A reeducarse todos: Fratelli Tutti y los movimientos sociales
ENVIADO POR EL EDITOR EL Miércoles, 06/11/2024 - 11:32:00 AMCarlos San Juan Victoria*
Resumen
Se argumenta que la Encíclica Fratelli tutti es un poderoso llamado a crear nuevas comunidades en esta época histórica atrapada por el individualismo extremo y sociedades fragmentadas en identidades solitarias, no solidarias. De ahí que sea esencial recuperar las experiencias históricas donde se han construido lazos y propósitos comunes de muchos, para que este mensaje cristalice en nuevas comunidades.
Palabras clave: papa Francisco, Encíclica Fratelli tutti, los movimientos sociales en los años setenta en México, frentes y coordinadoras sociales.
Abstract
It is argued that the Fratelli Tutti Encyclical is a powerful call to create new communities in this historical epoch trapped by extreme individualism and societies fragmented into solitary, non-solidary identities. Hence, it is essential to recover the historical experiences where common ties and purposes of many have been built, so that this message crystallizes in new communities.
Keywords: Pope Francis, Encyclical Fratelli Tutti, social movements in the seventies in Mexico, social fronts and coordinators.
En esta breve plática les expongo una idea con tres partes. La idea es la siguiente: la encíclica Fratelli tutti trae un poderoso mensaje para crear comunidades abiertas en una época de muros, cercos y encierros, de individualización extrema y de comunidades cerradas.[1] Una época que adora al ego, de individuos y también de agrupamientos exclusivos y excluyentes, una socialidad creciente que, sin embargo, es una soledad de identidades. La sociedad avanza como un inmenso y fracturado archipiélago.
Una primera pata que sostiene esta idea es que Todos hermanos se suma a diversos síntomas, con diversos alcances, que cuestionan un régimen de historicidad surgido en pleno 1989, con la caída del Muro de Berlín, y que historiográficamente se nombra “presentismo”, el elogio del presente que atrapa al futuro como posibilidad incierta y abierta. En ese cuestionamiento están sus principales luces.
Un segundo soporte es la zona grisácea donde las ideas se encuentran con la gente común y sus culturas, no sólo en las aguas tranquilas del trabajo cotidiano y parroquial sino en las inciertas y poderosas oleadas del conflicto y la movilización social. Ahí hay un gran problema, la dificultad de construir espacios de encuentro, de valores y de prácticas de intercambio que apenas esbozo con la experiencia histórica mexicana que recorre la segunda mitad del siglo XX, en sus momentos de mayor desborde, los años setenta y ochenta. De manera muy breve señalaré algunos rasgos.
Y su tercer apoyo es sugerir que Todos hermanos tiene enfrente un panorama complejo: si le va bien sufrirá una especie de caída de san Pablo, el contacto y transformación ante las culturas, imaginarios y demandas sociales de la gente común, creyente y, sobre todo, no creyente; el Pastor y los rebaños serán reeducados por los acontecimientos, pero deberá ir a contracorriente de fuertes tendencias opuestas. Si le va mal, será un grito poderoso y letrado en el desierto polvoso de los malestares, donde aún no llega su momento de irrupción, que no depende del discurso sino de las asperezas de la vida del común, que, como materia ígnea, se fabrican y acumulan en los sótanos de la cotidianidad, hasta que estallan.
El mal del presente perpetuo
De 1990 a 2009 un Occidente global, de megacorporaciones, con tecnologías que avanzan día a día, seguro de una hegemonía plena, transforma la vida, sus valores y sus representaciones.
Surgen los mitos del individuo como centro de todo quehacer, no cualquiera, sino cruzas entre emprendedores y machos alfa, los valores de la competencia como forma virtuosa de vivir, exaltar a los grandes predadores de riquezas, sean financieros o narcos, y la ilusión de un presente perpetuo, vacío de opciones internas de cambio.
El presente rediseña al pasado, una genealogía de raíces en el libre mercado,[2] la democracia representativa y la supremacía del ego sobre toda vida. Y el futuro tiene que ser igual, una clonación cada vez más recargada de lo que ya existe. Así se puede decir, con Margaret Thatcher: “No hay alternativa”, o bien, con Fukuyama: “Es el fin de la historia, muchachos”.
Ya desde su despliegue, el presentismo tuvo grandes fisuras que no amoldaban de todo: el emerger de un capitalismo aun más devorador hacia afuera e incluyente hacia segmentos de su propia población, bajo control del Partido Comunista Chino y los grandes conglomerados propios que le hicieron la competencia en serio. Y que, como fruto de ello, abrió la experiencia insólita de gobiernos en América del Sur que buscaron otras alternativas a la forma histórica, financiera y depredadora del capital actual. Además, desde 1999 en Seattle saltaron los movimientos contra esa globalización de Occidente, su inmensa carga de desigualdad y las afectaciones ecológicas al planeta.
México atravesó los siglos con una creciente diversidad de identidades y movimientos, pero con graves problemas de articulación entre ellos: las diversidades de género, de opción sexual, además de dos cauces muy profundos y no siempre visibles en su gran potencia, me refiero al feminismo y los movimientos indígenas, de carácter radicalmente reformatorio y de larga duración, que pueden abrir las puertas de otro orden sistémico, pregonado por las múltiples expresiones de las mujeres, no sólo de las feministas, y de las luchas territoriales en defensa de los recursos y derechos de los pueblos. Éste es, sin embargo, un bullir de causas que se inclinan a encerrarse en sí mismas, a construir comunidades pero sólo con los que comparten sus peculiares construcciones identitarias. La época del gran Ego se desdobla al plano social.
Es en ese contexto donde, siguiendo a François Hartog, se abre una crisis de régimen de historicidad, la única alternativa prevalece, pero brotan diversas búsquedas. Decir crisis no significa caídas automáticas, sino campos de lucha que destraban el control del tiempo: el presente perpetuo puede ser modificado. Y Fratelli tutti muestra sus dos lados luminosos: imaginar una fraternidad no sólo local sino global que construya otra comunidad humana, que abra otro futuro, y a la vez, el impulso para salirse de los egos individuales y sociales, para crear lazos y puentes en el inmenso archipiélago de las identidades cerradas.
Me detengo en tres breves párrafos de Fratelli tutti donde el discurso levanta tres andamios para mostrar algo posible, aunque nada visible, la obra en común que nos trasciende.
“Siempre, junto al derecho de propiedad privada, está el más importante y anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, el derecho de todos a su uso”.[3] Francisco, ante el ídolo dominante de la propiedad privada, llama a reconocer la existencia de lo común a todos, los bienes de la tierra y el derecho de todos a su uso. Algo que atraviesa todas las diferencias: “Este enfoque, en definitiva, reclama la aceptación gozosa de que ningún pueblo, cultura o persona puede obtener todo de sí. Los otros son constitutivamente necesarios para la construcción de una vida plena”.[4] La consideración de que la humanidad entera está en el mismo barco, todos son dignos, valiosos, todos deben contar con formas de participar en la “construcción de una vida plena”.
Y finalmente, el camino: “Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles”.[5] Me detengo y subrayo los caminos eficaces que las hagan realmente posibles. Se refiere a un estar en el mundo en relación con otros, un trabajo comunicativo, una praxis, una labor que traza el cauce para la amistad social.
Y cierro con lo siguiente: “Cualquier empeño en esta línea se convierte en un ejercicio supremo de la caridad. Porque un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en ‘el campo de la más amplia caridad, la caridad política’”.[6] Con ello Francisco hace un enriquecimiento sustantivo, pasar del acto individual al acto colectivo, a la conjunción de quehaceres con una tarea común. Así se plantan los tres andamios: compartir el común, estar en el mismo barco y ser todos necesarios y valiosos, y abrir los caminos para construir esta comunidad imaginaria, más allá de naciones, partidos, jerarquías, dominaciones, intereses, razas y credos.
La teología de la liberación y las comunidades eclesiales de base: a reeducarse todos
Quiero ahora llamar su atención respecto de lo siguiente: esta propuesta que abre el presente perpetuo a otros futuros tiene procesos históricos detrás que muestran sus alcances, sus problemas y sus riesgos. En México, como en otros países, las décadas de los setenta y ochenta del siglo XX registraron importantes movimientos sociales, pluriclasistas, en muy diversas regiones, que corrieron en paralelo y a veces en confluencia con la extraordinaria experiencia de las Comunidades Eclesiales de Base (CEB), ocurrida en varias diócesis del norte, centro y sur del país, con una continuidad sorprendente desde entonces a la fecha, aunque ahora, con segmentos disminuidos, de gente de edad, y con escasa relación con otros agrupamientos sociales. Aún se publica, sin embargo, su periódico El Mosquito. Pero tuvo sus años maravillosos en las décadas aludidas. Sobre ese proceso singular quiero señalar, de manera breve, asuntos que le importan a este presente, y que muestro en tres actos.
Primer acto
La inquietud social de la Iglesia tuvo un momento anterior a Medellín con el Secretariado Social Mexicano, que desde los años cincuenta y sesenta creó diversas organizaciones avocadas al trabajo popular. El Frente Auténtico del Trabajo (FAT) y el Centro Operacional de Vivienda y Poblamiento A. C. (COPEVI) son dos de sus organizaciones más consolidadas hasta la fecha y parte de una sociedad civil popular y religiosa. El año de 1966 en Brasil fue fundacional para crear la experiencia de contacto popular y de trabajo de base con equipos. En México fue decisiva la presencia de Pedro Rolland y Luis Genoel en la diócesis de Cuernavaca, así como las visitas de José Marins y su equipo pastoral brasileño.
De manera paralela, el arranque de los años setenta mostró una explosión de la diversidad con múltiples pequeñas luchas sindicales, campesinas y de colonias. Eran descontentos acumulados a lo largo del Milagro Mexicano que se conjuntaban con aires inciertos de reforma social del gobierno federal, que intenta regular corporativamente el malestar, pero que despertaban expectativas sociales más allá de ello; y la coincidencia, como en el 58, de tres grandes sindicatos de industria, electricistas, ferrocarrileros y mineros, a los que se suman los novísimos sindicatos universitarios que piden democracia sindical, todo ello en 1971. Es un estallido sin mayores conexiones que las ofrecidas por los abogados defensores, los grupos solidarios como el FAT, las nacientes organizaciones de defensa de derechos humanos y los gérmenes de lo que luego se llamaría la “izquierda social”, una multitud de corrientes ideológicas alimentada por activistas universitarios y del Politécnico, profesores y estudiantes, un pulular juvenil donde los más viejos no rebasaban los treinta años.
Mismo tiempo y otro carril: entre 1972 y 1973 se celebraron las primeras conferencias mexicanas para tratar la cuestión de las CEB en ciudades como Celaya, Querétaro, Nueva Italia, Uruapan. Su propósito fue claro: conocer el avance de los trabajos orientados a la creación de dichas comunidades eclesiales en el Bajío, con población muy católica y no necesariamente progresista, concentradas no en los contextos y entornos parroquiales sino en los documentos del Concilio Ecuménico Vaticano II, la reflexión bíblica (que era parte de una ola de lecturas del gran libro que también desarrollaban los evangélicos y los cristianos carismáticos) y con un marcado acento asistencialista hacia el trabajo popular y pastoral en las parroquias.
Segundo acto
Regresemos al carril de las luchas populares. En esos años y hasta 1975, a la vez que se expanden las cientos y miles de luchas por salarios dignos, tierras rurales y urbanas y accesos a la salud, la educación y el abasto, empiezan a surgir las primeras experiencias de coordinación importantes: el Comité de Defensa Popular en Chihuahua, el Frente Popular Tierra y Libertad, la COCEI y la COCEO en Oaxaca, la Unión Campesina Independiente de Veracruz, el Frente Popular de Zacatecas, el Campamento Tierra y Libertad de San Luis Potosí, la Coordinadora Obrera de Ecatepec y el Movimiento Sindical Revolucionario. En un medio erizado de desconfianza, de grupos políticos orientados a cooptar y cabalgar movimientos, de luchas ideológicas de afiliaciones entre un universo de trotskistas, leninistas, comunistas, anarquistas y maoístas, se fue abriendo paso la urgente necesidad de coordinar asuntos concretos, la solidaridad, la denuncia, las asesorías técnicas y legales. Pese a muchos momentos de conflicto violento contra liderazgos corporativos, empresarios acostumbrados a la sobreexplotación y al mal pago y terratenientes con guardias blancas, se perfilaba un movimiento pacífico, legal, de movilización pública y que fue aprendiendo el arte de resistir las represiones, de negociar salidas y la amargura de las derrotas.
Estos corredores de contacto, de intercambio, de contagios y de influencias crecieron con la experiencia del Frente Nacional de Acción Popular (FNAP) impulsada por la tendencia democrática del SUTERM, que contaba con un programa propio, la Declaración de Guadalajara de 1975, y donde coincidirán las clases medias recién sindicalizadas de la UNAM, múltiples contingentes obreros y destacamentos campesinos. También surge el Frente Popular Nacional, impulsado por las diversas plataformas regionales, pero no coagula. Lo que resta de los setenta y el entronque con los ochenta registran importantes agrupamientos ya no de carácter nacional y pluriclasista sino sectoriales, aunque de gran trascendencia: sólo menciono a la Coordinadora Nacional Plan de Ayala, la CONAMUP, la CNTE, COCINA, FAT y dos frentes amplios, el Frente Nacional contra la Represión (FNCR) y el Frente Nacional en Defensa del Salario, Contra la Austeridad y la Carestía (FNDSCAC), en el tránsito entre López Portillo y De la Madrid. Está también el referente de la Asamblea Nacional Obrera, Campesina y Popular (ANOCP).
Tercer acto
Regreso a la ruta de las CEB. La gran modificación en el estilo de trabajo y la redefinición de objetivos ocurre entre 1973 y 1981. De los textos de la Iglesia se pasa al imperativo de conocer la realidad, más bien las realidades en que se asientan los movimientos sociales de colonos, campesinos, pueblos indígenas, de obreros, y muchos otros. Su objetivo acentúa el valor de Jesús para combatir realidades de opresión, la lucha por la dignidad de la gente y sus organizaciones y el compromiso con la liberación. A la vez que crecen las CEB se van diferenciando de los religiosos carismáticos y de los evangélicos con sus ofertas de progreso individual y de autoayudas. Junto a la organización y la dignidad, se requiere cambiar el sistema. Eso hace la diferencia.
Se van precisando dos líneas de trabajo: una en relación a las jerarquías y las parroquias, dentro de la cual los obispos progresistas de Torreón, Oaxaca, Morelos y Veracruz refuerzan el acompañamiento de las parroquias y las mismas comunidades eclesiales de base. Por la otra, se abren las relaciones con organizaciones sociales que comparten valores parecidos y objetivos inmediatos. Las CEB poco a poco se suman con diversa suerte en las coordinadoras y frentes que la pluralidad de las luchas va creando en colonias proletarias urbanas, ejidos y comunidades y fábricas de varios cordones industriales. En la Ciudad de México, el norte y la gran zona aledaña de los municipios industriales y conurbados del Estado de México. En Cuernavaca el CIVAC, en Torreón las colonias populares, en La Laguna pueblos y ranchos además de zonas urbanas.
Conocer la realidad requiere escuchar y promover el protagonismo de la gente del común según su cultura y sus formas organizativas preexistentes. Aprender cómo formulan sus demandas y aspiraciones: en ese entonces la ciudadanía aún no aparece como lenguaje social o político central. La justicia social es un valor implantado por la Revolución mexicana; sin tener ideas liberales la gente se siente con derechos, pues hubo una revolución: aspiran a una vida digna, a que se les otorguen tierras para cultivar, a vivir en las ciudades controladas por los mercados inmobiliarios, a contar con agua potable, escuelas y hospitales para sus hijos, a la protección de la Ley Federal del Trabajo, a resistir con la organización y la ley la represión que ejercen empresas, terratenientes rurales y urbanos, a oponerse a los proyectos turísticos de gran calado de caciques y presidentes municipales, la terrible geografía del poder despótico, plural e inmenso, que se asienta en todo el país.
Se fortalece así un perfil de trabajo ideológico entendido como una pastoral de liberación, dispuesta a crear organización, conciencia y dignidad, bajo la dirección espiritual de un Cristo que llegó a la tierra a sembrar la semilla de la liberación ante la opresión. Con sus matices, y en otros lenguajes, esas definiciones también aparecían en segmentos de la izquierda social laica en la imagen de construir el poder popular: analizar, decidir, actuar por los colectivos autónomos y sus asambleas. En una versión religiosa y en otra laica, la poli de la época se transformaba, el presente dejaba de repetirse implacable.
Final
Los contactos de las CEB y las organizaciones laicas, las coordinaciones y los frentes, generaron los espacios donde no pocos tomaron la palabra por vez primera en reuniones colectivas, expusieron sus reflexiones, aprendieron formas de trabajo y coordinación de varios frentes, dijeron la palabra “compañero” a desconocidos, vieron la democracia como un asunto de sus propios organismos y de otra forma de vida... Todo ello se nombró “democracia social”. Algunos militantes religiosos se cambiaron a las organizaciones laicas, y no pocos laicos se acercaron a las CEB. Hubo una transformación cultural desde abajo a través de los corredores culturales de las coordinaciones y los frentes, donde se contagiaban de otros saberes y sensibilidades; hubo también su contrario, los apresados por la “lucha ideológica” concebida como inmunización ante el otro, aunque fuese el camarada de lucha.
Fratelli tutti y los movimientos actuales
Concluyo con tres puntos. El primero, vivimos esa lucha por el control del tiempo, es posible abrir futuros y Fratelli tutti es una gran convocatoria para hacerlo. Sin embargo, son otros tiempos. La jerarquía de la Iglesia, en reacción a Francisco, se atrinchera, se hace más jerárquica y no simpatiza con la amistad social. Luego, que habitamos atmósferas de malestar, descontento y rebeldía que ya se expresan en México a través de la votación de julio del 2018, pero que aún no florecen como una gran diversidad en movimiento, aunque cuenten con esos poderosos brazos del movimiento de las mujeres y de la defensa de los bienes comunes y territorios. ¿Puede abrirse otro ciclo de oleadas sociales? Es la pregunta que nos mantiene en vigilia. Y en tercer lugar, estamos en un momento cultural singular: en el archipiélago de la gran diversidad no se acostumbra construir pasajes entre actores y movimientos distintos. Las posibles reacciones una vez que se expanda la buena nueva de Fratelli tutti pueden ser diversas. La primera dificultad es que no se sientan mencionados de manera correcta, o de plano que se consideren ignorados. Como si Fratelli tutti fuese un espejo capaz de reflejar la inmensa diversidad, ese mapa de Borges que terminaba por dibujar exactamente toda la tierra. “No dice Hermanas”, se dijo en Italia con razones poderosas dentro del discurso hegemónico actual, la particularidad es la reina. La segunda gran dificultad es que no se trata de incluirse en algo que ya existe, sino que las mil lenguas de los movimientos se propongan una tarea común, un propósito que los trascienda, que es construir la gran comunidad de las fraternas y los fraternos.
Según alcancé a esbozar, o eso espero, ésa no es sólo una tarea teórica o bíblica, es un asunto principalmente de construcción, de encuentros, de intercambios de lenguajes y de prácticas.[7] Y para ello es preciso impulsar, en un medio aterido, pandémico, tentado a encerrarse e inocularse ante todo lo “ajeno”, la apertura de corredores, puentes, vínculos, de espacios y valores donde la inmunidad no sea una barrera infranqueable, sino, como recuerda Roberto Esposito, funcione como nuestro sistema inmunitario corporal, que protege, pero no aísla, sino en todo caso filtra contactos tan fundamentales como el abrazo, el beso, el encuentro cara a cara, donde las comunidades preexistentes, las identidades cerradas, vuelvan a las viejas tareas de trascenderse en la práctica y en el discurso y a construir lo público y lo común.