sector de la población y a su papel en la sociedad de su época. En el ámbito de las izquierdas, y especialmente con el auge del movimiento feminista y sus reivindicaciones, las opiniones en torno a temáticas femeninas fueron recurrentes, en general mostrándose de acuerdo en que era necesario impulsar la emancipación de las mujeres y su participación en diferentes ámbitos de la esfera pública, sin dejar de resaltar las diferencias físicas e intelectuales entre uno y otro sexo.[2]

 

Con una importante presencia en nuestro país a partir de la segunda mitad del siglo XIX, el anarquismo fue parte de esa tendencia. Desde sus filas se promovió la fundación de organizaciones enfocadas en este sector de la población, además de la creación de materiales bibliográficos en torno a ellas. La denominada “cuestión de la mujer” fue un tema recurrente en el discurso anarquista, puesto que, al representar a la mitad de la población humana, se las consideraba ejes fundamentales de su lucha. Con una producción periodística vasta, los anarquistas del México posrevolucionario enfocaron parte de su atención en tratar cuestiones relacionadas con las mujeres, entre ellas, el papel de las madres dentro de la militancia libertaria.

 

La mujer y el anarquismo

En el pensamiento anarquista del México urbano de la posrevolución, la maternidad se consideraba una parte fundamental y función inseparable del ser mujer. Según aquella visión, las madres tenían un papel indispensable en la crianza, cuidado y educación de los hijos, pero también en el ejercicio de una maternidad responsable, en la que se incluía la reducción de la natalidad y el uso de métodos anticonceptivos.

 

En líneas generales, podemos decir que el pensamiento anarquista mexicano respecto al sexo femenino reproducía las mismas ideas que estaban en boga entre la sociedad de su época. La maternidad —y en menor medida, el matrimonio— era vista como un “destino común marcado por la rutina a su sexo” y un deber casi ineludible.[3] Los roles atribuidos a lo masculino y lo femenino se consideraban determinados en buena medida por las características físicas que los diferenciaban: “los anchos hombros del hombre le inclinan al trabajo para el sostén de su familia; las anchas caderas de la mujer son necesarias para la perpetuación de la especie”.[4] La superioridad física del hombre se proyectaba a su cerebro, lo que le daba mayores aptitudes intelectuales y le permitía acceder a altos niveles educativos. En cuanto a la mujer, a quien se consideraba débil mental y físicamente, se le relegaba al ámbito de los quehaceres del hogar y el cuidado de los hijos y, en muchas ocasiones, su educación se limitaba a la instrucción básica;[5] sin embargo, en las familias proletarias estas creencias contrastaban con la realidad, porque una sola fuente de ingresos no siempre bastaba para satisfacer las necesidades básicas. La precariedad a menudo hacía necesario que la mujer —la madre— asumiera el papel de proveedora de su hogar, lo cual aumentaba su carga de trabajo, puesto que eso no la eximía de sus deberes como ama de casa.

 

Para los anarquistas, la mujer proletaria es víctima de una doble “opresión”: por un lado, la vivida en su lugar de trabajo —abuso, explotación y malas condiciones— y, por el otro, la de su hogar, donde, más que compañera, se le considera “un ser inferior y una esclava”.[6] Si bien trabajaban a la par de sus contrapartes masculinos, las mujeres a menudo recibían salarios inferiores, además de que tenían la responsabilidad adicional de atender sus hogares y familias al terminar su jornada laboral, lo que las convertía en víctimas de lo que Pierre Bourdieu denominó “violencia simbólica”, la cual se veía reforzada por su adhesión a los roles tradicionalmente atribuidos a su sexo y que rara vez se cuestionaban.[7] Dichos roles incluían la responsabilidad —propia de la naturaleza de la mujer— de convertirse en madre o, como escribió una reconocida dirigente, en una “máquina de hacer hijos”,[8] lo que las colocaba en una posición vulnerable respecto a sus compañeros de sexo masculino.

 

Si bien una de las mayores improntas del anarquismo era la defensa de la libertad, tanto individual como colectiva, paradójicamente, dicha libertad no se extendía al ámbito de la procreación y la maternidad. A causa de su naturaleza, estas eran funciones intrínsecas al sexo femenino y debían ser cumplidas en algún momento de la vida. A esto se añadía el papel que se les otorgaba como principales responsables del cuidado y crianza de las futuras generaciones de militantes libertarios, apenas tocando la posibilidad de que hubiera mujeres que decidieran no ser madres.

 

El lema “Ni dios, ni patrón” fue reapropiado por las militantes femeninas del anarquismo en diferentes latitudes. Se agregaron las palabras “ni marido”, en abierta crítica a lo restrictiva que resultaba para ellas la institución del matrimonio, la cual les restaba control sobre su mente y cuerpo.[9] Así se evidenciaba la necesidad apremiante de un cambio en las relaciones de poder en el seno de la familia y se promovía la vía del “amor libre” como una forma sana de relacionarse con el sexo opuesto.

 

La defensa del “amor libre” fue una de las aristas más importantes del discurso anarquista contra la institución del matrimonio, en cuya promoción participaron destacadas militantes libertarias. Emma Goldman, por ejemplo, promovía las relaciones libres y múltiples, al igual que el uso de anticonceptivos, y se manifestaba contra el matrimonio, que consideraba la mayor afrenta a la libertad femenina.[10] El “amor libre” ponía en la mesa de debate la idea de que dicha institución no siempre era el ambiente más propicio para la crianza de los hijos y la vida en familia, además de que no garantizaba relaciones armoniosas y duraderas. En contraparte, sus defensores (y defensoras) se manifestaban a favor de uniones libres y desinteresadas basadas en el amor y el respeto mutuo:

 

Para que el amor conserve su voluntad, su belleza y su dignidad, debe ser libre, no pudiendo ser más que cuando esté regido por una sola ley, no debiendo haber sobre su capítulo de consideraciones de orden material y moral, más que lo siguiente: dos seres se aman, se desean; ellos deben tener el derecho de darse el uno al otro sin que ninguna razón extraña a sus deseos intervenga entre ellos; como también deberán tener el derecho absoluto de dejar de donarse el uno al otro el día que dejen de amarse, cuando ya no se deseen.[11]

 

Para los anarquistas, la idea del amor y la unión libre significaba que la mujer, más que una esclava de su marido, sería vista “como una compañera de vida [y] como una parte integrante de la producción de la especie”.[12] Se fomentaba la unión de las parejas “solamente para complementarnos, ayudarnos e intensificarnos, prestándonos la ayuda mutua, íntima y social, alegrándonos la existencia”.[13]

 

Mujeres en la prensa anarquista mexicana

Si bien fueron pocos los periódicos libertarios que tuvieron secciones específicas dedicadas a las mujeres, eso no significa que ellas no hayan tenido presencia en tales medios. En el periodo que abarca este ensayo es posible apreciar una tendencia de los redactores de la prensa anarquista mexicana a hacerse eco del pensamiento de reconocidos personajes, tanto de la militancia como de diferentes campos de la ciencia (medicina, psicología, entre otros), en su mayoría recuperados a partir de los vínculos con organizaciones y publicaciones libertarias tanto de Europa como de América Latina.

 

A mediados de 1917, poco después de que —de acuerdo con la historiografía oficial— la promulgación de la Constitución Política del 5 de febrero de ese año diera por concluido el periodo revolucionario, el obrero Jacinto Huitrón —uno de los fundadores de la Casa del Obrero Mundial—[14] dirigió la segunda etapa del periódico ¡Luz! (1917-1918), cuyo lema era: “Semanal libertario. Doctrinario y de protesta, escrito por trabajadores en defensa de la mujer y de los trabajadores mismos”. La nota de presentación al primer número destacaba la importancia de incluir a las mujeres —en especial las madres— en el proyecto emancipador del anarquismo:

 

la emancipación de la mujer será uno de los principales objetivos del periódico, pues bien sabido es que, las madres desde la cuna son las que imprimen en el tierno cerebro del niño, las primeras enseñanzas y para lograr la liberación de la generación futura, hay que empezar por la liberación de la mujer. Trabajadores somos y como tales, nuestras compañeras de labores (más tarde compañeras del hogar) deben basar sus conocimientos en los efectos de las llamadas leyes naturales, que engendran Ciencia y Derecho para todos, sin distinción de clases, razas ni sexos.[15]

 

Este periódico publicó, en la primera plana de la mayoría de sus números, notas alusivas al papel de las mujeres en su propia emancipación escritas por científicos y propagandistas europeos, la mayoría de ellos, varones. Esas notas, de un claro tono paternalista, aludían a la necesidad de que las mujeres se hicieran cargo de romper con los paradigmas de la educación tradicional:

 

La mujer libre es una revolución en el mundo entero cuyas consecuencias son incalculables; es el fin de las religiones, que sólo por ella subsisten y por ella domina [sic] aún al niño y al hombre; es también el fin de la guerra, que detestan cordialmente las esposas y las madres, porque aquella es asesina de maridos y de hijos.[16]

 

Si bien las notas redactadas por mujeres eran muy inferiores en número, las que se reprodujeron llevaban la firma de dirigentes feministas que resaltaban la capacidad de “la mujer del presente” para tomar las riendas de su destino a través de la instrucción: “Sólo hallándose la mujer a la misma altura que el hombre en conocimientos, podrá levantar su voz”.[17] Lo anterior demuestra la preocupación de los redactores de este y otros periódicos libertarios por dar difusión en sus páginas a una serie de temáticas en torno a las mujeres, las cuales habían estado en boga desde hacía varios años: el neomaltusianismo, la eugenesia, el amor libre, el control de la natalidad y el pacifismo. Dichas teorías tenían como eje a las madres, principales responsables de su aplicación dado el papel que se les había asignado en el cuidado y crianza de los hijos. De acuerdo con esto, serían ellos los principales beneficiarios del crecimiento moral e intelectual de una madre bien instruida: “Ya que la humanidad debe existir, emancípate tú, después darás hijos libres y contribuirás a la reconstrucción, a la formación de esta sociedad nueva, libre y hermosa”.[18]

 

Una vez iniciada la década de 1920 es posible apreciar un incremento en el número y representación de los autores reproducidos en los medios de prensa de nuestro país. Los periódicos anarquistas, gracias a las redes tejidas con el resto del continente, comenzaron a reproducir notas escritas por médicas, psicólogas, abogadas y dirigentes feministas y sindicales, que habían aparecido originalmente en publicaciones libertarias de Argentina y Chile. Constituyen un ejemplo la “Tribuna Feminista” del periódico Luz y Vida (1921-1924), bajo la dirección del mencionado Jacinto Huitrón, y la “Sección para la Mujer y la Literatura” de Verbo Rojo (1922-1930), dirigido por Luis Araiza.

 

Sin dejar de lado esa romántica y esencialista concepción de la maternidad, los periódicos de la década de 1920 se hicieron eco de las reivindicaciones del movimiento feminista en boga. Se insistía en la necesidad de que las mujeres tomaran en sus manos la responsabilidad de educarse, a fin de ser algo más que “un instrumento ciego del hombre”.[19] Se repudiaba la supuesta inferioridad intelectual de las mujeres, que se denunciaba como una forma de justificar su sometimiento a las figuras de autoridad masculinas:

 

He aquí nuestra situación, esclavas del padre en el hogar; esclavas del hermano, si lo tenemos; esclavas más tarde del patrón de una fábrica o de un taller cuando tenemos que alquilar nuestros brazos, y para que la esclavitud sea una eterna cadena seguimos siendo esclavas del hombre que hemos elegido como depositario de nuestro amor.[20]

 

La maternidad en el ideario anarquista

Como ya mencionamos, en el imaginario anarquista las mujeres cumplían un papel especialmente importante: la reproducción de la especie humana; sin embargo, se pensaba que el mero hecho de dar a luz no confería a una mujer el título de madre, al ser este un acto común en todas las especies vivas del planeta. La imagen de la mujer-madre, común en la literatura anarquista, se relacionaba con las labores de cuidado y alimentación, en las cuales debía darse prioridad a los métodos tradicionales:

 

La madre debe amamantar a su hijo, debe transmitirle la vida, pues por algo durante el tiempo de la gestación se va preparando el precioso líquido. Alimentar a un niño artificialmente es proceder contra lo natural. Los alimentos artificiales nunca podrán ser como la leche de la madre. ¿Que no tiene leche? Que se alimente con sustancias que tienen la propiedad de producirla, que tome sustancias naturo-nutritivas que producen el mismo efecto.[21]

 

Los cuidados a nivel físico proporcionados por la madre anarquista durante la infancia debían complementarse con una educación apegada a los más altos estándares para así preparar a los hijos “moral y materialmente para la lucha por la vida”.[22] El propósito era que, en el futuro, estos se convirtieran en adultos útiles a la causa libertaria:

 

El niño será siempre una planta que necesita de los cuidados de todos y cada uno, comenzando por la madre, dándole toda la luz que reclama, para madurar sus frutos que serán, tal y cual los hombres los hayan sembrado en su cerebro y en su corazón.

¡Mujer: ayuda a la liberación del Mundo, educando al Niño![23]

 

Desde la perspectiva anarquista, la mujer-madre debía instruirse a sí misma a través del estudio, para así quitarse el lastre que la educación tradicional había impuesto sobre ella: “estudia y arroja un mentís a esos que no quieren que pienses, porque saben que tu despertar será la felicidad humana”.[24] Con ello, la madre anarquista podría criar a sus hijos fuera de la influencia perniciosa de los grandes enemigos de la causa libertaria, encarnados en el Estado, la Iglesia y el capitalismo:

 

La mujer que tiene la alta misión de hacer hombres libres y de gran iniciativa, de gran impulso intelectual, hace más a menudo muñecos que bailan en las cuerdas políticas, hipócritas que llenan los conventos e iglesias, carne de cañón de las batallas patrioteras o verdugos y explotadores que usurpan el sudor de sus hermanos en humanidad. Eso es lo que pueden dar las mujeres esclavizadas por su ignorancia femenina para satisfacer su afán de dominio, sus vicios, su holgazanería, como hijas al fin de otras mujeres esclavas e ineptas para desechar su esclavitud hereditaria.[25]

 

Siendo el antimilitarismo uno de los principales ejes ideológicos del anarquismo, se esperaba de la mujer-madre que educara a sus hijos para que rechazaran el nacionalismo y el culto a los héroes patrios, los cuales sólo servían “para sembrar la muerte y la desolación sobre la tierra, el luto en los hogares, y la orfandad entre los niños”,[26] manteniéndose al margen de luchas políticas y por el poder. Se culpaba a la educación tradicional de infundir en las mujeres el deseo de ser madres para proveer de soldados al servicio de las guerras. Las madres que, llevadas por su ignorancia, inculcaban en sus hijos ideas nacionalistas, los convertían en “pasto [de] las fieras, sirviendo de carne de cañón o carne de lupanar”.[27] En lugar de ello, se esperaba de la madre libertaria que inculcara a sus hijos ideales pacifistas y de solidaridad con sus semejantes:

 

No seré la madre que vea a mis hijos conquistar laureles con el crimen, ni que les ofrezca en holocausto al patriotismo; ese engaño que germina en el cerebro de los ignorantes, inculcado por aquellos que medran con el dinero y la sangre de los pueblos; prefiero verlos lejos de mí, antes que arrastrarlos en los pudrideros llamados cuarteles, convertidos en muñecos de la disciplina, en asesinos de sus semejantes y sostenedores de esta sociedad injusta y criminal a base de bayonetas.[28]

 

Ese aspecto de la militancia era por demás importante para el contexto mexicano, dado que nuestro país se encontraba en un proceso de reconstrucción tras varios años de conflicto interno. El antimilitarismo anarquista llamaba a la lucha no en favor de una nación o un líder político, sino de una emancipación, física e intelectual, que tuviera como fin último la liberación de toda la humanidad. Los anarquistas llamaban a sus militantes a rebelarse contra sus opresores, siendo esta la única guerra que valía la pena librar:

 

La rebeldía innata de los trabajadores debe ser cultivada; no sólo para la acción armada sirve esta rebeldía, puede emplearse de diferentes medios y en distintas formas; es rebelde el que se niega a ser pasto de la guerra; es rebelde el que se divorcia del Estado y de la Iglesia; es rebelde el que disminuye las ganancias de los potentados de la riqueza social.[29]

 

Como hemos visto hasta ahora, la responsabilidad de las madres iba más allá de los cuidados físicos durante la infancia. Para los anarquistas, no bastaba con dar a luz, sino que las madres debían tomar las riendas de su propia emancipación a través de la educación y alejar a sus hijos de la influencia perniciosa de los grandes enemigos de la causa libertaria.

 

Maternidad responsable: anarquismo y control de la natalidad

Otro eje del discurso sobre la maternidad fue el control de la natalidad mediante el uso de anticonceptivos. Los anarquistas hicieron eco de la perspectiva neomalthusiana,[30] la cual consideraba perjudicial el incremento descontrolado de la población entre personas de bajos recursos, en especial, la clase obrera. Se pensaba que un menor número de hijos ayudaría a las familias de los trabajadores a mejorar su nivel de vida, al reducir los costos económicos que un mayor número de dependientes ocasionaba.

 

El discurso respecto a la maternidad consciente desvinculó el sexo de la procreación y planteó la idea de que las mujeres podían decidir el momento propicio para convertirse en madres y tener bajo su control los métodos, además de la abstinencia, para lograrlo. La maternidad planeada no sólo permitiría que la mujer anarquista ejerciera control sobre su cuerpo y su sexualidad, sino que podría utilizar su tiempo en las labores de militancia activa. Así, con su ejemplo, la mujer-madre anarquista podría complementar la educación que daba a sus hijos.

 

A menudo en la prensa anarquista se informaba sobre las actividades de agrupaciones fundadas e integradas por mujeres, como el Centro Radical Femenino (Guadalajara), el Grupo de Estudios Sociales Feminista de la Fundición (Monterrey), el Grupo Cultural La Idea (Tampico) y el Grupo Femenil de Estudios Sociales (Zacatecas), entre otras. Desde esas y otras agrupaciones, las anarquistas se dedicaban a actividades de propaganda cultural o participaban en grupos de estudio, así como en la creación de escuelas y bibliotecas obreras. Aquellas acciones de propaganda se complementaban con las de la militancia activa, como la dirigencia sindical, la organización de huelgas o la participación en mítines y no es difícil imaginar a una madre anarquista llevando a sus hijos con ella a estos eventos.

 

Sin embargo, su responsabilidad como militantes activas no las eximía de lo que todavía se consideraba parte de la naturaleza femenina: no se planteaba abiertamente la posibilidad de que hubiera mujeres que no desearan convertirse en madres; el control de ellas sobre sus cuerpos se restringía a que pudieran decidir cuándo convertirse en madres y limitar el número de nacimientos para mejorar la calidad de vida de las familias obreras; se hacía énfasis en la reproducción, “pero no a lo bestial, sino razonadamente”.[31] Para los anarquistas, “la restricción del número de nacimientos no es la decadencia, sino la civilización, el progreso, el primado de la inteligencia, la victoria del hombre sobre la naturaleza”.[32] Otra de las ventajas de controlar la población era que, al limitarse el número de nacimientos, se reducía la mano de obra que se ponía al servicio de los enemigos del anarquismo.[33]

 

A modo de cierre

Como se puede apreciar a lo largo de estos párrafos, los anarquistas del México posrevolucionario no fueron ajenos a los debates en torno al papel de las mujeres dentro de la sociedad de su tiempo. Antes bien, ellas eran parte fundamental dentro de la militancia, no sólo al asumir la dirigencia, sino porque eran en todo momento responsables directas del cuidado y crianza de las futuras generaciones de libertarios. Los anarquistas siempre fueron claros al destacar la doble opresión que padecían las mujeres, siendo la maternidad un tema referencial cuando se trataba la “cuestión de la mujer”.

 

Las diferentes aristas del discurso anarquista en torno a la mujer-madre resaltaron la necesidad de que ella asumiera el control de su propia educación y así sirviera de ejemplo a sus hijos. El papel atribuido a las madres, reales o potenciales, las hacía responsables del futuro de la causa anarquista. La prédica antimilitarista del anarquismo enfatizaba esto último al instar a las madres a no fomentar en sus hijos ideas nacionalistas ni el deseo de participar en las guerras.

 

Se defendía el derecho de las mujeres a decidir el momento de ser madres, al tiempo que se les atribuía la responsabilidad de limitar el número de nacimientos, mas no se planteaba abiertamente la posibilidad de que una mujer decidiera no convertirse en madre. Los anarquistas, que ante todo defendían la libertad, tanto individual como colectiva, no se mostraban tan flexibles en lo que correspondía a la maternidad, al darla por sentado como parte de la naturaleza femenina, de ahí que dicha libertad se limitara a la posibilidad de decidir cuándo y con quién habrían de procrear a sus hijos. 

 

* Maestra en Estudios Latinoamericanos por la UNAM.
[1] Sonia Hernández, For a just and better world: Engendering anarchism in the Mexican Bborderlands, 1900-1938, Champaign, University of Illinois Press, 2021, p. 78.
[2] En este artículo hemos utilizado la palabra “sexo” haciendo eco de los parámetros de la época, si bien somos conscientes de que dicha palabra, basada en un claro reduccionismo biológico, no es suficiente para abarcar las cuestiones sociales y culturales que determinan las diferencias y los roles asignados a lo masculino y lo femenino. Recordemos que no es sino hasta la segunda mitad del siglo XX cuando, desde el marco de las ciencias sociales y el feminismo, se profundizó el debate en torno a estas cuestiones y se planteó el sexo y el género como parte de una construcción social.
[3] Laureana Wright de Kleinhans, “La mujer contemporánea”, ¡Luz!, etapa 2, núm. 45, 24 de abril de 1918, pp. 1-2.
[4] Mary Wood-Allen, “Lo que debe saber toda compañera”, ¡Luz!, etapa 2, núm. 24, 21 de noviembre de 1917, p. 1.
[5] Al respecto, véase Isolina Bórquez, “La mujer y la educación”, Luz y Vida, núm. 12, 4 de agosto de 1923, p. 2.
[6] “En pro de la mujer”, ¡Luz!, etapa 2, núm. 7, 21 de julio de 1917, p. 1.
[7] Pierre Bourdieu, La dominación masculina, Barcelona, Anagrama, 2000, p. 51: “La violencia simbólica se instituye a través de la adhesión que el dominado se siente obligado a conceder al dominador [...] cuando los esquemas que pone en práctica para percibirse y apreciarse, o para percibir y apreciar a los dominadores (alto/bajo, masculino/femenino, blanco/negro, etc.), son el producto de la asimilación de las clasificaciones, de ese modo naturalizadas, de las que su ser social es el producto”.
[8] Luisa Capetillo, “La mujer esclava”, Luz y Vida, núm. 13, 18 de agosto de 1923, p. 2.
[9] Liliana Vela, “Tomar la palabra. Mujeres en la construcción de la democracia”, en Marisa Muñoz y Patrice Vermeren (comps.), Repensando el siglo XIX desde América Latina y Francia: homenaje al filósofo Arturo A. Roig, Buenos Aires, Colihue, 2009, pp. 125-142.
[10] Emma Goldman, Amor y matrimonio, Valencia, Biblioteca Editorial Generación Consciente, s/f [1910], pp. 21-23.
[11] Magdalena Vernet, “El matrimonio y el amor”, Luz y Vida, núm. 26, 17 de abril de 1924, p. 2.
[12] J. Vidal, “Sin matrimonio”, Germinal, año 1, núm. 13, 20 de septiembre de 1917, p. 4.
[13] Paola Cleolleo, “El amor libre”, Luz y Vida, núm. 17, 15 de septiembre de 1923, pp. 2-3.
[14] Véase Anna Ribera Carbó, La Casa del Obrero Mundial. Anarcosindicalismo y revolución en México, México, INAH, 2010.
[15] “Fiat Lux”, ¡Luz!, etapa 2, núm. 1, 13 de junio de 1917, p. 1. Las cursivas son nuestras.
[16] René Chaugui, “De la mujer”, ¡Luz!, etapa 2, núm. 1, 3 de junio de 1917, p. 1.
[17] Laureana Wright de Kleinhans, “De la emancipación femenina”, ¡Luz!, etapa 2, núm. 34, 6 de febrero de 1918, pp. 1-2.
[18] Reynalda González Parra, “A la mujer”, Germinal, año 1, núm. 10, 30 de agosto de 1917, p. 2.
[19] Felipa Velázquez, “Convocatoria a la mujer”, Avante, año 2, núm. 9, 1 de julio de 1928, p. 1.
[20] Florinda Mondini, “Escucha, mujer”, Avante, año 2, núm. 2, 8 de marzo de 1928, p. 1.
[21] Ventura Zamorategui, “La inconsciencia de las madres”, Luz y Vida, núm. 19, 29 de septiembre de 1923, p. 2.
[22] Idem.
[23] Margarita J. Montaño, “Por la educación del Niño”, Verbo Rojo, época 1, núm. 2, 1 de noviembre de 1922, p. 3.
[24] Esther Mendoza, “A la mujer”, Avante, año 1, núm. 2, 19 de noviembre de 1927, p. 1.
[25] Luisa Capetillo, “La mujer esclava”, Luz y Vida, núm. 13, 18 de agosto de 1923, pp. 2-3.
[26] Aurelia Rodríguez, “A vosotras”, Sagitario, año 2, núm. 7, 1 de enero de 1925, p. 2.
[27] Velázquez, op. cit.
[28] Luisa Bustencio, “De ayer y hoy”, Luz y Vida, núm. 11, 28 de julio de 1923, p. 2.
[29] “Nuestro nombre, nuestra acción”, Fuerza y Cerebro, año 1, núm. 1, 30 de marzo de 1918, p. 1.
[30] El neomaltusianismo se basa en las premisas del economista inglés Thomas Malthus acerca de la necesidad de controlar la población ante los desfases entre la producción de alimentos y la tasa de nacimientos. Véase Laura Fernández Cordero, Amor y anarquismo: Experiencias pioneras que pensaron y ejercieron la libertad sexual, Buenos Aires, Siglo XXI, 2017, pp. 183-184.
[31] Zamorategui, op. cit.
[32] Magdalena Pelletier, “¿Es un mal la despoblación?”, Luz y Vida, núm. 20, 9 de octubre de 1923, pp. 2-4.
[33] Laura Sánchez Blanco, “La liberación de las oprimidas. El neomalthusianismo y la maternidad consciente en el anarquismo femenino”, Espacio, Tiempo y Educación, vol. 8, núm. 2, 2021, pp. 19-40.