La praxis católica como praxis política. La encíclica Fratelli tutti y el Movimiento Popular de Pueblos y Colonias del Sur
ENVIADO POR EL EDITOR EL Martes, 05/11/2024 - 18:57:00 PMMario Camarena Ocampo*
Lourdes Villafuerte García*
Resumen
El artículo nos explica cómo la encíclica Fratelli tutti es una toma de posición del papa Francisco respecto de dos cuestiones: la crítica al neoliberalismo y a la forma de hacer política clientelar. El movimiento popular y pueblos y colonias del sur la lee con base en su experiencia de vida en los últimos cuarenta años que los lleva hacer una crítica al clericalismo de la diócesis de la ciudad de México.
Palabras claves. encíclica, movimiento popular, político, lenguaje, memoria.
Abstract
The article explains how the Encyclical Fratelli tutti is a position taken by Pope Francis with respect to two aspects: the critique of neoliberalism and the clientelistic form of politics. The popular movement and the peoples and neighborhoods of the south read it based on their life experience in the last 40 years, which leads them to criticize the clericalism of the diocese of Mexico City.
Keywords: encyclical, popular movement, political, language, memory.
La política como praxis católica es uno de los temas de la encíclica Fratelli tutti. Francisco plantea como noción de política el ejercicio del poder encaminado a fomentar la amistad social y el verdadero bien común, a luchar por la dignidad de las personas y “por un destino” que es una vida justa y sana para todos.[1]
La encíclica es una carta que aborda algún problema o asunto que atañe al conjunto de los católicos y que muestra el discernimiento del sumo pontífice. A este tipo de reflexión se le llama “el magisterio del papa”. Antaño, la encíclica la dirigían los obispos a los fieles. Con el paso del tiempo, los papas hablaron por este medio a los obispos y a los fieles católicos, y a partir de Juan XXIII algunas encíclicas se dirigen a todas las “personas de buena voluntad”, como es el caso de Fratelli tutti.[2]
El tema de la encíclica en comento es la mejor manera de fomentar la fraternidad universal. Constituye una toma de posición del papa Francisco respecto de dos aspectos: por una parte, hay una crítica al capitalismo y en particular al neoliberalismo, cuyos principios hacen imposible alcanzar la fraternidad universal. Los valores del mercado no resuelven los grandes problemas sociales ni mucho menos la desigualdad. Francisco pugna por “rehabilitar una sana política que no esté sometida al dictado de las finanzas”[3] y que tome en cuenta a los pobres como sujetos activos: “superar ‘esa idea de las políticas sociales concebidas como una política hacia los pobres pero nunca con los pobres, nunca de los pobres’”.[4] Por otra parte, dirige una crítica al clericalismo y a la burocratización que priva en la Iglesia y que ha hecho a un lado al pueblo.
El papa toma posición en favor de los valores comunitarios, la amistad social, la fraternidad y el cuidado del medio ambiente; se manifiesta contra el descarte, el individualismo y la competencia del mercado. La pandemia de covid-19 puso en evidencia la debilidad de estos últimos, inservibles para la mayoría, y es cada vez más evidente que la humanidad necesita la cooperación y, sobre todo, el diálogo.[5] La reacción de la derecha en el mundo, incluyendo la propia de la Iglesia, ha mostrado ya su apuesta por el individualismo y la competencia.
Los habitantes del pueblo de San Pedro Mártir, muy acostumbrados a prácticas comunitarias desde 1966 con la llegada del padre Jesús Ramos, se vieron encerrados en sus casas por la pandemia y alejados de la parroquia por los recientes cambios en la arquidiócesis de México. Como teníamos disposición para emprender un proyecto conjunto, comenzamos a reunirnos una vez por semana para reflexionar acerca de diferentes temas religiosos, y con la publicación de Fratelli tutti decidimos hacer una lectura atenta, comentando cada uno de los capítulos. A raíz de esta reflexión comenzamos a identificarnos como Comunidad Fratelli Tutti.
Además de reflexionar y discutir la encíclica, también analizamos nuestra realidad, por lo que se planteó la pregunta: ¿cómo construir una comunidad en una sociedad enferma y sin memoria? Los habitantes del pueblo reflexionaron de acuerdo con el contexto que se está viviendo, al cual nos referiremos a continuación.
La pandemia irrumpió en nuestras vidas para cambiar por completo la manera de relacionarse: no podíamos tocarnos ni reunirnos; las autoridades sanitarias emitieron recomendaciones tajantes y todos tuvimos que encerrarnos en casa. Los sampedreños comenzaron a buscar, como lo han hecho muchos pueblos del mundo, formas de relacionarse y de solidarizarse con los enfermos, que paulatinamente fueron apareciendo, cada vez más. El miedo a la enfermedad y la muerte se hizo un compañero frecuente. Para no perder el contacto se acudió a los medios tradicionales y a los digitales, las llamadas por teléfono y mediante internet, que se convirtió en algo esencial. El teléfono celular fue el medio que el pueblo encontró para reunirse y no perder el contacto. Hay que recalcar que los miembros de la Comunidad somos mayores y plantamos cara a la brecha digital, sorteamos la dificultad de adaptarnos al medio virtual para conservar nuestra comunidad.
Por otra parte, en diciembre de 2017 fue nombrado arzobispo de México el cardenal Carlos Aguiar Retes, quien comenzó una reconfiguración territorial, para lo cual creó tres nuevas diócesis (Azcapotzalco, Iztapalapa y Xochimilco). A petición de Andrés Vargas, entonces obispo auxiliar de la Arquidiócesis de México, un grupo de antropólogos e historiadores que formábamos parte del Ministerio de la Memoria, conocidos como “los hermanos antropólogos”, planteamos en el manuscrito Reflexiones desde la antropología en torno al impacto de las nuevas diócesis en los pueblos de Tlalpan y Xochimilco los estragos que se causaría a los fieles de los pueblos de la montaña y de la zona lacustre del sur de la Ciudad de México conculcando sus derechos culturales con la nueva división.
Durante siglos hubo una estrecha relación entre los pueblos (varios de ellos originarios) de Xochimilco, Tlalpan y el Ajusco, fortalecida a fines de la década de 1960 mediante un proceso de reconstrucción de lazos. A raíz del Concilio Vaticano II y con la aparición de la teología de la liberación, así como las reuniones de la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Medellín, se trabajó en una pastoral conjunta, con un mayor aprecio de la religiosidad popular y una gran participación laical en la toma de decisiones. De igual manera, se propiciaron grupos familiares de estudio y comunidades de base en que, a la luz de las Sagradas Escrituras, se reflexionaba acerca de la situación de la sociedad en general y del pueblo en particular.
Estas prácticas duraron más de cincuenta años en San Pedro Mártir y contribuyeron a resistir diversos embates de los gobiernos del PRI, tales como la construcción del Colegio Militar, los abusos del “Negro” Durazo, el acaparamiento de agua por parte de los hoteleros y, últimamente, la instalación ilegal de una gasolinera en los linderos del pueblo y las afectaciones de la construcción del segundo piso en la autopista México-Cuernavaca. Por otra parte, hubo un diálogo fraterno con diversas iglesias cristianas (anglicanos y mormones), con musulmanes y budistas, derribando muros y construyendo puentes.
Con la elección del actual arzobispo, vino un cambio radical: la división de la arquidiócesis y un despido grosero de diversos sacerdotes que habían participado en las prácticas que hemos descrito, para hacer un cambio en las parroquias. Se ha aseverado que las parroquias se dividieron en tres categorías según el monto estimado de dinero que entra en cada una, y que la arquidiócesis reservó para sí los dos templos con más ingresos y las zonas clasemedieras, en clara preferencia por el dinero.[6]
Los antropólogos opinamos en el manuscrito ya citado que tal cambio tendría un impacto negativo en el tejido social de los pueblos de la montaña y la zona lacustre, pues se rompería la antigua relación que estos pueblos han tenido a través de sus fiestas patronales, cuando se da el fenómeno de “las promesas”, es decir, una delegación de cada pueblo asiste como invitado a las fiestas patronales del pueblo que celebra, tanto al oficio litúrgico como a la comida ofrecida por los lugareños a los invitados. Las parroquias de los pueblos de San Pedro Mártir, San Andrés Totoltepec, Santo Tomás Ajusco y San Miguel Topilejo cohesionan a los pueblos de Tlalpan y Xochimilco, constituyendo una región con memoria común, y comparten una religiosidad que los identifica a todos, ya sean de zona montañosa o lacustre.
Si bien estos pueblos han experimentado transformaciones debido al crecimiento demográfico y al proceso de urbanización de la Ciudad de México, aún conservan el carácter de su origen rural, el cual se expresa en su organización y cultura comunitaria, sus fiestas patronales, e incluso su lenguaje y forma de vestir; es de destacar la solidaridad que hay entre ellos en momentos de crisis. Estos pueblos han emprendido una lucha por conservar su estatuto de pueblo originario, dentro de lo cual las fiestas patronales son un elemento cultural importantísimo.[7]
Los pueblos de la montaña y la zona lacustre comparten una tradición de participación comunitaria; los párrocos que han estado en estos pueblos han tenido la preocupación por generar procesos y no por dominar espacios, de manera que construyeron una pastoral junto con los laicos, y al hacerlo procuraron respetar sus valores, tradiciones, cultura y formas de organización.[8]
La jurisdicción de la parroquia de San Pedro de Verona Mártir era muy extensa, pues abarcaba los pueblos originarios de la sierra del Ajusco: Santo Tomás y San Miguel, con su colonia La Felicidad; abarcaba también los pueblos de la zona lacustre, tales como Chimalcoyotl, San Pedro Mártir, con sus colonias: Santa Ana, La Puerta, Las Águilas y Los Volcanes; San Andrés Totoltepec, con sus colonias: Pedregalito, Xitle y Héroes de 1910; San Miguel Xicalco y Magdalena Petlacalco. Todos estos lugares, antes rurales, sufrieron un proceso de urbanización, con la consiguiente pérdida de sus ejidos, tierras comunales y pequeñas propiedades de cultivo, para convertirse en pueblos urbanos.[9]
A partir de la llegada del padre Jesús Ramos Muñoz y con los vientos renovadores del Concilio Vaticano II (1962-1965), así como la celebración de la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Medellín (1968), y la llegada de un grupo de religiosas de la Congregación de las Hermanas del Servicio Social, se impulsó una pastoral de conjunto en todo el corredor de pueblos ya mencionados, dentro del espíritu de la teología de la liberación, lo cual comprendía: que la Iglesia acompañara al pueblo en sus luchas, respeto a las manifestaciones de la religiosidad popular, fomentar el diálogo con otras denominaciones cristianas y no cristianas, y la praxis cristiana con preferencia por los pobres. Esta forma de vivir el cristianismo fortaleció la identidad del pueblo como tal, permitiéndole enfrentar los agravios políticos y sociales que vivió.[10] Esta situación ha sido coherente con lo que dice el papa Francisco:
No es nunca el pastor el que le dice al laico lo que tiene de hacer o decir, ellos lo saben tanto o mejor que nosotros. No es el pastor el que tiene que determinar lo que tienen que decir en los distintos ámbitos los fieles [...] por eso, debemos reconocer que el laico por su propia realidad, por su propia identidad, por estar inmerso en el corazón de la vida social, pública o política, por estar en medio de nuevas formas culturales que se gestan continuamente tiene exigencia de nuevas formas de organización y de celebración de la fe.[11]
Los laicos de estos pueblos han sido partícipes en la construcción de los planes pastorales,[12] asambleas parroquiales,[13] comunidades eclesiales de base[14] y la religiosidad popular; es decir, son agentes activos de la vida parroquial, por lo que incorporarlos a una nueva diócesis sin consultarlos es violentar sus formas de vida y promover el clericalismo, el cual, como menciona el papa Francisco:
no sólo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente. El clericalismo lleva a la funcionalización del laicado; tratándolo como “mandaderos”, coarta las distintas iniciativas, esfuerzos y hasta me animo a decir, osadías necesarias para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos del quehacer social y especialmente político. El clericalismo lejos de impulsar los distintos aportes, propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios [...] y no solo a unos pocos elegidos e iluminados.[15]
El 28 de septiembre de 2019 se aprobó la fundación de las nuevas diócesis de Xochimilco, Iztapalapa y Azcapotzalco, y se hizo una nueva división territorial. Los cambios, que se hicieron sin conocer el proceso histórico, sin apreciar la memoria de los laicos y sin su participación, atentan contra la rica cultura comunitaria de esos pueblos y su identidad, toda vez que, si están obligados a relacionarse con feligreses urbanos de clase media que desprecian lo rural, lo indígena o comunitario y sus formas de religiosidad popular, se tendrá como resultado la segregación, la discriminación y la destrucción, a la larga, de importantes derechos a la propia cultura que los pueblos originarios han ganado. Tal despojo redundará en una división de cultura y de clase que no abona a las relaciones sociales forjadas con tanto trabajo y, en última instancia, tampoco es propicia para la unidad de la Iglesia.
Ése es el contexto en que apareció Fratelli tutti en el pueblo de San Pedro Mártir. Al comenzar la pandemia, hubo un momento de desconcierto por la interrupción de las relaciones sociales comunitarias, aunado a la llegada de un nuevo párroco, quien pidió obediencia a contrapelo del plan de sinodalidad (participación laical) y vinculación social que impulsaba el papa. La primera acción fue echar a “los hermanos antropólogos”, y a todos los que no estaban de acuerdo con el nuevo modelo de Iglesia inclinada al dinero. Pasado algún tiempo, vimos que una parte de la comunidad que vivió la teología de la liberación quedó fuera de la parroquia y los nuevos sacerdotes se encerraron dentro de ella. Algunos miembros de las comunidades eclesiales de base entraron en contacto con la prestigiosa Escuela de Teología y Ministerios del Boston College para tomar unos cursos titulados “Formación de temas de cristología para seguir a Jesús en comunidad” y “Espiritualidad”. A punto de concluir el segundo, se publicó Fratelli tutti, por lo que todo el grupo se avocó a reflexionar acerca de este documento.
A lo largo de la encíclica hay una toma de posición crítica respecto al neoliberalismo y el dogma del libre mercado: “El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer ese dogma de la fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre la misma receta frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, como único camino para resolver los problemas”. Francisco critica no sólo las actitudes hacia los migrantes, sino la causa de la migración, o sea, la profunda desigualdad entre naciones ricas y pobres; la tendencia del neoliberalismo a descartar a las personas, la memoria y la conciencia histórica; la espiritualidad individualista. Al mismo tiempo, pugna por una resignificación de ciertos conceptos, entre los que destacan pueblo, fraternidad y política.[16]
La polarización creada de manera artificial en la dicotomía populista/no populista no lleva muy lejos el análisis, pues el “populismo” es lo opuesto al “liberalismo”.[17] Aquellas políticas que fomentan los derechos fundamentales de las personas, el respeto por sus organizaciones y la valoración de sus manifestaciones culturales son tildadas de “populismo”, frente a la supuesta “libertad” del liberalismo, que fomenta el individualismo, la competencia, el “éxito” y la acumulación de bienes. Lo que plantea Francisco es una crítica a este tipo de lenguaje y a las conductas que conlleva, pues prácticamente descartan al pueblo como concepto y como realidad, con el consiguiente riesgo de descartar incluso la democracia. Al político que busca el bien común cristalizado en los derechos de las personas se le descalifica como populista. Los valores del mercado deshumanizan a las personas para convertirlas en mercancía y consideran descartables a muchos sectores, principalmente a los pobres.
Para contrarrestar estos devastadores efectos, se necesita revalorar el concepto de pueblo, con toda su diversidad, riqueza, complejidad y contradicciones. Ni la economía ni la ideología deben estar por encima de la política ni sustituir al Estado. La caridad debe encaminarse al fomento de las comunidades, el trabajo colectivo y la colaboración entre las personas para así lograr el bien común.
El lenguaje es una acción política donde hay que redefinir ciertos conceptos y palabras quitándoles el sustrato despectivo que considera pasivo al pueblo para redefinirlo como activo, especialmente en voces como “pueblo” y “popular”. ¿Qué es “pueblo”? Es un conjunto de personas que convive bajo ciertas reglas (leyes), que trabaja por el bien común y que comparte cultura, costumbres e identidad provenientes de la memoria y la historia, así como ciertas expectativas hacia el futuro. En muchas ocasiones se usa la palabra “pueblo” para descalificar a las personas de las zonas rurales, con criterios clasistas y racistas (“No estás en tu pueblo”). Cuando las personas no tienen valores del liberalismo, sino comunitarios, se les dice despectivamente “de pueblo”. En cuanto a lo “popular”, se entiende que es lo propio de los pobres, por lo que muchas personas se alejan de ello con ciertas actitudes falsamente refinadas, como presumir ciertos bienes o mediante el racismo. A veces hay una apropiación de ciertas manifestaciones populares para hacerlas mercancías folklóricas para el turismo, despojándolas de su riqueza comunitaria.
Frente a esta falsa disyuntiva, el magisterio del papa nos invita a revalorar la política como un arte noble que consiste en ejercer un mandato otorgado por el pueblo en favor del prójimo y trabajar conjuntamente con éste para forjar instituciones y actuar en favor del bien común y de la amistad social; fomentando la cooperación, la colaboración, el acompañamiento a las causas justas y el respeto a los derechos de las personas, en especial de los más desfavorecidos; nos invita a fomentar los valores comunitarios, sin olvidar los saberes tradicionales y la rica memoria histórica de los pueblos.
El uso del lenguaje que hace la Iglesia institucional tiene la intención de ejercer el poder, pues se expresa de una manera tal que el pueblo, en especial los pobres, no entienden. Aparte del lenguaje teológico, que es sumamente especializado, así como el lenguaje propio de la Iglesia, que los fieles generalmente no entienden, da nuevos significados a palabras que fueron acuñadas en el ámbito académico sin clarificar su sentido ni la pertinencia de tal resignificación. Por otro lado, el pueblo expresa sus conceptos con un lenguaje rico que incluye actitudes, conductas y objetos. En este punto hay dos lenguajes que no se entienden. La Iglesia institucional ya entendió que su mensaje no llega a las personas, pero no parece haber percibido que el problema no es la capacidad de entendimiento del pueblo, sino que la institución se dirige a ellos con un lenguaje inadecuado.
Centrémonos ahora en el caso concreto de la comunidad de San Pedro Mártir. La memoria se ha revelado como un aspecto importante para la comunidad, tanto así que se creó un Ministerio de la Memoria como parte de la estructura parroquial, con el acompañamiento y entusiasmo del entonces obispo auxiliar Andrés Vargas. La señora Efigenia Garnica dice lo que significó para ella:
La experiencia de participar en el Ministerio de la Memoria Histórica de la parroquia es un reencuentro con mi propia vida, donde recuerdo el encuentro con Jesús en la comunidad. Conocí a un Jesús no lejano, que no está sólo en el cielo, sino que nos acompaña en la tierra y habita entre nosotros.
En la parroquia con su historia y siguiendo a Jesús nos invita a no olvidar nuestra misión, que será hasta el día de nuestra muerte.
Quiero que las nuevas generaciones se enteren del trabajo que se ha hecho y continúen, porque es nuestra misión. Este caminar es una expresión de la gracia de Dios. Con gusto comparto cómo se ha vivido esta manera de ser Iglesia, donde uno aprende a vivir una pastoral solidaria.
Agradezco a Dios por conocerlo en la parroquia de San Pedro Mártir.[18]
En reuniones semanales y recurriendo a entrevistas grupales e individuales, el grupo se hizo consiente de la importancia de la memoria, que consiste en recordar las múltiples luchas que los habitantes han librado durante más de cincuenta años y las organizaciones que han constituido la base para estas luchas, que a continuación rememoraré brevemente.
La lucha contra la Secretaría de la Defensa Nacional en 1973 por la expropiación de más de 400 hectáreas para la construcción del Colegio Militar, para lo cual el pueblo tuvo el apoyo de tres iglesias cristianas (anglicanos, mormones y católicos; poco después constituyeron la organización Campesinos Unidos). Si bien en un primer momento fue para resistirse a la expropiación, después de que el gobierno argumentara la seguridad nacional, fue por un pago justo y ciertos servicios públicos.
Entre 1976 y 1979 los habitantes de San Pedro Mártir crearon la organización Lucha popular y dieron una batalla por diversos servicios: agua, transporte público, drenaje, luz eléctrica, mercado, escuela secundaria, biblioteca pública, etcétera. Lograron tal presencia que tuvieron una participación activa en el Plan Parcial de Desarrollo de Tlalpan, que abarca la zona lacustre y los pueblos de la montaña de lo que hoy es la Ciudad de México. Además, planearon y operaron un programa muy ambicioso y exitoso en su momento de abasto popular, con tiendas, lecherías y hasta un comedor popular. Ese programa, sin embargo, terminó por malas prácticas de algunas personas. La organización popular cambió de denominación en 1980 a Movimiento Popular de Pueblos y Colonias del Sur (MPPCS), y se encargó de crear un Centro Social con servicio médico tanto general como de especialidades, mediante un convenio con Médica Sur y con la Facultad de Psicología de la UNAM. Además, tiene un programa cultural que abarca el cultivo de alimentos orgánicos y plantas medicinales, así como la enseñanza de artes (música, danza, etcétera).
Durante el largo periodo de prevalencia del Partido Revolucionario Institucional, los habitantes del entonces Distrito Federal teníamos muy mermados nuestros derechos ciudadanos, pues no podíamos elegir a nuestras autoridades. En las zonas rurales de esta demarcación las instituciones propias de los campesinos estaban cooptadas, de tal manera que el Comisariado Ejidal y las Subdelegaciones las imponía dicho partido a través de la Confederación Nacional Campesina (CNC). La comunidad sampedreña luchó contra la CNC para tener injerencia en la elección de esas autoridades y avanzar en la recuperación de sus derechos ciudadanos.
Por otro lado, en diversos momentos y a través de su nueva organización se solidarizaron con movimientos sindicales y sociales, tales como la huelga del sindicato de la refresquera Pascual, los movimientos estudiantiles de la UNAM en 1986 y 1999, con Yo Soy 132 en 2012, y últimamente con el de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa; además de la solidaridad con diversos movimientos de liberación en Centroamérica y con los procesos democráticos en América del Sur en los años ochenta del siglo pasado. A partir de 1988, con el proceso de formación del Frente Democrático Nacional para apoyar la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, la comunidad de San Pedro y el MPPCS se lanzaron a la lucha por los derechos ciudadanos de los habitantes del DF.
Entre 2012 y 2013 se llevó a cabo una lucha en contra de la instalación de una gasolinera del corporativo Corpogas en un lugar donde estaba prohibido tal giro comercial. Para impedir que la gasolinera ilegal entrara en funcionamiento se instaló el campamento Ixtliyólotl, en el cual hubo personas haciendo guardias día y noche durante casi dos años, durante los cuales hubo varios ataques tanto de la empresa como del cuerpo de granaderos, hasta que en la Navidad de 2013 un grupo de más de dos mil granaderos rodearon de manera ilegal el pueblo, haciendo caso omiso de todos los juicios que el pueblo había ganado tanto por la vía de lo contencioso administrativo como en varios juicios de lesividad.
Todos esos recuerdos hacen conscientes a las personas de las posibilidades de éxito en sus justas luchas contra los poderosos, y enseñan a los más jóvenes la necesidad de seguir luchando. La memoria y la historia son un saber que debe transmitirse para combatir la tendencia a olvidar la herencia de quienes antecedieron a los jóvenes de hoy, en lo cual se basan las leyes de “punto final” o de “pase de página” o de “seguir adelante”, sin recordar las atrocidades de unos y las luchas de otros; la derecha fomenta una tendencia a comenzar continuamente de cero, para no avanzar nunca, para abonar a la inmovilidad.
Toda esta memoria y la práctica política que hoy es refrendada por la encíclica Fratelli tutti, ha sido objeto de una profunda reflexión desde 2009 hasta la fecha. No sólo se ha hecho todo el trabajo ya enunciado, sino que se vio la necesidad de crear el Ministerio de la Memoria como parte de la estructura de la parroquia, como ya se dijo, y desde ese espacio reflexionar, escribir y publicar el resultado de estas reflexiones. Con la llegada del cardenal Carlos Aguiar Retes, el asunto dio un giro muy violento, pues sometió al párroco Jesús Ramos a una jubilación forzada, y el nuevo párroco, Víctor Ramírez, llamó a la obediencia, tirando por la borda la sinodalidad a la que llama el papa Francisco para volcarse hacia el dinero. Hay que reflexionar acerca del futuro de la Iglesia en México y en el mundo, cuando se pasa de una preferencia por los pobres a una no por los ricos, sino por el dinero.
Después de un corto periodo de desconcierto, donde quedó claro que no se podía trabajar con el nuevo párroco, la comunidad se rehizo para seguir trabajando al margen de la parroquia; en la pandemia, los sacerdotes se encerraron dentro del templo, y la comunidad se mantiene trabajando fuera de ella.
La encíclica fortalece a la comunidad en el sentido de que el pueblo, y el pueblo pobre, pueden por sí mismos planear y realizar grandes proyectos sociales que trabajan por la vida digna, justa y sana para todos, lo cual se ve fortalecido por los conceptos vertidos por el papa en la encíclica Fratelli tutti.
Para terminar, mencionamos el discurso del obispo Oscar Arnulfo Romero, del 2 de febrero de 1980:
La dimensión política de la fe no es otra cosa que la respuesta de la iglesia a las exigencias del mundo real sociopolítico que vive la Iglesia. No se trata de que la Iglesia se considere a sí misma como institución política que entra en competencia con otras instancias políticas [...] ni que desee un liderazgo político. Se trata de algo más profundo y evangélico, se trata de la verdadera opción por los pobres, de encarnarse en su mundo, de anunciarles una buena noticia, de darles una esperanza, de animarles a una praxis liberadora, de defender su causa y de participar de su destino. Esta opción por los pobres es la que explica la dimensión política de su fe en sus raíces y rasgos más fundamentales. Porque ha optado por los pobres reales y no ficticios, porque ha optado por los realmente oprimidos y reprimidos, la Iglesia vive en el mundo de lo político y se realiza también a través de lo político. No se puede ser de otra manera si es que, como Jesús, se dirige a los pobres.[19]
* Dirección de Estudios Históricos, INAH.
[1] Francisco [Jorge Mario Bergoglio], Carta encíclica Fratelli tutti (en adelante FT), numeral 154.
[2] Gerald O’Collins y Edward G. Farrugia, Diccionario abreviado de teología, Navarra, Verbo Divino, 2002.
[3] FT, n. 168.
[4] FT, n. 169.
[5] FT, n. 7, 32, 33, 36, 54 y 168.
[6] Guillermo Gazanini Espinoza, “Arquidiócesis de México. Entre Dios y el Mammón”, Religión Digital, 16 de julio de 2019, recuperado de:
https://www.religiondigital.org/sursum_corda_el_blog_de_guillermo_gazanini/Arquidiocesis-Mexico-Dios-Mammon_7_2140655921.html
[7] Tribunal Electoral de la Ciudad de México, “Juicios para la protección de los derechos político-electorales del ciudadano”, exps. SCM-JDC-1098/2019 y SCM-JDC-1198/2019.
[8] Parroquia de San Pedro de Verona Mártir, Memoria de los primeros pasos como comunidad parroquial, México, s. e., 2013, pp. 42-43.
[9] Véase Cinthya Luarte Magdaleno, “De pueblo a colonia. Un proceso de transformación de Chimalcoyoc, México, D. F.”, México, ENAH, 2010, tesis de licenciatura en Historia. Ver el capítulo 4, “Dejar de ser pueblo”, p. 107 y ss.
[10] Parroquia de San Pedro, op. cit., pp. 42-43.
[11] Francisco [Jorge Mario Bergoglio], “Carta al cardenal Marc Ouellet, presidente de la Pontificia Comisión para América Latina”, 19 de marzo de 2016, recuperado de:
https://www.vatican.va/content/francesco/es/letters/2016/documents/papa-francesco_20160319_pont-comm-america-latina.html.
[12] Archivo Histórico del Arzobispado de México, cancillería, “Plan de Pastoral de la parroquia de San Pedro Mártir y Santo Tomás Ajusco. Documento a solicitud de P. Jesús Herrera”, sin clasificación, p. 1.
[13] Parroquia de San Pedro de Verona Mártir, op. cit., p. 55.
[14] Parroquia San Pedro de Verona Mártir, Comunidades Eclesiales de Base en camino, 1971-1992, México, s. e., 2016.
[15] Francisco I, op. cit., 2016.
[16] FT, n. 168; Cfr. Bernardo Barranco, “Fratelli tutti, encíclica posneoliberal de Francisco”, La Jornada, 14 de octubre de 2020, recuperado de: https://www.jornada.com.mx/2020/10/14/opinion/017a2pol; Miguel Concha, “Fraternidad y amistad social”, La Jornada, 17 de octubre de 2020, recuperado de:
https://www.jornada.com.mx/2020/10/17/opinion/015a1pol.
[17] FT, n. 55-61.
[18] Parroquia de San Pedro Mártir, op. cit., 2013.
[19] Oscar Arnulfo Romero, “La dimensión política de la fe. Discurso con motivo del doctorado honoris causa conferido por la Universidad de Lovaina”, 2 de febrero de 1980, citado en Parroquia de San Pedro de Verona Mártir, op. cit., 2013.