El gran capital con Hitler

ENVIADO POR EL EDITOR EL Jueves, 07/11/2024 - 19:18:00 PM

Jacques Pauwels, El gran capital con Hitler, traducción de Fina García, Quito, Edithor, 2019


Ángel Chávez Mancilla*

 

El historiador de origen belga y residente en Canadá, Jacques R. Pauwels, publicó en 2017 Big Business and Hitler, cuya traducción al español apareció en 2019 y fue titulada El gran capital con Hitler. La investigación se centra en la pregunta: ¿a quién benefició el gobierno de Hitler?, cuya respuesta lleva la pesquisa al estudio de los beneficios económicos y políticos generados por dicho régimen, con lo que se pone en escena a un actor colectivo que se encuentra ausente en la mayor parte de la historiografía sobre el régimen nazi: los dueños de los monopolios.

 

En la primera parte del libro, dedicada al impulso que el gran capital dio al Tercer Reich, se describe el temprano apoyo de los empresarios alemanes a Hitler, quien desde la década de 1920 ya contaba entre sus mecenas a magnates como Heckmann, Bruckmann y Bechstein. Sumado a esto, se retrata que en la misma década obtuvo también el respaldo de grandes businessmen estadounidenses que aplaudieron su proyecto, por ejemplo, el publicista William Randolph Hearst.

 

El autor propone que, entre los motivos por los que Hitler recibió el apoyo de los empresarios, destaca que lo consideraron la mejor opción política para obtener sustanciosos beneficios, lo que se cumplió años después, cuando los monopolios se enriquecieron gracias al empeoramiento de la situación de los trabajadores alemanes, y más todavía de la utilización de trabajo forzado o esclavitud que realizaban los prisioneros de guerra. Como demostración se mencionan los monopolios alemanes y estadunidenses de la ramas automotriz, química, minera y del acero, que se vieron beneficiados de este tipo de explotación, y para quienes la guerra abrió un mercado beneficioso en demasía.

 

Una vez planteados los motivos por los que Hitler llamó la atención de los empresarios, el autor describe la situación que le permitió ascender al gobierno gracias al consenso del gran capital, que decidió impulsarlo como la opción más favorable a sus intereses ante los estragos de la crisis de 1929 y el constante ascenso del Partido Comunista de Alemania. La relación entre Hitler, la gestión capitalista del Partido Socialdemócrata de Alemania durante la República de Weimar, y la posterior represión a socialdemócratas y comunistas también es retratada como producto del interés del capital.

 

En este apartado del libro se refuta la concepción personalista de que los planes de guerra son sólo atribuibles a las concepciones ideológicas de Hitler y se traen a cuenta los intereses de los monopolios. De igual forma, se debate la idea de que el gobierno nazi ejecutó políticas de un “Estado de bienestar”, y la afirmación de que los empresarios fueron sometidos por el gobierno y no cómplices. Para demostrar su posición el autor refiere datos de las ganancias que obtuvieron las empresas antes y durante la guerra, mientras los trabajadores caían en la pobreza.

 

La segunda parte del libro está dedicada a estudiar las relaciones de los monopolios estadunidenses con el proyecto político de Hitler. Inicia con la exposición de la temprana interpenetración del capital estadounidense y el alemán por medio de fusiones, consorcios y venta de empresas y bancos alemanes a los estadunidenses y viceversa. Para comprobar este proceso, Pauwels destaca casos famosos de monopolios con asiento en Estados Unidos que fueron tempranos colaboradores del proyecto fascista de Hitler, como la Standard Oil, IG Farben, Ford, General Motors, DuPont, National City Bank, IBM, ITT.

 

Una vez que el autor explicó la interrelación de los capitales y situó las políticas de Hitler como una forma de garantizar los principales intereses de los empresarios, completa el cuadro recordando que algunos de los más poderosos miembros de la cúpula empresarial estadunidense habían mostrado afinidad a Mussolini y, por tanto, no fue extraño que luego hicieran lo mismo con su contraparte alemán. De este modo, aunque el autor se detiene en algunas particularidades, su explicación se salva de encerrarse en el marco de los aspectos subjetivos, que identifica como derivados y no como el móvil principal: “el entusiasmo por Hitler fue mucho menos una cuestión de personalidad que de relaciones sociales y económicas”. Sin embargo, esto no le impide mencionar algunos ejemplos de empresarios estadunidenses que compartían no sólo las posiciones anticomunistas de Hitler, sino también el antisemitismo y la idea de una gestión autoritaria.

 

Otro aspecto relevante del segundo apartado del libro es la demostración de que el apoyo del gran capital estadounidense al nacionalsocialismo alemán no se interrumpió cuando ambos países entraron en guerra. Esto sucedió porque no convenía a los monopolios perder las ganancias generadas por la producción de corte bélico, razón por la que algunos empresarios eran partidarios de la extensión de la guerra. Así pues, el autor establece la constante colaboración del capital estadunidense con Hitler en la década de 1920, por medio del financiamiento de las actividades políticas y grupos paramilitares del futuro dictador gracias a los donativos que fluían a través de las empresas filiales en Alemania y por aquellas en las que el capital estadounidense tenía buena parte de acciones. Para la década de 1940 el apoyo se expresó con la ininterrumpida producción de los insumos necesarios para continuar la guerra.

 

Además de exhibir los acontecimientos históricos, Pauwels debate con las concepciones historiográficas que buscan desligar los monopolios estadunidenses del ascenso del régimen nazi y sus crímenes, como la visión que niega que aquéllos se beneficiaron del trabajo esclavo de los prisioneros de guerra, de la producción de armas para Hitler y del mercado que la guerra generó. Demuestra que los monopolios estadounidenses nunca fueron privados de sus dependencias en Alemania, que gestionaron desde países neutrales durante la guerra. También da cuenta de que en las operaciones militares se respetaron las empresas de capital estadounidense y únicamente de forma excepcional fueron destruidas por bombardeos. Ello permite al autor conectar estos intereses con la movilización de las fuerzas de Estados Unidos para evitar que el ejército soviético ocupara más territorio, lo que tenía importancia geopolítica, pero también económica, pues significaba la pérdida de capital invertido en las plantas de producción.

 

Este segundo apartado del libro cierra con una reflexión sobre la culpabilidad de los empresarios, pero no se remite a elementos morales para explicar la actuación de éstos, sino que enfoca la cuestión desde una perspectiva material que devela detrás de las acciones humanas la necesidad de los magnates de responder a la dinámica capitalista que exige maximizar los beneficios a costa de trabajo esclavo y pauperismo de los obreros, aunque no por esto el autor retira la culpabilidad de los dueños de los monopolios. Esto le permite señalar que el problema del nazismo debe ser comprendido con el trasfondo de la dinámica capitalista, y se encamina a señalar que la existencia del capitalismo implica la latente posibilidad de que se repita una situación similar si así lo requiriera la situación económica.

 

El epílogo, “La historia, ¿una bobada?”, es una invitación a reflexionar sobre los intereses políticos, económicos e ideológicos que subyacen a las corrientes de interpretación dominantes, que buscan evadir la responsabilidad que el gran capital tuvo en el surgimiento y desarrollo del gobierno nazi en Alemania, así como las responsabilidades de los monopolios y específicamente de los empresarios. La crítica a esta historiografía no se queda en el ámbito teórico, sino que da ejemplos de captación de investigadores, secciones y departamentos de historia de universidades estadunidenses que, por medio de las fundaciones de los monopolios, fomentan la publicación de interpretaciones complacientes al gran capital y alejadas de las interpretaciones materiales, y más de las marxistas.

 

De esta forma el libro cierra acentuando que la historia sigue siendo un campo de batalla en que las producciones historiográficas no pueden ser analizadas de forma ingenua, divorciada de los intereses materiales y políticos de autores e instituciones y de quienes financian las investigaciones.

 

* Posgrado en Historia y Etnohistoria, ENAH.