Madres de familia/Madres de la nación: migrantes japonesas en México
ENVIADO POR EL EDITOR EL Martes, 30/11/-0001 - 00:00:00 AMSergio Hernández Galindo*
Resumen
La inmigración de japoneses en América fue muy intensa a inicios del siglo XX. En un contexto internacional de fuertes disputas imperialistas, los inmigrantes cargaban un fuerte sentido nacionalista. El escrito destaca, en general, el proceso inmigratorio japonés en México y el papel que desempeñaron las mujeres en la inmigración y en la construcción de familia y de identidad de sus comunidades.
Palabras clave: emigración, mujeres, japonesas, familia, México.
Abstract
The immigration of Japanese in America was very intense at the beginning of the twentieth century. In an international context of strong imperialist disputes, immigrants carried a strong nationalist sense. The paper highlights in general the Japanese immigration process in Mexico and the role that women played in immigration and in the construction of family and identity in their communities.
Keywords: emigration, women, Japanese, family, México.
Si encuentro cosmos,
no es que extrañe el terruño,
pero me acerco.
Y por no sé qué azares
Al florista los compro.
Akane[1]
Introducción
A finales del siglo XIX dio inicio una intensa emigración de japoneses y japonesas hacia América. Cientos de miles de personas salieron del archipiélago con el propósito de mejorar sus condiciones de vida en diversos países del continente. Más de ochocientas mil mujeres y hombres (Gaimusho) atravesaron el océano Pacífico desde fines de aquel siglo hasta 1941, momento en que quedaron rotos todos los contactos como consecuencia de la guerra entre Estados Unidos y Japón.
Ese éxodo masivo, primero de varones y, posteriormente, de mujeres, no hubiera sido posible sin la apertura forzosa que las potencias occidentales, encabezadas por Estados Unidos, le impusieron al país insular. La amenaza militar estadounidense logró derribar la fortaleza que, hacía más de 200 años, el régimen de los Tokugawa (1600-1868) había levantado para detener la intromisión colonial española y portuguesa. La primera exigencia de las potencias fue la apertura de los puertos japoneses y el establecimiento de relaciones diplomáticas y comerciales desiguales. Los primeros diplomáticos y visitantes de países occidentales ingresaron a Japón y comenzaron a articular una visión y un imaginario sobre el país en general y sobre las mujeres japonesas en particular. Esta narrativa se centró en caracterizar a las mujeres como dóciles, pasivas, abnegadas y sólo dispuestas a recibir órdenes y estar al servicio de sus esposos y familias.
A partir de 1868 Japón iniciaría un proceso de modernización impulsado por las potencias occidentales, cuyo propósito primordial fue el de incorporarlo a su esfera y dominio económico y político. En las siguientes páginas me abocaré, en primer lugar, a describir —brevemente— el universo de mujeres y varones emigrantes que salieron del archipiélago japonés como parte constitutiva de esa integración forzosa de Japón a Occidente. Bajo ese marco histórico mostraré la situación y participación de las mujeres en los ámbitos familiar, político y social en que se crecieron y en el que salieron de Japón hacia América a principios del siglo XX. En segundo lugar, la construcción de Japón como nación tuvo características particulares que favorecieron su evolución de país subordinado a uno imperialista y expansionista, capaz de disputar a las grandes potencias el control de Asia; la naturaleza de este tipo de Estado-nación desató una identidad ciudadana con fuertes rasgos ultranacionalistas en el que la población en general y las mujeres en particular desempeñaron un papel fundamental en su consolidación y de apoyo a la política de rapiña que el Estado japonés asumió desde el periodo de Meiji (1868-1911) hasta el fin de la Guerra del Pacífico, en 1945.[2] Los inmigrantes en América que crecieron y se educaron bajo esos códigos se enfrentaron a un contexto de persecución en los países donde se instalaron, al ser considerados parte del imperio Japonés y de su política expansiva. Para concluir, mostraré de qué manera toda esta densidad histórica se plasmó en las mujeres y en las familias de inmigrantes que arribaron a México; para esta última parte utilizo las herramientas analíticas y teóricas de diversas ciencias sociales desde una perspectiva multidisciplinaria, y de manera particular hago uso del conjunto de testimonios documentales y entrevistas orales[3] que los y las inmigrantes me han brindado y que ayudan a recobrar la memoria histórica de las comunidades japonesas en México.[4]
Sobre esas capas tectónicas sólidas, aunque siempre en movimiento y acomodo, se cimentó y constituyó el mundo familiar y de las mujeres inmigrantes que abordo. Resulta fundamental describirlas para comprender el marco en que las emigrantes arribaron a México durante las primeras cuatro décadas del siglo XX. En su conjunto, toda esta serie de elementos formarían parte del habitus y del capital cultural[5] que las mujeres poseían al momento de salir de su país y que se desplegarían, no como calca, sino en un ambiente transnacionalizado que se tendría que negociar día a día en los países a los que llegaron.[6]
Las inmigrantes japonesas en América
Contamos, afortunadamente, con datos sobre el número de hombres y mujeres que salieron de Japón gracias a las estadísticas que el gobierno japonés elaboró de manera precisa por sexo, lugar de partida y de destino. Resumo de manera breve los datos fundamentales que muestran el universo al que haré referencia.
En los inicios del peregrinar de los primeros emigrantes japoneses, la casi totalidad de ellos se componía de varones. El primer grupo se trasladó a Hawái justo en el año uno de la restauración Meiji,[7] por lo que se le denominó gannen-mono (literalmente, gente del primer año), fecha que marcó el arranque de numerosas oleadas de emigrantes a distintos países. El grupo estaba compuesto de 149 personas, con sólo seis mujeres y dos niños.[8]
La primera oleada que se dirigió a México, en 1897, estaba compuesta de 35 varones.[9] Los japoneses se instalaron en la región del Soconusco, en Chiapas, con el propósito de sembrar café en una gran extensión de más de 65 000 hectáreas en el pueblo de Escuintla.
En Perú, la primera oleada de emigrantes de esa nacionalidad arribó al puerto de El Callao dos años posteriores al arribo de sus paisanos a México. La totalidad de los 787 trabajadores que se dirigieron a trabajar a empresas azucareras inglesas estaba compuesta por varones.[10]
Al avanzar el flujo de emigrantes y su inserción en las sociedades locales, se comenzó a incrementar el número de mujeres trabajadoras. Al final de la primera década del siglo XX, en Estados Unidos, que ya se había posesionado de Hawái en 1898, las oleadas de migrantes fluyeron de manera intensa, utilizando la isla del Pacífico como puente para responder a las necesidades de la economía de California que demandaba gran cantidad de brazos de trabajo. Para 1910, de los más de 150 000 inmigrantes japoneses que radicaban en Estados Unidos, la cuarta parte correspondía a mujeres.[11] En México, de un total de 10 000 inmigrantes que llegaron en esa primera década del siglo XX, la cifra de mujeres seguía siendo minúscula, pero al momento en que inició la Guerra del Pacífico, en 1941, la tercera parte de los inmigrantes estaba constituido por mujeres.
Si bien el mestizaje para configurar familias se dio en el continente, el arribo masivo de mujeres japonesas transformó las características y la naturaleza de la inmigración en su conjunto. Las enormes comunidades con descendientes de japonenses nacidos en los países americanos permitieron, además, la centralidad de una cultura japonesa en los países receptores. Mediante la información de los testimonios de los propios inmigrantes, intentaré esclarecer las siguientes preguntas: ¿De qué forma llegaron miles de mujeres a México y cómo se instalaron en las sociedades locales? ¿Qué códigos culturales las arropaban y cómo los reprodujeron, o resignificaron en un país extranjero? Finalmente, mostraré el papel que cumplieron las mujeres inmigrantes y cómo asumieron y construyeron sus familias, para lo cual enfocaremos la historia de Mitsuko Osaka, historia que concentra y puede representar, en términos generales, al conjunto de mujeres de las comunidades japonesas en México.
Globalidad, Estado y mujeres en Japón
La expansión de la economía-mundo capitalista a mediados del siglo XIX tuvo la capacidad de abrir e integrar a su órbita países que hasta ese momento se mantenían aislados del mercado mundial. Japón se había logrado mantener relativamente hermético a esa dinámica a lo largo de más de dos siglos, hasta el arribo y exigencia de la flota estadounidense, comandada por el comodoro Matthew Perry, en 1852, quien le exigió la apertura de sus puertos. El arribo de los “barcos negros del diablo” de la flota estadounidense, como fueron denominados por la población japonesa, aceleraron la crisis terminal del régimen shogunal[12] e incentivaron las transformaciones políticas y sociales que al interior del archipiélago japonés se iban gestando.
Con el nuevo régimen surgido en 1868 se inició un proceso de modernización ligado a la economía-mundo capitalista. Para tal propósito se creó una serie de instituciones políticas semejantes a las de los países europeos y de Estados Unidos. La nueva constitución política y las formas de gobierno recogieron elementos de los diversos regímenes liberales de los países europeos. El modelo educativo tomó elementos del sistema estadounidense, el ejército adoptó cánones del ejército prusiano. Con todo, es necesario aclarar que las clases dominantes japonesas lograron mantener un proyecto de nación independiente y soberano ante los acechos exteriores mediante un sistema de expansión imperial que con el tiempo posicionó al pequeño país insular como la primera potencia imperialista no occidental en Asia.[13]
Desde la perspectiva de estudio que abordo, vale destacar que los controles rígidos del sogunato Tokugawa, que se había mantenido durante más de 200 años, se derrumbaron. A partir del año uno del régimen de Meiji se permitió que la población utilizara un nombre propio, que se desplazara sin restricciones y que pudiera formar una familia libremente. En el caso de las mujeres, una de las primeras reformas consistió en permitir que las jóvenes pudieran casarse, al menos legalmente, sin el consentimiento de sus padres hasta que cumplieran los 25 años de edad; sin embargo, la estructura patriarcal se modernizó mediante una relación jerarquizada hacia el jefe del Estado, que explicaré posteriormente, y al jefe de familia al frente que se puede caracterizar de “amo y sirvienta” de acuerdo a Shidzue Kato, una de las primeras feministas japonesas.[14]
La constitución que se aprobó en 1889 no sólo institucionalizó un régimen de este tipo sino que depositó la soberanía del pueblo en un “emperador divino”, Tenno,[15] que supuestamente descendía de la diosa del Sol, Amaterasu, y de un linaje ininterrumpido de más de dos mil quinientos años que se atribuyó a la familia imperial.
La incorporación de las mujeres al trabajo
Muchas de las mujeres migrantes, antes de salir de Japón, se habían incorporado a la estructura laboral que se expandió en las ciudades y el campo. El proceso de industrialización que impulsó el régimen de Meiji propició que la fuerza de trabajo se liberara del sector agrícola y se trasladara libremente a otro lugar. Cientos de miles de mujeres se incorporaron al trabajo de manera voluntaria, mecanismo que las ayudó a adquirir cierta independencia económica.
El Estado impulsó a las familias a sumarse al esfuerzo de construcción nacional para enriquecer al país. Con este objetivo se fomentó que las familias enviaran a las jóvenes a las recién formadas fábricas textiles. En la mayoría de esas empresas trabajaban mayoritariamente mujeres que empezaron a ser conocidas como las chicas de las fábricas (kōjo). El impulso del gobierno y de los empresarios para fortalecer este sector y resaltar el papel que cumplían las mujeres se expresó de manera patriótica en panfletos y propaganda. En uno de ellos se decía: “Muchachas de las fábricas/Somos soldados de la paz/El servicio de la mujer es un orgullo para el Imperio y para ustedes mismas”.[16]
Sin embargo, la falta de regulaciones y leyes laborales que protegieran a la clase obrera desencadenó una explotación sin límites por parte del capital al aprovechar la posibilidad de contratar trabajo infantil, de disponer de extenuantes horas de trabajo y bajos salarios. Las mujeres fueron el eslabón más vulnerable de esa cadena de explotación, al ubicarse en el sector textil y de producción de hilos de seda.
Cerca de medio millón de trabajadores industriales se sumaron al sector textil que representó la mitad de todo el sector industrial a inicios del siglo XX.[17] Esta rama de la industria se constituyó en la punta de lanza del sector exportador de la economía japonesa en el que la gran mayoría de la fuerza laboral estaba constituida por mujeres. En tal industria los salarios eran de los más bajos del conjunto del sector y las jornadas de trabajo se componían de dos turnos de doce horas cada uno con el propósito de mantener las empresas laborando permanentemente. Además, como muchas de las obreras venían de pueblos alejados de los centros fabriles, los empresarios crearon dormitorios que propiciaron que contaran y dispusieran de manera permanente de las trabajadoras. El gobierno japonés impulsó con firmeza una política de costos bajos de los productos textiles con el propósito de competir en el mercado mundial con otros países. La economía japonesa se convirtió, a finales del siglo XIX, en líder del sector a nivel global, desplazando a la India y China.[18]
La participación política de las mujeres
La participación popular que intentó resistir a la restauración de Meiji pretendió influir en las características del nuevo régimen, en la expedición de una constitución y en la creación de un parlamento. El movimiento más importante que pugnó por una participación popular más amplia y democrática se agrupó en el Movimiento por la Libertad y los Derechos del Pueblo, que finalmente fue derrotado, imponiéndose un modelo de Estado autocrático que cercenó la participación popular y de las mujeres en particular. La derrota de este Movimiento frente a los sectores más conservadores se dio, sin embargo, en un ambiente de participación y organización de amplios sectores del pueblo que contó incluso con la participación de mujeres que fermentaron los movimientos feministas de las décadas por venir. Toshiko Kishida fue una de ellas, quien a pesar de la prohibición que pesó a lo largo de las siguientes décadas sobre las mujeres, viajó por el país apoyando y dando discursos para impulsar las posiciones del Movimiento por la Libertad. Otra de las mujeres que promovió, desde ese entonces, la demanda de los derechos de las mujeres para votar y ser votadas fue Kita Kusunose. Las movilizaciones en las que participaron mostraron claramente “[...] la habilidad de las mujeres japonesas para usar ese movimiento de oposición para levantar sus asuntos y construir redes”.[19] De entre otros logros de este movimiento por la democracia, destaca también su lucha para poner fin a la discriminación de todos los tipos contra las mujeres y ser parte de la educación escolar. Aunque las metas de los sectores democráticos y del movimiento de las mujeres fueron derrotadas, la participación de mujeres anarquistas, comunistas y feministas, las revueltas espontáneas de miles de mujeres en las ciudades y pueblos demuestra con toda claridad la falsedad de los estereotipos de la mujer japonesa como “dulce y dócil”, estereotipos que, aún hoy en día, siguen siendo mencionados.[20]
El sistema del Tenno (Tennosei) y la construcción del sistema de familia tradicional (kazoku seido)
La situación de la familia y el papel de la mujer, sin duda, tuvo un enorme vuelco a partir de 1868; sin embargo, las condiciones y las relaciones de la mujer durante Meiji se pavimentaron sobre las viejas tradiciones que se habían ido gestando en el Japón unificado de los Tokugawa.[21]
Las nuevas relaciones de la familia tradicional, conocidas como kazoku seido, perduraron hasta el fin de la guerra, en 1945. El sistema patriarcal de cultura familiar y social del Japón tradicional se sustentó en una estructura patrilineal y en un conjunto de ideas construidas sobre la base de la ética confuciana. Aunque el sistema de valores confucianos había llegado desde China siglos atrás, fue en la época Tokugawa que adquirió un gran significado para guiar a las clases dominantes y ser parte integral de la ética samurái; sin embargo, fue durante el régimen de Meiji, mediante una serie de políticas que se desataron como parte del sistema imperial del Tenno (Tennosei), que estos valores se expandieron y se consolidaron en el corazón de la población de manera masiva. Es fundamental precisar que la puesta en práctica de todos esos valores no sólo se impuso mediante leyes, sino más importante, a partir de la propia educación desde una visión moralizante. Entender el sistema del Tenno, por tanto, junto con el proceso masivo y obligatorio que adquirió la educación, que explicaré enseguida, son los dos elementos primordiales bajo los que la familia tradicional se constituyó en Japón y en el que se habían formado las inmigrantes japonesas en México.
La constitución y el régimen político que se empezó a construir a partir de 1868 consideraban que los derechos individuales formaban parte de los poderes del Tenno y en el que los “derechos naturales” de las mujeres no eran considerados como tales. Bajo esta perspectiva, en el Código Civil decretado en 1898 se introdujeron una serie de leyes que asignaban un papel fundamental a las mujeres como hijas y madres en la esfera doméstica, dentro de un tipo de familia patriarcal que otorgaba derechos primigenios sólo a los varones. Las mujeres no fueron consideradas como sujetos con derechos políticos ni tampoco podían reclamar derecho alguno sobre las propiedades adquiridas en el matrimonio, ni tampoco tenía derecho a solicitar el divorcio. El prototipo de mujer que se impulsó consistía en crear “buenas esposas, madres sabias”, ryōsai kenbo.[22]
El Estado autócrata no sólo limitó los derechos ciudadanos en general y de la mujer en particular, sino que creó una relación con la población como una gran familia nacional en cuyo centro estaba el Tenno (kazoku kokka), quien fue considerado como el patriarca de todo el pueblo. La educación fue el eje ordenador que fomentó y creó un hondo sentido patriótico, además de asignar a las mujeres un papel totalmente subordinado. El modelo educativo modernizador, que fomentó la asistencia masiva de los niños y las niñas a las escuelas, se impuso y adquirió una perspectiva filosófica conservadora que enseñaba virtudes tradicionales como la lealtad al Tenno y la piedad filial, institucionalizando bajo nuevas pautas la subordinación de las mujeres y la refuncionalización del patriarcado. De esa manera se desecharon doctrinas libertarias y de valores individuales y se impuso obligatoriamente la enseñanza moral basada en el confucianismo y el sintoísmo. Podemos concluir entonces que mientras se avanzaba en una estructura cada vez más masiva de participación en la educación y en la política, la inclusión de las mujeres se hizo sobre sólidos pilares patriarcales y autoritarios que limitaron y subordinaron su participación en la construcción de ciudadanía.
El edicto imperial promulgado en 1890, se repartió en todas las escuelas, junto con las fotos del Tenno. Ambos se consideraron y se guardaron como tesoros sagrados. El edicto se leyó de manera obligatoria antes del inicio a clases, desde ese entonces hasta el fin de la guerra en 1945:
¡Súbditos míos! Mis antepasados imperiales fundaron nuestro país en la remota antigüedad e implantaron la virtud de manera firme y profunda. Los súbditos siempre han sido leales y fieles…Esta es la esencia gloriosa de la sustancia nacional de nuestro Imperio [...] Vosotros, súbditos míos, servid fielmente a vuestros padres, sed cariñosos con vuestros hermanos, armoniosos con vuestros cónyuges y sinceros con vuestros amigos [...] fomentad el bien público y los intereses comunes, cumplid las obligaciones sociales; acatad siempre la Constitución y respetad las leyes; en caso de alguna emergencia, ofreced valerosamente vuestros servicios al Estado; así apoyad y defended la prosperidad del trono imperial infinito como el Cielo y la Tierra.[23]
Mujeres: identidad nacional y educación
A pesar de que el régimen político japonés no creó una ciudadanía con todos los derechos plenos que se habían desarrollado en países europeos y en Estados Unidos, sí creó una identidad nacional fuertemente arraigada y estructurada en la población junto con el Estado-nación que se impulsó.
Los migrantes que llegaron a América tenían ya una fuerte convicción y pertenencia con respecto a su identidad nacional, la cual no surgió de repente, sino que fue un proceso largo que venía de la unificación misma que lograron las clases dominantes en todo el país bajo el dominio del Shogun Tokugawa Ieyasu, en el año 1600; sin embargo, la identidad realmente permeó por todas las capas de la población cuando se convirtió en política de Estado a partir de Meiji y bajo la restauración del Tenno como cabeza del Estado. A partir de 1868, la identidad como japonés adquirió un significado preciso en el cual el pueblo se encontró unido por lazos consanguíneos a un Estado-nación único que también tenía un origen divino, como se impulsó mediante el edicto educativo que se recitaba en las escuelas:
Nuestro país es conocido como tierra de dioses. De todas las naciones del mundo, ninguna es superior a la nuestra en cuanto a un orden moral y a sus costumbres [...] El pueblo debe de estar agradecido por haber nacido en esta tierra de dioses [...] Todas las cosas en esta tierra le pertenecen al Tenno. Cuando una persona nace es bañado en las aguas del Tenno, cuando muere es enterrado en tierras del Tenno.[24]
La política del régimen no sólo consistió en defender la soberanía con la fuerza militar y la expansión imperial. La educación tuvo un papel central con el propósito de formar no sólo soldados, sino trabajadores y en general una población educada. La comunidad japonesa, de acuerdo al gobierno de Meiji, no existiría si perviviera una sola familia iletrada, ni existiría tampoco una familia con personas iletradas.
En los primeros años en que se instauró la educación obligatoria, la asistencia escolar alcanzó sólo al 28 % del total de menores, pero en 1878 llegó al 40 %. De estos totales, pocas eran las niñas que asistían a la escuela por lo que los artífices de la educación consideraron que no debía de haber “distinción entre hombres y mujeres y que no había razón para que las niñas no fueran educadas como los niños. Las niñas eran las madres del futuro, y ellas educarían a los hijos”.[25] Con este propósito se intensificó la incorporación de las niñas al sistema escolar, pues para esa década sólo el 15 % atendían la escuela. Fue hasta el año de 1897 cuando la mitad de todas las niñas ingresaron al sistema educativo. Al finalizar la primera década del siglo XX, se logró que casi el total de las niñas cursaran la escuela primaria, como se muestra en el siguiente cuadro:
Nivel de asistencia escolar en educación primaria |
|||
Año |
Niños |
Niñas |
Total |
1873 |
39 % |
15 % |
28 % |
1883 |
67 % |
33 % |
51 % |
1897 |
80 % |
50 % |
66 % |
1911 |
98 % |
97 % |
98 % |
Fuente: elaboración propia, con base en datos de Meiji bunka shi, Shūkyō-hen [Historia cultural de Meiji], vol. VI, Religión, Tokio: Yōyōsha, Kishimoto Hideo, 1954.
El éxito del modelo educativo japonés se debió no sólo a los niveles de escolaridad, sino a la obligatoriedad de los libros de texto gratuitos que se empezaron a utilizar desde 1883, sistema que finalmente alcanzó a la población escolar nacional en 1903, cuando el Estado se hizo cargo de la publicación de todos los textos. El nivel de escolaridad de la población no sólo reforzó la integración de las mujeres en la economía, sino que promovió su papel central como esposas y madres. La educación en general permitió al Estado impulsar una fuerte identidad nacional que las emigrantes llevaron consigo a los lugares donde radicaron.
Ahora bien ¿cómo se logró concitar en la población general y en las familias el apoyo a una política ultranacionalista que los inmigrantes arroparon también en el exterior hasta el fin de la guerra? Es una pregunta compleja que requiere, sin duda, un análisis más profundo que rebasa algunas de las claves que he expuesto. Por principio, debemos desechar las explicaciones estereotipadas orientalistas, con una gran dosis de racismo, que consideran al pueblo japonés como “fanático”, “bárbaro” e “irracional”, dispuesto a seguir los designios de un ser divino y ofrecer su vida como kamikaze suicida.[26]
La instauración de este complejo y eficiente régimen político y su construcción hegemónica a partir del sistema Tennosei y del sistema de familia tradicional japonesa, kazoku seido, se prolongó y adquirió una gran solidez hasta el fin de la guerra, en 1945. Irokawa Daikichi[27] nos ayuda a desentrañar su consolidación a partir de la esfera de la Cultura o de lo que llama la “estructura mental y espiritual del sistema del Tenno” y del cómo se arraigó en la población. Daikichi sostiene que el origen mítico en sí del sistema no fue lo que permeó en el pueblo, sino la forma y los mecanismos sociales y culturales que fueron abrazados y penetraron en el corazón del pueblo, no como ideología ajena, sino como parte de las comunidades a lo largo y ancho del archipiélago que las retomaron y reprodujeron desde su interior. Ésa es la esencia y el núcleo que Daikichi explora para la construcción del régimen de Meiji, que lograron prolongarse, después de su muerte en 1912, como sistema hasta el fin de la guerra.
La implantación del sintoísmo como religión oficial de Japón es fundamental para entender cómo se construyó la identidad japonesa. La Familia Imperial, desde siglos atrás, ya tenía a la diosa del Sol Amaterasu-Okami, como el símbolo fundador de su linaje de más de 2 500 años; sin embargo, fue hasta el inicio del régimen de Meiji en 1868, cuando ese mito arraiga en la población como parte de un Estado-nación familiar, en el que el pueblo y el emperador formarían parte indivisible de la misma familia (kazoku kokka). El gobierno de Meiji creará una serie de instituciones para administrar y cuidar los santuarios, bajo la supervisión del Departamento de Asuntos del Sintoísmo (Jingikan). Los espacios de culto, tanto pequeños como importantes, estarán bajo su protección, así como el nombramiento de sacerdotes y sacerdotisas que serán parte fundamental de los rituales del Estado-nación.
El Gran Santuario de Ise, el de Yasukuni, el Palacio Imperial en Tokio se convertirán en centros de peregrinaje y de adoración de la diosa Amaterasu y del Tenno como su descendiente. Miles y miles de estudiantes, a partir de 1880, emprendieron excursiones (shūgaku ryokō) a estos lugares sagrados como parte de su formación moral y espiritual.[28]
El gobierno de Meiji implantó en el calendario a nivel nacional todo un aparato masivo de difusión, de fiestas, de pompa, de esplendor, de fechas cívico-religiosas que se constituyeron en el corazón de la religión como identidad nacional;[29] pero además, logró elaborar, como tradición, el reparto anual de amuletos, mamori, a todo el pueblo para ofrendarlos en los altares de cada hogar, kamidana, que no eran sino el símbolo de constitución y pertenencia a una sola familia.
La construcción práctica de ese complejo sistema se expresa en la serie de costumbres y fiestas que los propios inmigrantes llevaban a las distintas regiones de México donde se instalaron. Abordo en los siguientes párrafos la construcción de comunidades imaginarias japonesas a partir de la vida de Mitsuko Osaka.
El sistema yobiyose de ingreso a México: la historia de Mitsuko Osaka
El proceso migratorio japonés a México avanzó por oleadas, las primeras de ellas se iniciaron con el ingreso de un grupo de colonos agrícolas al Soconusco, en Chiapas, y de inmigrantes que arribaron por su cuenta en 1897. La tercera oleada, a inicios del siglo XX, correspondió a los trabajadores migrantes que bajo contrato eran requeridos por las grandes empresas extranjeras que se habían instalado en México como parte de la política de industrialización del gobierno del presidente Porfirio Díaz. Las plantaciones de azúcar, la industria minera y la construcción de ferrocarriles requerían gran cantidad de brazos de trabajo que el país no proporcionaba. El cuarto y quinto tipo de migrantes correspondió a los japoneses que ingresaron a México con el propósito de trasladarse como braceros a los Estados Unidos o que incluso venían de ese país y no se habían podido quedar debido a la intensa xenofobia antijaponesa que se había desatado desde entonces. En esta misma etapa ingresó otro tipo de migración que correspondió a los trabajadores calificados, como dentistas, veterinarios y médicos prácticos que ingresaron con el permiso del gobierno de Venustiano Carranza. Finalmente, la migración que me interesa destacar se refiere a los japoneses que fueron llamados por los inmigrantes que ya se encontraban arraigados en México y en diversos países de América; estos emigrantes, ya establecidos como agricultores, pescadores, obreros y comerciantes, llamaron a sus paisanos para que trabajaran en México o, incluso, para que les ayudaran en sus actividades productivas. Este mismo tipo de emigración mediante “llamado”, yobiyose, la practicaron los varones que habían decidido establecerse de manera definitiva en los países en los que radicaban y que deseaban encontrar una pareja y constituir una familia. La forma más conveniente para conseguir este propósito era solicitar a sus familiares que buscaran una joven casadera en los pueblos o las localidades de Japón de donde habían venido y que estuviera dispuesta a casarse y salir de Japón. En realidad, el casamiento y la constitución de la familia en Japón no era un asunto individual sino más bien era un proceso que involucraba a las familias de los cónyuges. Esta situación permitió el ingreso de decenas de miles de mujeres a México y a otros países a lo largo de las primeras cuatro décadas del siglo XX. El gobierno mexicano autorizó ese tipo de inmigración siempre y cuando el inmigrante establecido se hiciera cargo de la manutención.[30]
Una de las mujeres que estuvo dispuesta a trasladarse con ese propósito a México fue Mitsuko Osaka. La joven de 21 años de edad arribó al país en 1936, su historia nos permite ilustrar este tipo de migración y refleja con claridad las circunstancias de la mujer inmigrante de esos años. ¿En qué condiciones la señorita Osaka llegó a México? Tsutomo Kasuga fue el migrante que le propuso matrimonio y la impulsó a atravesar el océano Pacífico para iniciar una vida a su lado. Kasuga había ingresado a México en 1930 bajo el mecanismo de “llamado” cuando había cumplido los 20 años de edad (fotografía 1). Un paisano, de nombre Yajima, lo invitó a trabajar en la propiedad que había adquirido muy cerca del puerto de Tampico. El deseo del joven Kasuga era tener su propio rancho en México y, aunque no poseía ningún capital para hacerlo hasta ese momento, su objetivo no era tan remoto si consideramos que en Japón era prácticamente imposible adquirir tierra debido a que sólo el varón mayor era quien heredaba todo el patrimonio de la familia, de acuerdo a la tradición de mayorazgo patrilineal de ese país.[31]
Fotografía 1. Tsutomo Kasuga al centro, de traje y corbata, en su fiesta de despedida antes de salir a México, en Sergio Hernández Galindo, Los que vinieron de Nagano. Una migración japonesa a México, México, Artes Gráficas Panorama, 2015, p. 153.
La situación en el rancho de Yajima no era la adecuada para cumplir los deseos de Kasuga, pues el salario y las condiciones de trabajo eran deplorables. Ante esa situación, el joven decidió trasladarse al poblado de Cerritos, en San Luis Potosí, donde otro paisano, el señor Luis Iwadare, poseía una enorme tienda de abarrotes denominada “La Japonesa”. La tienda era tan próspera que le había permitido amasar una gran fortuna y adquirir otras propiedades agrícolas que requerían contratar gran número de trabajadores para su funcionamiento (fotografía 2). En la tienda llegaron a trabajar una decena de japoneses, quienes se encargaban de atender y manejar distintos aspectos que se requerían para que el negocio funcionara.[32]
Fotografía 2. Tienda de Luis Iwadare en el pueblo de Cerritos, San Luis Potosí. Archivo de la familia Iwadare, en Sergio Hernández Galindo, Los que vinieron de Nagano..., p. 110.
En La Japonesa, Kasuga aprendió no sólo el español y adquirió el nombre de Luis,[33] logró entender los mecanismos de comercialización y aprovisionamiento que un negocio de este tipo requería. Después de casi cuatro años de estancia, el joven Kasuga había ahorrado cierto dinero, por lo que consideró que era tiempo de formar su propia familia y, en un futuro no lejano, abrir su propio negocio. Para casarse, Kasuga solicitó a un casamentero buscar a una señorita en la Prefectura de Nagano, donde había nacido él mismo, que aceptara la propuesta no sólo de casamiento sino de traslado a un país tan lejano y diferente a Japón. La función del casamentero o intermediario, nakōdo, fue la de presentar la carta de solicitud de matrimonio que iba acompañada de la fotografía del proponente (miaishashin-kekkon). La propuesta de matrimonio por fotografía que he descrito implicó el conocimiento de las familias de Osaka y Kasuga que aprobaron el matrimonio, pero la decisión final estuvo en manos de Mitsuko, quien aceptó el casamiento y su traslado a México.
Lo extraordinario en este caso, como en otros tantos de emigrantes japoneses en México y otros países, fue que involucraba a contrayentes que se encontraban separados por un océano y, por tanto, era imposible relacionarlos de manera previa para que se conocieran y pudieran decidir si aceptaban la propuesta matrimonial.
Mitsuko Osaka les mencionó a sus hijos, muchos años después, que le había convencido la sinceridad del joven al ofrecerle lo único que tenía: su trabajo, esfuerzo y la esperanza de construir un futuro mejor y constituir una familia juntos en México. Pero sin duda su decisión manifestaba una fortaleza de carácter como mujer que había mostrado en su juventud al ser de las primeras jóvenes en su pueblo que usaban una bicicleta para transportarse.
Las condiciones económicas de la familia de la joven habían ido de mal en peor. La crisis económica de 1929 había afectado de manera profunda la situación de los cultivadores de seda, actividad a la que miles de familias se dedicaban en la prefectura de Nagano, de entre ellos, la familia de Mitsuko. El precio de la seda cayó a menos de la mitad y miles de familias quedaron en la ruina o endeudadas. Ella era la tercera de cuatro hijas, su madre había muerto recientemente y sabía que, si se casaba en Japón, su padre tendría que desembolsar una fortuna para los gastos de la boda. Trasladándose a México, este gasto se evitaría y facilitaría igualmente el peso de su padre para casar a cuatro mujeres. Mitsuko se embarcó en el puerto de Yokohama con una sola maleta donde llevaba, junto con sus objetos personales, “tres tesoros”: una bandera de Japón, un libro de poesía y algunas fotos de familia.
Fotografía 3. Mitsuko Kasuga (al centro) con su padre y familiares en el festejo de boda y despedida antes de salir a México en 1936, en Sergio Hernández Galindo, Los que vinieron de Nagano..., p. 156.
La etapa en que trascurre la niñez y juventud de Mitsuko corresponde al ascenso de los sectores militaristas y ultranacionalistas que llevarían a la Guerra de 15 Años, como es conocido en Japón, al periodo que inicia con el “incidente de Manchuria”, en 1931, hasta el fin de la Guerra del Pacífico, en agosto de 1945. Mitsuko, siendo una adolescente, dirigió la asociación de jóvenes de su pueblo junto con otras asociaciones de mujeres que se encargarán de difundir y apoyar la política de guerra de Japón contra China.[34]
Las organizaciones de mujeres empezaron a tener un papel importante en términos ideológicos, pues eran las encargadas de despedir a los soldados que se dirigían al frente de batalla y las que entregaría a sus hijos a la nación para defenderla. En 1932 se fundó la Asociación de Nacional de Defensa del Gran Japón, organización que se encargaría de enviar las llamadas bolsas de confort con mensajes y regalos para las tropas en China. En México y en otros países de América, los inmigrantes también apoyaron esa medida, además de recolectar fondos económicos que enviaron a Japón.
Osaka arribó a México en 1936. Después de un largo viaje en barco de más de 30 días, se trasladó del puerto de Manzanillo al pueblo de Cerritos, San Luis Potosí, una de las zonas más áridas de ese estado. En el barco viajaban las hermanas Endo, quienes no conocían a Osaka previamente, mas llegaron a México para casarse en las mismas circunstancias que ella y se dirigían al mismo pueblo para desposarse con dos jóvenes que trabajaban en la tienda de Iwadare: Sadao Yamazaki y Zenju Fujisawa. Yamazaki fue el encargado de recibir a las tres jóvenes en el puerto de Manzanillo y trasladarlas hasta Cerritos.
Fotografía 4. Las señoritas Osaka y Endo en el barco que las trajo a México, en Sergio Hernández Galindo, Los que vinieron de Nagano..., p. 58.
En la tienda de los Iwadare, las tres mujeres recién casadas se sumaron de inmediato al trabajo intenso del establecimiento. De acuerdo con los datos del Censo de Población, sólo las mujeres inmigrantes que declararon una actividad asalariada se consideraban productivas; es decir, sólo un tres por ciento. Todo el resto de las mujeres se dedicaban, en proporción semejante, o al trabajo doméstico o a “ocupaciones improductivas” de acuerdo con esa clasificación.[35]
Las actividades de la tienda La Japonesa eran muy variadas. Se vendía prácticamente todo lo que el cliente solicitaba: desde huaraches, sombreros y ropa, hasta alimentos como verduras, azúcar y arroz; bebidas de todo tipo, como refrescos, y alcohólicas (cerveza y aguardientes), así como toda la variedad de jarciería; también se vendían medicinas y petróleo, que se usaba como combustible para cocinar. Tanto hombres como mujeres atendían a los clientes en general; los primeros se hacían cargo de las bodegas, recibían a los proveedores y realizaban actividades de administración y contabilidad. Las mujeres, además del trabajo doméstico relacionado con la comida y el aseo, hacían labores directamente relacionadas con el funcionamiento de la tienda, pues empacaban y pesaban ciertos productos como vegetales y azúcar y en la clasificación y ordenamiento de ropa que se vendía. Iwadare también poseía algunos terrenos de cultivo y en muchos casos las mujeres eran las encargadas, junto con los hombres, de sembrar y cosechar.
Fotografía 5. Grupo de emigrantes japoneses en el rancho del señor Luis Iwadare. Los Yamazaki (extremo izquierdo) y los Kasuga (extremo derecho). Año de 1938. Archivo de lafamilia Kasuga, en Sergio Hernández Galindo, Los que vinieron de Nagano..., p. 141.
Para ese entonces había nacido en la tienda el primer hijo, de seis, de los Kasuga. Al ahorrar y reunir un pequeño capital, tener experiencia en el manejo de la tienda y conocer a los proveedores de productos, los Kasuga decidieron instalar su propio negocio. Para tal efecto, se trasladaron al pueblo de Cárdenas, en el mismo estado de San Luis, donde abrieron su propia tienda de abarrotes (fotografía 6). Al instalarse el negocio enfrente de la estación del ferrocarril, el lugar resultó adecuado para vender todo tipo de productos que necesitaran los viajeros, además de surtir a los habitantes del pueblo.
Fotografía 6. Tienda de abarrotes que abrió el matrimonio Kasuga en Cárdenas, San Luis Potosí, en Sergio Hernández Galindo, Los que vinieron de Nagano..., p. 158.
La tienda logró aprovisionarse de manera adecuada debido a que los proveedores, que ya conocía Kasuga en Cerritos, le vendieron sus mercancías a crédito. Esta profunda relación entre los japoneses y los proveedores muestra la gran confianza que se entabló entre ambos, pues iba más allá de la mera transacción comercial o económica. El matrimonio logró dominar en términos generales el uso del español y, como había mencionado, los inmigrantes utilizaban un nombre castellano para tener una mejor comunicación con sus clientes y vecinos; el matrimonio Kasuga eran conocido en Cárdenas como Carlos y Esperanza.
La adaptación de los inmigrantes a los pueblos en los que se instalaron la podemos observar con otros inmigrantes no sólo en San Luis Potosí sino en distintos estados de la república. Los inmigrantes no sólo elegían los nombres en español para ellos y para sus hijos; además, sin renunciar a sus creencias budistas y sintoístas, bautizaban a sus hijos de acuerdo a la religión católica y, de manera sincrética y práctica, se sumaban a las costumbres, tradiciones y fiestas de los pueblos. La tienda, que se encontraba enfrente de la estación del tren, prosperó rápidamente, al grado que Carlos surtía a las poblaciones vecinas, en su propia camioneta, las mercancías requeridas por la población. El trabajo de la tienda “Carlos Kasuga” se compartía entre la pareja, aunque las labores domésticas y de crianza de los hijos le correspondía a Esperanza, situación que se prolongó hasta los primeros meses de 1943, año en que el matrimonio y sus tres hijos fueron obligados a concentrarse en la Ciudad de México debido a la guerra, situación que explicaré posteriormente.
Fotografía 7. Familia Kasuga. Carlos, Esperanza y sus seis hijos, en Sergio Hernández Galindo, Los que vinieron de Nagano..., p. 162.
Me interesa destacar brevemente el papel que desempeñaron las mujeres japonesas inmigrantes en México no sólo en la reproducción familiar, como esposas o hijas, sino en la reproducción del capital en general y de reproducción de la fuerza de trabajo en su conjunto. A las mujeres, incluso dentro de las propias comunidades, no se les reconoce su participación en la reproducción del capital, pues sólo son descritas en las estadísticas migratorias en México como “amas de casa” o incluso “sin actividad”; aunque ciertamente la mayoría de mujeres no tenían un empleo formal, participaban en la creación y consolidación de los comercios de los inmigrantes, actividad principal a la que se dedicaron la mayoría de ellos al acercarse el inicio de la guerra, en 1941. Las japonesas, además, eran las que organizaban, controlaban, cuidaban y distribuían los ingresos familiares y tenían un papel central en la crianza y la educación de los hijos. En general la participación activa de las mujeres en una serie de tareas, que no sólo se relacionaban con el aspecto doméstico se debió a la preparación que habían adquirido en sus lugares de origen. Eran mujeres que, además de ser letradas, habían logrado cubrir el nivel primario obligatorio de educación de seis años.
Sin embargo, aunque ese no hubiera sido el caso de amplia participación en las actividades económicas de los maridos, debemos de entender que en la reproducción de la familia y de los propios negocios, las unidades domésticas no son parte aislada o separada de la reproducción del capital. Los trabajadores, en realidad, no viven aislados, sino que generalmente se agrupan en unidades domesticas donde se aglutinan personas de distinto sexo y de distinta edad que pueden tener —o no— lazos consanguíneos o familiares. El lazo distintivo de esas unidades es la obligación de suministrar el ingreso y compartir el consumo fruto del mismo, necesario para la reproducción de la unidad en su conjunto. Pero además del ingreso básico que representa el salario, la unidad doméstica se nutre de otros ingresos en los cuales las mujeres participaron, o incluso los hijos, y que son denominadas como “actividades de subsistencia” y que se traducen de manera clara en la producción de alimentos para el autoconsumo. Más aún, como señala Wallerstein,[36] las actividades de cocinar alimentos o fregar platos corresponden al llamado mundo de la subsistencia y de reproducción de la unidad doméstica. En el ejemplo que abordé y en otros que he estudiado se muestra de manera particular este proceso de reproducción del conjunto de la unidad doméstica como parte del capital y de la propia familia en su conjunto.
La persecución y concentración de las familias inmigrantes
El inicio de la guerra entre Estados Unidos y Japón en diciembre de 1941 significó una etapa de persecución masiva sobre todos los inmigrantes instalados en distintos países de América. En los Estados Unidos, los 120 000 japoneses y sus descendientes fueron enviados a 10 campos de concentración. La Guerra del Pacífico significó no sólo el enfrentamiento militar entre ambos países, la conflagración contra las comunidades de japoneses representó una persecución racial al estigmatizar a los descendientes como “enemigos” por su origen étnico. Dos terceras partes de la población recluida en los Estados Unidos se componía de ciudadanos estadounidenses que, sin haber cometido algún delito, fueron recluidos por la “sangre que corría en sus venas”.[37]
El gobierno de aquel país, al día siguiente del ataque japonés a la base naval de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, solicitó al gobierno mexicano el traslado y concentración masiva de los inmigrantes y de sus hijos que radicaban cerca de su frontera. Las familias de origen japonés que vivían en Baja California, Sonora y Sinaloa fueron las primeras en recibir la orden de las autoridades para que se concentraran en las ciudades de Guadalajara y México. La Secretaría de Gobernación, mediante la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales, fue la encargada de mantener la vigilancia estrecha de los concentrados, quienes tenían que reportar su ubicación y solicitar autorización de cualquier cambio de la misma. Además, la Secretaría de Hacienda expidió una ley relativa a “propiedades y negocios del enemigo”, que confiscaría los bienes y cuentas de los inmigrantes y descendientes que de pronto se consideraron como parte del conflicto armado.
La guerra afectó de manera profunda no sólo a las comunidades radicadas en la frontera con Estados Unidos. Las órdenes de traslado para las familias que no vivían en la frontera fueron llegando a lo largo de 1942 y 1943. La reubicación de las familias al centro de México significó el lanzamiento de un tipo de bomba atómica que destruyó las comunidades de inmigrantes en su conjunto pues se quedaron, de pronto, sin casa y forma de subsistencia. Más aún, las forma y relaciones de la vida cotidiana y el arraigo que habían construido a lo largo de décadas se disolvió. El traslado forzoso de la familia Kasuga, en los hechos, significó el inicio de una nueva emigración con las mismas incertidumbres y retos con las que habían arribado a México. Los Kasuga, al momento en que estalla la guerra, ya tenía tres hijos y a pesar del apoyo que les brindaron las autoridades municipales y la población de Cárdenas, la Secretaría de Gobernación no aceptó que se quedaran y que fueran vigilados en esa población. Carlos y Esperanza tuvieron que vender su casa y la tienda y preparar sus cosas para trasladarse a la ciudad de México; en una madrugada fría del invierno de 1943, los Kasuga fueron acompañados a la terminal del tren para ser despedidos por autoridades municipales, el párroco, el doctor y gran cantidad de amigos que habían cultivado. El hijo mayor de los Kasuga, Carlos, me comentó que esa fue una de las pocas ocasiones en que vio llorar a su madre. La despedida fue triste, pero calurosa, por parte de sus amigos mexicanos que les llevaron gorditas, galletas, y huevos cocidos para el viaje, Esperanza y Carlos empezaron a desdoblar la identidad que traían arraigada pero que fue siendo negociada a lo largo de su breve, pero intensa estancia en San Luis Potosí; al mismo tiempo, empezaron a considerarse como japoneses y mexicanos, sentimiento que los acompañaría hasta el final de sus días.
¿El fin de los sistemas del Tenno (Tennosei) y de la familia tradicional (Kazoku Seido)?
Pierre Nora señala que los espacios de la memoria “son lugares en los que la memoria colectiva de un grupo o de una nación tienen un punto de referencia en la memoria cultural [...] fortalecen una identidad nacional como lugares de un pasado histórico”.[38] En el caso de todas las comunidades de inmigrantes niponas, las memorias e identidades se superponen como capas tectónicas, sólidas todas ellas, pero que se fueron construyendo a lo largo del tiempo en Japón y en diversos países de América. El camino transcontinental de vida de los Kasuga se cruza además por regiones de un México multicultural que finalmente desemboca en la Ciudad de México donde Carlos/Tsutomo y Esperanza/Mitsuko morirían.
Los inmigrantes japoneses se incrustaron en un México no homogéneo, en diversas regiones y espacios donde la cultura, tradiciones e incluso el idioma no era único. Su adaptación y “aculturación” fue diversa a lo largo del tiempo y se veía influida por el lugar en que se instalaron, por lo que debemos de hablar de comunidades japonesas en plural. No existe, por tanto, una comunidad japonesa única al interior de México; por señalar sólo un caso, la comunidad japonesa en Chiapas tiene claras diferencias con respecto a la de Baja California en cuanto su inserción, integración, reproducción, etcétera. En el momento de la concentración forzosa en las ciudades de México y Guadalajara, nuevamente se presentó el desarraigo como en los primeros días de su arribo a México. La concentración significó, entonces, en términos identitarios, un nuevo proceso de inmigración para las diversas comunidades de japoneses que llegaron al centro del país. “La memoria no es un pasado, sino la forma en que las personas constituyen un sentido del pasado, en el acto de seleccionar lo que se va a recordar u olvidar en el momento en que se vive y con una esperanza deseada”,[39] señalan los autores del libro Caminando en los espacios de la Memoria. ¿Qué decidieron recordar y olvidar las comunidades japonesas en México durante aquel periodo, en particular en que la complejidad de memorias, identidades globales, nacionales y locales se agolparon?
No intentaré abordar esa pregunta que rebasa este ensayo, pero diré que la irrupción de la guerra y el nuevo proceso inmigratorio de concentración al que se vieron inmersos los obligó a activar la alarma de sobrevivencia de sus familias, antes de pensar de dónde venían y qué futuro les deparaba. La señal de alarma les indicó que lo primero que había que hacer era reforzar y galvanizar los lazos de comunidad como única salida posible ante el desarraigo y persecución. El gobierno mexicano permitió que se organizara el Kyoei-kai (Comité de Ayuda Mutua) con los inmigrantes que vivían en Guadalajara y México. Este organismo se encargó de recibir a los japoneses que empezaron a llegar masivamente a ambas ciudades. El Comité fue el encargado de dar el primer reporte ante la Secretaría de Gobernación acerca de la llegada de cada familia y su ubicación precisa. La búsqueda de lugares donde pudieran habitar fue una de las prioridades ineludibles. En los barrios de Tacuba, Tacubaya, Contreras, Tlalpan y Centro de la ciudad de México se empezaron a agrupar las familias para rentar departamentos y casas donde se pudieran instalar. Las familias que no tenían recursos para rentar un lugar donde vivir se concentraron momentáneamente en la propiedad de un rico inmigrante, Tatsugoro Matsumoto, quien los alojó momentáneamente en su rancho donde cultivaba sus flores, El Batán, ubicado en lo que hoy es la Unidad Independencia, al sur de la ciudad de México. En el otoño de 1942 se compró, por parte de los inmigrantes más adinerados, una hacienda en Temixco, adquirida con el objetivo de que los japoneses y sus familias sobrevivieron cultivando arroz y verduras.
Los Kasuga lograron rentar un departamento en el barrio de Tacubaya, cerca de otras familias que venían de San Luis Potosí. Carlos empezó a comprar y vender verduras y frutas en el mercado de La Merced. Esperanza y otras mujeres de la comunidad fueron las encargadas de buscar escuelas públicas para que los hijos no dejaran de estudiar. La concentración forzada en esas ciudades, a pesar de sus efectos perniciosos, ayudó a cohesionar y galvanizar a los inmigrantes que, como nunca, tejieron intensos lazos de solidaridad y apoyo que reforzaron, en la lejanía y en su imaginario, los vínculos que los unían con el país que habían abandonado. Además, a diferencia de otros países, el gobierno mexicano les permitió crear sus propias escuelas, en las que maestros japoneses les enseñaban a los niños el idioma japonés y otras materias. La educación se convirtió en una cuestión prioritaria para las madres inmigrantes. En cada barrio de la ciudad de México se abrió y funcionó una escuela de ese tipo a lo largo de las siguientes décadas, donde recrearon para los niños el país de origen de sus padres.
El fin de la guerra en 1945 fue un duro golpe nuevamente para las comunidades de inmigrantes. Habían sido educadas, y lo creían firmemente, en que Japón no podía perder la guerra y, mucho menos, que su país sería ocupado por un ejército extranjero. Conocer la noticia del 15 de agosto en la que el jefe de familia de toda la nación, el Tenno, aceptaba la rendición y capitulación del Imperio fue una noticia demoledora. En una emisión radial los inmigrantes escucharon por primera vez la voz del ser divino que pedía a sus súbditos “sobrellevar lo insoportable y soportar lo insufrible”.
El cordón identitario que los inmigrantes guardaban con su nación se rompió y parte fundamental de la estructura del habitus y del capital cultural con el que su vida se había desenvuelto y que les daba sentido y pertenencia se derrumbó. La comunidad se partió en dos grandes grupos: la minoritaria, que fue llamada de los kachigumi, y la mayoritaria, denominada makegumi. La primera, de ganadores, no creía esa noticia ni mucho menos que su país había claudicado. La otra, de los perdedores, aceptó tristemente que su país había sido derrotado y ocupado por el ejército de los Estados Unidos.
La orden de concentración y vigilancia del gobierno mexicano se canceló, por lo que, a partir de ese momento, las familias podrían decidir el lugar donde vivir. La familia Kasuga y la gran mayoría de la comunidad concentrada decidió permanecer en la ciudad de México. En ésta, habían ya reconstruido sus medios materiales para vivir y sus hijos podrían ingresar a las escuelas públicas desde primaria hasta el nivel universitario, como lo hicieron años después. La esperanza de regresar a Japón fue totalmente cancelada ante la destrucción total en la que quedó su país. Ante tal situación, los inmigrantes se organizarían para apoyar materialmente al país que había quedado en ruinas. A partir de ese entonces el arraigo con el país al que habían llegado quedó sellado definitivamente. Esperanza Kasuga no dejaba de recordarle a sus hijos el compromiso de “que el que llega a una tierra nueva tiene que ganarse el derecho de ser aceptado en ella”.
Por otro lado, el gran faro espiritual que iluminaba los altares de cada hogar donde también se veneraba la Tenno se había apagado. Durante la ocupación estadounidense, Japón inició profundas transformaciones. El Tenno se convirtió en emperador, al quitarle su carácter divino, aunque siguió siendo el “símbolo del Estado y de unidad de la nación” de acuerdo a la nueva constitución, de 1947. La “democratización bajo la ocupación” también creó ciudadanos en vez de súbditos bajo un Estado laico, donde el sintoísmo dejó de ser la religión de Estado. En la constitución también se estableció la igualdad de las mujeres frente al hombre, además de constituirse un régimen parlamentario donde la mujer tendría finalmente el derecho y la oportunidad de votar y ser votada.
La estructura legal e ideológica de la familia tradicional japonesa dejó de existir, al menos en el papel; sin embargo, como capital cultural acumulado, la concepción de familia no se deshizo de inmediato, aun cuando se empezaron a desatar cambios en México, donde las mujeres también tendrían derecho al voto a partir de 1953. Mas las mujeres y familias no tenían otros códigos que les permitieran desechar mentalidades y estructuras patriarcales al instante. Los cambios y adaptaciones vendrían poco a poco, la tradición entraría en tensión con las transformaciones que los propios hijos e hijas nisei (japoneses de segunda generación) irían introduciendo en las comunidades en las décadas por venir.
Las madres de familia y las madres como parte de esa constitución de nación autoritaria que hemos descrito a lo largo de este ensayo perdieron su sustento ideológico en el que fueron educadas. Las mujeres inmigrantes conservaron, sin embargo, ese referente cultural que más bien se fue esfumando a lo largo de la posguerra en las siguientes décadas y que es necesario explorar.
En 2002, a la edad de 88 años, murió en la Ciudad de México Mitsuko Osaka, dejó sus memorias y cientos de tankas; uno de ellos dedicado a uno de sus nietos, que nos puede dar claves para ir develando el habitus que las inmigrantes fueron construyendo y negociando.
“Heredarás
Sueños para México”
Se lo murmuro.
La idea abraza a mi nieto
Su calidez me envuelve.
* Dirección de Estudios Históricos, INAH.
[1] Mitsuko Esperanza Kasuga, Akane: los tankas de Mitsuko Ksuga, migrante japonesa en México, México, Artes Gráficas Panorama, 2015.
[2] En 1895, Japón se posesionó de Taiwán en la primera guerra contra China. En 1905, al vencer a Rusia, adquiriría derechos sobre Manchuria. En 1910 se anexaría a Corea. En la década de 1930, como parte de la segunda guerra contra China, fundaría el Estado títere de Manchukuo. En esa década, más de un millón de japoneses se trasladaron a sus colonias en el que las familias y las mujeres serían parte fundamental del proceso colonial.
[3] La oralidad la asumo como una de las herramientas fundamentales en los estudios históricos en general; véase M. Halbwachs, The collective memory, with an introduction of Mary Douglas, Nueva York, Harper-Colophon Books, 1950, p. 22.
[4] La memoria no puede estar aislada de un territorio al crear un ser social, una cultura y un sentido de pertenencia y apropiación. Desde esa perspectiva, véase a Jean-Luc Piveteau, “Le territoire est-il un lieu de mémoire?”, L’Espace Géographique, vol. 24, núm. 2, pp.113-123, disponible en http://www.jstor.org/stable/44380631.
[5] Retomo la serie de perspectivas que Bourdieu da a estas dos categorías. Véase Pierre Bourdieu, Sociología y cultura, México, Grijalbo, 1990.
[6] Un acercamiento analítico sobre estas consideraciones generales es abordado por Nina Glick Schiller et al., “Transnationalism: A new analytical framework for understanding migration”, en L Basch, N. Glick Schiller y C. Szanton Blanc, (eds.), Toward a transnational perspective on migration: race, class, ethnicity and nationalism reconsidered, Nueva York, New York Academy of Sciences, 1992, pp. 1-24; Nina Glick Schiller et al., “From Immigrant to Transmigrant: Theorizing transnational migration” en Anthropological Quarterly, vol. 68, núm. 1, 1995, pp. 48-63.
[7] Se usa comúnmente el término de restauración, al devolverle al emperador el centro del régimen político del que se le había excluido por los poderes militares encabezados por el shogun de los Tokugawa.
[8] Brian Niiya, Encyclopedia of Japanese American History, Nueva York, Checkmark Books, 2001, p. 170.
[9] María Elena Ota Mishima, Siete migraciones japonesas en México: 1890-1978, 1a. reimp., México, El Colegio de México, 1982, p. 39.
[10] Amalia Morimoto, Los inmigrantes japoneses en el Perú, Lima, Taller de Estudios Andinos, 1979, p. 93.
[11] Akemi Kikumura-Yano (ed)., Encyclopedia of Japanese descendents in the Américas, Walnut Creek, Altemira Press, 2002, p.310
[12] Existe una gran cantidad de estudios sobre el periodo Tokugawa (1600-1868). Una visión brillante y resumida de aquellaa etapa del Japón sigue siendo la elaborada por John W. Hall, El imperio japonés, España, Siglo XXI, 1988, pp. 146-242.
[13] Los líderes de Meiji, conscientes del acecho de las potencias occidentales, brillantemente consideraron que la soberanía de Japón sólo se podría mantener mediante el binomio “país rico-ejército poderoso” (fukoku-kyōhei). La modernización e industrialización del país adquirió así un camino imperialista que sumó a toda la población en su conjunto. Al respecto, sugiero revisar el excelente resumen de James L. Huffman, Japan and imperialism, 1853-1945, AnnArbor, Association for Asian Studies Inc., 2017, pp. 5-58. La transformación y crecimiento económica de 1868 hasta el inicio de la guerra puede ser consultado en Takajusa Nakamura, Economía japonesa. Estructura y desarrollo, México, El Colegio de México,1990, pp.71-174.
[14] Consultar su libro autobiográfico, Ishimoto Shidzue, Facing two ways: The story of my life, Nueva York, Farrar & Rinehart, 1935. El libro fue firmado con el apellido de su anterior marido, apellido del que tardó años en desprenderse y ser reconocida con el de su nuevo compañero, el dirigente socialista, Kanju Katō. Ver la reseña que Joyce Gelb hace del libro de Helen M. Hopper, “‘New woman’ of Japan: A political biography of Kato Shidzue”, Journal of Asian Studies, vol. 56, núm. 1 febrero, Duke University Press, 1997, pp. 208-209.
[15] Es conveniente usar la palabra en japonés, Tenno, pues define y encauza una característica divina que no posee la definición de emperador. Una síntesis muy útil y profunda de todo este periodo puede encontrarse en español en John W. Hall, op. cit., pp. 223-282.
[16] James L. Huffman, Japan and Imperialism, 1853-1945, Ann Arbor, Association for Asian Studies, 2017, p. 53.
[17] Patricia E. Tsurumi, The factory girls. Women of the thread mills of Meiji Japan, Princeton, Princeton University Press, 1990, p. 3.
[18] Mikiso Hane, Modern Japan. A historical survey, Boulder, Westview Press, 1992, pp. 144-151.
[19] Sharon Sievers, “Feminist criticism in Japanese politics in the 1880s: The case of Shikida Toshiko”, Signs, vol. 6 núm. 4, 1981, pp. 602-616.
[20] Consultar en idioma español el libro coordinado por Yoshie Awaihara, Voces de las mujeres japonesas que es un gran repaso histórica, desde Méiji hasta la actualidad, en torno al feminismo y al género en Japón. Otro texto fundamental sobre un conjunto de mujeres que alzaron su voz y que fueron reprimidas, encarceladas y hasta ejecutadas es el de Mikiso Hane, Reflections on the way to the gallow. Rebel Women in Prewar Japan. Para entender la situación de las mujeres en el mundo rural, el estudio clásico es el de John F. Embree, Suye Mura: A Japanese Village. Embree fue un antropólogo norteamericano que vivió en Japón antes de la guerra en esa pequeña población de Suye y narra con toda precisión las condiciones de las mujeres.
[21] Revisar los diversos capítulos que sobre la condición de las mujeres en aquel periodo se compilan en el libro de Gail Lee Berstein, Recreating Japanese women, 1600-1945, Oakland, University of California Press, 1991, pp. 17-150.
[22] Vera Mackie, “Feminist politics in Japan”, New Left Review, vol. 1, núm. 167, 1988, pp. 54-55.
[23] Michiko Tanaka, Historia documental de la educación moderna en Japón, México, El Colegio de México, 2016, p. 59.
[24] Apud Mikiso Hane, Japan a short history, Londres, Oneworld, 2013, pp. 68-69.
[25] Shigetaka Fukuji, Kindai Nihon Jyoseishi (Historia moderna de las mujeres japonesas), Tokio, Sekkasha, 1963, p. 34.
[26] El investigador estadounidense, John W. Dower, ha desmontado esas visiones simplistas en su libro de 1986, War Without Mercy. Race & Power in the Pacific War.
[27] El libro de Irokawa Daikichi, The culture of the Meiji Period, brinda una serie de explicaciones para entender este proceso. Revisar el apartado “The Emperor system as a spiritual structure” (Princeton, Princeton University Press, 1985, pp. 245-311).
[28] T. Fujitani, Splendid monarchy. Power and pageantry in modern Japan, Berkeley, University of California Press, 1998, p. 31.
[29] El excelente libro de T. Fujitani (op. cit.) describe de manera detallada todos esos mecanismos e instrumentos de implantación del sintoismo a nivel nacional como parte de las comunidades mismas. Un libro semejante, desde la perspectiva inglesa, es el editado por Eric Hobsbawn y Terence Ranger, The invention of tradition.
[30] El sistema de llamado yobiyose se utilizó como la forma de constituir familia en Estados Unidos y otros países latinoamericanos como Perú y Brasil. Para el primer caso, consultar Juji Ichioka, The World of the first generation Japanes immigrants 1885-1924, Nueva York, The Free Press, 1990, pp. 164-74. Los casos de los países latinoamericanos son tratados por Daniel M. Masterson, The Japanese in Latin America, Chicago, University of Illinois Press, 2004, pp. 51-85.
[31] Los datos de Kasuga y de otros emigrantes que menciono me fueron aportados en entrevistas a miembros de familias de inmigrantes, así como por los documentos resguardados en el Archivo General de la Nación (AGN).
[32] La historia de este inmigrante y de otros que menciono puede revisarse en Sergio Hernández Galindo, Los que vinieron de Nagano. Una migración japonesa a México, México, Artes Gráficas Panorama, 2015, pp. 108-130.
[33] La totalidad de los inmigrantes, al llegar a México, utilizaban un nombre en español para que se pudieran relacionar de mejor manera con su entorno. Esta y otra serie de herramientas, como bautizar a sus hijos y asumir libremente la religión católica, no implicaba que se deshicieran de sus costumbres y capital cultural que poseían, más bien, los negociaban y los adecuaban a las circunstancias de los lugares donde se asentaron.
[34] El ala ultranacionalista logró imponerse poco a poco y desatar una etapa expansiva que llevaría al camino de Pearl Harbor en 1941. Los intentos de golpistas y atentados contra personajes políticos llegaron hasta el asesinato del primer ministro Tsuyoshi Inukai en 1932. La ocupación de China no sólo involucró a los militares, la efervescencia nacionalista y la popularización de la guerra se realizó mediante canciones, en el teatro y el cine. Véase Louis Young, Japan´s Total Empire. Manchuria and the culture of wartime Imperialism, Los Ángeles, University of California Press, 1988, pp. 55-114.
[35] Los datos estadísticos por ocupación y sexo pueden ser encontrados en María Elena Ota Mishima, op. cit., p. 163.
[36] Immanuel Wallerstein, El capitalismo histórico, 2a. ed., Madrid, Siglo XXI, 2012, pp. 52-53.
[37] La investigación de Azuma de 2005, Between two empires. Race, history, and transnationalism in Japanese America, destaca no sólo este acontecimiento, sino que engloba la historia de la inmigración japonesa como parte de la disputa entre Estados y Japón. Los complejos procesos de identidad que vivieron los japoneses en su patria serán puestos a consideración bajo tales circunstancias.
[38] Apud María Ana Portal et al., Caminando en los espacios de la memoria, México, UAM-I / Juan Pablos Editor, p. 12.
[39] Consultar la introducción que hacen Mario Camarena, Rocío Martínez y María Ana Portal en Caminando en los espacios de la memoria..., op. cit., p. 12.