Los rasgos historiográficos de una crónica
ENVIADO POR EL EDITOR EL Jueves, 30/01/2025 - 18:49:00 PMGuillermo Turner, Los soldados de la conquista: herencias culturales, México, INAH / El Tucán de Virginia, 2013.
Beatriz Lucía Cano Sánchez*
En las últimas dos décadas se han publicado diversas investigaciones que toman a las crónicas de la conquista como objeto de análisis histórico. Así, por ejemplo, Alfonso Mendiola en Bernal Díaz del Castillo: verdad romanesca y verdad historiográfica expone las estrategias discursivas implícitas en el discurso de los conquistadores, o Tzvetan Todorov en La conquista de América evidencia la manera en que a partir de los textos de los colonizadores se construyó una visión del “Otro”. En esta tradición historiográfica se inserta el texto de Guillermo Turner titulado Los soldados de la conquista, pues el autor analiza las crónicas de los conquistadores para entender la manera en que elaboraron sus representaciones culturales. De acuerdo con el autor, no han sido materia de estudio de los historiadores, quienes las han puesto en un segundo plano pese a que a través de ellas se pueden encontrar manifestaciones e indicios de la concepción del mundo. Bajo este postulado, Turner busca comprender los sentidos históricos de las representaciones culturales de los conquistadores, aunque aclara, con bastante acierto, que ellos no formaban un grupo homogéneo por lo que no se puede pensar que tenían las mismas creencias.
El libro se divide en cuatro apartados en los que se examina la manera en que Bernal Díaz construyó su texto, con base en el comportamiento de los soldados ante los acontecimientos bélicos, la forma en que trataban sus enfermedades y las diversas prácticas supersticiosas a las que recurrieron los conquistadores para preservar su vida. En el primero, “Diversidad de formas y riqueza de contenidos de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”, el autor menciona que Díaz del Castillo escribió su Historia verdadera con la intención de dar cuenta de las “cosas pasadas”, motivo por el que recurrió al término crónica para referirse a su obra, de la cual, por cierto, existen tres versiones: el manuscrito “Alegría”, el manuscrito “Guatemala” y la edición de Alonso Remón. En ellos se advierte la presencia de ciertas reminiscencias de textos primitivos, los cuales seguramente formaron parte de sus probanzas de méritos, pero también se añadieron datos que tendían a justificar y actualizar la información contenida en el manuscrito original; además de que buscó darle un carácter erudito a su texto con la intención de que se le considerara una historia sólida y respetable.
De acuerdo con Turner, se pueden identificar vasos comunicantes con otros textos, lo que no sólo confirma la existencia de un escrito original, sino también la fuerte influencia de una cultura oral sustentada en la remembranza. Es importante mencionar que en la obra de Bernal Díaz se puede apreciar las lecturas que realizó: de historia antigua, de la conquista, de ficción y bíblicas, mismas que le ayudaron a dar forma y sentido a sus propias experiencias guerreras, lo cual resultaba indispensable para refutar los libelos infamatorios que buscaban menoscabar las acciones de los conquistadores. A través de su propia experiencia, y de lo que le contaron otros colonizadores, Bernal proclamó la veracidad de su texto no sólo desde su papel de testigo, sino también reconocía lo que otros habían visto, de tal forma que se podía argüir un consenso generalizado entre quienes transcribían sobre ciertos sucesos
Sin embargo, Bernal Díaz no reprodujo toda la información oral que le narraron, sino que realizó una selección de acuerdo con ciertos criterios de credibilidad, es decir, sólo confiaba en lo dicho por aquellas personas que eran dignas de crédito. De esta manera, en la Historia verdadera se revelaba la unidad de lo visto, lo leído y lo oído, lo cual develaba, además, cuatro niveles de verosimilitud: la visión del testigo, la información tomada de escritos ya existentes —en muchos de los casos de los colonizadores mismos—, escuchar las versiones de los demás, y haber considerado lo referido por otros. Aunque el último punto tenía menor relevancia que los tres primeros, su existencia demostraba la importancia que se le otorgaba a la oralidad y a la escritura sustentada en ella, lo cual se podía corroborar por la presencia de numerosos refranes y modismos a lo largo del texto. La mayor parte eran de uso corriente, pero el resto habían sido elaborados por los propios conquistadores, tal como se advierte en la siguiente frase: “en bondad fue tan bueno como Montilla”, misma que si bien es cierto sólo se entendía en el contexto de los acontecimientos militares de la conquista, revelaba las formas de expresión presentes en la cultura oral de los soldados.
Existen otros dos rasgos distintivos en la obra de Bernal Díaz: la utilización de discursos directos que tendían a la autoalabanza, cuya finalidad era poner en juego una intención narrativa de credibilidad, debido a que se hacía uso de la literalidad; y una serie de esbozos biográficos que pretendían ensalzar a los participantes en la gesta, práctica muy común en los textos del siglo XV, y que reproducía una situación predominante en una cultura en donde lo oral y lo sonoro guardan la misma importancia.
En este sentido, la percepción oral auditiva se constituye en una fuente de conocimiento y de verosimilitud, aunque ello no significaba el desplazamiento de las prácticas de lectura y de escritura como las principales fuentes de la verdad. Turner también advierte que la obra de Bernal Díaz del Castillo no se puede considerar, tal como lo ha hecho la mayoría de los historiadores, sólo una historia militar de la conquista que incluye diversas observaciones sobre las costumbres de los indígenas mesoamericanos, sino que también ofrece elementos propios de la cultura de los conquistadores como sus sentimientos, sus creencias, sus recursos curativos, esto es, sus representaciones del mundo en general, materia de la que se ocupa en el segundo apartado.
A partir de los escritos de Bernal Díaz y de Francisco de Aguilar (Relación breve de la conquista de la Nueva España), el investigador busca develar de qué modo se manifestaron sentimientos de temor y miedo entre los soldados españoles cuando tenían que enfrentar a los indígenas. Su análisis revela que dichas sensaciones se manifestaban en tres campos: la relación entre indígenas y españoles; la relación entre varios grupos de indígenas entre sí; entre los mismos españoles y de los españoles a los indígenas. A pesar de que existían numerosas expresiones del miedo de los españoles, los cronistas los disculpaban por considerar que era un hecho natural, estrategia tendiente a evitar que en ellos recayera cualquier sospecha de cobardía. Sin embargo, Turner insinúa que la reminiscencia de eventos de temor evidenciaba que se reproducía de forma directa ese tipo de experiencia, es decir, se reconocía el temor y el miedo aunque oculto bajo cierto tipo de discurso.
Los dos cronistas hablaban ampliamente del miedo cuando se referían a los “otros”, pero utilizaban el vocablo temor para referirse a lo propio, lo cual evidenciaba la diferenciación de las palabras de acuerdo con ciertas condiciones culturales. Asimismo, pretendían con la escritura darle un sentido distinto a los sucesos vividos pues otorgarles viveza y emotividad constituía un mecanismo para acceder a una “fama memorable”, a través de los méritos conquistados por el valor demostrado en el campo de batalla. En este aspecto, Francisco de Aguilar reconoce que los sentimientos de miedo y temor se encontraban presentes tanto en españoles como en indígenas, pero también advierte que existía una diferencia entre ambos términos. El primero constituía una forma de afrenta y de deshonra, aunque no se le podía atribuir el significado de cobardía; en contraste, el temor se vinculaba con la fe y el espíritu,
por lo cual se percibía como un sentimiento razonable y tolerable. Es evidente que Aguilar y Díaz del Castillo mostraban disensiones en su manera de entender dichas sensaciones, diferencias que se sustentaban en el hecho de que las concepciones de Aguilar tenían una mayor relación con los valores propios de la burguesía en expansión, en oposición a Bernal Díaz, en cuyo pensamiento se preservaba el ideal caballeresco.
En “Indicios de un saber sobre la cura entre los soldados conquistadores” el autor examina las creencias de los conquistadores españoles sobre la muerte, las enfermedades y los recursos médicos que utilizaban para curarse. Sobre el que Hernán Cortés y Francisco de Aguilar prestaron escasa atención, a diferencia de Bernal, quien registró en repetidas ocasiones ese tipo de indicios que, a decir de Turner, permiten reconstruir el universo de la medicina del siglo XVI. Entre las afecciones que aquejaron a los conquistadores se mencionaban el “mal del lomo”, el asma, el tullido de bubas, el mal de espanto, el “reventar” o infarto, la “muerte de cámara” y el “dolor de costado”. Esta última se consideraba una enfermedad que podía causar la muerte del paciente, pues, según se creía, en las entrañas se cuajaba la sangre con el polvo. Aunque los jefes militares designaban a los médicos y cirujanos que acompañaban a los cuerpos expedicionarios, existían algunas personas que ayudaban a curar a los heridos pese a no tener conocimientos médicos, situación muy común porque muchos soldados sólo aceptaban la ayuda de ese tipo de curanderos.
Los cronistas señalaban que los médicos empleaban procedimientos como la sangría, la purga, la leche de cabra, la zarzaparrilla, el aceite caliente, la grasa corporal, y lana remojada en vinagre y aceite; mientras los que utilizaban la “medicina tradicional” o “magia medicinal” recurrían a creencias y prácticas de origen pagano. Es de interés destacar que Cortés y Bernal daban cuenta del uso de ciertas hierbas venenosas, las cuales no sólo se empleaban en la curación, sino también para causar la muerte, en específico el compuesto mineral llamado “rejalgar”.
El último apartado, “Creencias y prácticas heterodoxas en las huestes de Hernán Cortés”, centra su atención en las creencias supersticiosas y heréticas de los conquistadores españoles. El caso más significativo es el de Blas Botello, soldado a quien se le atribuía el poder de la videncia, lo que le permitió vaticinar el ataque en contra de Pedro de Alvarado. Los soldados consideraban que sus facultades clarividentes eran consecuencia del pacto que había realizado con el demonio, aunque ellos mismos estaban convencidos de la veracidad de las predicciones. Tras la muerte de Botello se descubrió que poseía un cuaderno con numerosas rayas y señales que le servían para predecir la suerte, así como un talismán en forma de pene, el cual seguramente lo empleó para recibir alguna merced. No sólo él era el único que manifestaba cierto tipo de creencias supersticiosas, pues los soldados mostraban pesar cuando había caídas de caballos.
El que los conquistadores creyeran en cierta clase de interpretación o creencia sobrenatural era consecuencia del ambiente de la España de los siglos XV y XVI, misma en la que era común la práctica de la hechicería y la magia que se nutrían no sólo de las ideas de los propios españoles, sino también de las creencias provenientes de la tradición hebrea y árabe. Aunque la Inquisición buscaba la extirpación de cierto tipo de supersticiones, como la adivinación o la magia, lo cierto es que la tarea no resultó sencilla por lo arraigadas que estaban esas costumbres entre los pobladores. Turner advierte que los contemporáneos de Botello creían en sus acciones mágicas, a diferencia de escritores posteriores como Gonzalo Fernández de Oviedo, Francisco López de Gomara, Francisco Cervantes de Salazar, Antonio de Herrera y Antonio de Solís, quienes desdeñaron las prácticas paganas de los soldados.
Como se puede apreciar, Los soldados de la conquista: herencias culturales representa un interesante esfuerzo de interpretación de las crónicas de la conquista, pues no sólo busca rescatar la manera en que se construyeron y las fuentes que nutrieron la escritura de los soldados conquistadores, sino que también intenta rastrear sus prácticas mágico religiosas para entender el universo mental en el que se desenvolvían y que explicaba, en buena medida, las acciones que realizaban. El estudio de Turner evidencia que las crónicas pueden aportar numerosas pistas de investigación, sólo hace falta que se les planteen preguntas novedosas y nuevas perspectivas teóricas.