Evocar la libertad política, cultural y visual

ENVIADO POR EL EDITOR EL Viernes, 08/11/2024 - 11:38:00 AM

Abraham Nahón, Imágenes en Oaxaca. Arte, política y memoria, Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca / Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2020


Rebeca Monroy Nasr[1]

 

Abraham Nahón nos sorprende con este libro (en esta segunda edición, revisada y ampliada), ganador del premio en Ciencias Sociales 2015, otorgado por la Universidad de Guadalajara, el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) y la Cátedra Jorge Alonso. Esta versión de la que fue su tesis doctoral nos muestra los caminos y complejidades de trabajar la historia social, cultural, plástica, artística en su natal Oaxaca. El libro busca encontrar, desde sus raíces, las condiciones vinculadas al contexto social, político y cultural que han permitido emerger a figuras sustanciales de un arte nacional, en el cual destaca la fuerte presencia de la cultura oaxaqueña. Esas identidades transfiguradas, trasmutadas que nos han dado visibilidad más allá de las fronteras, son las manifestaciones artísticas, plásticas, fotográficas. El autor cava profundo y con ello va generando la lectura histórica de las imágenes. Logra observar, desde un horizonte crítico y agudo, un México que abarca desde la gran riqueza prehispánica hasta las artes más contemporáneas.

 

Impresionante por su densidad conceptual, metodológica y analítica, el texto fue dividido en cuatro capítulos. El primero, “Panorama de la cultura y las artes (visuales) en Oaxaca”, contiene sus propuestas de identidad, visión “edénica” de Oaxaca, la institucionalización y sacralización del arte y la resistencia como elemento central de su discurso. En un segundo momento, “Los protagonistas y socialidades conflictuadas en la plástica en Oaxaca”, analiza el muralismo, desde Tamayo como afluente antagónico que recupera en real dimensión, hasta Francisco Toledo, Rubén Leyva y Alejandro Santiago como artistas paradigmáticos por sus acciones sociales y sus quehaceres artísticos. En el tercero trabaja sobre los “Colectivos de arte en Oaxaca: del grafiti a la gráfica contemporánea”, dando paso a entender la importancia de la formación de grupos en diferentes áreas de las artes visuales y el surgimiento de colectivos, sobre todo en 2006, con el movimiento social oaxaqueño del magisterio y la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO). Se refiere a espacios como el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), talleres de gráfica y colectivos como ASARO, Alalimón, Tlacuache, Bicu Yuba, Penelópe, Lapiztola, Arte Jaguar, Tlacolulokos, entre otros; o agrupaciones como la de los fotógrafos reunidos en Luz 96, que fue absorbido por el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo. La cuarta parte, “La dimensión sociocultural de la fotografía en Oaxaca y la construcción de una memoria visual en disputa”, es una de las más interesantes para los que habitamos la vida fotográfica, más adelante veremos por qué.

 

A lo largo del libro, Abraham Nahón muestra cómo la sociología puede y debe trabajar con el tiempo histórico, con los antecedentes para llegar a un presente inmediato. Y en ello se centra el autor para mostrarnos cómo al viajar en el tiempo logra develar y deconstruir los discursos hegemónicos institucionalizados y difundidos desde tiempos inmemoriales. Para ello, recorrerá desde la época prehispánica hasta el año 2006, fecha emblemática y definitoria en la vida de los oaxaqueños y de muchos otros, pues con un movimiento social fuera de serie dieron la vuelta al mundo, buscando encontrar justicia, equidad y equilibrio en las relaciones laborales y humanas.

 

Es un texto estructurado con bases muy sólidas donde al autor discute y se apoya en pensadore(a)s, teórico(a)s e historiadore(a)s relevantes como Theodor Adorno, Walter Benjamin, Gisèle Freund, Susan Buck-Morss, Roland Barthes, Marc Augé, Bolívar Echeverría, Maurice Halbwachs, Herbert Marcuse, Susan Sontag, Georges Didi-Huberman, Nora Rabotnikof, Ana Longoni, John Mraz, entre muchos otros a quienes les otorga un espacio del andamiaje a desarrollar para este trabajo tan fino, amplio y puntual.

 

Es decir, el autor nos muestra cómo ese estado del sur de México que se llama Oaxaca puede ser el epicentro y gestor de movimientos artísticos y culturales detonadores, no alienados ni hegemonizantes, que van de la “periferia” nacional a la esfera internacional. Porque así es Oaxaca y su producción plástica, que incide en el mundo cultural rebasando fronteras. Pone de relieve la fuerza del materialismo histórico y dialéctico como marco conceptual y trabaja los diversos temas de lo macro a lo micro en un constante ir y venir. El elemento permanente es justamente el contexto que conoce y desarrolla de manera profusa, lo que le brinda la referencialidad y la claridad necesaria en cada página del libro. Debo decir que no es un material de fácil lectura; al contrario, quien ha leído a Benjamin y sus pasajes sabe de lo que hablo; baste recordar ese maravilloso texto del “aura” y la época de la reproductibilidad técnica que el pensador anunció con una madurez inusual antes de morir a los 48 años. Abraham Nahón ha introyectado a sus autores: los cita, los refiere y los pone en la palestra cuando es necesario.

 

Así va cosiendo, tejiendo, bordando y poniendo el dedo en la llaga, porque usa términos y un lenguaje que recupera por un lado, al tiempo que crea y sugiere por el otro; palabras que definen con claridad lo hegemónico y antihegemónico, lo gubernamental institucional, lo disfuncional, lo turístico, lo que le resta dignidad e identidad a los oaxaqueños. Cuestiona la “guelaguetzificación de la oaxaqueñidad” (p. 36 et al.), o bien, las maneras que han adoptado algunos productores visuales para dar cabida a una visión folclorizada y totalizadora del indigenismo, de los mitos, de las presencias zoomorfas en las obras construidas con lenguajes que penetran en el streaming del arte, sin la esencia y la calidad que han tenido otros artistas de la resistencia evocados por el autor en cada episodio.

 

Nahón cuestiona también la genialidad del artista, claro está, pues sabe que se parte del trabajo y del aprendizaje, vinculados con un ingrediente más: la concientización de los contextos históricos, sociales y visuales que preñan las imágenes de un elemento más clarificador, como en las “imágenes sociotelúricas”, como las llama. Cuestiona sobre todo el mercado del arte, en el ámbito del valor de uso, valor de cambio y valor estético, imágenes en reposo, imágenes en lucha, tiempos de creación, del disenso, del despertar con los horizontes de resistencia. Contra la toxicidad política, aborda la disrupción, colectivización y carácter contestatario de las imágenes.

 

En una especie de flash back, parte de 2006 hacia atrás para reconstruir y romper el continuum de la historia, con horizontes en resistencia y su desmontaje. Va esclareciendo las políticas culturales de su estado para comprender el mercado del arte, de las galerías, de las exposiciones y la función que han tenido en cada etapa del desarrollo de la plástica oaxaqueña. Momentos luminosos de artistas visuales que han decantado desde otro imaginario, sin poner a la venta ni pisotear o mercantilizar el sentido de sus obras cuestionando lo hegemónico del arte oaxaqueño. Mientras unos artistas fundan su trabajo en la necesidad expresiva y comunicativa, otros han entrado en el estilo del trabajo de sus antecesores, pero con un sentido meramente mercantil. El autor analiza las diversas etapas que ha vivido la bella Oaxaca, como capital, teniendo el privilegio de contar con la presencia de Francisco Toledo, ante la de otros personajes como Harp: capacidad de negociación que se ejerce en pos de la defensa de los pueblos y sus costumbres, antes que verse avasallados por la voracidad del mercado.

 

Así, la gran fama nacional e internacional de Toledo y su talento negociador —de quien por cierto aparece en este libro una excelente biografía político-artística— le permitieron la defensa interna de su historia matria para la producción y realización de museos, de centros de arte como el IAGO y el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo (CFMAB), en donde se realiza resguardo fotográfico de gran altura, considerado patrimonio nacional. La conservación y difusión de obras de arte contemporáneas, prehispánicas y coloniales permiten que el estado tenga memoria viva de su pasado.

 

Es muy visible el talento de los oaxaqueños, de origen mixteco, zapoteco y de otros grupos; son admirables sus raíces prehispánicas, su temple colonial, su defensa contemporánea, la presencia política de la COCEI (Coalición Obrera, Campesina, Estudiantil del Istmo) desde los años setenta, de un pueblo como el juchiteco, que erige su defensa de manera clara como el primer territorio libre de México. Es pues un texto que abre la puerta a la comprensión del arte pictórico, escultórico, gráfico y fotográfico de la entidad y sus regiones.

 

Debo confesar que me emocionó particularmente la sección referida a la dimensión sociocultural de la fotografía y la memoria visual en disputa, con los recuentos históricos de cómo se obtuvieron los medios para impulsarla, de los personajes que se encargaban de hacerlo y, sobre todo, de su desarrollo. Un desfile de artistas gráficos, muchos de ellos bajo la mirada del fotógrafo Roberto Donís. El autor revisa con cuidado a los primeros viajeros fotógrafos y a los que han visitado el estado y sus regiones; a los que se sintieron atraídos por Juchitán (y el istmo de Tehuantepec), un pueblo atractivo para los viajeros. Fotógrafos como Tina Modotti y otros más que con el tiempo visitaron la región, como el propio Manuel Álvarez Bravo, quien realizó ahí una de sus imágenes más emblemáticas de todos los tiempos: Obrero en huelga, asesinado, de 1934 (de la que David Fajardo ha realizado un interesante análisis en su tesis doctoral). Y cita a fotógrafos como Graciela Iturbide, Flor Garduño, Lola Álvarez Bravo, Nacho López, Juan Rulfo y un sinfín de nombres, en una especie de biografía visual del lugar. “Miradas antropológicas, documentales, poéticas que atisban la ciudad o se internan en las comunidades”, como señala Abraham Nahón (p. 249). Menciona la exhibición de la VI Bienal de Fotografía en 1993, antes de la apertura del Centro de la Imagen, el 4 de mayo de 1994, con Patricia Mendoza al frente (p. 258). Esta parte del libro permite conocer y apreciar a los pintores que refiere el autor, a los fotógrafos y a otros artistas gráficos; da aire, vuelo y mucho espacio para comprender lo que sucedía con los oaxaqueños y los adoptados. Para ello presenta una biografía laboral de la fotógrafa experimental Cecilia Salcedo, del combativo e irredento fotógrafo social Jorge Acevedo y del oaxaqueño comprometido Alejandro Echeverría.

 

Sobre las imágenes en disputa, el libro contiene un análisis profundo del trabajo que se lleva a cabo en ese estado del sur mexicano, que nos trae cada vez mejores noticias deportivas, como la de los niños mixes o triquis que practican baloncesto sin zapatos y que resultan increíbles en sus formas y estilos; las cinematográficas, con Yalitza Aparicio en el mundo hollywoodense; las musicales, con los maravillosos intérpretes que tocaban coplas europeas y nacionales en el proyecto que impulsó Ignacio Toscano, eventos que se celebraron por una década bajo el nombre de Instrumenta, con un éxito inusual. También con los combatientes maestros de la APPO, que dan muestras de valor y de una oposición clara y definida.

 

Este libro nos enseña cómo defender el terruño, defender lo auténtico lejos del folclor, defender lo suyo, lo nuestro, las claves de la identidad y del orgullo, cuando los artistas se apropian de un retrato de Benito Juárez y lo transforman en un personaje punk, de una foto de Graciela Iturbide y la hacen un grabado, del obrero en huelga muerto y lo “reviven” en paredes con gráfica y métodos alternativos y lo actualizan en el 2006, setenta y dos años después. Pero más aún, cuando la fotografía de Félix Reyes Matías, el cuerpo inerte del Primer asesinado del 10 de agosto de 2006, vuelve a mostrar la crudeza y violencia del régimen en turno. Señala el investigador Nahón: “El fotógrafo aísla una realidad, pero a la vez la concentra en un instante como un relámpago que alumbra el presente” (p. 276).

 

Así de vigente es el arte que se propone en Oaxaca desde la veta alternativa, con su forma de trabajo colectivo e individual. El libro de Abraham Nahón pone en claro dónde está su mirador para ejercer la defensa de una historia que habla justo de los sentimientos de la nación, como señala Carlos Martínez Assad. Pues no sólo se ocupa de su estado, sino que atañe a la nación, en la preocupación por conservar, generar y promover un arte más allá de lo inmediato, pensado a largo plazo en el sentido de lo liberadoras que son la plástica, la gráfica, la fotografía, las imágenes memoriosas, las “sociotelúricas” que sacuden las conciencias. Pensar la urgencia de un destino claro, conciso, reflexivo, convencidos de la necesidad de una vida mucho mejor para nuestra población, lejos de la mirada conductora, hegemónica, arrasadora, incapaz, inmovilizadora, que revela el malestar y la barbarie, para encontrar salidas hacia un mejor país. Evocar y activar la libertad política, cultural y visual que forma parte de nuestras historias.

 

[1] Dirección de Estudios Históricos, INAH.