Carta para el homenaje a Dolores Pla Brugat
ENVIADO POR EL EDITOR EL Jueves, 30/01/2025 - 18:05:00 PMLeticia Reina*
México, D.F., 21 de agosto de 2014
Hola mi querida Lola, hoy hace un mes que partiste, sin embargo te sigo viendo en el estrado del Palacio de Calimaya, hoy Museo de la Ciudad de México, donde se inauguró la exposición del exilio español y de la cual tú fuiste la curadora. ¡Qué hermosa, reluciente y plena te veías! Claro, no era para menos. Esta exposición te significaba la culminación de muchos años de investigación, a través de difundir ampliamente tu conocimiento sobre el tema y ponerlo al alcance de todo mundo. ¡Como siempre, tan bondadosa la Lola!
Tus amigas te acompañamos la noche de la inauguración, te felicitamos, te echamos porras y nos despedimos con un fuerte abrazo y un hasta luego, para vernos a tu regreso de Cataluña y realizar todos los planes pendientes: ir a comer una tira de asado, visita guiada de la exposición con las amigas, platicar un nuevo índice para tu libro de los indios y después soltarlo.
Esa noche me quedé pensando que eres muy valiente. Lo eres por muchas cosas, pero en esos momentos reflexioné que a pesar de tener el tema del exilio muy conocido, como nadie, con un manejo extraordinario en todas sus vertientes, desde hace algún tiempo te atreviste a salir de tu zona de confort para emprender una nueva batalla, la de entender a los indios de México en el siglo XX.
¡Uff Lola! Más de cien años de antropología mexicana no han resuelto el dilema de definir que es un indio, ni quiénes, ni cuántos son, a pesar de los censos decenales. Pero tú, desde la sensibilidad especial que te da tu origen étnico, como catalana, percibiste un México oculto pero presente en todo lo mexicano. Así te lanzaste a un nuevo desafío. Y, a contracorriente de la historiografía y de la nueva antropología, te atreviste a decir que México es un país de indios. ¡Chapeau! Te hubiera dicho nuestro maestro Guillermo Bonfil.
Tu reto ha sido demostrarlo, y hoy me encuentro en un aprieto, porque nuestros compañeros de la Dirección de Estudios Históricos me piden que les platique sobre tu investigación de los indios de México en el siglo XX. ¿Y cómo lo puedo hacer si sólo cuento con las pláticas que hemos tenido sobre el tema? ¿En dónde? En cualquier lugar: el cubículo, el pasillo o el jardín de la DEH, pero siempre con un cafecito y en el contexto de nuestro miniseminario de dos, como nosotras lo llamamos. Ahí, se me ocurre hundirme en el cajón de los recuerdos para sacar retazos de nuestras reflexiones y discusiones. ¡Espero no traicionar tus planteamientos!
Desde nuestras más lejanas pláticas, ambas compartimos la angustia por resolver los dilemas que nos planteaba el estudio de un país colonizado. Así, te acuerdas, fuimos consolidando una amistad y entretejiendo un diálogo en torno a los indios. El recuerdo más lejano se remonta a más de veinte años, cuando regresé después de una estancia de siete años en Oaxaca. Se iba a publicar mi libro Historia de los pueblos indios de Oaxaca y te compartí mi deseo de hacer una historia regional, de larga duración, sobre los zapotecas del istmo de Tehuantepec; platicamos de lo fascinante de esa región y mi preocupación por no entender la etnicidad y la cultura de esa etnia en particular, se salía de todos los esquemas teóricos de la antropología y de los estudios de género. Tu contestación fue ligera pero profunda, como siempre. Me diste a leer la historia de Cataluña. ¡Increíble! Ahí encontré la respuesta para comprender la historicidad de ese grupo étnico. Sí, ¡los zapotecas del istmo son un pueblo fuera de serie en México!
¿Pero qué hay de todos los otros indios y del México verdaderamente indio? Entre reflexiones académicas y vivencias personales fuimos hilando nuevos planteamientos y nuevas investigaciones. Tú a partir del análisis de los españoles en México; yo, desde mis estudios de los indios mexicanos y sus movimientos sociales. Así hemos tejido diálogos; tú formada como historiadora y yo como antropóloga. Pero curiosamente se han cruzado y enredado nuestros hilos de análisis porque tus discusiones son argumentaciones y reflexiones con una mirada desde el siglo XXI, que complementamos con el análisis histórico de mis estudios decimonónicos. Sin embargo, cada una nos hemos mantenido en diferentes redes académicas de interlocución que a su vez han nutrido nuestro diálogo.
Lo interesante sobre tu trayectoria en el tema de los indios en México en el siglo XX es que partiste, según recuerdo, de unas primeras reflexiones sobre la xenofobia y la xenofilia provenientes del estudio de tus españoles exilados en México. Estas ideas te condujeron a pensar en el mestizaje, las razas, lo indio. Leíste mucho sobre estos conceptos y participaste en varios coloquios y simposios, hasta que las mismas categorías te llevaron a preguntarte de manera incansable e incesante sobre la famosa identidad nacional mestiza.
Las preguntas y sobre todo la manera de demostrar que México es un país de indios, no te dejan descansar, Lola. Y empezaste por cuestionar que si lo mestizo era igual a lo mexicano, ¿entonces los indios no eran mexicanos? ¿Cuáles eran unos y quiénes eran los otros? ¿Y los extranjeros? ¿Cuántos eran? Me hacías reír e hiciste reír a mucha gente, según me has contado, cuando en algunos foros académicos, para argumentar la imposibilidad de la existencia de un México mestizo, les decías que los extranjeros, que llegaron a México durante todas las migraciones del siglo pasado, aunque son muchos, resultan ser muy pocos y por lo tanto no pudieron ser capaces de embarazar a todas las indias de México. Esto contado con la gracia y picardía que te caracteriza, encierra una gran profundidad analítica. Así es como te has negado a sostener y defender la idea de la conformación de una población mestiza en México.
Creo que en el intento de definir no sólo las categorías sociales sobre la demostración de quiénes, cuántos y en dónde están los tan ensalzados mestizos que constituye el orgullo de la nacionalidad mexicana, te embarcaste en la gran empresa de cuantificarlos a lo largo de todo el siglo XX. Y para ello has realizado una tarea extraordinaria, al reunir los once censos que van de 1900 hasta el año 2000.
Has trabajado acuciosamente estos censos, Lola. Les has vaciado toda la información posible sobre población, has hecho gráficas de todo tipo, cuadros de la población total, cuadros de población mayores de cinco años, has cruzado variables de tipo lingüístico y cultural. Lo has hecho para demostrar procesos y comportamientos a lo largo de cien años. ¡Ahhh! Y también por décadas para destacar ciertos factores y al final o en el camino, por entidades federativas, por regiones y por grupos étnicos.
Bueno Lola, también me contaste que la única variable constante de medición registrada en todos los censos de la centuria pasada fue la de “hablantes de lenguas indígenas”. Pero caray, los números te hicieron una mala jugada. Con ellos pudiste mostrar cuantitativa y gráficamente el descenso paulatino de la población indígena entre 1900 y el año 2000. ¿Por qué? Porque hay un constante sub-registro en los censo que obedece a muchas variables temporales y regionales que ahorita no vamos a discutir, porque lo importante en este momento es que tú no quieres demostrar que los indios tienden a desaparecer y tampoco que México cada día se fue convirtiendo en un país de mestizos. No, eso no, pero los números dicen lo contrario de lo que tú quieres exponer.
¡Qué locura con este cúmulo de información que has trabajado sobre los censos! ¡Maravilloso material y gran aporte para los estudiosos del siglo XX! Así me dijiste que te lo expresaron tus compañeros a los que en meses pasados les expusiste tus avances de investigación en el Colegio de México. Te han aplaudido en muchos foros pero tú sigues preocupada porque las cifras —con todo el respeto que me merece la historia económica y en particular la historia serial— aunque sólo nos sirven para saber por dónde va la cosa, afirmación que te daba mucha risa cuando yo te lo decía y hasta me citabas en reuniones serias, pero en esta ocasión no te han permitido, ni remotamente sustentar lo que quieres.
¡Te angustias porque no puedes demostrar tu gran acierto sobre lo indio, plasmado en los huesos y en la piel de todo este país que escogiste para vivir! Tu sentencia al dictaminar que México es un país de indios, es mucho más atrevida que la tesis de Guillermo Bonfil sobre el México profundo. Y ya es decir, porque en su momento levantó grandes polémicas. ¿Te imaginas lo que dirán las clases posicionadas económicamente? ¿O lo que cimbrarás en los círculos oficiales cuando publiques tu libro?
Después de observar y vivir en México, con tu especial sensibilidad y mirada crítica, entendiste que la distancia que hay entre el discurso oficial y lo que tú percibes en todos los rincones de este país, se ha encubierto con el gran manto del mestizaje, pero que a fin de cuentas sólo oculta a los pueblos indígenas que supuestamente se han aculturado. Este planteamiento te llevó a leer con fascinación a Manuel Gamio y Alfonso Caso y ni qué decir de tu encantamiento con el censo de 1921, que es el único, de todos los censos del siglo XX que incorporó la variable de autoadscripción. Que importante fue su descubrimiento porque con esta categoría pudiste señalar que era mayor el número de indios que los “hablantes de lenguas indígenas” registrados ese año. Y así también trabajaste sobre el concepto de raza y lo comparaste con los pocos censos del siglo XIX que todavía registraron la calidad étnica de la población.
Luego, nos aparecieron categorías que nos llevaron a discutir ampliamente si la población mexicana tenía un proceso de desindianización, como lo formulaba Guillermo Bonfil, o si tenía un proceso de reindianización como lo planteaba la teoría de los movimientos sociales. A ti te vino muy bien el primero porque sustentaba teóricamente tus hallazgos numéricos y te permitió una explicación para las variables culturales de los censos de 1940, 1950, 1960 y 1970. A mí me parecía que existía un problema de visibilidad e invisibilidad de los indios construido por una tríada entre los propios indios, los intelectuales y el Estado. A ti al principio te gustó la tesis de Bonfil porque definía la desindianización como “un proceso que ocurre en el campo de lo ideológico cuando las presiones de la sociedad dominante logran quebrar la identidad étnica de la comunidad india”. Este proceso se cumple, cuando ideológicamente la población deja de considerarse india, aun cuando su forma de vida lo siga siendo”
¿Y qué pasó después Lola? Te fuiste más lejos al decirme que lo indio está en todo el país y en todos los grupos sociales, que no importa si la gente se autoadscribe o no como indígena, si viste o no huaraches, si habla o no una lengua indígena. Que los mexicanos tenemos tatuado lo indio en nuestra forma de hablar, de pensar y en las formas particulares de organización social: sean públicas o privadas, institucionales, familiares o amistosas, pero que al fin, determinan nuestras muy particulares formas de pensar, de hablar, de ser y de relacionarnos. ¡wow Lola! ¡Esa tesis sí me gusta! Es muy fuerte y va a trascender. ¡Con este planteamiento no sólo niegas el mestizaje biológico, sino también el cultural! Esto sí que es toda una propuesta novedosa y un gran reto a demostrar.
¿Pues qué crees Lola? Te tengo dos noticias: la primera es mala porque se promulgó la Ley de Energética. La segunda es buena porque aunque todavía no lo quieras, tienes que publicar tu libro. Ya no interesan los tiempos institucionales o de Conacyt, lo importante es que tienes que soltar este libro. Así tú me lo has dicho con cada uno de los libros, porque dices que los materiales se tienen que soltar para que la gente los conozca. Enhorabuena Lola, así se darán a conocer tus avances sobre esta temática.
Te quiero mucho y te mando un fuerte abrazo,
Leticia.